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principio de la autoridad divina en <strong>el</strong> Santo Sacerdocio y la comisión de la presidencia. En la literatura<br />
judía no es fuera de lo común referirse a las llaves como figura simbólica de poder y autoridad; y así<br />
como se entendía perfectamente en esa época también es de uso generalmente corriente en la<br />
actualidad. 1 En igual manera eran comunes en aqu<strong>el</strong>los días, como lo son ahora, las analogías de atar y<br />
desatar para indicar hechos oficiales, particularmente con r<strong>el</strong>ación a funciones judiciales. La<br />
presidencia de Pedro entre los apóstoles se manifestó abundantemente, y fue generalmente reconocida<br />
después que llegó a su fin la vida terrenal de nuestro Señor. De modo que fue quien habló por los<br />
Once en la reunión en la cual se <strong>el</strong>igió al sucesor d<strong>el</strong> traidor Iscariote; <strong>el</strong> que tomó la palabra por sus<br />
hermanos al tiempo de la conversión pentecostal; <strong>el</strong> mismo que abrió las puertas de la Iglesia a los<br />
gentiles, 5 y durante todo <strong>el</strong> período apostólico descolló su posición como director.<br />
La confesión mediante la cual los apóstoles afirmaron su aceptación de Jesús como <strong>el</strong> <strong>Cristo</strong>, <strong>el</strong><br />
Hijo d<strong>el</strong> Dios viviente, es evidencia de que efectivamente poseían <strong>el</strong> espíritu d<strong>el</strong> Santo Apostolado,<br />
mediante <strong>el</strong> cual se convirtieron en testigos particulares de su Señor. Sin embargo, no había llegado <strong>el</strong><br />
momento de una proclamación general de su testimonio, ni llegó sino hasta después que <strong>Cristo</strong> hubo<br />
salido de la tumba como Personaje resucitado e inmortal. Por lo pronto se les recomendó "que a nadie<br />
dijesen que él era Jesús <strong>el</strong> <strong>Cristo</strong>". La proclamación de Jesús como <strong>el</strong> Mesías, particularmente por<br />
boca de los apóstoles—a quienes se conocía públicamente de ser sus discípulos y compañeras más<br />
íntimos—o una asunción formal d<strong>el</strong> título mesiánico por parte de El, habría agravado la hostilidad de<br />
los oficiales eclesiásticos, la cual ya se había convertido en seria interrupción, cuando no en una<br />
amenaza efectiva, al ministerio d<strong>el</strong> Salvador; y fácilmente podrían haberse provocado levantamientos<br />
sediciosos contra <strong>el</strong> gobierno político de Roma. El hecho de que la nación judía no estaba preparada<br />
para aceptar a su Señor parece haber constituido otra razón más profunda para la recomendación impuesta<br />
a los Doce; y si <strong>el</strong> pueblo lo rechazaba por carecer de este conocimiento, vendría sobre él un<br />
grado menor de culpabilidad que si lo menospreciara sin ninguna excusa. La misión particular de los<br />
apóstoles, en una época entonces futura, sería proclamar a todas las naciones que Jesús era <strong>el</strong> <strong>Cristo</strong><br />
crucificado y resucitado.<br />
Sin embargo, desde <strong>el</strong> día de la confesión de Pedro, Jesús instruyó a los Doce más plenamente, y<br />
con mayor intimidad, respecto de los futuros acontecimientos de su misión, y particularmente en lo<br />
que concernía a su muerte señalada. En ocasiones anteriores se había referido a la cruz en presencia de<br />
<strong>el</strong>los, así como a su muerte, sepultura y ascensión próximas; pero en cada uno de estos casos lo hizo<br />
en sentido figurado, hasta cierto punto, y si acaso le entendieron, debe haber sido en forma imperfecta.<br />
Desde ahora en ad<strong>el</strong>ante, sin embargo, comenzó a mostrarles, y con frecuencia subsiguiente a explicarles<br />
claramente, "que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los<br />
principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto y resucitar al tercer día".<br />
Pedro quedó pasmado al oir esta inequívoca declaración y, cediendo al impulso, discutió con<br />
Jesús, o como lo expresan dos de los evang<strong>el</strong>istas, "comenzó a reconvenirle", al grado de decirle: "En<br />
ninguna manera esto te acontezca." El Señor se volvió a <strong>el</strong> con una reprensión severa: "¡Quítate de<br />
d<strong>el</strong>ante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de<br />
los hombres." 1 ' Las palabras de Pedro fueron dirigidas al <strong>el</strong>emento humano de la naturaleza de <strong>Cristo</strong>;<br />
y esta insinuación—de que faltara a su cometido—d<strong>el</strong> hombre que tan distintamente había honrado<br />
pocos momentos antes, hirió los sensibles sentimientos de Jesús. Pedro vio principalmente como ven<br />
los hombres, no entendiendo, sino en forma imperfecta, los propósitos más profundos de Dios. Aun<br />
cuando merecida, la reprensión administrada fue severa. La imprecación, "Quítate de d<strong>el</strong>ante de mí,<br />
Satanás", fue la misma que se dirigió al propio tentador que había intentado seducir a Jesús de su<br />
sendero <strong>el</strong>egido, 1 y la provocación en ambos casos fue similar en algunos respectos: la tentación de<br />
<strong>el</strong>udir <strong>el</strong> sacrificio y <strong>el</strong> sufrimiento —aun cuando ésta era la manera requerida para redimir al<br />
mundo—y seguir un camino de mayor comodidad. Las duras palabras de Jesús muestran la profunda<br />
emoción causada por <strong>el</strong> desatinado esfuerzo de Pedro de aconsejar, si bien no tentar, a su Señor.<br />
Además de los Doce que se hallaban inmediatamente próximos a la persona d<strong>el</strong> Señor, había otros<br />
cerca de allí, y parece que aun hasta en estos lugares remotos, muy distantes de los límites de<br />
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