Jesus el Cristo - Cumorah.org

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03.05.2015 Views

pasajes de las Escrituras confirman el hecho de que únicamente los justos saldrán en las primeras épocas de la resurrección que aún está por consumarse; pero la palabra revelada irrefutablemente establece el hecho de que todos los muertos, a su vez, van a reasumir cuerpos de carne y huesos. La afirmación directa del Salvador debiera ser terminante: "De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán. . . . No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación." Los apóstoles de la antigüedad enseñaron la doctrina de la resurrección universal, e igual cosa hicieron los profetas nefitas; y las revelaciones consiguientes a la dispensación actual confirman el mismo asunto. Aun los paganos que no han conocido a Dios saldrán de sus sepulcros; y por motivo de que habrán vivido y muerto sin conocer la ley salvadora, se ha dispuesto un medio de darles a conocer el plan de salvación. "Y entonces serán redimidas las naciones paganas, y los que no conocieron ninguna ley tendrán parte en la primera resurrección." Jacob, profeta nefita, enseñó la universalidad de la resurrección y explicó la necesidad absoluta de un Redentor, sin el cual se habrían frustrado los fines de Dios con respecto a la creación del hombre. Sus palabras constituyen un resumen conciso y vigoroso de la verdad revelada que se relaciona directamente con nuestro tema presente: "Porque como la muerte ha pasado a todo hombre para cumplir el misericordioso designio del Gran Creador, también es necesario que haya un poder de resurrección, y la resurrección debe venir al hombre por motivo de la caída; y la caída vino a causa de la transgresión; y por haber caído el hombre, fue desterrado de la presencia del Señor. Por tanto, deberá ser una expiación infinita, porque si no fuera infinita, esta corrupción no podría vestirse de incorrupción. De modo que el primer juicio que cayó sobre el hombre habría durado eternamente. Y siendo así, esta carne tendría que pudrirse y desmenuzarse en su madre tierra, para no levantarse jamás. ¡Oh la sabiduría de Dios! ¡Su misericordia y gracia! Porque he aquí, si la carne no se levantara más, nuestros espíritus quedarían sujetos a aquel ángel que cayó de la presencia del Dios eterno, y se convirtió en diablo, para no levantarse más. Y nuestros espíritus habrían llegado a ser como él, y nosotros seríamos diablos, ángeles de un diablo, separados de la presencia de nuestro Dios para quedar con el padre de las mentiras, en miseria como él; sí, semejantes a aquel ser que engañó a nuestros primeros padres, quien se hace aparecer como un ángel de luz, e incita a los hijos de los hombres a combinaciones secretas de asesinatos y a toda especie de obras secretas de tinieblas. ¡Oh cuán grande es la bondad de nuestro Dios, que nos prepara el camino para que escapemos de las garras de ese terrible monstruo, muerte e infierno, que llamo la muerte del cuerpo, y también la muerte del espíritu. Y a causa del plan de redención de nuestro Dios, el Santo de Israel, esta muerte de que he hablado, que es la temporal, entregará sus muertos; y esta muerte es la tumba. Y la muerte de que he hablado, que es la muerte espiritual entregará sus muertos; y esta muerte espiritual es el infierno. De modo que la muerte y el infierno han de entregar sus muertos: el infierno ha de entregar sus espíritus cautivos, y la tumba sus cuerpos cautivos, y los cuerpos y los espíritus de los hombres serán restaurados el uno al otro; y se hará por el poder de la resurrección del Santo de Israel. ¡Oh cuán grande es el plan de nuestro Dios! Porque por otro lado, el paraíso de Dios ha de entregar los espíritus de los justos, y la tumba los cuerpos de los justos; y los espíritus y los cuerpos serán restaurados de nuevo unos a otros, y todos los hombres se tornarán incorruptibles e inmortales; y serán almas vivientes, con un conocimiento perfecto parecido al que tenemos en la carne, salvo que nuestro conocimiento será perfecto." Las Escrituras testifican terminantemente que por aplicarse la expiación a la transgresión individual, el pecador puede obtener la absolución, si cumple con las leyes y ordenanzas comprendidas en el evangelio de Jesucristo. En vista de que el perdón de los pecados no puede recibirse de ninguna otra manera—pues no hay ni en el cielo ni en la tierra ningún otro nombre sino el de Jesucristo en el cual puede venir la salvación a los hijos de los hombres—toda alma necesita la intercesión del Salvador, porque todos han pecado. "Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de 20

la gloria de Dios"—dijo Pablo en la antigüedad—y Juan el Apóstol añadió su testimonio en estos términos: "Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros." ¿Quién puede impugnar la justicia de Dios, que niega la salvación a todo aquel que no quiere cumplir con las condiciones prescritas, las cuales declaran que no se puede obtener de ninguna otra manera? Cristo es "autor de eterna salvación para todos los que le obedecen", y Dios "pagará a cada uno conforme a sus obras: vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad, pero ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad sino que obedecen a la injusticia; tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo." He aquí, pues, la necesidad de un Redentor; porque sin El el género humano permanecería para siempre en un estado caído y quedaría inevitablemente perdido en lo que respecta a la esperanza de progreso eterno. Se ha dispuesto la probación terrenal como oportunidad para adelantar; pero son tan grandes las dificultades y los peligros, tan fuerte la influencia de la maldad en el mundo, y tan débil el hombre para resistirla, que sin la ayuda de un poder superior al humano, ningún alma podría volver a Dios, del cual vino. La necesidad de un Redentor estriba en la incapacidad del hombre de elevarse de lo físico a lo espiritual, del reino más bajo al más alto. Para este concepto, no nos faltan analogías en el mundo natural. Reconocemos una distinción fundamental entre la materia viviente y la inanimada, entre lo orgánico y lo inorgánico, entre el mineral muerto por una parte y la planta o animal viviente por la otra. Dentro de las limitaciones de su orden, el mineral muerto se desarrolla por la acreción de la substancia y puede alcanzar una condición de estructura y forma relativamente perfectas, como la que se ve en el cristal. Pero la substancia mineral, aunque obran favorablemente sobre ella las fuerzas de la naturaleza—la luz, el calor, la electricidad, energía y otras—nunca puede llegar a ser un organismo viviente; ni tampoco pueden los elementos muertos entrar en los tejidos de la planta, como parte esencial de la misma, mediante alguna combinación química separada de la vida. Sin embargo, la planta, que es de un orden mayor, envía sus pequeñas raíces a la tierra, extiende sus hojas hacia la atmósfera y por medio de estos órganos absorbe las disoluciones de la tierra e inspira los gases del aire, y de esta materia inerte elabora los tejidos de su maravillosa estructura. Ninguna partícula mineral, ninguna substancia química muerta jamás ha llegado a ser elemento constituyente de un tejido orgánico sino por la intervención de la vida. Tal vez, con algún provecho, podríamos extender la analogía un paso más. La planta es incapaz de elevar su propio tejido al nivel animal. Aun cuando, según el orden aceptado de la naturaleza, "el reino animal" debe depender del "reino vegetal" para subsistir, la substancia de la planta llega a ser parte del organismo animal únicamente al grado que éste desciende de su nivel más alto, y por medio de su propia acción incorpora el compuesto vegetal a sí mismo. A su vez, la materia animal jamás puede llegar a ser, ni transitoriamente, parte del cuerpo humano, sino al grado que el hombre viviente lo asimila y, por el procedimiento vital de su propia existencia, momentáneamente eleva a un nivel más elevado de su propia existencia la substancia del animal que le sirvió de alimento. Desde luego, se admite que la comparación que aquí se presenta es defectuosa, si se lleva más allá de los límites razonables de la aplicación; porque la elevación de la materia mineral al nivel de la planta, el tejido vegetal al nivel del animal y la elevación de cualquiera de éstos al nivel humano, no es sino un cambio provisional; y con la disolución de los tejidos mayores, la materia que los compone cae de nuevo al nivel de lo inanimado y lo muerto. Sin embargo, como ilustración, quizá la analogía no carezca completamente de valor. Por tanto, a fin de que el hombre pueda avanzar de su actual estado caído y relativamente degenerado a la condición más elevada de la vida espiritual, debe intervenir una fuerza mayor que la suya. Mediante la operación de las leyes que existen en un reino más alto, se puede ayudar y elevar al hombre; él, de sí mismo y sin ayuda, no puede salvarse por sus propios esfuerzos. Es incuestionablemente esencial un Redentor y Salvador del género humano para la realización del plan del Padre Eterno de "llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre"; y ese Redentor y Salvador es Jesús el Cristo, aparte del cual no hay ni puede haber otro. 21

pasajes de las Escrituras confirman <strong>el</strong> hecho de que únicamente los justos saldrán en las primeras<br />

épocas de la resurrección que aún está por consumarse; pero la palabra rev<strong>el</strong>ada irrefutablemente<br />

establece <strong>el</strong> hecho de que todos los muertos, a su vez, van a reasumir cuerpos de carne y huesos. La<br />

afirmación directa d<strong>el</strong> Salvador debiera ser terminante: "De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y<br />

ahora es, cuando los muertos oirán la voz d<strong>el</strong> Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán. . . . No os<br />

maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los<br />

que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de<br />

condenación."<br />

Los apóstoles de la antigüedad enseñaron la doctrina de la resurrección universal, e igual cosa<br />

hicieron los profetas nefitas; y las rev<strong>el</strong>aciones consiguientes a la dispensación actual confirman <strong>el</strong><br />

mismo asunto. Aun los paganos que no han conocido a Dios saldrán de sus sepulcros; y por motivo de<br />

que habrán vivido y muerto sin conocer la ley salvadora, se ha dispuesto un medio de darles a conocer<br />

<strong>el</strong> plan de salvación. "Y entonces serán redimidas las naciones paganas, y los que no conocieron<br />

ninguna ley tendrán parte en la primera resurrección."<br />

Jacob, profeta nefita, enseñó la universalidad de la resurrección y explicó la necesidad absoluta de<br />

un Redentor, sin <strong>el</strong> cual se habrían frustrado los fines de Dios con respecto a la creación d<strong>el</strong> hombre.<br />

Sus palabras constituyen un resumen conciso y vigoroso de la verdad rev<strong>el</strong>ada que se r<strong>el</strong>aciona<br />

directamente con nuestro tema presente:<br />

"Porque como la muerte ha pasado a todo hombre para cumplir <strong>el</strong> misericordioso designio d<strong>el</strong><br />

Gran Creador, también es necesario que haya un poder de resurrección, y la resurrección debe venir al<br />

hombre por motivo de la caída; y la caída vino a causa de la transgresión; y por haber caído <strong>el</strong> hombre,<br />

fue desterrado de la presencia d<strong>el</strong> Señor. Por tanto, deberá ser una expiación infinita, porque si no<br />

fuera infinita, esta corrupción no podría vestirse de incorrupción. De modo que <strong>el</strong> primer juicio que<br />

cayó sobre <strong>el</strong> hombre habría durado eternamente. Y siendo así, esta carne tendría que pudrirse y<br />

desmenuzarse en su madre tierra, para no levantarse jamás. ¡Oh la sabiduría de Dios! ¡Su misericordia<br />

y gracia! Porque he aquí, si la carne no se levantara más, nuestros espíritus quedarían sujetos a aqu<strong>el</strong><br />

áng<strong>el</strong> que cayó de la presencia d<strong>el</strong> Dios eterno, y se convirtió en diablo, para no levantarse más. Y<br />

nuestros espíritus habrían llegado a ser como él, y nosotros seríamos diablos, áng<strong>el</strong>es de un diablo,<br />

separados de la presencia de nuestro Dios para quedar con <strong>el</strong> padre de las mentiras, en miseria como<br />

él; sí, semejantes a aqu<strong>el</strong> ser que engañó a nuestros primeros padres, quien se hace aparecer como un<br />

áng<strong>el</strong> de luz, e incita a los hijos de los hombres a combinaciones secretas de asesinatos y a toda<br />

especie de obras secretas de tinieblas. ¡Oh cuán grande es la bondad de nuestro Dios, que nos prepara<br />

<strong>el</strong> camino para que escapemos de las garras de ese terrible monstruo, muerte e infierno, que llamo la<br />

muerte d<strong>el</strong> cuerpo, y también la muerte d<strong>el</strong> espíritu. Y a causa d<strong>el</strong> plan de redención de nuestro Dios,<br />

<strong>el</strong> Santo de Isra<strong>el</strong>, esta muerte de que he hablado, que es la temporal, entregará sus muertos; y esta<br />

muerte es la tumba. Y la muerte de que he hablado, que es la muerte espiritual entregará sus muertos;<br />

y esta muerte espiritual es <strong>el</strong> infierno. De modo que la muerte y <strong>el</strong> infierno han de entregar sus muertos:<br />

<strong>el</strong> infierno ha de entregar sus espíritus cautivos, y la tumba sus cuerpos cautivos, y los cuerpos y<br />

los espíritus de los hombres serán restaurados <strong>el</strong> uno al otro; y se hará por <strong>el</strong> poder de la resurrección<br />

d<strong>el</strong> Santo de Isra<strong>el</strong>. ¡Oh cuán grande es <strong>el</strong> plan de nuestro Dios! Porque por otro lado, <strong>el</strong> paraíso de<br />

Dios ha de entregar los espíritus de los justos, y la tumba los cuerpos de los justos; y los espíritus y los<br />

cuerpos serán restaurados de nuevo unos a otros, y todos los hombres se tornarán incorruptibles e<br />

inmortales; y serán almas vivientes, con un conocimiento perfecto parecido al que tenemos en la<br />

carne, salvo que nuestro conocimiento será perfecto."<br />

Las Escrituras testifican terminantemente que por aplicarse la expiación a la transgresión<br />

individual, <strong>el</strong> pecador puede obtener la absolución, si cumple con las leyes y ordenanzas<br />

comprendidas en <strong>el</strong> evang<strong>el</strong>io de Jesucristo. En vista de que <strong>el</strong> perdón de los pecados no puede<br />

recibirse de ninguna otra manera—pues no hay ni en <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o ni en la tierra ningún otro nombre sino <strong>el</strong><br />

de Jesucristo en <strong>el</strong> cual puede venir la salvación a los hijos de los hombres—toda alma necesita la<br />

intercesión d<strong>el</strong> Salvador, porque todos han pecado. "Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de<br />

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