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hombre ejerce esa facultad d<strong>el</strong>egada por conducto de agencias secundarias, y con la ayuda de<br />
maquinaria complicada. Es limitado <strong>el</strong> poder que <strong>el</strong> hombre ejerce en los ob'rtos nara sus propios<br />
fines. De conformidad con la maldición provocada por la caída de Adán—que sobrevino como<br />
resultado de la transgresión—lo que <strong>el</strong> hombre ha de lograr tiene que ser por la fuerza de sus<br />
músculos, <strong>el</strong> sudor de su rostro y <strong>el</strong> empeño de su mente. Su mandato no es más que una onda sonora<br />
que se pierde en <strong>el</strong> aire, a menos que vaya acompañado d<strong>el</strong> trabajo. Por medio d<strong>el</strong> Espíritu que emana<br />
de la propia Persona Divina y se extiende por todo <strong>el</strong> espacio, inmediatamente surte efecto <strong>el</strong> mandato<br />
de Dios.<br />
No sólo <strong>el</strong> hombre, sino también la tierra y las fuerzas <strong>el</strong>ementales que a <strong>el</strong>la pertenecen, cayeron<br />
bajo la maldición adámica; 11 y así como la iierra cesó de producir únicamente frutos buenos y útiles, y<br />
dio de su substancia para nutrir cardos y espinas, en igual manera las varias fuerzas de la naturaleza<br />
dejaron de ser agentes obedientes d<strong>el</strong> hombre, regidos por su dominio directo. Lo que llamamos<br />
fuerzas naturales—calor, luz, <strong>el</strong>ectricidad, afinidad química—no son sino un puñado de las<br />
manifestaciones de la energía eterna por medio de las cuales se llevan a efecto los propósitos d<strong>el</strong><br />
Creador; y estas cuantas son las que <strong>el</strong> hombre puede dirigir y utilizar, pero únicamente por medio de<br />
aparatos mecánicos y fórmulas físicas. Sin embargo, <strong>el</strong> mundo ha de ser "renovado y recibirá su gloria<br />
paradisíaca"; y entonces la tierra, <strong>el</strong> agua, <strong>el</strong> aire y las fuerzas que obran en <strong>el</strong>los obedecerán en <strong>el</strong> acto<br />
<strong>el</strong> mandato d<strong>el</strong> hombre glorificado como en la actualidad responden a la palabra d<strong>el</strong> Creador.<br />
LOS DEMONIOS SON EXPULSADOS.<br />
Jesús y los discípulos que lo acompañaban llegaron a las playas orientales d<strong>el</strong> lago, o sea la región<br />
de Perea, territorio conocido como <strong>el</strong> país de los gadarenos o gergesenos. No se ha podido identificar<br />
<strong>el</strong> sitio preciso, pero evidentemente se trataba de un distrito campestre apartado de las ciudades. 11 Al<br />
salir de la barca, se acercaron al grupo dos endemoniados gravemente atormentados por espíritus<br />
malignos. S. Mateo declara que eran dos, mientras que los otros escritores no mencionan sino uno; es<br />
posible que uno de los dos afligidos se hallaba en peor condición que su compañero, y a tal grado, que<br />
figura más prominentemente en la narración, o quizá uno de los dos huyó mientras que <strong>el</strong> otro<br />
permaneció. El endemoniado se hallaba en una situación atroz. Tan violenta se había vu<strong>el</strong>to su<br />
demencia, y tan potente la fuerza física consiguiente a su locura, que había fracasado todo intento de<br />
sujetarlo. Lo habían atado con cadenas y grillos, pero los había hecho pedazos con la ayuda de la<br />
fuerza diabólica y había huido a las montañas, a las cuevas que servían de sepulcros, y allí había<br />
vivido más bien como bestia salvaje que como hombre. De día y de noche se oían sus gritos lúgubres y<br />
aterradores, y por temor de encontrarlo, la gente viajaba por otros caminos más bien que pasar cerca<br />
de sus guaridas. Erraba desnudo de sitio en sitio, y en medio de su violencia frecuentemente se hería la<br />
carne con filosas piedras.<br />
Viendo a Jesús, <strong>el</strong> infortunado corrió hacia El, e imp<strong>el</strong>ido por <strong>el</strong> poder d<strong>el</strong> demonio que lo<br />
sujetaba, se postró d<strong>el</strong>ante de <strong>Cristo</strong>, clamando al mismo tiempo a gran voz: "¿Qué tienes conmigo,<br />
Jesús, Hijo d<strong>el</strong> Dios Altísimo?" Cuando Jesús les mandó salir, uno o más de los espíritus inmundos<br />
suplicaron, a través de la voz d<strong>el</strong> hombre, que no se les molestara, y con presunción blasfema<br />
exclamaron: "Te conjuro por Dios que no me atormentes." Hallamos en S. Mateo esta otra pregunta<br />
que le hicieron a Jesús: "¿Has venido acá para atormentarnos antes de tiempo?" Los demonios que<br />
habían tomado posesión de aqu<strong>el</strong> hombre y ahora lo dominaban, reconocieron al Maestro, a quien<br />
sabían que tenían que obedecer; pero rogaron que no se les molestara hasta que llegara <strong>el</strong> tiempo<br />
decretado de su castigo final.<br />
Jesús preguntó: "¿Cómo te llamas?"; y los demonios dentro d<strong>el</strong> hombre respondieron: "Legión me<br />
llamo; porque somos muchos." Aquí se pone de r<strong>el</strong>ieve <strong>el</strong> hecho de la dualidad o multipersonalidad<br />
d<strong>el</strong> hombre. A tal grado lo habían poseído los espíritus malos, que ya no podía distinguir entre su<br />
personalidad individual y la de <strong>el</strong>los. Los demonios imploraron que Jesús no los desterrase de aqu<strong>el</strong><br />
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