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suntuoso; además, era común llamar cena a la comida principal d<strong>el</strong> día. Uno tras otro menospreció la<br />
invitación, éste diciendo: "Te ruego que hagas presente mis excusas"; y otro: "No puedo concurrir".<br />
Los asuntos a los que los invitados dedicaron su tiempo y atención no podían ser tildados de<br />
indecorosos en sí mismos, y mucho menos pecaminosos; pero <strong>el</strong> hecho de arbitrariamente permitir que<br />
sus negocios personales abrogaran un compromiso honorable, después de haberlo aceptado, constituyó<br />
una falta de urbanidad y de respeto, y virtualmente un insulto hacia aqu<strong>el</strong> que había preparado la<br />
fiesta. El hombre que compró <strong>el</strong> terreno pudo haber aplazado la inspección; <strong>el</strong> que acababa de comprar<br />
los bueyes pudo haber esperado un día más para probarlos; y <strong>el</strong> recién casado pudo haberse ausentado<br />
de su desposada y amigos durante <strong>el</strong> tiempo de la fiesta a la cual había prometido concurrir. Era claro<br />
que ninguno de éstos deseaba estar presente. El señor de la casa justificadamente se enojó. Sus<br />
órdenes de que llevaran a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos de las calles de la ciudad<br />
deben haber evocado, en los que escuchaban <strong>el</strong> r<strong>el</strong>ato de nuestro Señor, <strong>el</strong> consejo que había dado<br />
unos momentos antes, concerniente a la clase de huéspedes que un rico debía invitar para <strong>el</strong> beneficio<br />
de su alma. La segunda comisión dada al siervo, de ir esta vez por los caminos y por los vallados fuera<br />
de los muros de la ciudad, con objeto de traer aun a los pobres d<strong>el</strong> campo, indica la benevolencia<br />
ilimitada y firme determinación d<strong>el</strong> señor de la casa.<br />
La explicación de la parábola se dejó a los eruditos, a quienes fue dirigida. Ciertamente algunos de<br />
<strong>el</strong>los podrían percibir su significado, en parte por lo menos. Isra<strong>el</strong>, <strong>el</strong> pueblo d<strong>el</strong> convenio,<br />
representaba a los huéspedes especialmente convidados. La invitación les había sido extendida con<br />
mucha anticipación, y mediante su propia afirmación de ser <strong>el</strong> pueblo d<strong>el</strong> Señor convinieron en asistir<br />
a la fiesta. Al llegar <strong>el</strong> día señalado, estando todo dispuesto, fueron invitados personalmente por <strong>el</strong><br />
Mensajero enviado d<strong>el</strong> Padre, Mensajero que entonces se hallaba en medio de <strong>el</strong>los. Sin embargo, <strong>el</strong><br />
afán de las riquezas, la atracción de las cosas materiales y los placeres de la vida social y doméstica los<br />
habían cegado; y pedían que se les dispensara, o irreverentemente declaraban que no podían o no<br />
querían ir. La gozosa invitación entonces había de ser llevada a los gentiles, considerados como los<br />
espiritualmente pobres, cojos, mancos y ciegos. Y posteriormente, aun los paganos allende los muros,<br />
los extraños en las puertas de la santa ciudad, serían invitados a la cena. Sorprendidos por la<br />
inesperada solicitud, éstos vacilarían hasta que tras una persuasión cariñosa y eficaz convencimiento<br />
de que realmente estaban incluidos entre los huéspedes invitados, se sentirían constreñidos o<br />
comp<strong>el</strong>idos a concurrir. La posibilidad de que más tarde llegaran algunos de los descorteses, después<br />
de atender a sus asuntos personales de mayor premura, queda indicada en las palabras conclu-yentes<br />
d<strong>el</strong> Señor: "Porque os digo que ninguno de aqu<strong>el</strong>los hombres que fueron convidados, gustará de mi<br />
cena."<br />
EL PRECIO DE SEGUIR A CRISTO.<br />
Tal como sucedió en Galilea, así fue en Perea y Judea; grandes multitudes rodeaban al Maestro<br />
cada vez que se presentaba en público. Previamente, cuando un escriba le había ofrecido ser su<br />
discípulo, dispuesto a seguir donde <strong>el</strong> Maestro lo condujera, Jesús indicó la abnegación, privación y<br />
padecimientos consiguientes al servicio devoto, y de <strong>el</strong>lo resultó que <strong>el</strong> entusiasmo d<strong>el</strong> hombre pronto<br />
se esfumó. h En igual manera Jesús ahora puso a prueba la sinceridad de la ansiosa multitud. El<br />
deseaba solamente discípulos genuinos, no personas entusiasmadas hoy, pero prestas para abandonar<br />
su causa cuando mayor necesidad hubiera de sus esfuerzos y sacrificios. De esta manera los segregó:<br />
"Sí alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y<br />
aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo." No especificó que la condición para ser<br />
aceptado como discípulo suyo significaba sentir un odio o aborrecimiento literal hacia su familia; por<br />
cierto, <strong>el</strong> hombre que da cabida en su corazón al odio o cualquiera otra pasión inicua merece<br />
arrepentirse y reformarse. El precepto que aquí se enseña es la preeminencia d<strong>el</strong> deber hacia Dios<br />
sobre las exigencias personales o familiares, que debe sentir <strong>el</strong> que asume las obligaciones de un<br />
discípulo.<br />
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