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Jesus el Cristo - Cumorah.org

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la gloria de Dios"—dijo Pablo en la antigüedad—y Juan <strong>el</strong> Apóstol añadió su testimonio en estos<br />

términos: "Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está<br />

en nosotros."<br />

¿Quién puede impugnar la justicia de Dios, que niega la salvación a todo aqu<strong>el</strong> que no quiere<br />

cumplir con las condiciones prescritas, las cuales declaran que no se puede obtener de ninguna otra<br />

manera? <strong>Cristo</strong> es "autor de eterna salvación para todos los que le obedecen", y Dios "pagará a cada<br />

uno conforme a sus obras: vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e<br />

inmortalidad, pero ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad sino que obedecen<br />

a la injusticia; tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo."<br />

He aquí, pues, la necesidad de un Redentor; porque sin El <strong>el</strong> género humano permanecería para<br />

siempre en un estado caído y quedaría inevitablemente perdido en lo que respecta a la esperanza de<br />

progreso eterno. Se ha dispuesto la probación terrenal como oportunidad para ad<strong>el</strong>antar; pero son tan<br />

grandes las dificultades y los p<strong>el</strong>igros, tan fuerte la influencia de la maldad en <strong>el</strong> mundo, y tan débil <strong>el</strong><br />

hombre para resistirla, que sin la ayuda de un poder superior al humano, ningún alma podría volver a<br />

Dios, d<strong>el</strong> cual vino. La necesidad de un Redentor estriba en la incapacidad d<strong>el</strong> hombre de <strong>el</strong>evarse de<br />

lo físico a lo espiritual, d<strong>el</strong> reino más bajo al más alto.<br />

Para este concepto, no nos faltan analogías en <strong>el</strong> mundo natural. Reconocemos una distinción<br />

fundamental entre la materia viviente y la inanimada, entre lo <strong>org</strong>ánico y lo in<strong>org</strong>ánico, entre <strong>el</strong><br />

mineral muerto por una parte y la planta o animal viviente por la otra. Dentro de las limitaciones de su<br />

orden, <strong>el</strong> mineral muerto se desarrolla por la acreción de la substancia y puede alcanzar una condición<br />

de estructura y forma r<strong>el</strong>ativamente perfectas, como la que se ve en <strong>el</strong> cristal. Pero la substancia<br />

mineral, aunque obran favorablemente sobre <strong>el</strong>la las fuerzas de la naturaleza—la luz, <strong>el</strong> calor, la<br />

<strong>el</strong>ectricidad, energía y otras—nunca puede llegar a ser un <strong>org</strong>anismo viviente; ni tampoco pueden los<br />

<strong>el</strong>ementos muertos entrar en los tejidos de la planta, como parte esencial de la misma, mediante alguna<br />

combinación química separada de la vida. Sin embargo, la planta, que es de un orden mayor, envía sus<br />

pequeñas raíces a la tierra, extiende sus hojas hacia la atmósfera y por medio de estos órganos absorbe<br />

las disoluciones de la tierra e inspira los gases d<strong>el</strong> aire, y de esta materia inerte <strong>el</strong>abora los tejidos de<br />

su maravillosa estructura. Ninguna partícula mineral, ninguna substancia química muerta jamás ha<br />

llegado a ser <strong>el</strong>emento constituyente de un tejido <strong>org</strong>ánico sino por la intervención de la vida.<br />

Tal vez, con algún provecho, podríamos extender la analogía un paso más. La planta es incapaz de<br />

<strong>el</strong>evar su propio tejido al niv<strong>el</strong> animal. Aun cuando, según <strong>el</strong> orden aceptado de la naturaleza, "<strong>el</strong> reino<br />

animal" debe depender d<strong>el</strong> "reino vegetal" para subsistir, la substancia de la planta llega a ser parte d<strong>el</strong><br />

<strong>org</strong>anismo animal únicamente al grado que éste desciende de su niv<strong>el</strong> más alto, y por medio de su<br />

propia acción incorpora <strong>el</strong> compuesto vegetal a sí mismo. A su vez, la materia animal jamás puede<br />

llegar a ser, ni transitoriamente, parte d<strong>el</strong> cuerpo humano, sino al grado que <strong>el</strong> hombre viviente lo<br />

asimila y, por <strong>el</strong> procedimiento vital de su propia existencia, momentáneamente <strong>el</strong>eva a un niv<strong>el</strong> más<br />

<strong>el</strong>evado de su propia existencia la substancia d<strong>el</strong> animal que le sirvió de alimento. Desde luego, se admite<br />

que la comparación que aquí se presenta es defectuosa, si se lleva más allá de los límites<br />

razonables de la aplicación; porque la <strong>el</strong>evación de la materia mineral al niv<strong>el</strong> de la planta, <strong>el</strong> tejido<br />

vegetal al niv<strong>el</strong> d<strong>el</strong> animal y la <strong>el</strong>evación de cualquiera de éstos al niv<strong>el</strong> humano, no es sino un cambio<br />

provisional; y con la disolución de los tejidos mayores, la materia que los compone cae de nuevo al<br />

niv<strong>el</strong> de lo inanimado y lo muerto. Sin embargo, como ilustración, quizá la analogía no carezca<br />

completamente de valor.<br />

Por tanto, a fin de que <strong>el</strong> hombre pueda avanzar de su actual estado caído y r<strong>el</strong>ativamente<br />

degenerado a la condición más <strong>el</strong>evada de la vida espiritual, debe intervenir una fuerza mayor que la<br />

suya. Mediante la operación de las leyes que existen en un reino más alto, se puede ayudar y <strong>el</strong>evar al<br />

hombre; él, de sí mismo y sin ayuda, no puede salvarse por sus propios esfuerzos. Es<br />

incuestionablemente esencial un Redentor y Salvador d<strong>el</strong> género humano para la realización d<strong>el</strong> plan<br />

d<strong>el</strong> Padre Eterno de "llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna d<strong>el</strong> hombre"; y ese Redentor y<br />

Salvador es Jesús <strong>el</strong> <strong>Cristo</strong>, aparte d<strong>el</strong> cual no hay ni puede haber otro.<br />

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