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Jesus el Cristo - Cumorah.org

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de los cambios físicos naturales, <strong>el</strong> cadáver debía estar ya en las primeras etapas de su<br />

descomposición. Lázaro fue levantado de los muertos, no simplemente para calmar la congoja de<br />

parientes enlutados; son innumerables los que han tenido que afligirse por causa de la muerte, e<br />

incontables los demás que tendrán que hacerlo. Uno de los propósitos d<strong>el</strong> Señor fue demostrar la<br />

realidad d<strong>el</strong> poder de Dios manifestado en las obras de Jesús <strong>el</strong> <strong>Cristo</strong>; y Lázaro fue <strong>el</strong> objeto <strong>el</strong>egido<br />

para tal manifestación, así como <strong>el</strong> hombre que padecía de ceguedad congénita fue s<strong>el</strong>eccionado para<br />

ser aqu<strong>el</strong> por conducto de quien se manifestarían las obras de Dios."<br />

Explícitamente se declara que la obra efectuada por <strong>el</strong> Señor en restaurarle la vida a Lázaro fue en<br />

efecto un testimonio de su mesiazgo. Todas las circunstancias que condujeron a la realización final d<strong>el</strong><br />

milagro contribuyeron a este testimonio. No podía haber ninguna duda de que Lázaro efectivamente<br />

estaba muerto, porque se había presenciado su fallecimiento, preparado y sepultado su cuerpo de la<br />

manera acostumbrada, y además, había yacido en la tumba cuatro días. Estuvieron presentes muchos<br />

testigos en <strong>el</strong> sepulcro, cuando le fue mandado que saliera, algunos de <strong>el</strong>los judíos prominentes, un<br />

gran número de los cuales no simpatizaban con Jesús y quienes habrían negado <strong>el</strong> milagro en <strong>el</strong> acto<br />

si hubiesen podido. Como resultado, Dios fue glorificado y se justificó la divinidad d<strong>el</strong> Hijo d<strong>el</strong><br />

Hombre.<br />

LA GRAN AGITACIÓN DE LA JERARQUÍA POR CAUSA DEL MILAGRO.<br />

Como sucedía con la mayor parte de los actos públicos de nuestro Señor—mientras algunos de los<br />

que oían y veían eran persuadidos a creer en El, otros rechazaban la lección ofrecida y vilipendiaban al<br />

Maestro—lo mismo aconteció con esta poderosa obra; en algunos hizo surgir la fe, mientras que otros<br />

se fueron, cada cual por su lado, con <strong>el</strong> pensamiento entenebrecido y su espíritu más lleno de rencor<br />

que antes. Algunos de los que habían visto al muerto volver a vida fueron inmediatamente y<br />

comunicaron <strong>el</strong> asunto a los magistrados, pues sabían que éstos abrigaban una hostilidad intensa hacia<br />

Jesús. En la parábola que estudiamos recientemente, <strong>el</strong> espíritu d<strong>el</strong> rico había suplicado desde su lugar<br />

de tormento, que Lázaro, en otro tiempo un lamentable mendigo, fuese enviado d<strong>el</strong> paraíso a la tierra,<br />

para que amonestara a otros sobre <strong>el</strong> destino que esperaba a los inicuos, súplica que Abraham había<br />

contestado, diciendo: "Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se<br />

levantare de los muertos." 7 Ahora un Lázaro efectivamente había vu<strong>el</strong>to de los muertos, y muchos de<br />

los judíos rechazaron <strong>el</strong> testimonio de su restauración y se negaron a creer en <strong>Cristo</strong>, por medio de<br />

quien únicamente es vencida la muerte. Los judíos buscaron la manera de hacer que Lázaro cayera en<br />

su poder a fin de matarlo y, según esperaban, callar para siempre su testimonio d<strong>el</strong> poder que <strong>el</strong> Señor<br />

tenía sobre la muerte.<br />

Los principales sacerdotes, en su mayoría saduceos, se reunieron en concilio con los fariseos para<br />

considerar la situación provocada por la más reciente de las poderosas obras de nuestro Señor. El<br />

problema que discutieron fue: "¿Qué haremos? Porque este hombre hace muchas señales. Si le<br />

dejamos así, todos creerán en él; y vendrán los romanos, y destruirán nuestro lugar santo y nuestra<br />

nación." Como <strong>el</strong>los mismos lo admitían, no se podía negar <strong>el</strong> hecho de los muchos milagros que<br />

Jesús había efectuado; pero en lugar de investigar sincera y devotamente si estas grandes obras no<br />

serían parte de las señales predichas d<strong>el</strong> Mesías, sólo pensaron en los resultados posibles de la<br />

influencia que <strong>Cristo</strong> pudiera surtir en alejar al pueblo de la teocracia establecida, y en <strong>el</strong> temor de que<br />

los romanos, aprovechando la situación, quitarían a los jerarcas de su "lugar" y privarían a la nación de<br />

la pequeña apariencia de autonomía que aún le quedaba. Caifas, que era <strong>el</strong> sumo sacerdote, 51 hizo<br />

cesar la discusión, diciendo: "Vosotros no sabéis nada." Esta censura general de su ignorancia<br />

probablemente fue dirigida a los fariseos d<strong>el</strong> Sanedrín, porque Caifas era saduceo. Su siguiente<br />

declaración fue mucho más significativa de lo que él comprendía: "Ni pensáis que nos conviene que<br />

un hombre muera por <strong>el</strong> pueblo, y no que toda la nación perezca." Juan <strong>el</strong> evang<strong>el</strong>ista solemnemente<br />

declara que Caifas no dijo esto de sí mismo, sino por <strong>el</strong> espíritu de profecía, <strong>el</strong> cual, a pesar de su<br />

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