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Tal concepto colocaría a los fariseos y escribas en la posición de pastores más bien que de ovejas.<br />
Ambas explicaciones son plausibles, y su valor consiste en indicar la posición y deber de los que<br />
profesan servir al Maestro en todas las épocas.<br />
Sin interrumpir la narrativa, <strong>el</strong> Señor pasó de la historia de la oveja perdida a la Parábola de la<br />
Moneda Perdida.<br />
"¿O qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una dracma, no enciende la lámpara, y barre la<br />
casa, y busca con diligencia hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas,<br />
diciendo: Gózaos conmigo, porque he encontrado la dracma que había perdido. Así os digo que hay<br />
gozo d<strong>el</strong>ante de los áng<strong>el</strong>es de Dios por un pecador que se arrepiente."<br />
Entre esta parábola y la de la oveja perdida existen ciertas diferencias notables, aunque la lección<br />
comprendida en una y otra es esencialmente la misma. La oveja se había perdido de su propia<br />
voluntad; la moneda 11 se dejó caer, y se perdió como resultado de la falta de atención o descuido<br />
censurable de su dueña. La mujer, al descubrir la pérdida, inició una búsqueda diligente; barrió la casa,<br />
tal vez dándose cuenta de los rincones sucios, hendiduras llenas de polvo y t<strong>el</strong>arañas que había pasado<br />
por alto, confiada en que, exteriormente, era una ama de casa limpia y aseada. Con la búsqueda no<br />
sólo recuperó la moneda perdida, sino también logró <strong>el</strong> benéfico resultado de limpiar su casa. Su gozo<br />
fue semejante al d<strong>el</strong> pastor que vu<strong>el</strong>ve a su casa con la oveja extraviada sobre los hombros: algo<br />
perdido que nuevamente se había recuperado.<br />
La mujer, que por su descuido perdió la preciosa moneda, puede emplearse para representar a la<br />
teocracia de la época, así como la Iglesia, en calidad de institución, en cualquier período dispensador.<br />
Siendo así, las piezas de plata—cada una de <strong>el</strong>las una moneda verdadera d<strong>el</strong> reino, acuñada con la<br />
imagen d<strong>el</strong> gran rey—son las almas confiadas al cuidado de la Iglesia; y la moneda perdida simboliza<br />
las almas que se desatienden, y que los ministros autorizados d<strong>el</strong> evang<strong>el</strong>io de <strong>Cristo</strong> pierden de vista,<br />
por lo menos momentáneamente.<br />
Siguió a estas dos intensas ilustraciones una tercera, de más abundantes imágenes y detalles<br />
impresionantemente adornados. Nos referimos a la inolvidable Parábola d<strong>el</strong> Hijo Pródigo."<br />
"También dijo: Un hombre tenía dos hijos; y <strong>el</strong> menor de <strong>el</strong>los dijo a su padre: Padre, dame la<br />
parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes. No muchos días después, juntándolo<br />
todo <strong>el</strong> hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo<br />
perdidamente. Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aqu<strong>el</strong>la provincia, y<br />
comenzó a faltarle. Y fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aqu<strong>el</strong>la tierra, <strong>el</strong> cual le envió a su<br />
hacienda para que apacentase cerdos. Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los<br />
cerdos, pero nadie le daba. Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen<br />
abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he<br />
pecado contra <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus<br />
jornaleros. Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a<br />
misericordia, y corrió, y se echó sobre su cu<strong>el</strong>lo, y le besó. Y <strong>el</strong> hijo le dijo: Padre, he pecado contra <strong>el</strong><br />
ci<strong>el</strong>o y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo. Pero <strong>el</strong> padre dijo a sus siervos: Sacad <strong>el</strong><br />
mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed <strong>el</strong> becerro<br />
gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había<br />
perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse. Y su hijo mayor estaba en <strong>el</strong> campo; y cuando<br />
vino, y llegó cerca de la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó<br />
qué era aqu<strong>el</strong>lo. El le dijo: Tu hermano ha venido; y tu padre ha hecho matar <strong>el</strong> becerro gordo, por<br />
haberle recibido bueno y sano. Entonces se enojó, y no quería entrar. Salió por tanto su padre, y le<br />
rogaba que entrase. Mas él, respondiendo, dijo al padre: He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote<br />
desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. Pero cuando<br />
vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él <strong>el</strong> becerro gordo.<br />
El entonces le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas. Mas era necesario<br />
hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es<br />
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