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Jesus el Cristo - Cumorah.org

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hora en que <strong>Cristo</strong> había dicho: "Tu hijo vive." La creencia d<strong>el</strong> hombre maduró rápidamente y él y<br />

toda su casa aceptaron <strong>el</strong> evang<strong>el</strong>io. 3 Este fue <strong>el</strong> segundo milagro efectuado por Jesús mientras estuvo<br />

en Cana, aunque en este caso <strong>el</strong> receptor de la bendición se hallaba en Capernaum.<br />

LA FAMA DE NUESTRO SEÑOR SE EXTENDIÓ POR TODA LA REGIÓN.<br />

Durante un período, indefinido en cuanto a su duración, enseñó en las sinagogas de los pueblos y<br />

era recibido con gozo y "glorificado por todos". Entonces volvió a Nazaret, su hogar anterior, y según<br />

su costumbre asistió a los servicios de la sinagoga <strong>el</strong> día de reposo. Muchas veces, como niño y como<br />

hombre, se había sentado en aqu<strong>el</strong>la casa de oración y escuchado a los lectores designados que leían la<br />

ley y los profetas y los comentarios o tárgumes r<strong>el</strong>acionados con <strong>el</strong>los; pero ahora, como maestro<br />

reconocido de edad legal, El podía tomar <strong>el</strong> lugar d<strong>el</strong> lector. En esta ocasión, al llegar los servicios a<br />

ese punto en que se leían a la congregación algunos extractos de los libros proféticos, se puso de pie<br />

para leer. El ministro encargado le dio <strong>el</strong> rollo o libro de Isaías, <strong>el</strong> cual abrió en la parte conocida por<br />

nosotros como <strong>el</strong> capítulo 61 y leyó: "El Espíritu d<strong>el</strong> Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido<br />

para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar<br />

libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar <strong>el</strong> año<br />

agradable d<strong>el</strong> Señor."<br />

Entregando <strong>el</strong> libro al ministro, se sentó. En los servicios de la sinagoga judía era permitido que <strong>el</strong><br />

lector comentara y diera una explicación sobre lo que se había leído; pero a fin de hacerlo, debía<br />

sentarse. Cuando Jesús se hubo sentado, la gente entendió que estaba a punto de explicar <strong>el</strong> texto y<br />

"los ojos de todos en la sinagoga estaban fijos en él". Todas las clases sociales reconocían que aqu<strong>el</strong>los<br />

pasajes se referían categóricamente al Mesías, cuya venida la nación esperaba. Las primeras palabras<br />

d<strong>el</strong> comentario de nuestro Señor fueron asombrosas: no fue un análisis forzado, ni una interpretación<br />

erudita, sino una aplicación directa e inequívoca: "Hoy se ha cumplido esta Escritura d<strong>el</strong>ante de<br />

vosotros." Era tanta la gracia de las palabras que salían de su boca, que todos se maravillaban y<br />

decían: "¿No es éste <strong>el</strong> hijo de José?"<br />

Jesús entendió sus pensamientos aun cuando no oyó sus palabras, y, anticipándose a su crítica, les<br />

dijo: "Sin duda me diréis este refrán: Médico, cúrate a ti mismo; de tantas cosas que hemos oído que<br />

se han hecho en Capernaum, haz también aquí en tu tierra. Y añadió: De cierto os digo, que ningún<br />

profeta es acepto en su propia tierra." Dentro de su corazón la gente ansiaba una señal, una maravilla,<br />

un milagro. Sabían que Jesús los había efectuado en Cana, y un niño había sanado en Capernaum con<br />

su palabra; también había asombrado a la gente de Jerusalén con sus obras poderosas. ¿Iba a<br />

despreciarlos a <strong>el</strong>los, sus propios vecinos? ¿por qué no los favorecía con una manifestación halagüeña<br />

de sus facultades? El Señor continuó sus palabras, haciéndoles recordar que en la época de Elias,<br />

cuando dejó de llover por tres años y medio, y prevaleció <strong>el</strong> hambre, <strong>el</strong> profeta fue enviado solamente<br />

a una de las muchas viudas, una mujer de Sarepta de Sidón, que no era hija de Isra<strong>el</strong>, sino gentil. Y<br />

además, aunque había muchos leprosos en Isra<strong>el</strong>, en los días de Elíseo, solamente un leproso—y éste<br />

había sido siró, no isra<strong>el</strong>ita—fue limpiado por <strong>el</strong> ministerio d<strong>el</strong> profeta, pues de todos <strong>el</strong>los solamente<br />

Naamán había manifestado la fe necesaria.<br />

Grande fue la ira de sus oyentes. ¿Se atrevía a clasificarlos entre los gentiles y leprosos? ¿Iban a<br />

ser comparados con los despreciables incrédulos, y <strong>el</strong>lo por <strong>el</strong> hijo d<strong>el</strong> carpintero d<strong>el</strong> pueblo que se<br />

había criado en su propia comunidad? Presos de una ira diabólica, tomaron a Jesús y lo llevaron a la<br />

cumbre d<strong>el</strong> cerro, en las faldas d<strong>el</strong> cual se hallaba situado <strong>el</strong> pueblo, resu<strong>el</strong>tos a vengar sus<br />

sentimientos ofendidos, arrojándolo desde aqu<strong>el</strong>las alturas. Así fue como aun en los primeros días de<br />

su ministerio cobraron intensidad asesina las fuerzas de la oposición. Sin embargo, todavía no llegaba<br />

la hora de la muerte de nuestro Señor. La turba enfurecida no tenía <strong>el</strong> poder para dar un paso más allá<br />

de lo que les permitiera su víctima supuesta. "Mas él pasó por en medio de <strong>el</strong>los, y se fue." Si los<br />

dominó la gracia de su presencia, o fueron callados por la fuerza de sus palabras o restringidos por una<br />

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