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estos poderes." A los que lo negaban, <strong>el</strong> rey aterrado contestó: "Este es Juan, <strong>el</strong> que yo decapité, que<br />
ha resucitado de los muertos."<br />
Así llegó a su fin la vida d<strong>el</strong> profeta-sacerdote, precursor directo de Jesucristo; así fue callada la<br />
voz terrenal de aqu<strong>el</strong> que había proclamado con vehemencia en <strong>el</strong> desierto: "Preparad <strong>el</strong> camino d<strong>el</strong><br />
Señor." Después de muchos siglos nuevamente se ha oído su voz, como de uno que ha sido redimido y<br />
resucitado; y de nuevo se ha sentido <strong>el</strong> contacto de sus manos en esta dispensación de restauración y<br />
cumplimiento. En mayo de 1829 les apareció un personaje resucitado a José Smith y Oliverio<br />
Cówdery, <strong>el</strong> cual les declaró que era Juan, conocido en la antigüedad como <strong>el</strong> Bautista, y poniendo sus<br />
manos sobre los dos jóvenes les confirió <strong>el</strong> Sacerdocio de Aarón, en <strong>el</strong> cual está comprendida la<br />
autoridad para predicar y administrar <strong>el</strong> evang<strong>el</strong>io de arrepentimiento y <strong>el</strong> bautismo por inmersión para<br />
la remisión de pecados.<br />
EN EL HOGAR DE SIMÓN EL FARISEO.<br />
"Y uno de los fariseos rogó a Jesús que comiese con él. Y habiendo entrado en casa d<strong>el</strong> fariseo, se<br />
sentó a la mesa."<br />
A juzgar por <strong>el</strong> lugar que este suceso ocupa en la narración de S. Lucas, parece que pudo haber<br />
ocurrido <strong>el</strong> mismo día de la visita de los mensajeros de Juan. Jesús aceptó la invitación d<strong>el</strong> fariseo, así<br />
como había aceptado las invitaciones de otros, incluso aun las de los publícanos y aqu<strong>el</strong>los que los<br />
rabinos tachaban de pecadores. Según parece, su recibimiento en la casa de Simón se vio algo<br />
desprovisto de calor, hospitalidad y atención respetuosa. La narración indica que <strong>el</strong> anfitrión actuó con<br />
cierta condescendencia. Era la costumbre de la época tratar a un huésped distinguido con atenciones<br />
especiales: recibirlo con un beso de bienvenida, proveerle agua para lavarse <strong>el</strong> polvo de los pies, y<br />
aceite para la unción d<strong>el</strong> cab<strong>el</strong>lo de la cabeza y de la barba. Simón había hecho caso omiso de todas<br />
estas cortesías. Jesús tomó su lugar, probablemente sobre uno de los divanes o lechos en que solían<br />
medio sentarse y medio recostarse para comer. En esta posición, los pies de la persona quedaban fuera<br />
de la mesa. Aparte de estos hechos r<strong>el</strong>acionados con las costumbres de la época, también deberá<br />
tenerse presente que no había ese derecho de propiedad privada que hoy conocemos para proteger las<br />
casas contra la intrusión. En aqu<strong>el</strong>los días no era cosa fuera de lo común en Palestina que un visitante,<br />
y hasta un desconocido—usualmente hombres, sin embargo— entrasen en una casa a la hora de la<br />
comida, observaran lo que estaba sucediendo y aun se pusieran a conversar con los huéspedes, y todo<br />
esto sin que hubieran sido llamados o invitados.<br />
Entre aqu<strong>el</strong>los que llegaron a la casa de Simón mientras estaban comiendo, iba una mujer; y la<br />
presencia de una mujer, aunque no precisamente una impropiedad social, sí era un poco fuera de lo<br />
común y algo difícil de impedir en tales ocasiones. Pero esta persona era de la clase caída, una mujer<br />
que había sido impúdica, y que ahora tenía que soportar, como parte d<strong>el</strong> castigo de sus pecados, <strong>el</strong><br />
desprecio exterior y <strong>el</strong> ostracismo virtual de aqu<strong>el</strong>los que se preciaban de ser moralmente superiores.<br />
Se acercó a Jesús, a espaldas de El, y se inclinó para besarle los pies, como señal de humildad por<br />
parte de <strong>el</strong>la y homenaje respetuoso para El. Pudo haber sido una de las que habían escuchado sus<br />
palabras de gracia, posiblemente dichas ese mismo día: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y<br />
cargados, y yo os haré descansar." Cualquiera que haya sido su motivo, ciertamente llegó en un estado<br />
de arrepentimiento y profunda contrición. Al inclinarse sobre los pies de Jesús, los bañó con sus<br />
lágrimas. Aparentemente sin reparar en <strong>el</strong> lugar donde se encontraba o en los ojos que vigilaban sus<br />
movimientos con desaprobación, se deshizo las trenzas y secó los pies d<strong>el</strong> Señor con su cab<strong>el</strong>lo.<br />
Entonces, abriendo un frasco de alabastro con perfume, se los ungió, como haría un esclavo a su amo.<br />
Sin reproches o interrupción, Jesús graciosamente permitió que la mujer continuara su humilde<br />
servicio, inspirado por la contrición y amor reverente.<br />
Simón había estado observando todo aqu<strong>el</strong>lo; de alguna manera se había enterado de la clase de<br />
mujer que era, y aunque no en alta voz, pensó dentro de sí: "Este, si fuera profeta, conocería quién y<br />
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