Jesus el Cristo - Cumorah.org
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CAPITULO 25 JESÚS VUELVE A JERUSALEN. LA PARTIDA DE GALILEA. Nada se ha escrito acerca de las obras de nuestro Señor durante su breve permanencia en Galilea, tras su regreso de la región de Cesárea de Filipo, aparte de las instrucciones que dio a los apóstoles. En lo relacionado con el pueblo en general, su ministerio en Galilea virtualmente había concluido con su discurso en Capernaum, al volver allí después de efectuar la milagrosa alimentación de los cinco mil y el prodigio de andar sobre el mar. En Capernaum muchos de los discípulos se habían apartado del Maestro, 6 y ahora, después de otra breve visita, hizo los preparativos para apartarse de la región donde había efectuado tan grande parte de su obra pública. Era otoño; hacía seis meses que los apóstoles habían vuelto de su gira misional, y se acercaba la Fiesta de los Tabernáculos. Algunos de los parientes de Jesús vinieron a El y le propusieron que fuese a Jerusalén y aprovechase la oportunidad ofrecida por la gran celebración nacional para darse a conocer más extensamente de lo que había hecho hasta entonces. Sus hermanos—así son designados los parientes que lo visitaron—lo instaron a que buscara un campo más amplio y prominente que la región de Galilea para manifestar sus facultades, indicándole la incongruencia de que un hombre se mantuviera en obscuridad comparativa cuando deseaba ser ampliamente conocido. "Manifiéstate al mundo"—le aconsejaron. Cualesquiera que hayan sido sus motivos, sus hermanos ciertamente no le sugirieron que buscara esta publicidad más extensa porque sintieran celo por su misión divina; por cierto, se nos dice expresamente que no creían en El. Jesús respondió a su impertinente consejo: "Mi tiempo aún no ha llegado, mas vuestro tiempo siempre está presto. No puede el mundo aborreceros a vosotros; mas a mí me aborrece, porque yo testifico de él, que sus obras son malas. Subid vosotros a la fiesta; yo no subo todavía a esa fiesta, porque mi tiempo aún no se ha cumplido." No era de ellos la prerrogativa de dirigir sus movimientos, o precisar la hora en que debía efectuarse ni lo que al fin y al cabo El tenía proyectado realizar." Claramente les hizo ver que entre su condición y la de El había una diferencia esencial; ellos eran del mundo, al cual amaban como el mundo los amaba a ellos; pero Jesús era aborrecido por causa de su testimonio. Esta conversación entre Jesús y sus hermanos ocurrió en Galilea. Poco después éstos se dirigieron a Jerusalén sin El. No les dijo que no asistiría a la fiesta, sino únicamente: "Yo no subo todavía a esa fiesta, porque mi tiempo aún no se ha cumplido." Pasado algún tiempo, El los siguió, pero no viajó "abiertamente, sino como en secreto". Si fue solo, o lo acompañaron los Doce o parte de ellos, nada sabemos. EN LA FIESTA DE LOS TABERNÁCULOS. El interés manifestado en Jerusalén sobre las probabilidades de que si Jesús asistiría a la fiesta indica el grado de agitación en que se hallaba el sentimiento público. Sus hermanos, a quienes la gente probablemente interrogó, no pudieron dar ninguna información definitiva en cuanto a su venida. Lo buscaron entre la multitud, y surgieron muchas discusiones y algunas disputas en relación con El. Un número de ellos expresó su convicción de que era un hombre bueno, mientras que otros contradecían, afirmando que era un engañador. Sin embargo, era poco lo que se discutía en público, porque tenían miedo de incurrir en el desagrado de los magistrados. De acuerdo con la forma en que se estableció originalmente, la celebración de la Fiesta de los Tabernáculos duraba siete días, al final de los cuales se verificaba una convocación sagrada el día 216
octavo. En cada uno de estos días se efectuaban servicios especiales y en algunos respectos distintivos, pero todos señalados por ceremonias de hacimiento de gracias y alabanzas. 1 "A la mitad de la fiesta— probablemente el tercer o cuarto día—subió Jesús al templo y enseñaba." No se ha escrito la primera parte de su discurso, pero nos es indicada su excelencia doctrinal a través de la sorpresa expresada por los maestros judíos que se preguntaban unos a otros: "¿Cómo sabe éste letras, sin haber estudiado?" No era uno de los graduados de sus escuelas; jamás se había sentado a los pies de sus rabinos; ninguno de ellos lo había acreditado oficialmente ni licenciado para predicar. ¿De dónde, pues, el origen de su sabiduría, ante la cual todos sus conocimientos académicos eran como nada? Jesús contestó sus inquietantes dudas, declarando: "Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió. El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta." Su Maestro, mayor aún que Jesús, era el Padre Eterno, cuya voluntad El proclamaba. El experimento propuesto para determinar la verdad de su doctrina fue justo en todo respecto, pero a la vez sencillo; cualquiera que sinceramente tratara de obedecer la voluntad del Padre sabría para sí mismo si Jesús proponía la verdad o el engaño. g El Maestro entonces explicó que si un hombre hablaba por su propia autoridad solamente, su objeto sería engrandecerse a sí mismo. Jesús no hacía esto, sino que honraba a su Maestro, su Padre, su Dios, no a sí mismo; de modo que no llevaba esa mancha del orgullo egoísta o la injusticia. Moisés les había dado la ley y sin embargo, según lo afirmó Jesús, ninguno de ellos la guardaba. Entonces abruptamente les dirigió una pregunta: "¿Poi qué procuráis matarme?" En muchas ocasiones los principales se habían aconsejado unos con otros sobre la manera en que pudieran lograr que el Cristo cayera en sus manos para quitarle la vida; pero creían que este sanguinario secreto no era conocido sino entre ellos mismos. La gente había oído las insidiosas afirmaciones de la jerarquía oficial, de que Jesús era víctima de un demonio y que efectuaba sus milagros por el poder de Beelzebú; y bajo la influencia de esta calumnia blasfema, exclamaron: "Demonio tienes; ¿quién procura matarte?" Jesús sabía que las dos categorías de supuestas infracciones que servían de fundamento a los tenaces esfuerzos de los magistrados para condenarlo en la opinión del público, y de ese modo volver al pueblo en contra de El, eran la violación del día de reposo y la blasfemia. En una de sus visitas anteriores a Jerusalén El había sanado en día de reposo a un afligido, además de lo cual había desconcertado por completo a sus hipercríticos acusadores, los cuales aun entonces buscaron la manera de darle muerte. Jesús ahora se refirió a este acto de misericordia y poder, diciendo: "Una obra hice, y todos os maravilláis." Aparentemente todavía estaban titubeando, indecisos si debían aceptarlo por causa del milagro, o denunciarlo porque lo había efectuado en un día de reposo. Entonces les mostró la incongruencia de acusarlo de violar el día santo por haber obrado en él un acto misericordioso, cuando la ley de Moisés expresamente permitía los actos compasivos, y aun requería que el rito obligatorio de la circuncisión no se aplazara por motivo del día de reposo. "No juzguéis según las apariencias—les dijo—sino juzgad con justo juicio." Las masas todavía estaban divididas en cuanto a su opinión de Jesús, y además, la indecisión de sus oficiales los confundía. Algunos de los judíos de Jerusalén sabían acerca del complot para apresarlo y, de ser posible, matarlo; y ahora éstos se preguntaban por qué no se hacía algo mientras se hallaba allí, enseñando públicamente, donde los magistrados podían echar mano de El. Pensaban si acaso las autoridades o jerarquía oficial habían llegado a creer, por lo menos, que Jesús era efectivamente el Mesías. Sin embargo, tales pensamientos se desvanecieron cuando recordaron que todos sabían de dónde procedía; era galileo, y más aún, de Nazaret. Por otra parte, se les había enseñado, aun cuando equívocamente, que el advenimiento del Cristo iba a ser tan misterioso, que nadie sabría de dónde habría de venir. Cuán extraño que los hombres lo hayan rechazado por esta falta del elemento milagroso y misterioso en su venida; mientras que si tan sólo hubieran sabido la verdad, habrían visto en su nacimiento un milagro sin precedente o paralelo en los anales de todas las épocas. Jesús contestó en forma directa a su razonamiento débil y deficiente. Alzando la voz dentro de los patios del templo, les aseguró que aun cuando sabían de dónde había venido, tomándolo por uno de 217
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pero todos señalados por ceremonias de hacimiento de gracias y alabanzas. 1 "A la mitad de la fiesta—<br />
probablemente <strong>el</strong> tercer o cuarto día—subió Jesús al templo y enseñaba." No se ha escrito la primera<br />
parte de su discurso, pero nos es indicada su exc<strong>el</strong>encia doctrinal a través de la sorpresa expresada por<br />
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No era uno de los graduados de sus escu<strong>el</strong>as; jamás se había sentado a los pies de sus rabinos; ninguno<br />
de <strong>el</strong>los lo había acreditado oficialmente ni licenciado para predicar. ¿De dónde, pues, <strong>el</strong> origen de su<br />
sabiduría, ante la cual todos sus conocimientos académicos eran como nada? Jesús contestó sus<br />
inquietantes dudas, declarando: "Mi doctrina no es mía, sino de aqu<strong>el</strong> que me envió. El que quiera<br />
hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta." Su<br />
Maestro, mayor aún que Jesús, era <strong>el</strong> Padre Eterno, cuya voluntad El proclamaba. El experimento<br />
propuesto para determinar la verdad de su doctrina fue justo en todo respecto, pero a la vez sencillo;<br />
cualquiera que sinceramente tratara de obedecer la voluntad d<strong>el</strong> Padre sabría para sí mismo si Jesús<br />
proponía la verdad o <strong>el</strong> engaño. g El Maestro entonces explicó que si un hombre hablaba por su propia<br />
autoridad solamente, su objeto sería engrandecerse a sí mismo. Jesús no hacía esto, sino que honraba a<br />
su Maestro, su Padre, su Dios, no a sí mismo; de modo que no llevaba esa mancha d<strong>el</strong> <strong>org</strong>ullo egoísta<br />
o la injusticia. Moisés les había dado la ley y sin embargo, según lo afirmó Jesús, ninguno de <strong>el</strong>los la<br />
guardaba.<br />
Entonces abruptamente les dirigió una pregunta: "¿Poi qué procuráis matarme?" En muchas<br />
ocasiones los principales se habían aconsejado unos con otros sobre la manera en que pudieran lograr<br />
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conocido sino entre <strong>el</strong>los mismos. La gente había oído las insidiosas afirmaciones de la jerarquía<br />
oficial, de que Jesús era víctima de un demonio y que efectuaba sus milagros por <strong>el</strong> poder de<br />
Be<strong>el</strong>zebú; y bajo la influencia de esta calumnia blasfema, exclamaron: "Demonio tienes; ¿quién<br />
procura matarte?"<br />
Jesús sabía que las dos categorías de supuestas infracciones que servían de fundamento a los<br />
tenaces esfuerzos de los magistrados para condenarlo en la opinión d<strong>el</strong> público, y de ese modo volver<br />
al pueblo en contra de El, eran la violación d<strong>el</strong> día de reposo y la blasfemia. En una de sus visitas<br />
anteriores a Jerusalén El había sanado en día de reposo a un afligido, además de lo cual había<br />
desconcertado por completo a sus hipercríticos acusadores, los cuales aun entonces buscaron la<br />
manera de darle muerte. Jesús ahora se refirió a este acto de misericordia y poder, diciendo: "Una obra<br />
hice, y todos os maravilláis." Aparentemente todavía estaban titubeando, indecisos si debían aceptarlo<br />
por causa d<strong>el</strong> milagro, o denunciarlo porque lo había efectuado en un día de reposo. Entonces les<br />
mostró la incongruencia de acusarlo de violar <strong>el</strong> día santo por haber obrado en él un acto misericordioso,<br />
cuando la ley de Moisés expresamente permitía los actos compasivos, y aun requería que <strong>el</strong> rito<br />
obligatorio de la circuncisión no se aplazara por motivo d<strong>el</strong> día de reposo. "No juzguéis según las<br />
apariencias—les dijo—sino juzgad con justo juicio."<br />
Las masas todavía estaban divididas en cuanto a su opinión de Jesús, y además, la indecisión de<br />
sus oficiales los confundía. Algunos de los judíos de Jerusalén sabían acerca d<strong>el</strong> complot para<br />
apresarlo y, de ser posible, matarlo; y ahora éstos se preguntaban por qué no se hacía algo mientras se<br />
hallaba allí, enseñando públicamente, donde los magistrados podían echar mano de El. Pensaban si<br />
acaso las autoridades o jerarquía oficial habían llegado a creer, por lo menos, que Jesús era<br />
efectivamente <strong>el</strong> Mesías. Sin embargo, tales pensamientos se desvanecieron cuando recordaron que<br />
todos sabían de dónde procedía; era galileo, y más aún, de Nazaret. Por otra parte, se les había<br />
enseñado, aun cuando equívocamente, que <strong>el</strong> advenimiento d<strong>el</strong> <strong>Cristo</strong> iba a ser tan misterioso, que<br />
nadie sabría de dónde habría de venir. Cuán extraño que los hombres lo hayan rechazado por esta falta<br />
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habrían visto en su nacimiento un milagro sin precedente o paral<strong>el</strong>o en los anales de todas las épocas.<br />
Jesús contestó en forma directa a su razonamiento débil y deficiente. Alzando la voz dentro de los<br />
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