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incertidumbre en lo que respecta al orden verdadero de lo sucedido.<br />
"Después de algunos días" de haber sanado al leproso, Jesús volvió a Capernaum. No se<br />
especifican los detalles de lo que hizo en <strong>el</strong> intervalo, pero podemos estar seguros de que continuó su<br />
obra, pues su ocupación característica fue andar haciendo bienes.<br />
Era bien conocido <strong>el</strong> lugar donde moraba en Capernaum, y pronto se cundió la noticia de que se<br />
hallaba en casa." Se reunió una multitud numerosa, a tal grado que no había lugar para dar cabida a<br />
todos; aun la entrada se llenó de gente y los que llegaron tarde no pudieron acercarse al Maestro A<br />
cuantos alcanzaban a oír su voz, Jesús predicó <strong>el</strong> evang<strong>el</strong>io. Un pequeño grupo de cuatro personas se<br />
acercó a la casa llevando una camilla o lecho, sobre <strong>el</strong> cual yacía un hombre que padecía de una<br />
especie de parálisis que privaba a la persona de su facultad de movimiento voluntario y usualmente de<br />
expresión; <strong>el</strong> hombre estaba impotente. Sus amigos, chasqueados al ver que no podían llegar a Jesús<br />
por causa de la multitud, recurrieron a un expediente singular que manifestó en forma inequívoca su fe<br />
en que <strong>el</strong> Señor podía reprender y contener las enfermedades, así como su determinación de solicitar<br />
de sus manos la bendición deseada.<br />
De alguna manera llevaron al hombre enfermo al tejado, probablemente usando la escalinata por <strong>el</strong><br />
exterior de la casa, o con la ayuda de una escalera, posiblemente entrando en una casa contigua,<br />
subiendo al tejado y pasando de allí al de la casa donde Jesús estaba enseñando. Quitaron parte de las<br />
tejas o ampliaron la trampa cerradiza que tenían las casas de aqu<strong>el</strong>la época, y con gran sorpresa de la<br />
multitud reunida, bajaron por <strong>el</strong> tejado <strong>el</strong> lecho sobre <strong>el</strong> cual se hallaba <strong>el</strong> paralítico. Jesús quedó<br />
profundamente impresionado por la fe y hechos' de aqu<strong>el</strong>los que se habían afanado tanto para colocar<br />
al impotente paralítico d<strong>el</strong>ante de El. Indudablemente sabía de la fe implícita que moraba en <strong>el</strong><br />
corazón d<strong>el</strong> enfermo y, mirando lleno de compasión al hombre, declaró: "Hijo, tus pecados te son<br />
perdonados."<br />
Entre la multitud reunida había escribas, fariseos y doctores de la ley, no solamente representantes<br />
de la sinagoga local, sino algunos que habían venido de los pueblos lejanos de Galilea, y otros de<br />
Judea y aun desde Jesrusalén. La jerarquía oficial había impugnado a nuestro Señor y sus obras en<br />
ocasiones anteriores, y su presencia en aqu<strong>el</strong>la casa en esta oportunidad presagiaba más crítica hostil y<br />
posiblemente obstrucción. Al oír las palabras dirigidas al paralítico, se enojaron. Dentro de su corazón<br />
acusaron a Jesús de blasfemar, ofensa terrible que consiste principalmente en atribuir al poder humano<br />
o diabólico las prerrogativas de Dios, o deshonrar a Dios imputándole atributos que no alcanzan la<br />
perfección. 3 Estos eruditos incrédulos que incesantemente escribían y hablaban de la venida d<strong>el</strong><br />
Mesías, y sin embargo, lo rechazaron, estando allí presente, murmuraron en silencio, pensando dentro<br />
de sí: "¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios?" Entendiendo sus pensamientos secretos,"<br />
Jesús les dijo: "¿Por qué caviláis así en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: Tus<br />
pecados te son perdonados, o decirle: Levántate, toma tu lecho y anda?" Entonces para recalcar y<br />
establecer en forma inexpugnable que poseía la autoridad divina, añadió: "Pues para que sepáis que <strong>el</strong><br />
Hijo d<strong>el</strong> Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dijo al paralítico): A ti te digo:<br />
Levántate, toma tu lecho, y vete a tu casa." El hombre se levantó, completamente restablecido; y<br />
recogiendo <strong>el</strong> lecho sobre <strong>el</strong> cual había sido traído, salió de allí andando. El asombro de la gente se<br />
confundió con la reverencia, y muchos de <strong>el</strong>los glorificaron a Dios, de cuyo poder habían sido testigos.<br />
El acontecimiento anterior merece un estudio más amplio. De acuerdo con una de las narraciones,<br />
las primeras palabras d<strong>el</strong> Señor al paralítico fueron: "Ten ánimo, hijo"; y a éstas añadió en seguida la<br />
afirmación de consu<strong>el</strong>o y autoridad: "Tus pecados te son perdonados." El hombre probablemente se<br />
hallaba dominado por <strong>el</strong> temor; tal vez sabía que su aflicción era <strong>el</strong> resultado de prácticas inicuas; y sin<br />
embargo, aun cuando quizá había pensado en la posibilidad de sólo recibir una reprensión por haber<br />
transgredido, tuvo la fe suficiente para hacerse llevar. En la situación de este hombre era palpable que<br />
existía una r<strong>el</strong>ación estrecha entre sus pecados anteriores y sus padecimientos presentes; y en este<br />
particular, su caso no fue <strong>el</strong> único, pues leemos que <strong>Cristo</strong> amonestó a otros que sanó, a no pecar más,<br />
no fuera que les sobreviniera alguna cosa peor. No obstante, no hay justificación para suponer que<br />
todas las enfermedades corporales vienen como consecuencia d<strong>el</strong> pecado; y contradicen tal concepto<br />
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