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Jesus el Cristo - Cumorah.org

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las tinieblas, tropieza. El se hallaba entonces en sus horas de trabajo, y no estaba cometiendo un error<br />

con volver a Judea.<br />

"Nuestro amigo Lázaro duerme—les dijo entonces—mas voy para despertarle." La comparación<br />

de la muerte y <strong>el</strong> sueño era tan común entre los judíos como entre nosotros;" pero los discípulos<br />

entendieron sus palabras literalmente y comentaron que si <strong>el</strong> enfermo dormía, todo estaba bien. Jesús<br />

corrigió esta impresión. "Lázaro ha muerto"—les declaró—y añadió: "Me alegro por vosotros, de no<br />

haber estado allí, para que creáis; mas vamos a él." Es palpable que Jesús ya había decidido restaurar a<br />

Lázaro a vida, y como más ad<strong>el</strong>ante veremos, <strong>el</strong> milagro había de ser un testimonio d<strong>el</strong> mesiazgo de<br />

nuestro Señor para convencimiento de todos los que quisieran aceptarlo. Por lo menos algunos de los<br />

apóstoles consideraban con serios temores <strong>el</strong> regreso a Judea en esa época; sentían preocupación por la<br />

seguridad de su Maestro y creían que sus propias vidas p<strong>el</strong>igrarían; no obstante, no titubearon en ir.<br />

Tomás dijo osadamente a los otros: "Vamos también nosotros, para que muramos con él."<br />

Llegando a los contornos de Betania, Jesús "halló que hacía ya cuatro días que Lázaro estaba en <strong>el</strong><br />

sepulcro". Las hermanas enlutadas se hallaban en casa, donde sus amigos se habían reunido, según la<br />

costumbre, para consolarlas en su aflicción. Entre <strong>el</strong>los había muchas personas prominentes, algunas<br />

de las cuales habían llegado desde Jerusalén. Marta fue la primera en recibir la noticia de que se<br />

acercaba <strong>el</strong> Señor y salió a encontrarlo. Sus primeras palabras fueron: "Señor, si hubieses estado aquí,<br />

mi hermano no habría muerto." Fue una expresión de angustia combinada con la fe, pero para no dar<br />

la apariencia de falta de confianza, agregó en seguida: "Mas también sé ahora que todo lo que pidas a<br />

Dios, Dios te lo dará." Jesús respondió con palabras de tierna certeza: "Tu hermano resucitará." Quizá<br />

algunos de los judíos que habían llegado para consolarla le habían dicho esto ya, porque con<br />

excepción de los saduceos, todos creían en la resurrección; y Marta no pudo percibir en la promesa d<strong>el</strong><br />

Señor otra cosa más que una afirmación general de que su hermano fallecido se levantaría con <strong>el</strong> resto<br />

de los muertos. Con asentimiento natural y al parecer insubstancial, le respondió: "Yo sé que<br />

resucitará en la resurrección, en <strong>el</strong> día postrero." Entonces le dijo Jesús: "Yo soy la resurrección y la<br />

vida; <strong>el</strong> que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aqu<strong>el</strong> que vive y cree en mí, no morirá<br />

eternamente. ¿Crees esto?"<br />

Era necesario fortalecer la fe de la mujer afligida y concentrarla en <strong>el</strong> Señor de la Vida con quien<br />

hablaba. Ya había expresado su convicción de que todo cuanto Jesús pidiera a Dios, sería concedido;<br />

ahora le faltaba aprender que a Jesús ya se había ot<strong>org</strong>ado <strong>el</strong> poder sobre la vida y la muerte. La<br />

invadía una sensación llena de esperanza, de que <strong>el</strong> Señor Jesús intervendría en forma sobrehumana<br />

para ayudarla, y sin embargo no sabía en qué modo. Aparentemente en esos momentos no tenía<br />

ningún pensamiento bien definido, ni esperanza siquiera de que El levantaría a su hermano de la<br />

tumba. Con franqueza sencilla contestó la pregunta d<strong>el</strong> Señor, si creía lo que le acababa de decir; no<br />

podía entenderlo todo, pero creía en Aqu<strong>el</strong> que hablaba, aun cuando no podía comprender sus palabras<br />

por completo. "Sí, Señor—le confesó—yo he creído que tú eres <strong>el</strong> <strong>Cristo</strong>, <strong>el</strong> Hijo de Dios, que has<br />

venido al mundo."<br />

Entonces volvió a la casa y con precaución sigilosa, por motivo que se hallaban presentes algunos<br />

que <strong>el</strong>la sabía no simpatizaban con Jesús, dijo a María: "El Maestro está aquí y te llama." María salió<br />

de la casa en <strong>el</strong> acto. Los judíos que habían estado con <strong>el</strong>la creyeron que un nuevo resurgimiento de<br />

dolor la había imp<strong>el</strong>ido a ir nuevamente a la tumba, y la siguieron. Al llegar a donde estaba <strong>el</strong> Maestro,<br />

se arrodilló a sus pies y manifestó la angustia que la consumía con las mismas palabras que Marta<br />

había empleado: "Señor, si hubieses estado aquí, no habría muerto mi hermano." No podemos dudar<br />

de que la convicción expresada había sido <strong>el</strong> tema principal de los comentarios y lamentación de las<br />

dos hermanas: Si Jesús solamente hubiera estado con <strong>el</strong>las, no habrían perdido a su hermano.<br />

Al ver a las dos hermanas dominadas por la angustia, y la gente que lloraba con <strong>el</strong>las, Jesús se<br />

afligió a tal grado que "se estremeció en espíritu y se conmovió, y dijo: ¿Dónde le pusisteis?" Al hacer<br />

esta pregunta, Jesús lloró; y mientras se dirigía la compañía entristecida hacia <strong>el</strong> sepulcro, algunos de<br />

los judíos, notando la emoción y lágrimas d<strong>el</strong> Señor, dijeron: "Mirad cómo le amaba". Otros, sin<br />

embargo, menos considerados a causa d<strong>el</strong> prejuicio que sentían contra <strong>Cristo</strong>, preguntaron crítica y<br />

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