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de todos. Por consiguiente, cuando se extendió la noticia de que ahora podía ver, provocó mucha<br />
agitación y comentarios. Algunos dudaban que <strong>el</strong> hombre con quien hablaban fuera <strong>el</strong> mismo<br />
mendigo ciego; pero él los aseguró respecto de su identidad y les refirió la forma en que había<br />
recibido la vista. Llevaron <strong>el</strong> hombre a los fariseos, quienes lo interrogaron minuciosamente; y<br />
habiendo escuchado su r<strong>el</strong>ato d<strong>el</strong> milagro, intentaron destruir su fe con la insinuación de que Jesús no<br />
podía haber sido enviado de Dios porque había efectuado la obra en un día de reposo. Algunos de los<br />
que se hallaban presentes se opusieron a la conclusión de los fariseos, y preguntaron: "¿Cómo puede<br />
un hombre pecador hacer estas señales?" Se interrogó al hombre concerniente a su opinión personal<br />
de Jesús, y les contestó en <strong>el</strong> acto: "Es profeta." Sabía que su Benefactor era más que un ser mortal<br />
ordinario; sin embargo, hasta esos momentos nada sabía de que El fuera <strong>el</strong> <strong>Cristo</strong>.<br />
Los judíos inquisidores temían que como resultado de esta maravillosa curación <strong>el</strong> pueblo apoyara<br />
a Jesús, a quien los magistrados resu<strong>el</strong>tamente deseaban destruir. Consideraron la posibilidad de que<br />
tal vez <strong>el</strong> hombre no había sido verdaderamente ciego, y habiendo llamado a sus padres, éstos<br />
contestaron sus preguntas afirmando que efectivamente era su hijo y sabían que había nacido ciego;<br />
pero no quisieron opinar cómo había recibido la vista, o por intervención de quién, sabiendo que los<br />
magistrados habían decretado que se expulsara de la sinagoga—o como lo diríamos hoy, excomulgar<br />
de la Iglesia—a cualquiera que confesara que Jesús era <strong>el</strong> <strong>Cristo</strong>. Con perspicacia justificable los<br />
padres contestaron, refiriéndose a su hijo: "Edad tiene, preguntadle a él."<br />
Comp<strong>el</strong>idos a reconocer, para sí por lo menos, que <strong>el</strong> hecho y manera de la restauración de la vista<br />
al hombre se basaban en evidencia irrefutable, los astutos judíos llamaron de nuevo al hombre y<br />
arteramente le dijeron: "Da gloría a Dios; nosotros sabemos que ese hombre es pecador." Les contestó<br />
osadamente, y con una lógica tan pertinente, que por completo sobrepujó su habilidad como<br />
inquisidores: "Si es pecador, no lo sé; una cosa sé, que habiendo sido yo ciego, ahora veo."<br />
Propiamente se negó a entablar una discusión con sus eruditos interrogantes sobre lo que constituía <strong>el</strong><br />
pecado, de acuerdo con la interpretación que <strong>el</strong>los daban a la ley. No quiso hablar de lo que no sabía;<br />
pero de una cosa sí estaba f<strong>el</strong>iz y agradecidamente seguro: que estando ciego en otro tiempo, ahora<br />
podía ver.<br />
Los inquisidores farisaicos entonces insistieron en que <strong>el</strong> hombre repitiera su r<strong>el</strong>ato de los medios<br />
utilizados en la curación, probablemente con <strong>el</strong> sutil propósito de provocarlo a que dijese algo<br />
incongruente o contradictorio. A esto respondió enfáticamente, y posiblemente con un poco de<br />
impaciencia: "Ya os lo he dicho, y no habéis querido oír; 11 ¿por qué lo queréis oir otra vez? ¿Queréis<br />
también vosotros haceros sus discípulos?" Llenos de ira reprendieron e injuriaron al hombre; la irónica<br />
insinuación de que tal vez querían hacerse discípulos de Jesús constituía un insulto que no podían<br />
tolerar. "Tú eres su discípulo—le dijeron—pero nosotros discípulos de Moisés somos. Nosotros<br />
sabemos que Dios ha hablado a Moisés; pero respecto a ése, no sabemos de dónde sea." Los enfurecía<br />
<strong>el</strong> hecho de que este mendigo ignorante hablara tan osadamente en su augusta presencia; pero <strong>el</strong><br />
hombre podía más que todos <strong>el</strong>los. Sus respuestas los encolerizaba porque les echaba en cara su<br />
preciado conocimiento, y sin embargo, eran incontrovertibles. "Pues esto es lo maravilloso —les<br />
declaró—que vosotros no sepáis de dónde sea, y a mí me abrió los ojos. Y sabemos que Dios no oye a<br />
los pecadores; pero si alguno es temeroso de Dios, y hace su voluntad, a ése oye. Desde <strong>el</strong> principio no<br />
se ha oído decir que alguno abriese los ojos a uno que nació ciego. Si éste no viniera de Dios, nada<br />
podría hacer."<br />
Semejante afrenta por parte de un laico no tenía precedente en toda la tradición de los rabinos o<br />
escribas. Su denunciante respuesta, débil e inadecuada, fue: "Tú naciste d<strong>el</strong> todo en pecado, ¿y nos<br />
enseñas a nosotros?" Incapacitados para contender por medio de argumentos o demostraciones con <strong>el</strong><br />
que en otro tiempo fue un limosnero ciego, sí podían, por lo menos, ejercer su autoridad oficial, aun<br />
cuando injusta, excomulgándolo; y esto hicieron sin más dilación. "Oyó Jesús que le habían<br />
expulsado; y hallándole, le dijo: ¿Crees tú en <strong>el</strong> Hijo de Dios? Respondió él y dijo: ¿Quién es, Señor,<br />
para que crea en él? Le dijo Jesús: Pues le has visto, y <strong>el</strong> que habla contigo, él es. Y él dijo: Creo,<br />
Señor; y le adoró."<br />
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