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Jesus el Cristo - Cumorah.org

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CAPITULO 24<br />

DEL SOL A LAS SOMBRAS.<br />

Cuando nuestro Señor bajo de la santidad d<strong>el</strong> Monte de la Transfiguración, fue más que un cambio<br />

físico de una altura mayor a una menor; reprentó un paso de la luz d<strong>el</strong> sol a las sombras, de la<br />

refulgente gloria d<strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o a la neblina de las pasiones mundanas y la incredulidad humana; señaló <strong>el</strong><br />

principio de su rápido descenso al valle de la humillación. De su comunicación sublime con ministros<br />

divinamente señalados, de su comunión suprema con su Padre y Dios, Jesús bajó para hallar una<br />

escena de confusión desalentadora y un espectáculo de dominio diabólico ante <strong>el</strong> cual aun sus<br />

apóstoles se encontraban angustiadamente impotentes. El contraste debe haber causado una aflicción<br />

sobrehumana a su alma sensitiva y pura; aun a nosotros nos deja azorados <strong>el</strong> breve r<strong>el</strong>ato.<br />

CURACIÓN DEL JOVEN ENDEMONIADO.<br />

Jesús y los tres apóstoles volvieron d<strong>el</strong> monte a la siguiente mañana de la Transfiguración, hecho<br />

que apoya la suposición de que la gloriosa manifestación ocurrió durante la noche. Al pie d<strong>el</strong> monte, o<br />

cerca de allí, <strong>el</strong> grupo encontró a los otros apóstoles rodeados de una multitud de personas entre las<br />

cuales estaban presentes algunos escribas o rabinos. Eran palpables las señales de disputas y agitación<br />

en <strong>el</strong> grupo, y los apóstoles definitivamente estaban a la defensiva. A la llegada repentina de Jesús,<br />

muchos corrieron a recibirlo con saludos respetuosos. A los escribas contenciosos preguntó: "¿Qué<br />

disputáis con <strong>el</strong>los?", y de esta manera asumió <strong>el</strong> tema de la polémica, cualquiera que haya sido,<br />

r<strong>el</strong>evando a los discípulos abrumados de seguir tomando parte activa. Los escribas callaron; su valor<br />

se había esfumado al aparecer <strong>el</strong> Maestro. Un hombre, "uno de la multitud", dio la respuesta. aun<br />

cuando en forma indirecta. "Maestro—dijo, arrodillándose a los pies de <strong>Cristo</strong>—traje a ti mi hijo, que<br />

tiene un espíritu mudo, <strong>el</strong> cual, dondequiera que le toma, le sacude; y echa espumarajos y cruje los<br />

dientes, y se va secando; y dije a tus discípulos que lo echasen fuera, y no pudieron."<br />

Es evidente que la inhabilidad de los discípulos para sanar al joven afligido trajo sobre <strong>el</strong>los la<br />

crítica, mofas y vituperios hostiles de los escribas incrédulos; y su bochorno debe haberse<br />

intensificado al pensar en que por causa de <strong>el</strong>los se había impugnado la autoridad y poder de su Señor.<br />

Acongojado en espíritu a causa de <strong>el</strong>los—otro ejemplo de la ausencia de la fe y consiguiente falta de<br />

poder entre sus siervos escogidos y ordenados—Jesús profirió una exlamación de tristeza intensa:<br />

"¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo os he de soportar?" Estas palabras de palpable reprensión,<br />

pese a su carácter benigno y compasivo, fueron habladas principalmente a los apóstoles; y si las<br />

dirigió exclusivamente a <strong>el</strong>los, o incluyó también a otros, poco importa. De acuerdo con las<br />

instrucciones de Jesús, le llevaron <strong>el</strong> joven afligido, y <strong>el</strong> demonio atormentador, encontrándose en la<br />

presencia d<strong>el</strong> Maestro, arrebató a su joven víctima con un paroxismo tan terrible, que <strong>el</strong> muchacho<br />

cayó a tierra revolcándose y echando espumarajos. Con pausada d<strong>el</strong>iberación, que contrastó<br />

notablemente con la impaciencia d<strong>el</strong> angustiado padre, Jesús preguntó cuándo le había sobrevenido al<br />

joven aqu<strong>el</strong> azote. "Desde niño—contestó <strong>el</strong> padre—y muchas veces le echa en <strong>el</strong> fuego y en <strong>el</strong> agua<br />

para matarle." Con ansiedad patética le imploró: "Si puedes hacer algo, ten misericordia de nosotros, y<br />

ayúdanos." Notemos que <strong>el</strong> hombre habló de la aflicción de su hijo como si él mismo estuviera<br />

padeciendo juntamente. "Ayúdanos" — le imploró.<br />

A la expresión calificativa, "si puedes hacer algo", que indicaba alguna incertidumbre de que <strong>el</strong><br />

Maestro le pudiera conceder lo que pedía—y quizá resultó en parte d<strong>el</strong> fracaso de los apóstoles—Jesús<br />

contestó: "Si puedes creer; y añadió luego: "Al que cree todo le es posible." El entendimiento d<strong>el</strong><br />

hombre fue iluminado; hasta ese momento había creído que todo dependía de Jesús, y ahora<br />

comprendió que <strong>el</strong> problema descansaba principalmente en él. Es digno de notar que <strong>el</strong> Señor<br />

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