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ocasión Jesús de Galilea era <strong>el</strong> personaje más prominente en Jeru-salén. Los fariseos, resentidos de los<br />
honores que se obsequiaban a Aqu<strong>el</strong> que por tan largo tiempo habían intentado destruir,<br />
impotentemente lamentaban entre sí <strong>el</strong> fracaso de todas sus maquinaciones nefarias, diciendo: "Ya<br />
veis que no conseguís nada. Mirad, <strong>el</strong> mundo se va tras él." Incapacitados para refrenar <strong>el</strong> entusiasmo<br />
creciente de las multitudes o hacer callar las gozosas aclamaciones, algunos de los fariseos se abrieron<br />
paso por entre las multitudes hasta llegar a Jesús, y ap<strong>el</strong>aron a El, diciendo: "Maestro, reprende a tus<br />
discípulos." Pero <strong>el</strong> Señor, respondiendo a sus quejas, les dijo: "Os digo que si éstos callaran, las<br />
piedras clamarían."<br />
Desmontó y entró a pie dentro de los confines d<strong>el</strong> templo, donde fue recibido con aclamaciones de<br />
adulación. Los principales sacerdotes, escribas y fariseos, representantes oficiales de la teocracia, la<br />
jerarquía d<strong>el</strong> judaismo, se llenaron de ira; no podía negarse que <strong>el</strong> pueblo estaba tributando honores<br />
mesiánicos a aqu<strong>el</strong> alborotador nazareno; y no sólo esto, sino que se estaba verificando dentro d<strong>el</strong><br />
propio recinto d<strong>el</strong> templo de Jehová.<br />
Nosotros, de pensamientos finitos, tal vez no podamos comprender totalmente <strong>el</strong> propósito para <strong>el</strong><br />
cual <strong>Cristo</strong> accedió este día a los deseos d<strong>el</strong> pueblo y aceptó su homenaje con gracia real. Es evidente<br />
que la ocasión no fue un suceso imprevisto o fortuito que El aprovechó sin ninguna intención<br />
preconcebida. Sabía de antemano lo que iba a ocurrir, y lo que El iba a hacer. No fue un espectáculo<br />
desprovisto de todo significado, sino <strong>el</strong> advenimiento efectivo d<strong>el</strong> Rey a su ciudad real, su entrada en<br />
<strong>el</strong> templo, la casa d<strong>el</strong> Rey de reyes. Llegó montado en un asno, como símbolo de paz, aclamado por<br />
los gritos de hosanna de las multitudes; no sobre un corc<strong>el</strong> cubierto con caparazón, blandiendo la<br />
panoplia de guerra al compás de clarines y trompetas. Que la ocasión gozosa en ningún sentido se<br />
interpretó como una hostilidad física o alboroto sedicioso, queda suficientemente demostrado por la<br />
indulgente imperturbabilidad con que la aceptaron los oficiales romanos, los cuales con prontitud<br />
acostumbrada solían enviar sus legionarios desde la Fortaleza de Antonia a la primera indicación de<br />
algún motín; y en forma particular vigilaban a todo aspirante mesiánico para suprimirlo, pues se<br />
habían levantado falsos Mesías, y había habido mucho derrame de sangre al sofocar por las armas sus<br />
ilusorias pretensiones. Pero los romanos no vieron razón para temer, y sí, tal vez, para sonreír, ante <strong>el</strong><br />
espectáculo de un Rey montado sobre un asno, rodeado de subditos que, aun cuando numerosos, no<br />
blandían más armas que hojas de palmeras y ramas de mirtos. En la literatura <strong>el</strong> asno es designado<br />
como <strong>el</strong> "antiguo símbolo de realeza judía" y <strong>el</strong> que lo cabalga ha sido tomado por representación d<strong>el</strong><br />
progreso pacífico.<br />
Contrastan notablemente esta entrada triunfal de Jesús en la ciudad principal de los judíos, y <strong>el</strong><br />
tenor general de su ministerio durante los primeros días, cuando aun la insinuación de que fuera <strong>el</strong><br />
<strong>Cristo</strong>, se comunicaba reservadamente, si acaso se daba a saber, y se había suprimido toda manifestación<br />
de opinión popular en la que El podría haber figurado como director nacional. Ahora, sin<br />
embargo, la hora de la gran consumación se aproximaba; la aceptación pública d<strong>el</strong> homenaje de la<br />
nación y la admisión de ambos títulos de Rey y Mesías constituían una proclamación manifiesta y<br />
oficial de su divina investidura. Había entrado en la ciudad y <strong>el</strong> templo en <strong>el</strong> estado real que<br />
correspondía al Príncipe de Paz. Los gobernantes de la nación lo habían rechazado y ridiculizado sus<br />
afirmaciones. La manera de su entrada debió haber llamado la atención de los eruditos maestros de la<br />
ley y los profetas, porque con frecuencia se citaba entre <strong>el</strong>los la impresionante predicción de Zacarías,<br />
cuyo cumplimiento Juan <strong>el</strong> evang<strong>el</strong>ista ve en los acontecimientos de este domingo memorable." 1 La<br />
profecía de referencia dice lo siguiente: "Alégrate mucho, hija de Sión; da voces de júbilo, hija de<br />
Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un<br />
pollino hijo de asna."<br />
UNOS GRIEGOS VISITAN A CRISTO.<br />
Había entre las multitudes que acudían a Jerusalén al tiempo de la Pascua anual, gentes de muchas<br />
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