Jesus el Cristo - Cumorah.org

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CAPITULO 26 EL MINISTERIO DE NUESTRO SEÑOR EN PEREA Y JUDEA. Del tiempo o circunstancias acompañantes en que nuestro Señor partió de Jerusalén después de la Fiesta de los Tabernáculos, el último otoño de su vida terrenal, nada nos es dicho. Los autores de los evangelios sinópticos relatan numerosos discursos, parábolas y milagros, efectuados en el curso de un viaje hacia Jerusalén, durante el cual Jesús, acompañado de los apóstoles, recorrió partes de Samaría, Perea y las regiones remotas de Judea. Leemos acerca de la presencia de Cristo en Jerusalén al tiempo de la Fiesta de la Dedicación, a unos dos o tres meses después de la Fiesta de los Tabernáculos, y es probable que durante este intervalo se efectuaron algunos de los acontecimientos que consideraremos en seguida. Cierto es que Jesús partió de Jerusalén poco después de la Fiesta de los Tabernáculos, pero no se nos informa conclusivamente si volvió a Galilea o se pasó a la región de Perea, posiblemente desviándose y cruzando la frontera de Samaría durante una breve visita. Como previamente lo hemos hecho, dedicaremos nuestro estudio principalmente a sus palabras y obras, y sólo daremos importancia pasajera al lugar, tiempo u orden cronológica de las mismas. Al acercarse el momento de su prevista traición y crucifixión, "afirmó su rostro para ir a Jerusalén", aunque, como veremos, se dirigió hacia el norte en dos ocasiones, una cuando se apartó a la región de Betábara, y nuevamente cuando fue a Efraín. ES RECHAZADO EN SAMARÍA. Jesús envió mensajeros delante de sí para anunciar su venida y hacer los preparativos para su recepción. Una de las aldeas samaritanas se negó a alojarlo y escucharlo "porque su aspecto era como de ir a Jerusalén". El prejuicio racial había sobrepujado las reglas de la hospitalidad. Contrastan desfavorablemente este desprecio y las circunstancias de su primera visita a los samaritanos, cuando lo recibieron gozosos y le rogaron que permaneciera; pero en aquella ocasión no viajaba hacia Jerusalén, antes se alejaba de la ciudad. Esta falta de respeto manifestada por los samaritanos fue más de lo que sus discípulos pudieron tolerar sin protestar. Santiago y Juan, los impulsivos "Hijos del Trueno", se resintieron tanto que desearon vengarse. "Señor—dijeron— ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo, como hizo Elias, y los consuma?" Jesús reprendió la falta de caridad expresada por sus siervos: "Vosotros no sabéis de qué espíritu sois; porque el Hijo del Hombre no ha venido para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas." Menospreciados en aquella aldea, la pequeña compañía se dirigió a otra, de acuerdo con las instrucciones dadas a los Doce sobre la manera de proceder en circunstancias semejantes. Esta demostración fue sólo una de las impresionantes lecciones que recibieron los apóstoles sobre el tema de la tolerancia, la indulgencia, caridad, paciencia y longanimidad. S. Lucas coloca en siguiente término el episodio de los tres hombres que sentían deseos, o estaban dispuestos a ser discípulos de Cristo. Parece que uno de ellos se desanimó al considerar los rigores consiguientes al ministerio; los otros deseaban ser dispensados momentáneamente del servicio, uno para asistir a los funerales de su padre, el otro para despedirse primeramente de sus amados. Esta narración, u otra semejante, aparece en el evangelio según S. Mateo en relación con otro asunto, y ya se ha considerado brevemente en estas páginas. 228

LOS SETENTA SON COMISIONADOS Y ENVIADOS. La importancia suprema del ministerio de nuestro Señor, junto con la brevedad del tiempo que le quedaba en la carne, exigía más obreros misionales. Los Doce habrían de permanecer con El hasta el fin, ya que era necesario utilizar toda hora disponible para instruirlos y capacitarlos, y de esa manera continuar preparándolos para las grandes responsabilidades que caerían sobre ellos tras la partida del Maestro. Para ayudar en la obra del ministerio, Jesús llamó y comisionó a los Setenta, a los cuales inmediatamente "envió de dos en dos delante de él a toda ciudad y lugar adonde él había de ir". La necesidad de sus servicios quedó expresada en la introducción al impresionante cometido mediante el cual fueron instruidos respecto de sus deberes. "Y les decía: La mies a la verdad es mucha, mas los obreros pocos; por tanto, rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies." Se repitieron a los Setenta muchos asuntos comprendidos en las instrucciones dadas a los Doce antes que éstos emprendieran su gira misional. Les fue dicho que debían esperar ser tratados fríamente y aun con hostilidad; su situación sería comparable a la de corderos en medio de lobos. Debían viajar sin bolsa o alforja, de modo que necesariamente tendrían que depender de la ayuda que Dios les proporcionara por conducto de aquellos entre quienes obraran. Dada la urgencia de su misión, no debían demorar en el camino para iniciar o renovar amistades personales. Al entrar en una casa debían invocar su paz sobre ella; si la familia merecía el don, tendría paz; de lo contrario, los siervos del Señor sabrían que su invocación no surtiría efecto. A toda familia que los recibiese, habían de conferir su bendición, sanando a los enfermos y proclamando que el reino de Dios había llegado a esa casa. No debían ir de una casa a otra buscando alojamiento más cómodo, ni esperar o desear ser agasajados, antes debían aceptar lo que se les ofreciera, comiendo lo que les fuera puesto por delante, compartiéndolo en esa forma con la familia. Si una ciudad los rechazaba, habían de apartarse de allí, dejando, sin embargo, su testimonio solemne de que aquella ciudad había menospreciado el reino de Dios que le fue llevado a sus puertas, y dando fe de ello sacudiendo el polvo de los pies contra ese lugar. No era su prerrogativa pronunciar un anatema o maldición, pero el Señor les aseguró que un castigo peor que la destrucción de Sodoma sobrevendría a tal ciudad. Les recordó que eran sus siervos y, por tanto, quienes los escucharan o se negaran a escucharlos serían juzgados de haber hecho lo mismo con El. A ellos no se impuso la restricción, dada a los Doce, de no entrar en los pueblos samaritanos o en las tierras de los gentiles. Esta diferencia se debió al cambio de situación, porque ahora el itinerario proyectado de Jesús lo llevaría a territorio no judío, donde su fama ya se había extendido; y además, en su plan estaba comprendido un ensanchamiento de la difusión del evangelio que finalmente se extendería por todo el mundo. Debían hacer caso omiso del estrecho prejuicio judío contra los gentiles en general y los samaritanos en particular; ¿y qué mejor prueba de esta empresa que enviar ministros autorizados a estos pueblos? Debemos tener presente el carácter progresivo de la obra del Señor. Al principio se limitó el campo de la predicación del evangelio a la tierra de Israel, pero durante la vida de nuestro Señor se inauguró el principio de su ensanchamiento; y expresamente lo mandó a sus apóstoles después de su resurrección. Debidamente instruidos, los Setenta emprendieron su misión." Al hablar de la condenación que sobrevendría a los que intencionalmente rechazaran a los siervos autorizados de Dios, surgieron en la mente de nuestro Señor tristes memorias de los desprecios que había sufrido y de las muchas almas impenitentes que vivían en las ciudades donde había efectuado tantas obras maravillosas. Con profunda tristeza pronunció los ayes que entonces se cernían sobre Corazín, Betsaida y Capernaum. VUELVEN LOS SETENTA. El tiempo que transcurrió entre la salida de los Setenta y su regreso pudo haber sido considerable, 229

CAPITULO 26<br />

EL MINISTERIO DE NUESTRO SEÑOR EN PEREA Y<br />

JUDEA.<br />

D<strong>el</strong> tiempo o circunstancias acompañantes en que nuestro Señor partió de Jerusalén después de la<br />

Fiesta de los Tabernáculos, <strong>el</strong> último otoño de su vida terrenal, nada nos es dicho. Los autores de los<br />

evang<strong>el</strong>ios sinópticos r<strong>el</strong>atan numerosos discursos, parábolas y milagros, efectuados en <strong>el</strong> curso de un<br />

viaje hacia Jerusalén, durante <strong>el</strong> cual Jesús, acompañado de los apóstoles, recorrió partes de Samaría,<br />

Perea y las regiones remotas de Judea. Leemos acerca de la presencia de <strong>Cristo</strong> en Jerusalén al tiempo<br />

de la Fiesta de la Dedicación, a unos dos o tres meses después de la Fiesta de los Tabernáculos, y es<br />

probable que durante este intervalo se efectuaron algunos de los acontecimientos que consideraremos<br />

en seguida. Cierto es que Jesús partió de Jerusalén poco después de la Fiesta de los Tabernáculos, pero<br />

no se nos informa conclusivamente si volvió a Galilea o se pasó a la región de Perea, posiblemente<br />

desviándose y cruzando la frontera de Samaría durante una breve visita. Como previamente lo hemos<br />

hecho, dedicaremos nuestro estudio principalmente a sus palabras y obras, y sólo daremos importancia<br />

pasajera al lugar, tiempo u orden cronológica de las mismas.<br />

Al acercarse <strong>el</strong> momento de su prevista traición y crucifixión, "afirmó su rostro para ir a<br />

Jerusalén", aunque, como veremos, se dirigió hacia <strong>el</strong> norte en dos ocasiones, una cuando se apartó a<br />

la región de Betábara, y nuevamente cuando fue a Efraín.<br />

ES RECHAZADO EN SAMARÍA.<br />

Jesús envió mensajeros d<strong>el</strong>ante de sí para anunciar su venida y hacer los preparativos para su<br />

recepción. Una de las aldeas samaritanas se negó a alojarlo y escucharlo "porque su aspecto era como<br />

de ir a Jerusalén". El prejuicio racial había sobrepujado las reglas de la hospitalidad. Contrastan<br />

desfavorablemente este desprecio y las circunstancias de su primera visita a los samaritanos, cuando lo<br />

recibieron gozosos y le rogaron que permaneciera; pero en aqu<strong>el</strong>la ocasión no viajaba hacia Jerusalén,<br />

antes se alejaba de la ciudad.<br />

Esta falta de respeto manifestada por los samaritanos fue más de lo que sus discípulos pudieron<br />

tolerar sin protestar. Santiago y Juan, los impulsivos "Hijos d<strong>el</strong> Trueno", se resintieron tanto que<br />

desearon vengarse. "Señor—dijeron— ¿quieres que mandemos que descienda fuego d<strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o, como<br />

hizo Elias, y los consuma?" Jesús reprendió la falta de caridad expresada por sus siervos: "Vosotros no<br />

sabéis de qué espíritu sois; porque <strong>el</strong> Hijo d<strong>el</strong> Hombre no ha venido para perder las almas de los<br />

hombres, sino para salvarlas." Menospreciados en aqu<strong>el</strong>la aldea, la pequeña compañía se dirigió a otra,<br />

de acuerdo con las instrucciones dadas a los Doce sobre la manera de proceder en circunstancias<br />

semejantes. Esta demostración fue sólo una de las impresionantes lecciones que recibieron los<br />

apóstoles sobre <strong>el</strong> tema de la tolerancia, la indulgencia, caridad, paciencia y longanimidad.<br />

S. Lucas coloca en siguiente término <strong>el</strong> episodio de los tres hombres que sentían deseos, o estaban<br />

dispuestos a ser discípulos de <strong>Cristo</strong>. Parece que uno de <strong>el</strong>los se desanimó al considerar los rigores<br />

consiguientes al ministerio; los otros deseaban ser dispensados momentáneamente d<strong>el</strong> servicio, uno<br />

para asistir a los funerales de su padre, <strong>el</strong> otro para despedirse primeramente de sus amados. Esta<br />

narración, u otra semejante, aparece en <strong>el</strong> evang<strong>el</strong>io según S. Mateo en r<strong>el</strong>ación con otro asunto, y ya<br />

se ha considerado brevemente en estas páginas.<br />

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