Alpe d'Huez nº2

Allí también teníamos cada equipo nuestra estrategia.
Porque también nos organizábamos
por equipos. Ocho equipos en total, dos personas
por equipo. Nos parecía un pelotón
como el de la televisión. Algunos modificábamos
nuestro nombre por el de algún ciclista profesional
que pertenecía a ese equipo, para
creernos ciclistas de verdad por una semana.
Porque nuestra carrera ciclista nos parecía lo
más importante del verano. Hecha y pensada
las semanas anteriores con mucho cariño. Aquella
semana que decidíamos empezar nuestra carrera,
el tiempo se paraba y era de lo único que
disfrutábamos de verdad, de coger la bici, salir
con los amigos, competir y divertirse.
Teníamos también una contrarreloj individual
y, como en el Tour de Francia, la última etapa
de nuestra carrera ciclista acababa siempre en el
mismo sitio, nuestro barrio, en un circuito demasiado
pequeño para tantas bicicletas y donde los
vecinos no eran muy amigos de las mismas. Pero
éramos los niños, ¿qué iban a decir?
Con nuestro papel en la mano viendo el recorrido
de la etapa, marcábamos nuestra estrategia.
“Yo ataco y me voy con los de delante”, “yo
me quedo en el pelotón y cuando queden 2
vueltas ataco”, “cuidado con la subida de siempre”…
Después, una vuelta de calentamiento mientras
los dos organizadores pintaban las líneas de
meta y salida en el asfalto. Un organizador
contaba las vueltas en meta, otro iba a algún
cruce peligroso a avisarnos si se metía algún
coche en el circuito.
Éramos niños, pero lo teníamos todo calculado
al milímetro. El organizador que estaba en meta,
era también juez y director de carrera que llevaba
la clasificación general. Con un cronómetro,
papel y lápiz. Después de dar la salida, y después
de ir cantando las vueltas que restaban para su
finalización, iba apuntando, a la finalización de
la etapa, los tiempos de cada uno. Luego, pasados
unos cuantos minutos, teníamos ya la
clasificación de la etapa y la general en un
papel escrita a lápiz.
Cansados, volvíamos a casa felices y comentando,
entre risas, la etapa que cada uno había
luchado. “En la subida te has ido y ya no te he
podido pillar”, “con la bici que tienes normal que
ganes”, “yo casi me caigo en aquella curva”. Mañana
sería otro día, otra etapa y otras aventuras.
Durante aquella semana que duraba nuestra carrera
ciclista, vivíamos ciclismo mañana y tarde.
Nos evadíamos de los demás deportes por una
semana, de lo que el verano nos ofrecía, y cogíamos
nuestras bicis y no pensábamos en nada
más. Éramos felices haciendo ciclismo.
Ahora los tiempos han cambiado. Tenemos en
España buen ciclismo de base pero poca gente,
a nivel de instituciones y de financiación, que
apueste por él. La crisis, el auge de otros deportes;
todo influye. Tenemos juventud, tenemos
talento y tenemos ganas. España, hace unos
años, era de los países más representativos en
el pelotón mundial. Hoy en día ya hay muchos
países comiéndonos el terreno. ¿Qué
está fallando?
Los deportes mayoritarios cada vez ganan más
adeptos, pero aunque el deporte de la bicicleta
también sigue ganándolos (desde hace algunos
años es muy habitual salir por la montaña y ver
mucha gente en mountain bike), es muy difícil
encontrar jóvenes que se sacrifiquen tanto
desde bien pequeños a pedalear y pedalear
sin descanso. Los clubes ciclistas tienen la difícil
y ardua tarea de promover el ciclismo de carretera
entre los niños. Algunos, sin ayuda de sus
propios Ayuntamientos o instituciones.
Existen clubes de ciclismo únicamente de júniors
o cadetes, pero los podemos contar con los
dedos de las dos manos en todo el territorio español.
Muchas carreras de promoción siguen
desapareciendo, sin vistas a reanudarse, ya sea
por falta de apoyos o por falta de participantes.
La mayoría de niños empiezan en el ciclismo
viendo antes a sus padres correr en alguna carrera
Máster, o saliendo cada domingo a una
ruta por el monte. Pero si dejamos de lado esos
ejemplos, ¿cuántos niños le dicen a su padre:
"Papá, quiero ser ciclista"?
A l p e d ’ H u e z N º 2 1 0 / 4 / 2 0 1 5
39