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Jesus el Cristo - Cumorah.org

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mordazmente: "¿No podía éste, que abrió los ojos al ciego, haber hecho también que Lázaro no<br />

muriera?" El milagro mediante <strong>el</strong> cual se había dado la vista a un hombre ciego desde su nacimiento se<br />

conocía en forma general, y principalmente por motivo de la investigación oficial que había<br />

acompañado la curación." Los judíos se habían visto comp<strong>el</strong>idos a admitir la realidad d<strong>el</strong> asombroso<br />

acontecimiento; y la pregunta que ahora se oía—cómo era que Uno que efectuó tan notable milagro no<br />

pudo haber preservado la vida a un hombre que tenía una enfermedad ordinaria, por cierto, un hombre<br />

a quien parecía amar tanto—era una insinuación de que al fín y al cabo <strong>el</strong> poder poseído por Jesús<br />

estaba limitado, y su operación era incierta o caprichosa. Esta manifestación de incredulidad perversa<br />

hizo que Jesús nuevamente se conmoviera de tristeza si no de indignación.<br />

Se había sepultado <strong>el</strong> cuerpo de Lázaro en una cueva, la entrada de la cual se había cubierto con<br />

una roca. Eran comunes en ese país estas sepulturas, cuevas naturales o bóvedas talladas en la roca<br />

sólida, que servían de sepulcros a las clases mejor acomodadas. Jesús mandó que se abriera la tumba.<br />

Marta, sin sospechar aún lo que se iba a desarrollar, quiso oponerse, recordándole a Jesús que <strong>el</strong><br />

cuerpo había sido sepultado hacía ya cuatro días, y que indudablemente había empezado a<br />

descomponerse Jesús contestó su protesta con estas palabras: "¿No te he dicho que si crees, verás la<br />

gloria de Dios?" Esta respuesta pudo haberse referido tanto a la promesa que expresó a Marta en<br />

persona—de que su hermano se levantaría otra vez—así como al mensaje que le envió desde Perea, de<br />

que la enfermedad de Lázaro no era para muerte, sino para la gloria de Dios, y para que <strong>el</strong> Hijo de<br />

Dios fuese glorificado en <strong>el</strong>lo.<br />

Se quitó la piedra. De pie, frente a la puerta abierta de la tumba, Jesús alzó los ojos al ci<strong>el</strong>o y oró:<br />

"Padre, gracias te doy por haberme oído. Yo sabía que siempre me oyes; pero lo dije por causa de la<br />

multitud que está alrededor, para que crean que tú me has enviado." No solicitó al Padre poder y<br />

autoridad, porque éstos ya le habían sido dados; antes dio las gracias, y a oídos de todos los que se<br />

hallaban alrededor reconoció al Padre y expresó la unidad de su propio propósito y <strong>el</strong> d<strong>el</strong> Padre.<br />

Entonces "clamó en gran voz: ¡Lázaro, ven fuera!" El muerto oyó esa voz autoritativa; en <strong>el</strong> acto <strong>el</strong><br />

espíritu volvió a entrar en <strong>el</strong> tabernáculo de carne, se reanudaron los procedimientos físicos de la vida<br />

y salió Lázaro, vivo una vez más. La libertad de sus movimientos estaba restringida porque se lo<br />

impedían las vendas con que había sido atado, y su rostro todavía estaba envu<strong>el</strong>to en <strong>el</strong> sudario con<br />

que le habían sujetado las quijadas inertes. A los que se hallaban cerca Jesús dijo: "Desatadle, y<br />

dejadle ir."<br />

Caracterizaron <strong>el</strong> acto una profunda solemnidad y la ausencia completa de todo <strong>el</strong>emento de<br />

ostentación innecesaria. Aun cuando Jesús, mientras se hallaba a muchos kilómetros de distancia, y sin<br />

contar con ningún medio ordinario de recibir la información, había sabido de la muerte de Lázaro, por<br />

lo que indudablemente pudo haber encontrado <strong>el</strong> sepulcro, vemos, sin embargo, que preguntó:<br />

"¿Dónde le pusisteis?" Aqu<strong>el</strong> que podía calmar las olas d<strong>el</strong> mar con su palabra pudo haber quitado<br />

milagrosamente la piedra que s<strong>el</strong>laba la boca d<strong>el</strong> sepulcro; sin embargo, dijo: "Quitad la piedra." El,<br />

que podía reunir <strong>el</strong> espíritu y <strong>el</strong> cuerpo, pudo haber soltado sin manos las vendas con que habían<br />

envu<strong>el</strong>to a Lázaro; sin embargo, mandó: "Desatadle, y dejadle ir." Todo aqu<strong>el</strong>lo que las facultades<br />

humanas podían hacer, se dejó en manos d<strong>el</strong> hombre. En ningún caso encontramos que <strong>Cristo</strong> haya<br />

empleado innecesariamente los poderes sobrehumanos de su divinidad; nunca se hizo despilfarro de la<br />

energía divina; aun se conservaba la creación material que había resultado d<strong>el</strong> ejercicio de este poder,<br />

como lo hacen constar sus instrucciones sobre <strong>el</strong> recogimiento de los pedazos de pan y pescados<br />

después de haber alimentado milagrosamente a las multitudes.<br />

La resurrección de Lázaro constituye <strong>el</strong> tercer caso, anotado en las Escrituras, en que Jesús efectuó<br />

la restauración de una vida. 1 En cada ocasión <strong>el</strong> milagro resultó en una continuación de la existencia<br />

terrenal, y en ningún sentido fue una resurrección de la muerte a la inmortalidad. En <strong>el</strong> caso de la hija<br />

de Jairo, se mandó al espíritu que reingresara a su habitación cuando todavía no pasaba una hora de<br />

haberse apartado de <strong>el</strong>la; en <strong>el</strong> d<strong>el</strong> hijo de la viuda, la restauración se llevó a cabo cuando <strong>el</strong> cuerpo<br />

estaba a punto de ser entregado al sepulcro; <strong>el</strong> milagro preeminente de los tres fue <strong>el</strong> de ordenar a un<br />

espíritu que volviera a entrar en su cuerpo varios días después de haber muerto, y cuando por motivo<br />

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