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ley? ¿Cómo lees?" El hombre respondió con una admirable síntesis de los mandamientos: "Amarás al<br />
Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y<br />
a tu prójimo como a ti mismo.' :d La respuesta mereció la aprobación de Jesús, que le dijo: "Bien has<br />
respondido; haz esto y vivirás." Estas sencillas palabras contenían un reproche que <strong>el</strong> intérprete de la<br />
ley debe haber advertido, pues ponían de r<strong>el</strong>ieve la diferencia entre saber y hacer. Malogrado su plan<br />
de confundir al Maestro, y probablemente comprendiendo que él, en calidad de intérprete de la ley, no<br />
había hecho descollar su erudición con tan sencilla pregunta que él mismo contestó en seguida,<br />
mansamente quiso justificarse haciendo otra interrogación: "¿Y quién es mi prójimo?" Bien podemos<br />
estar agradecidos por la pregunta d<strong>el</strong> abogado, porque hizo brotar de la inagotable fuente de sabiduría<br />
d<strong>el</strong> Maestro, una de sus parábolas más estimadas. La historia, conocida como la Parábola d<strong>el</strong> Buen<br />
Samaritano, es la siguiente:<br />
"Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le<br />
despojaron; e hiriéndole se fueron, dejándole medio muerto. Aconteció que descendió un sacerdote<br />
por aqu<strong>el</strong> camino, y viéndole, pasó de largo. Asimismo un levita, llegando cerca de aqu<strong>el</strong> lugar, y<br />
viéndole, pasó de largo. Pero un samariíano,- que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue<br />
movido a misericordia; y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole en su<br />
cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él. Otro día al partir, sacó dos denarios, y los dio al<br />
mesonero, y le dijo: Cuídam<strong>el</strong>e; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese."<br />
Entonces Jesús le preguntó: "¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue <strong>el</strong> prójimo d<strong>el</strong> que cayó<br />
en manos de los ladrones? El dijo: El que usó de misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: Vé. y haz<br />
tú lo mismo."<br />
Podemos conceptuar que <strong>el</strong> motivo por <strong>el</strong> cual preguntó <strong>el</strong> intérprete de la ley, "¿Quién es mi<br />
prójimo?"—aparte d<strong>el</strong> ^eseo de justificarse y hallar la mejor manera de salir de una situación<br />
embarazosa—se fundaba en <strong>el</strong> deseo de buscarle un límite a la aplicación de la ley, fuera d<strong>el</strong> cual no<br />
tendría la obligación de obrar. Si tenía que amar a su prójimo como a sí mismo, procuraría <strong>el</strong> menor<br />
número posible de prójimos. Sus pensamientos pudieron haber sido semejantes a los de Pedro, que<br />
anh<strong>el</strong>aba saber precisamente cuántas veces tenía la obligación de perdonar al hermano que lo<br />
ofendiera.<br />
La parábola con la cual nuestro Señor contestó la pregunta d<strong>el</strong> abogado rebosa de interés como<br />
narración solamente, y con más particularidad porque en <strong>el</strong>la se incorporan lecciones preciosas. Y sin<br />
embargo, se acomodaba tan adecuadamente a las condiciones existentes, que, como sucede con la<br />
anécdota d<strong>el</strong> sembrador que salió a sembrar, y otras parábolas narradas por <strong>el</strong> Señor Jesús, pudo haber<br />
sido un acontecimiento real a la vez que una parábola. Era bien sabido que los salteadores de caminos<br />
infestaban <strong>el</strong> tramo entre Jerusalén y Jericó; de hecho, se daba <strong>el</strong> nombre de Vía Sangrienta a una<br />
sección de la calzada por motivo de las frecuentes atrocidades cometidas allí. Jericó descollaba prominentemente<br />
como residencia de muchos sacerdotes y levitas. El sacerdote, que por respeto a su oficio,<br />
cuando no por ninguna otra causa, debía haber estado dispuesto y presto para hacer un acto de<br />
misericordia, vio al caminante herido y se pasó d<strong>el</strong> otro lado. Siguió un levita; se detuvo brevemente<br />
para mirar, y también se pasó de largo. Estos deberían haberse acordado de los requerimientos<br />
categóricos de la ley, que si una persona veía un asno o buey caído en <strong>el</strong> camino, no debía apartarse<br />
sin ayudar al dueño a levantarlo otra vez. Si tal era su obligación hacia <strong>el</strong> animal de un prójimo,<br />
cuanto más grave su responsabilidad cuando <strong>el</strong> hermano mismo se hallaba en una situación tan crítica.<br />
Indubablemente <strong>el</strong> sacerdote y <strong>el</strong> levita tranquilizaron su conciencia con una amplia disculpa por<br />
su conducta inhumana; tal vez iban de prisa, o quizá tenían miedo de que los salteadores volviesen y<br />
<strong>el</strong>los mismos fueran víctimas de su violencia. Cuán fácil es hallar disculpas; brotan tan espontánea y<br />
abundantemente como las hierbas al lado d<strong>el</strong> camino. Cuando <strong>el</strong> samaritano pasó por allí y vio <strong>el</strong><br />
lamentable estado d<strong>el</strong> herido, no halló ninguna excusa, porque no la necesitaba. Habiendo hecho lo<br />
que pudo en materia de primeros auxilios, de acuerdo con las atenciones médicas de la época, colocó a<br />
la víctima sobre su propia bestia, probablemente una muía o asno, y lo llevo al mesón más próximo<br />
donde lo atendió personalmente e hizo arreglos para que le dieran <strong>el</strong> cuidado adicional que requiriese.<br />
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