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FOTO: GENTILEZA PALITO ORTEGA musculoso los minutos y las horas y que, aunque por momentos parece perder el horizonte, acaba, siempre, en el centro del blanco. Ahora, en ese subsuelo refrigerado y ruidoso, en un susurro inaudible, Ramón Ortega cuenta que hace un tiempo estaba en Embalse, Córdoba, y que, al llegar a su habitación después de un show, a las cuatro de la madrugada, el barullo de una discoteca no lo dejó dormir. Como partía muy temprano hacia el aeropuerto para volar a Mendoza y dar un show en esa provincia, en una ciudad llamada La Paz, se quedó despierto. A las ocho, él y Lalo Fransen, su amigo, músico y arreglador desde los años 60, subieron a un taxi, pero, como consecuencia del paso del rally París-Dakar, las calles estaban cortadas. Cuando lograron llegar al aeropuerto, el avión ya había partido. Intentaron, infructuosamente, conseguir un taxi aéreo y CORAZON POPULAR Palito Ortega en Iguazú, durante el rodaje del film Muchacho que vas cantando, en 1968. terminaron contratando un remís para hacer los seiscientos kilómetros que separaban ese sitio de La Paz, Mendoza. –Después de horas llegamos a La Paz. Calles de tierra, cuatro casas. Preguntamos dónde quedaba la mejor hostería y nos mandan a una hermosa, sombreada. Sale una señora y dice: “Ay, ¿usted por acá?”. Y le digo: “Sí, vamos a tocar acá esta noche”. Y la mujer me dice: “¿Acá? ¿Pero adónde quieren ir ustedes?”. Y le digo: “A La Paz”. Y me dice: “Sí, esto es La Paz”. Y le digo: “La Paz, Mendoza”. Y me dice “No, La Paz, Córdoba”. Yo estaba con un café en el estómago, sin dormir, sin comer, y le digo: “Señora, cuántos kilómetros tenemos de acá a La Paz, Mendoza”. Y me dice: “Habrá unos quinientos…”. Así que de ahí nos fuimos a La Paz, Mendoza. Llegamos a las diez y media de la noche. Sin dormir, sin comer. Me ducho, me visto, salgo. El lugar estaba lleno de gente y empiezo a cantar. Canto una canción, canto cinco. Y de pronto siento acá, en la espalda, una gota. Se larga una lluvia tremenda, y empiezo a decir “Ya va a parar”. Cuando miro para atrás se habían ido todos los músicos. Así que me bajé. Hace una pausa dramática y, sin cambiar la expresión, dice: –Por eso te digo: yo a veces, en las giras, tampoco almuerzo. La anécdota frondosa, la enorme hidra, el muro infranqueable detrás del que, en algún sitio, está él. Cuando sale del restaurante con los anteojos puestos, los jeans tremendamente azules, el pelo apenas cano, parece un hombre de 50 años. Tiene, si las cuentas están bien hechas, 72. Con leonardo favio, con sandro, con Miguel Bossé, con Leguisamo, con Frank Sinatra, con Sofía Loren, con Plácido Domingo, con Libertad Lamarque, con Aníbal Troilo, con Pelé, con Charly García, con Domenico Modugno. Las fotos lo muestran al lado de todas esas personas con las que trabajó, a las que conoció, con las que compartió algo más que el click de la instantánea. Tiene cuarenta y cinco discos en su haber, fue protagonista de treinta y tres películas, director de algunas, y el autor de una canción llamada “La felicidad” que, desde 1967, ha vendido más de dos millones y medio de copias y fue cantada en alemán, italiano, francés, inglés. Eso, entre otras –muchas– cosas. El 14 de febrero de 2013, a las cuatro y media de la tarde, por las calles de La Isla, una de las zonas más solariegas de Buenos Aires, no hay nadie. En una de esas calles empinadas que llevan nombres como Gelly y Obes o Copérnico, en los dos últimos pisos de un edificio de comienzos del siglo pasado, vive, desde hace seis años, Ramón Ortega. Una chica joven, de modos suaves, vestida con chaqueta y pantalón blancos, baja a abrir e indica el ascensor antiguo mientras desaparece por el de servicio. Arriba, Ramón Ortega, vestido con una camiseta a rayas, jean tremendamente azul, zapatos negros, espera con la puerta entornada. –Adelante, adelante –dice, y toma con las dos manos el rostro de quien saluda y lo alza, como si fuera una delicadísima pieza de porcelana de la que se dispusiera a beber, para posar un beso en la mejilla. El living mide más de once metros de largo y está formado por tres espacios, divididos por columnas. El espacio del centro está ocupado por dos sillones, una mesa baja, un cuadro de Carlos Alonso. El espacio de la izquierda es un comedor cuyo techo dorado se diluye en paredes color verde inglés. En el espacio de la derecha, que da a la calle, una de las paredes está ocupada por un tapiz antiguo y la otra por una biblioteca blanca en la que hay un televisor y estantes apenas poblados. Ramón Ortega señala una puerta discreta que se abre a su estudio, pintado de anaranjado rojizo, donde hay un piano y un retrato del dueño de casa pintado al óleo. rollingstone.com.ar | Rolling Stone | 95

Palito Ortega 1 2 5 4 3 7 6 CANCION LLEVAME LEJOS De niño, en los campeonatos infantiles Evita (1). Retrato del ídolo adolescente (2) en la época de El Club del Clan (3). Con Libertad Lamarque (4) y como Elvis en México (5). En su paso por la secretaría de Desarrollo Social (6) y la candidatura a vicepresidente (7). –¿Luis Méndez no viene? –pregunta. –No sé. ¿Iba a venir? Sin dar respuesta, empieza a contar el parto de Rosario, la última de sus hijas, que nació en 1985 en Miami, ciudad a la que se mudaron ese año con sus cinco hijos nacidos y su mujer, Evangelina Salazar, embarazada de siete meses. –Evangelina fue con contracciones, pero la chica no estaba para nacer, y el obstetra estaba empecinado. Le decía a la enfermera que se le tirara arriba de la panza. Le estaban por hacer una cesárea y justo nació. Cuando menciona a Evangelina Salazar, Ramón Ortega no dice “mi mujer” ni “mi esposa”. Dice “Evangelina” o “la madre”, y habla de ella como un compañero de batalla habla de otro que le salvó el pellejo: con respeto, con reverente admiración. Cinco minutos después de las cuatro y media de la tarde se escucha el timbre. Ortega parece contento: –Ahí llegó Luis. Y Luis Méndez llega. –¿Vamos al living? Primero esta la leyenda. ahi esta Ramón Bautista, segundo hijo de los Ortega, alumno humilde que recibe, todos los años, el guardapolvo y los zapatos de la Fundación Eva Perón. Aún no sabe que quiere ser cantante, pero canta mientras lustra zapatos, reparte ejemplares del periódico La Gaceta caminando kilómetros entre las colonias que rodean el ingenio o limpia las lápidas del cementerio. –Agarrabas la cruz, le pasabas lija, la pintabas. Está sentado en el sofá de tres cuerpos del espacio central de la sala. Aquí y allá hay muebles enchapados en raíces exquisitas. Luis Méndez, en el sofá de enfrente, escucha en silencio. –Mi padre se levantaba para hacerme el mate cocido. A mi mamá no la recuerdo mucho. Yo no gozaba de la simpatía de mi vieja, porque, si venía mi viejo y no estaba la comida, yo le decía: “Lo hacés esperar en vez de prepararle la comida”. Y se armaban unos despioles terribles. Mi padre fue un enamorado trágico. Un hombre que estuvo profundamente enamorado de la señora Nélida Tomasa Rosario Saavedra de Ortega, y ella no. Entonces eso no tiene arreglo. –¿Cuántos años tenías cuando tu mamá se fue? –Cuando se fue definitivamente, 10. Ellos tuvieron dos o tres reconciliaciones y la última fue la vencida. Por unos parientes supimos que se había ido a Buenos Aires. Dejó a mi hermana más chica, Rosario, con 2 años. Vivían en una casa de un solo cuarto, donde dormían todos. No era raro, entonces, que en el pueblo se rieran cuando empezó a decir, a los 12, que quería ser artista y que se iría a Buenos Aires, a tratar. –Me cargaban. “Eh, artista, te vas a morir de hambre”. Un día mi viejo me dijo: “Así que usted se quiere ir a Buenos Aires. Se lo dijo a todo el pueblo, menos a mí”. A los pocos días viene y me dice: “Si usted el día de mañana llega a ser uno de estos muchachos que no tienen futuro, yo no quiero que usted me haga sentir culpable de ese destino ni con la mirada. Lo voy a dejar ir. Pero fotos: GENTILEZA PALITO ORTEGA 96 | Rolling Stone | Agosto de 2013

FOTO: GENTILEZA PALITO ORTEGA<br />

musculoso los minutos y <strong>la</strong>s horas y que, aunque<br />

por momentos parece perder <strong>el</strong> horizonte,<br />

acaba, siempre, en <strong>el</strong> centro d<strong>el</strong> b<strong>la</strong>nco. Ahora,<br />

en ese subsu<strong>el</strong>o refrigerado y ruidoso, en un susurro<br />

inaudible, Ramón Ortega cuenta que hace<br />

un tiempo estaba en Embalse, Córdoba, y que, al<br />

llegar a su habitación después de un show, a <strong>la</strong>s<br />

cuatro de <strong>la</strong> madrugada, <strong>el</strong> barullo de una discoteca<br />

no lo dejó dormir. Como partía muy temprano<br />

hacia <strong>el</strong> aeropuerto para vo<strong>la</strong>r a Mendoza<br />

y dar un show en esa provincia, en una ciudad<br />

l<strong>la</strong>mada La Paz, se quedó despierto. A <strong>la</strong>s ocho,<br />

él y Lalo Fransen, su amigo, músico y arreg<strong>la</strong>dor<br />

desde los años 60, subieron a un taxi, pero, como<br />

consecuencia d<strong>el</strong> paso d<strong>el</strong> rally París-Dakar, <strong>la</strong>s<br />

calles estaban cortadas. Cuando lograron llegar<br />

al aeropuerto, <strong>el</strong> avión ya había partido. Intentaron,<br />

infructuosamente, conseguir un taxi aéreo y<br />

CORAZON<br />

POPULAR Palito<br />

Ortega en Iguazú,<br />

durante <strong>el</strong> rodaje<br />

d<strong>el</strong> film Muchacho<br />

que vas cantando,<br />

en 1968.<br />

terminaron contratando un remís para hacer los<br />

seiscientos kilómetros que separaban ese sitio de<br />

La Paz, Mendoza.<br />

–Después de horas llegamos a La Paz. Calles de<br />

tierra, cuatro casas. Preguntamos dónde quedaba<br />

<strong>la</strong> mejor hostería y nos mandan a una hermosa,<br />

sombreada. Sale una señora y dice: “Ay, ¿usted por<br />

acá?”. Y le digo: “Sí, vamos a tocar acá esta noche”.<br />

Y <strong>la</strong> mujer me dice: “¿Acá? ¿Pero adónde quieren<br />

ir ustedes?”. Y le digo: “A La Paz”. Y me dice:<br />

“Sí, esto es La Paz”. Y le digo: “La Paz, Mendoza”.<br />

Y me dice “No, La Paz, Córdoba”. Yo estaba con<br />

un café en <strong>el</strong> estómago, sin dormir, sin comer, y<br />

le digo: “Señora, cuántos kilómetros tenemos de<br />

acá a La Paz, Mendoza”. Y me dice: “Habrá unos<br />

quinientos…”. Así que de ahí nos fuimos a La Paz,<br />

Mendoza. Llegamos a <strong>la</strong>s diez y media de <strong>la</strong> noche.<br />

Sin dormir, sin comer. Me ducho, me visto, salgo.<br />

El lugar estaba lleno de gente y empiezo a cantar.<br />

Canto una canción, canto cinco. Y de pronto siento<br />

acá, en <strong>la</strong> espalda, una gota. Se <strong>la</strong>rga una lluvia<br />

tremenda, y empiezo a decir “Ya va a parar”.<br />

Cuando miro para atrás se habían ido todos los<br />

músicos. Así que me bajé.<br />

Hace una pausa dramática y, sin cambiar <strong>la</strong><br />

expresión, dice:<br />

–Por eso te digo: yo a veces, en <strong>la</strong>s giras, tampoco<br />

almuerzo.<br />

La anécdota frondosa, <strong>la</strong> enorme hidra, <strong>el</strong> muro<br />

infranqueable detrás d<strong>el</strong> que, en algún sitio, está<br />

él. Cuando sale d<strong>el</strong> restaurante con los anteojos<br />

puestos, los jeans tremendamente azules, <strong>el</strong> p<strong>el</strong>o<br />

apenas cano, parece un hombre de 50 años. Tiene,<br />

si <strong>la</strong>s cuentas están bien hechas, 72.<br />

Con leonardo favio, con sandro, con<br />

Migu<strong>el</strong> Bossé, con Leguisamo, con Frank<br />

Sinatra, con Sofía Loren, con Plácido Domingo,<br />

con Libertad Lamarque, con Aníbal<br />

Troilo, con P<strong>el</strong>é, con Charly García,<br />

con Domenico Modugno. Las fotos lo<br />

muestran al <strong>la</strong>do de todas esas personas con <strong>la</strong>s<br />

que trabajó, a <strong>la</strong>s que conoció, con <strong>la</strong>s que compartió<br />

algo más que <strong>el</strong> click de <strong>la</strong> instantánea.<br />

Tiene cuarenta y cinco discos en su haber, fue<br />

protagonista de treinta y tres p<strong>el</strong>ícu<strong>la</strong>s, director<br />

de algunas, y <strong>el</strong> autor de una canción l<strong>la</strong>mada<br />

“La f<strong>el</strong>icidad” que, desde 1967, ha vendido más<br />

de dos millones y medio de copias y fue cantada<br />

en alemán, italiano, francés, inglés. Eso, entre<br />

otras –muchas– cosas.<br />

El 14 de febrero de 2013, a <strong>la</strong>s cuatro y<br />

media de <strong>la</strong> tarde, por <strong>la</strong>s calles de La Is<strong>la</strong>,<br />

una de <strong>la</strong>s zonas más so<strong>la</strong>riegas de Buenos<br />

Aires, no hay nadie. En una de esas calles<br />

empinadas que llevan nombres como G<strong>el</strong>ly<br />

y Obes o Copérnico, en los dos últimos pisos de<br />

un edificio de comienzos d<strong>el</strong> siglo pasado, vive,<br />

desde hace seis años, Ramón Ortega. Una chica<br />

joven, de modos suaves, vestida con chaqueta y<br />

pantalón b<strong>la</strong>ncos, baja a abrir e indica <strong>el</strong> ascensor<br />

antiguo mientras desaparece por <strong>el</strong> de servicio.<br />

Arriba, Ramón Ortega, vestido con una camiseta<br />

a rayas, jean tremendamente azul, zapatos<br />

negros, espera con <strong>la</strong> puerta entornada.<br />

–Ad<strong>el</strong>ante, ad<strong>el</strong>ante –dice, y toma con <strong>la</strong>s dos<br />

manos <strong>el</strong> rostro de quien saluda y lo alza, como<br />

si fuera una d<strong>el</strong>icadísima pieza de porc<strong>el</strong>ana de<br />

<strong>la</strong> que se dispusiera a beber, para posar un beso<br />

en <strong>la</strong> mejil<strong>la</strong>.<br />

El living mide más de once metros de <strong>la</strong>rgo y<br />

está formado por tres espacios, divididos por columnas.<br />

El espacio d<strong>el</strong> centro está ocupado por<br />

dos sillones, una mesa baja, un cuadro de Carlos<br />

Alonso. El espacio de <strong>la</strong> izquierda es un comedor<br />

cuyo techo dorado se diluye en paredes<br />

color verde inglés. En <strong>el</strong> espacio de <strong>la</strong> derecha,<br />

que da a <strong>la</strong> calle, una de <strong>la</strong>s paredes está ocupada<br />

por un tapiz antiguo y <strong>la</strong> otra por una biblioteca<br />

b<strong>la</strong>nca en <strong>la</strong> que hay un t<strong>el</strong>evisor y estantes<br />

apenas pob<strong>la</strong>dos. Ramón Ortega seña<strong>la</strong> una<br />

puerta discreta que se abre a su estudio, pintado<br />

de anaranjado rojizo, donde hay un piano y un<br />

retrato d<strong>el</strong> dueño de casa pintado al óleo.<br />

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