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mediante <strong>el</strong> cual su memoria se halla atesorada en <strong>el</strong> corazón de todos los que conocen y aman al<br />
<strong>Cristo</strong>. S. Juan ha preservado para nosotros estas palabras de Jesús contenidas en <strong>el</strong> reproche motivado<br />
por la queja d<strong>el</strong> Iscariote: "Déjala; para <strong>el</strong> día de mi sepultura ha guardado esto"; y la versión de S.<br />
Marcos igualmente sugiere un propósito definitivamente solemne por parte de María: "Porque se ha<br />
anticipado a ungir mi cuerpo para la sepultura."<br />
LA ENTRADA TRIUNFAL DE CRISTO EN JERUSALÉN.<br />
Mientras se hallaba todavía en Betania o en la aldea contigua a Betfagé, y según la narración de<br />
Juan, al día siguiente de la cena en la casa de Simón, Jesús instruyó a dos de sus discípulos que fueran<br />
a cierto lugar, donde les dijo que encontrarían una asna atada y con <strong>el</strong>la un pollino sobre <strong>el</strong> cual<br />
ningún hombre había montado. Debían traerlos a El, y si alguien los detenía o preguntaba algo, habían<br />
de decir que <strong>el</strong> Señor necesitaba los animales. Únicamente S. Mateo menciona la asna y <strong>el</strong> pollino,<br />
mientras que los otros escritores hablan solamente de éste; lo más probable fue que la madre siguió al<br />
pollino cuando lo llevaron, y su presencia tal vez ayudó a conservar dócil al joven asno. Los<br />
discípulos encontraron todo tal como <strong>el</strong> Señor lo había dicho. Llevaron <strong>el</strong> pollino a Jesús, extendieron<br />
sus mantos sobre <strong>el</strong> lomo d<strong>el</strong> manso animal y sentaron al Maestro sobre él. La compañía emprendió <strong>el</strong><br />
viaje hacia Jerusalén, y Jesús sobre su montura entre <strong>el</strong>los.<br />
Como de costumbre, grandes multitudes de gente habían llegado a la ciudad muchos días antes<br />
que comenzaran los ritos de la Pascua, a fin de cumplir los requerimientos de su purificación personal<br />
y ponerse al corriente en <strong>el</strong> asunto de los sacrificios prescritos que debían. Aunque faltaban cuatro días<br />
para la hora en que había de inaugurarse <strong>el</strong> festival, la ciudad estaba llena de innumerables peregrinos,<br />
y entre <strong>el</strong>los habían surgido muchas cuestiones respecto de que si Jesús se atrevería a presentarse<br />
públicamente en Jerusalén durante la fiesta, en vista de los bien conocidos planes de la jerarquía para<br />
tomarlo preso. La gente común estaba interesada en todo hecho y movimiento d<strong>el</strong> Maestro, y las<br />
nuevas de su partida de Betania lo habían precedido; de modo de que para cuando comenzó a<br />
descender de la parte más <strong>el</strong>evada d<strong>el</strong> camino por entre <strong>el</strong> Monte de los Olivos, grandes multitudes se<br />
habían reunido en torno de El. La gente se llenó de gozo al ver a Jesús que se dirigía hacia la santa<br />
ciudad; tendieron sus mantos y esparcieron hojas de palma y ramas de árboles por donde pasaba, y en<br />
esta forma tapizaron <strong>el</strong> camino como si fuera a pasar por allí un rey. Por <strong>el</strong> momento efectivamente era<br />
su Rey, y <strong>el</strong>los sus subditos adorantes.<br />
La voz de la multitud resonó con armonía reverberante: "¡Bendito <strong>el</strong> rey que viene en <strong>el</strong> nombre<br />
d<strong>el</strong> Señor; paz en <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o y gloria en las alturas!" Y en otra parte se oía: "¡Hosanna al Hijo de David!<br />
¡Bendito <strong>el</strong> que viene en <strong>el</strong> nombre d<strong>el</strong> Señorl ¡Hosanna en las alturas!" 6<br />
En medio de todo este alborozo, sin embargo, Jesús se entristeció al ver la gran ciudad dentro de la<br />
cual se hallaba la Casa d<strong>el</strong> Señor, y lloró a causa de la iniquidad de su pueblo y porque no querían<br />
aceptarlo como Hijo de Dios; por otra parte, previo las terribles escenas de destrucción que en breve<br />
sobrevendrían a la ciudad así como al templo. Con angustia y lágrimas apostrofó la ciudad sentenciada<br />
en estos términos "¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz! Mas<br />
ahora está encubierto de tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, cuando tus enemigos te rodearán con<br />
vallado, y te sitiarán, y por todas partes te estrecharán, y te derribarán a tierra, y a tus hijos dentro de<br />
ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, por cuanto no conociste <strong>el</strong> tiempo de tu visitación."<br />
La muchedumbre acrecentaba con los grupos afluentes que se incorporaban a la imponente<br />
compañía en todo cruce de calles; y las aclamaciones de alabanza y homenaje se oyeron dentro de la<br />
ciudad mientras la procesión todavía se encontraba lejos de los muros. Cuando <strong>el</strong> Señor pasó por <strong>el</strong><br />
macizo portal y entró en la capital propiamente d<strong>el</strong> Gran Rey, toda la ciudad se emocionó. AI<br />
peregrino que preguntaba: "¿Quién es éste?", la multitud gritaba: "Es Jesús <strong>el</strong> profeta, de Nazaret "de<br />
Galilea." Posiblemente los galileos eran los primeros en responder y los más clamorosos en aqu<strong>el</strong>la<br />
gozosa proclamación; porque los altivos habitantes de Judea menospreciaban a Galilea, pero en esta<br />
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