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tenían. "Linaje de Abraham somos—gritaron'—-y jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices<br />
tú: Seréis libres?" Envu<strong>el</strong>tos en su fanatismo desenfrenado olvidaban la esclavitud de Egipto, la<br />
cautividad de Babilonia y pasaban por alto su situación como vasallos de Roma. No sólo incurrían en<br />
la mentira con decir que Isra<strong>el</strong> nunca había conocido la esclavitud, sino que manifestaban su<br />
ignorancia lamentablemente.<br />
Jesús les aclaró que no se refería al aspecto meramente físico o político de la libertad, aunque ése<br />
era <strong>el</strong> concepto que habían indicado con su falsa afirmación. La libertad que El proclamaba era<br />
espiritual; y la pesada carga de la que ofrecía librarlos era la esclavitud d<strong>el</strong> pecado. A sus jactanciosas<br />
palabras de que eran hombres libres, no esclavos, El contestó: "De cierto, de cierto os digo, que todo<br />
aqu<strong>el</strong> que hace pecado, esclavo es d<strong>el</strong> pecado." Como pecadores, cada uno de <strong>el</strong>los estaba bajo <strong>el</strong> yugo<br />
de la esclavitud. Les recordó que al siervo le era permitido entrar en la casa d<strong>el</strong> amo sólo para hacer<br />
sus quehaceres; no tenía <strong>el</strong> derecho inherente de permanecer allí; su amo podía hacerlo salir en<br />
cualquier momento y aun venderlo a otro; pero <strong>el</strong> hijo de la familia disponía, por su propio derecho, de<br />
un lugar en la casa de su padre. De manera que si <strong>el</strong> Hijo d<strong>el</strong> Hombre los libertaba, serían libres en<br />
verdad. Aunque eran d<strong>el</strong> linaje de Abraham según la carne, no eran sus herederos según <strong>el</strong> espíritu o<br />
las obras. Al mencionar nuestro Señor que su Padre y <strong>el</strong> de <strong>el</strong>los eran distintos, le reclamaron irritados:<br />
"Nuestro Padre es Abraham." Jesús contestó: "Si fueseis hijos de Abraham, las obras de Abraham<br />
haríais. Pero ahora procuráis matarme a mí, hombre que os he hablado la verdad, la cual he oído de<br />
Dios; no hizo esto Abraham. Vosotros hacéis las obras de vuestro padre." Cegados por la ira,<br />
aparentemente subentendieron en esto la insinuación de que aun cuando eran hijos de la familia de<br />
Abraham, otro hombre, aparte d<strong>el</strong> patriarca, había sido su progenitor verdadero, o que no eran de<br />
sangre isra<strong>el</strong>ita pura. "Nosotros no nacimos de fornicación—gritaron—un padre tenemos, que es<br />
Dios." Y Jesús les dijo: "Si vuestro padre fuese Dios, ciertamente me amaríais; porque yo de Dios he<br />
salido, y he venido; pues no he venido de mí mismo, sino que él me envió."<br />
No pudieron entender sus palabras por motivo de su porfiada indisposición de escuchar<br />
imparcialmente. Con vehemente acusación Jesús les declaró de quién realmente eran hijos, pues así lo<br />
comprobaban los rasgos hereditarios que se manifestaban en sus vidas: "Vosotros sois de vuestro<br />
padre <strong>el</strong> diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. El ha sido homicida desde <strong>el</strong> principio, y<br />
no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla;<br />
porque es mentiroso, y padre de mentira. 3 Y a mí, porque digo la verdad, no me creéis." Los desafió a<br />
que hallaran pecado en El; y entonces les preguntó por qué, si les hablaba la verdad, insistían en no<br />
creerlo. Contestando su propia interrogación, les dijo que no eran de Dios, y consiguientemente, no<br />
entendían las palabras de Dios. La lógica d<strong>el</strong> Maestro era inexpugnable y sus aserciones, concisas,<br />
convincentes e irrebatibles. Con ira impotente los judios desconcertados recurrieron al vituperio y la<br />
calumnia: "¿No decimos bien nosotros, que tú eres samaritano y que tienes demonio?"—le gritaron.<br />
Previamente lo habían tildado de galileo, apodo medianamente despreciativo y designación acertada,<br />
según <strong>el</strong> conocimiento que tenían; pero <strong>el</strong> epíteto "samaritano" era nacido d<strong>el</strong> odio, 8 y su aplicación<br />
tenía por objeto repudiarlo como judío.<br />
La acusación de "endemoniado no fue sino una repetición de calumnias anteriores. "Respondió<br />
Jesús: Yo no tengo demonio, antes honro a mí Padre; y vosotros me deshonráis." Cambiando <strong>el</strong> tema<br />
de sus palabras a las riquezas eternas que su evang<strong>el</strong>io ofrecía, <strong>el</strong> Maestro continuó: "De cierto, de<br />
cierto os digo, que <strong>el</strong> que guarda mi palabra, nunca verá muerte." Esta declaración sólo los irritó má.s s<br />
y clamaron: "Ahora conocemos que tienes demonio." Y como evidencia de lo que <strong>el</strong>los consideraban<br />
su locura, le citaron <strong>el</strong> hecho de que no obstante la grandeza de Abraham y los profetas, todos habían<br />
muerto; y sin embargo, Jesús se atrevía a decir que cuantos obedecieran sus palabras serían librados de<br />
la muerte. ¿Era su pretensión exaltarse o hacerse superior a Abraham y los profetas? "¿Quién te haces<br />
a ti mismo?"— le preguntaron. Respondiendo, <strong>el</strong> Señor negó que buscaba alguna honra; su gloria no<br />
era de sí mismo, sino <strong>el</strong> don de su Padre al cual El conocía; y si negaba que conocía al Padre, sería<br />
mentiroso como <strong>el</strong>los. Refiriéndose a la r<strong>el</strong>ación que existía entre El y <strong>el</strong> gran patriarca de su raza,<br />
Jesús afirmó y subrayó su propia supremacía en estos términos: "Abraham vuestro padre se gozó de<br />
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