Bajate el PDF y leé la nota completa... - Rolling Stone
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palito ortega<br />
[Viene de pág. 96] radio. Me buscaba shows<br />
desinteresadamente.<br />
–Una cosa es hab<strong>la</strong>r de Nery N<strong>el</strong>son en <strong>la</strong><br />
radio y otra llevarte a una persona siete meses<br />
a tu casa.<br />
–Bueno, pero cada uno hace de acuerdo a su<br />
posibilidad.<br />
Se queda en silencio. Palmea <strong>el</strong> apoyabrazos<br />
d<strong>el</strong> sillón. La mano baja y sube despacio, como<br />
si rebotara en una nube.<br />
–¿Seguimos <strong>la</strong> próxima? –pregunta Luis<br />
Méndez.<br />
un dia, ya de noche, esta sentado en un salon,<br />
poco antes de subir a tocar en una fiesta privada<br />
en <strong>el</strong> Tattersal. Usa camisa b<strong>la</strong>nca, pantalones negros.<br />
Dice que uno de sus hijos, que atraviesa un<br />
momento complejo, estaba con un músico amigo<br />
–en idénticas condiciones de dolor– y lo l<strong>la</strong>mó por<br />
t<strong>el</strong>éfono cuando él ya salía de su casa.<br />
–Me preguntaron si podía pasar a conversar un<br />
rato y les dije: “No, muchachos, me tengo que ir<br />
a trabajar”. Pero les dije: “Tienen que serenarse.<br />
Ahora su dolor pesa tanto. Tienen que lograr que<br />
mañana pese cien gramos menos. Y después cien<br />
gramos menos. Tienen que llegar al kilo”.<br />
–¿Vos a quién recurrís cuando te pasa algo?<br />
Se queda quieto, pétreo, como si estuviera conteniendo<br />
un impulso temible.<br />
–A mi padre. Pienso qué hubiera hecho él.<br />
<strong>el</strong> jueves 16 de mayo de 2013, a ultima hora de<br />
<strong>la</strong> tarde, Charly García recibe un mail con algunas<br />
preguntas acerca de Ramón Ortega. Al día siguiente,<br />
a <strong>la</strong>s once de <strong>la</strong> mañana, llegan sus respuestas:<br />
dos páginas de Word. Eso –esa rapidez, esa generosidad–<br />
debe de querer decir alguna cosa.<br />
–¿Podrías contar alguna situación de <strong>la</strong> que<br />
hayas sido testigo que dibuje su manera de ser?<br />
–En <strong>la</strong> quinta de Luján había policías en <strong>la</strong><br />
puerta y/o una cierta vigi<strong>la</strong>ncia discreta [...] Un<br />
día vino Mecha [su pareja], pero <strong>la</strong> enfermera a<br />
mi cargo <strong>la</strong> botoneó con <strong>la</strong> vigi<strong>la</strong>ncia, porque ya<br />
no era horario de visitas, entonces se tenía que<br />
ir. Palito <strong>la</strong> llevó en su camioneta, pero después<br />
de un rato apareció con Mecha. La había hecho<br />
pasar acurrucándo<strong>la</strong> en <strong>el</strong> asiento de atrás de <strong>la</strong><br />
camioneta. Sabía que a mí me importaba y que<br />
me hacía f<strong>el</strong>iz.<br />
–¿Tenías algún preconcepto acerca de él que<br />
ahora haya desaparecido?<br />
–Empecemos por <strong>el</strong> gran favor que me hizo al<br />
interesarse por mi caso y evitar una internación<br />
aún peor que <strong>la</strong> d<strong>el</strong> lugar donde yo estaba. En <strong>la</strong><br />
clínica me habló como un hombre, con una gran<br />
capacidad de amor. Un día le dije en un abrazo:<br />
“Palito, demasiado dolor”. Y él estrechó <strong>el</strong> abrazo<br />
y me dijo algo así como: “Ya va a pasar este momento”.<br />
[...] Desde que lo vi en El Club d<strong>el</strong> C<strong>la</strong>n lo<br />
acompañaba con una cacero<strong>la</strong> haciendo de batería,<br />
pero a <strong>la</strong> vez desconfiaba de <strong>la</strong>s m<strong>el</strong>odías tan<br />
fáciles y <strong>la</strong>s letras cotidianas. Yo era un hippie (paz<br />
y amor, canciones provocativas, anticomerciales).<br />
Hoy es un hermano d<strong>el</strong> alma. ¿Por qué se embarcó<br />
en una tarea tan difícil y tediosa como fue sacarme<br />
de los loqueros? No lo sé. Pienso que fue<br />
porque se dio cuenta de que podíamos ser amigos,<br />
y evidentemente valoraba mi trabajo artístico.<br />
Pero siempre estaré en deuda [...].<br />
–¿Qué pa<strong>la</strong>bra lo define mejor?<br />
–“¡He hey!”. O algunas de <strong>la</strong>s creaciones cacofónicas<br />
que solía disparar entre estrofa y verso.<br />
luis mendez esta de pie en <strong>la</strong> puerta de calle<br />
de <strong>la</strong> casa de Ortega y hace gestos agitando <strong>la</strong>s<br />
manos.<br />
–Dale, así no los hacemos bajar dos veces.<br />
Es 7 de marzo, cinco de <strong>la</strong> tarde. Méndez lleva<br />
un paquete y, apenas Ortega abre <strong>la</strong> puerta, vistiendo<br />
una chomba oscura, jeans tremendamente<br />
azules, se lo da.<br />
–F<strong>el</strong>iz cumpleaños. Es mañana, pero...<br />
–Uh, gracias, Luisito.<br />
Ortega abre <strong>el</strong> paquete y saca una biografía de<br />
Gard<strong>el</strong>.<br />
–Uh, muchas gracias.<br />
Llevará ese libro por todos los ambientes de <strong>la</strong><br />
casa por los que se mueva esa tarde: <strong>el</strong> estudio, <strong>la</strong><br />
sa<strong>la</strong>, <strong>la</strong> terraza, como un niño que atesora algo que<br />
no quiere perder.<br />
–Vengan, vamos arriba.<br />
Una escalera b<strong>la</strong>nca lleva a <strong>la</strong> terraza repleta de<br />
jazmines. Los regadores funcionan con un siseo<br />
tranquilo y su hija Rosario, sentada en una reposera<br />
bajo <strong>la</strong> luz suave de <strong>la</strong> tarde, hab<strong>la</strong> por t<strong>el</strong>éfono.<br />
–La verdad es que no tengo miedo de perder<br />
cosas. Ya me pasó. Y tengo <strong>la</strong> fuerza para volver a<br />
juntarlo. Mi f<strong>el</strong>icidad no depende de una cosa, de<br />
un lugar, de una persona.<br />
–¿Nada te puede aniqui<strong>la</strong>r?<br />
Se queda cal<strong>la</strong>do y mira, otra vez, como si estuviera<br />
evaluando opciones p<strong>el</strong>igrosas.<br />
–Bueno, <strong>la</strong> vida es frágil. Yo no he superado<br />
nunca lo de mi hermana. Me entristece mucho <strong>la</strong><br />
idea de no haber podido vivir<strong>la</strong>. A veces me imagino<br />
cuántos hijos tendría hoy, cuántos sobrinos<br />
tendría de <strong>el</strong><strong>la</strong>.<br />
Un nene rubio, de 2 años, entra en <strong>la</strong> terraza<br />
corriendo y Ortega reacciona como si hubiera llegado<br />
un magnífico regalo inesperado.<br />
–¡Eyyy, papucho! ¿Qué pacha, qué pacha?<br />
¡Eyyy, eyyy!<br />
Se levanta, se agacha, lo besa. El nene salta, lo<br />
abraza, lo besa. Es hijo de una amiga de Rosario,<br />
una chica muy joven que viajará esta noche<br />
a su pueblo de origen y que no quería irse sin<br />
saludar.<br />
–¿Hab<strong>la</strong>mos antes de que me vaya? –pregunta<br />
<strong>la</strong> chica.<br />
–¿Podés esperar un ratito?.<br />
–Sí, c<strong>la</strong>ro –dice <strong>la</strong> chica, y desaparece por <strong>la</strong>s<br />
escaleras.<br />
–Esta chica quedó embarazada –dice Ortega–.<br />
El chico se borró y todas <strong>la</strong>s amigas de <strong>el</strong><strong>la</strong> se hicieron<br />
solidarias.<br />
Una hora más tarde, ya noche cerrada, <strong>la</strong> chica<br />
vu<strong>el</strong>ve para despedirse. El nene abraza, besa, y<br />
Ortega hace lo mismo. Después, se van.<br />
–El nene te quiere mucho.<br />
–Sí. Es mi ahijado.<br />
La discreción. Marca de fábrica, dec<strong>la</strong>ración,<br />
bandera.<br />
en un starbucks de barrio norte, rosario ortega,<br />
que canta desde hace un tiempo con Charly<br />
García, dice que recuerda <strong>la</strong>s navidades de Miami<br />
como navidades de cuento.<br />
–Montón de regalos, árbol gigante. Yo abría<br />
los regalos y siempre eran unas muñecas divinas,<br />
y nos quedábamos con mi mamá peinando <strong>la</strong>s<br />
muñecas hasta que yo me cansaba y me iba y se<br />
quedaba <strong>el</strong><strong>la</strong>, peinando. El<strong>la</strong> es protectora, pero<br />
no es cuida. Igual me parece que se pasaron un<br />
poco con <strong>el</strong> dejar hacer lo que quieras. En <strong>el</strong> colegio<br />
yo era muy vaga, y nadie me decía nada. Yo<br />
diría que hay que poner más límites.<br />
–¿Qué sabés de <strong>la</strong> vida de tu padre?<br />
–Poco. Mi viejo es muy para adentro. Y mi vieja<br />
nada que ver. Es mucho más eufórica. Es ordenadora<br />
compulsiva. En mi casa hay bolsas que<br />
dicen: “Sábanas en desuso pero en buen estado”.<br />
Su perchero es impecable. Por estación, por color.<br />
A mi papá le tira ropa, se compra algo horrible y<br />
viene mi mamá y se lo tira. Mi papá se viste muy<br />
gracioso. Un traje b<strong>la</strong>nco y l<strong>la</strong>ntas Nike gigantes.<br />
Yo no admiro lo obvio de él. Admiro <strong>la</strong>s cosas que<br />
nadie conoce.<br />
–¿Y cuáles son esas cosas?<br />
–Eso queda para mí.<br />
La discreción. Marca de fábrica, dec<strong>la</strong>ración,<br />
bandera.<br />
son <strong>la</strong>s cuatro de <strong>la</strong> tarde d<strong>el</strong> 13 de marzo.<br />
En quince minutos este día empezará a quedar<br />
en <strong>la</strong> historia pero ahora parece, simplemente,<br />
otro día azul de comienzos d<strong>el</strong> fin d<strong>el</strong> verano. La<br />
chica de modos suaves, de uniforme b<strong>la</strong>nco, abre<br />
<strong>la</strong> puerta y dice:<br />
–Pase, por favor. El señor ya viene. ¿Le sirvo<br />
agua?<br />
–No, gracias. En <strong>la</strong> casa no hay mascotas,<br />
¿verdad?<br />
–No, pero no sabría decirle si hubo porque yo<br />
soy nueva. Permiso.<br />
La chica desaparece y, dos minutos después,<br />
vu<strong>el</strong>ve.<br />
–Manda decir <strong>la</strong> señora que tenían dos gatos,<br />
pero que los llevaron al campo porque destrozaban<br />
todo.<br />
La chica se va. Apenas después, desde <strong>la</strong> cocina,<br />
se escucha <strong>la</strong> voz de Evang<strong>el</strong>ina Sa<strong>la</strong>zar que<br />
grita, con entusiasmo:<br />
–¡Argentino!<br />
La voz de Ortega, en tono azorado, pregunta:<br />
–¿Argentino?<br />
Y <strong>el</strong><strong>la</strong>, otra vez:<br />
–¡Argentino, argentino!<br />
Siguen ap<strong>la</strong>usos, hurras. Un segundo después,<br />
Ramón Ortega aparece en <strong>el</strong> living –suéter oscuro,<br />
jean, <strong>la</strong>s zapatil<strong>la</strong>s– y dice, sin euforias:<br />
–Habemus Papa.<br />
–¿Bergoglio?<br />
–Sí. Morite.<br />
Son <strong>la</strong>s cuatro y cuarto de <strong>la</strong> tarde y un cardenal<br />
en Roma acaba de anunciar que <strong>el</strong> nuevo Papa<br />
es <strong>el</strong> argentino Jorge Bergoglio, hasta entonces<br />
arzobispo de Buenos Aires. Ortega se sienta en<br />
<strong>el</strong> sofá, frente al t<strong>el</strong>evisor. Lo enciende y aparece<br />
Bergoglio, <strong>la</strong> p<strong>la</strong>za que aturde. Ortega es católico<br />
profundo: reza, va a misa, lleva a misa a<br />
120 | <strong>Rolling</strong> <strong>Stone</strong> | Agosto de 2013