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Palito<br />

Ortega<br />

<strong>Rolling</strong> <strong>Stone</strong><br />

Interview<br />

En una so<strong>la</strong> vida grabó con los músicos de Elvis, trajo a Sinatra al<br />

país, se hizo político durante <strong>el</strong> menemismo, salvó a Charly García<br />

y compuso hits enormes, entre <strong>el</strong>los uno que se l<strong>la</strong>mó “La f<strong>el</strong>icidad”.<br />

Aunque a veces piensa en todas <strong>la</strong>s cosas que tuvieron que pasar.<br />

Por Lei<strong>la</strong> Guerriero<br />

Fotos de Fernando Gutierrez<br />

➳<br />


ollingstone.com.ar | <strong>Rolling</strong> <strong>Stone</strong> | 93


Palito Ortega<br />

Hay una reja y, a un <strong>la</strong>do, un timbre y un tapial pintado de amarillo. sobre <strong>el</strong> tapial, una<br />

cámara de seguridad y un cart<strong>el</strong> en <strong>el</strong> que se lee, en letras b<strong>la</strong>ncas, Mi Negrita. Al otro <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> reja,<br />

una casa rodante que funciona como garita de vigi<strong>la</strong>ncia, sin vigi<strong>la</strong>nte. Más allá, un camino de piedra<br />

y una doble hilera de árboles adustos. Son <strong>la</strong>s tres de <strong>la</strong> tarde d<strong>el</strong> jueves 18 de abril de 2013. Es<br />

otoño, pero <strong>el</strong> aire es suave y líquido bajo un ci<strong>el</strong>o que parece un mar de luz. Por <strong>la</strong> ruta 47, camino a <strong>la</strong><br />

ciudad de Navarro, cerca de Luján y a sesenta kilómetros de Buenos Aires, pasa, cada tanto, un auto.<br />

El resto es campo, brisa, ni una nube, y <strong>la</strong> voz de una mujer que, por <strong>el</strong> portero <strong>el</strong>éctrico, pregunta:<br />

–¿Usted puede esperar? El señor todavía no llegó. • Quince minutos después, <strong>el</strong> señor, Ramón Ortega<br />

–Palito: <strong>el</strong> muchacho triste de <strong>la</strong>s canciones alegres, <strong>el</strong> productor que trajo al país a Frank Sinatra, <strong>el</strong> cantante<br />

que devino gobernador de Tucumán, <strong>el</strong> hombre que ayudó a Charly García a salir de una crisis importante y que, en<br />

2012, grabó, después de veinticinco años sin hacerlo, un disco de canciones nuevas acompañado por los músicos de<br />

Elvis Presley– llega al vo<strong>la</strong>nte de una camioneta Hyundai gris. Usa gafas negras, un suéter rojo, un abrigo liviano,<br />

jeans angostos que parecen nuevos, zapatil<strong>la</strong>s con cordones anudados en moños perfectos. Detiene <strong>la</strong> camioneta,<br />

abre <strong>la</strong> puerta, baja y, como siempre hace, toma con <strong>la</strong>s dos manos <strong>el</strong> rostro de quien saluda y lo alza, como si fuera<br />

una d<strong>el</strong>icadísima pieza de porc<strong>el</strong>ana de <strong>la</strong> que se dispusiera a beber, para posar un beso en <strong>la</strong> mejil<strong>la</strong>.<br />

–Bienvenida. ¿Entramos?<br />

La reja se abre con un sonido suave, <strong>el</strong>éctrico,<br />

y <strong>la</strong> camioneta avanza por <strong>el</strong> camino de grava.<br />

Después de un puente que atraviesa un canal hay<br />

un portón de madera, que se desliza con un sonido<br />

calmo. Al otro <strong>la</strong>do, un parque que parece<br />

<strong>la</strong> puesta en escena de <strong>la</strong> m<strong>el</strong>ancolía campestre:<br />

árboles que amarillean, cercos de ligustro, césped<br />

cortado con prolijidad maníaca.<br />

–Vení, te muestro.<br />

Ramón Ortega baja de <strong>la</strong> camioneta, <strong>la</strong> altura<br />

aminorada por los hombros que inclina hacia<br />

ad<strong>el</strong>ante, como si caminara con cierta precaución.<br />

Se interna por un sendero rodeado de árboles<br />

en cuyo centro se alza, dramática y serena,<br />

una fuente, un enorme rectángulo de agua rodeado<br />

por estatuas griegas. Se detiene, <strong>la</strong>s manos<br />

en los bolsillos d<strong>el</strong> jean. Él mismo ha escogido<br />

los árboles que bordean esos caminos que, a su<br />

vez, llevan los nombres de sus seis nietos: Dante,<br />

Bautista, H<strong>el</strong>ena…<br />

–Ahí está <strong>la</strong> capil<strong>la</strong>.<br />

La capil<strong>la</strong> tiene doble puerta con vitrales y<br />

adentro hay varias hileras de bancos <strong>la</strong>rgos. A<br />

los <strong>la</strong>dos, hornacinas con figuras de <strong>la</strong> Virgen<br />

y algún santo.<br />

–Vengo siempre –dice, mientras enciende <strong>la</strong>s<br />

luces–. Me siento acá y me quedo solo, pensando.<br />

Me gusta <strong>el</strong> silencio.<br />

Después apaga <strong>la</strong>s luces, cierra <strong>la</strong> capil<strong>la</strong> y toma<br />

<strong>el</strong> sendero en dirección a <strong>la</strong> casa, que es baja, de<br />

líneas rectas, amaril<strong>la</strong> y b<strong>la</strong>nca.<br />

–Pasá. Fuera, Negro.<br />

Negro, <strong>el</strong> perro, se queda obedientemente<br />

afuera.<br />

–Yo digo que este perro es <strong>el</strong> espíritu de algo.<br />

Cuando salgo a caminar me molestan los teros.<br />

El tero viene de atrás, te roza y te puede <strong>la</strong>stimar.<br />

Pero ahora, cuando <strong>el</strong> perro ve un tero, sale<br />

como un ba<strong>la</strong>zo y lo espanta. Y yo digo: “Este<br />

tipo sabe”.<br />

En <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> de <strong>la</strong> casa hay un piano de media<br />

co<strong>la</strong>, sillones b<strong>la</strong>ncos, una mesa rodeada por ocho<br />

sil<strong>la</strong>s, bibliotecas con volúmenes encuadernados<br />

en cuero, clásicos de <strong>la</strong> literatura y <strong>la</strong> filosofía.<br />

Ortega se sienta, cruza los brazos detrás de <strong>la</strong><br />

cabeza, pero enseguida se levanta.<br />

–Te voy a mostrar un libro.<br />

El libro es un libro de fotos, fechado en 1934,<br />

dedicado por Carlos Gard<strong>el</strong> a Irineo Leguisamo,<br />

<strong>el</strong> jockey más impresionante que <strong>la</strong> hípica sudamericana<br />

haya dado en <strong>el</strong> siglo que pasó y de<br />

quien Ramón Ortega es heredero universal.<br />

–A veces pienso en todas <strong>la</strong>s cosas que tuvieron<br />

que pasar.<br />

Le gusta estar solo y, aunque nadie sabe en<br />

qué piensa cuando permanece así, es probable<br />

que sea en cosas como esas: en todas <strong>la</strong>s cosas<br />

que tuvieron que pasar.<br />

N<br />

acio en 1941, en <strong>la</strong> casa numero<br />

veinticuatro d<strong>el</strong> caserío en <strong>el</strong><br />

que vivían los empleados d<strong>el</strong> ingenio<br />

azucarero Mercedes, a unos<br />

treinta kilómetros de <strong>la</strong> ciudad de San Migu<strong>el</strong> de<br />

Tucumán. En <strong>la</strong> usina de ese ingenio su padre,<br />

Juan Ortega, trabajaba como <strong>el</strong>ectricista y lidiaba<br />

con cinco hijos y <strong>el</strong> desamor de una mujer, Nélida<br />

Tomasa Rosario Saavedra, <strong>la</strong> madre de todos,<br />

que se iba de <strong>la</strong> casa una y otra vez; <strong>la</strong> última,<br />

cuando Ramón Ortega, su segundo hijo, tenía<br />

10 años. Él nunca dice éramos pobres, vivíamos<br />

como pobres, yo era pobre. Pero eran.<br />

“A los 12 año soñe que<br />

me mataban.Despues de<br />

eso empece a decir que<br />

queria cantar.”<br />

El martes 5 de febrero de 2013, a <strong>la</strong><br />

una y cuarto de <strong>la</strong> tarde, Buenos Aires<br />

cruje bajo <strong>la</strong> asfixia anaranjada de un día<br />

de verano. Ramón Ortega está en <strong>el</strong> subsu<strong>el</strong>o<br />

d<strong>el</strong> restaurante La Rob<strong>la</strong>, en <strong>el</strong> centro<br />

de <strong>la</strong> ciudad, sentado a una mesa con<br />

su representante, un hombre alto y rubio, de ojos<br />

c<strong>la</strong>ros, l<strong>la</strong>mado Luis Méndez. El subsu<strong>el</strong>o es oscuro<br />

y ruidoso. Ortega viste una camisa escocesa<br />

que deja ver <strong>el</strong> pecho <strong>la</strong>mpiño y <strong>la</strong>s cuentas de lo<br />

que parece un rosario. La expresión de su rostro<br />

es de una seriedad geométrica. Después de una<br />

presentación breve (“Ramón, encantado”), indica<br />

una sil<strong>la</strong> y empieza a hab<strong>la</strong>r, haciendo crecer<br />

<strong>la</strong> conversación en un sistema de encastres hemorrágico<br />

y perfecto.<br />

–No hay nada mejor que los hijos para aplicárs<strong>el</strong>os<br />

a los enemigos. Mis hijas mujeres están esperando<br />

que alguien les diga algo d<strong>el</strong> padre para<br />

saltarle al cu<strong>el</strong>lo. Y los varones con <strong>la</strong> madre son<br />

iguales. La vez pasada vinieron los chicos a casa<br />

y yo les dije: “Miren, lo único que me molestaría<br />

de ustedes es saber que no han tratado de ser f<strong>el</strong>ices”.<br />

Tener <strong>la</strong> f<strong>el</strong>icidad, no sé… pero tratar. Yo<br />

creo que hay gente que puede decir “Mirá vos,<br />

este boludo que canta <strong>la</strong> f<strong>el</strong>icidad ja ja”, pero hay<br />

algo en mí que siempre fue así. A los 12 años soñé<br />

que me mataban, que venía un tipo que yo no<br />

conocía y me pegaba un tiro con una escopeta y<br />

me mataba. Y yo sufría porque pensaba: “Ahora<br />

sí se terminó todo”. Y <strong>el</strong> otro día estaba leyendo<br />

a este psicólogo de <strong>la</strong>s vidas pasadas, ¿cómo se<br />

l<strong>la</strong>ma?, que dice que hay tipos que fueron g<strong>la</strong>diadores…,<br />

y yo digo que a lo mejor a mí me mataron<br />

y nació otro. Y a partir de ese sueño empecé<br />

a decir que quería cantar y nunca más paré…<br />

¿Qué vas a comer?<br />

–No, gracias, yo no almuerzo.<br />

–Yo, a veces, tampoco almuerzo.<br />

Sigue, a eso, <strong>la</strong> puesta en marcha d<strong>el</strong> mecanismo<br />

Ortega: una anécdota que se bifurca como<br />

una hidra interminable para, finalmente, terminar<br />

donde comenzó. Una historia contada con<br />

toda parsimonia, que ocupa con su volumen<br />

94 | <strong>Rolling</strong> <strong>Stone</strong> | Agosto de 2013


FOTO: GENTILEZA PALITO ORTEGA<br />

musculoso los minutos y <strong>la</strong>s horas y que, aunque<br />

por momentos parece perder <strong>el</strong> horizonte,<br />

acaba, siempre, en <strong>el</strong> centro d<strong>el</strong> b<strong>la</strong>nco. Ahora,<br />

en ese subsu<strong>el</strong>o refrigerado y ruidoso, en un susurro<br />

inaudible, Ramón Ortega cuenta que hace<br />

un tiempo estaba en Embalse, Córdoba, y que, al<br />

llegar a su habitación después de un show, a <strong>la</strong>s<br />

cuatro de <strong>la</strong> madrugada, <strong>el</strong> barullo de una discoteca<br />

no lo dejó dormir. Como partía muy temprano<br />

hacia <strong>el</strong> aeropuerto para vo<strong>la</strong>r a Mendoza<br />

y dar un show en esa provincia, en una ciudad<br />

l<strong>la</strong>mada La Paz, se quedó despierto. A <strong>la</strong>s ocho,<br />

él y Lalo Fransen, su amigo, músico y arreg<strong>la</strong>dor<br />

desde los años 60, subieron a un taxi, pero, como<br />

consecuencia d<strong>el</strong> paso d<strong>el</strong> rally París-Dakar, <strong>la</strong>s<br />

calles estaban cortadas. Cuando lograron llegar<br />

al aeropuerto, <strong>el</strong> avión ya había partido. Intentaron,<br />

infructuosamente, conseguir un taxi aéreo y<br />

CORAZON<br />

POPULAR Palito<br />

Ortega en Iguazú,<br />

durante <strong>el</strong> rodaje<br />

d<strong>el</strong> film Muchacho<br />

que vas cantando,<br />

en 1968.<br />

terminaron contratando un remís para hacer los<br />

seiscientos kilómetros que separaban ese sitio de<br />

La Paz, Mendoza.<br />

–Después de horas llegamos a La Paz. Calles de<br />

tierra, cuatro casas. Preguntamos dónde quedaba<br />

<strong>la</strong> mejor hostería y nos mandan a una hermosa,<br />

sombreada. Sale una señora y dice: “Ay, ¿usted por<br />

acá?”. Y le digo: “Sí, vamos a tocar acá esta noche”.<br />

Y <strong>la</strong> mujer me dice: “¿Acá? ¿Pero adónde quieren<br />

ir ustedes?”. Y le digo: “A La Paz”. Y me dice:<br />

“Sí, esto es La Paz”. Y le digo: “La Paz, Mendoza”.<br />

Y me dice “No, La Paz, Córdoba”. Yo estaba con<br />

un café en <strong>el</strong> estómago, sin dormir, sin comer, y<br />

le digo: “Señora, cuántos kilómetros tenemos de<br />

acá a La Paz, Mendoza”. Y me dice: “Habrá unos<br />

quinientos…”. Así que de ahí nos fuimos a La Paz,<br />

Mendoza. Llegamos a <strong>la</strong>s diez y media de <strong>la</strong> noche.<br />

Sin dormir, sin comer. Me ducho, me visto, salgo.<br />

El lugar estaba lleno de gente y empiezo a cantar.<br />

Canto una canción, canto cinco. Y de pronto siento<br />

acá, en <strong>la</strong> espalda, una gota. Se <strong>la</strong>rga una lluvia<br />

tremenda, y empiezo a decir “Ya va a parar”.<br />

Cuando miro para atrás se habían ido todos los<br />

músicos. Así que me bajé.<br />

Hace una pausa dramática y, sin cambiar <strong>la</strong><br />

expresión, dice:<br />

–Por eso te digo: yo a veces, en <strong>la</strong>s giras, tampoco<br />

almuerzo.<br />

La anécdota frondosa, <strong>la</strong> enorme hidra, <strong>el</strong> muro<br />

infranqueable detrás d<strong>el</strong> que, en algún sitio, está<br />

él. Cuando sale d<strong>el</strong> restaurante con los anteojos<br />

puestos, los jeans tremendamente azules, <strong>el</strong> p<strong>el</strong>o<br />

apenas cano, parece un hombre de 50 años. Tiene,<br />

si <strong>la</strong>s cuentas están bien hechas, 72.<br />

Con leonardo favio, con sandro, con<br />

Migu<strong>el</strong> Bossé, con Leguisamo, con Frank<br />

Sinatra, con Sofía Loren, con Plácido Domingo,<br />

con Libertad Lamarque, con Aníbal<br />

Troilo, con P<strong>el</strong>é, con Charly García,<br />

con Domenico Modugno. Las fotos lo<br />

muestran al <strong>la</strong>do de todas esas personas con <strong>la</strong>s<br />

que trabajó, a <strong>la</strong>s que conoció, con <strong>la</strong>s que compartió<br />

algo más que <strong>el</strong> click de <strong>la</strong> instantánea.<br />

Tiene cuarenta y cinco discos en su haber, fue<br />

protagonista de treinta y tres p<strong>el</strong>ícu<strong>la</strong>s, director<br />

de algunas, y <strong>el</strong> autor de una canción l<strong>la</strong>mada<br />

“La f<strong>el</strong>icidad” que, desde 1967, ha vendido más<br />

de dos millones y medio de copias y fue cantada<br />

en alemán, italiano, francés, inglés. Eso, entre<br />

otras –muchas– cosas.<br />

El 14 de febrero de 2013, a <strong>la</strong>s cuatro y<br />

media de <strong>la</strong> tarde, por <strong>la</strong>s calles de La Is<strong>la</strong>,<br />

una de <strong>la</strong>s zonas más so<strong>la</strong>riegas de Buenos<br />

Aires, no hay nadie. En una de esas calles<br />

empinadas que llevan nombres como G<strong>el</strong>ly<br />

y Obes o Copérnico, en los dos últimos pisos de<br />

un edificio de comienzos d<strong>el</strong> siglo pasado, vive,<br />

desde hace seis años, Ramón Ortega. Una chica<br />

joven, de modos suaves, vestida con chaqueta y<br />

pantalón b<strong>la</strong>ncos, baja a abrir e indica <strong>el</strong> ascensor<br />

antiguo mientras desaparece por <strong>el</strong> de servicio.<br />

Arriba, Ramón Ortega, vestido con una camiseta<br />

a rayas, jean tremendamente azul, zapatos<br />

negros, espera con <strong>la</strong> puerta entornada.<br />

–Ad<strong>el</strong>ante, ad<strong>el</strong>ante –dice, y toma con <strong>la</strong>s dos<br />

manos <strong>el</strong> rostro de quien saluda y lo alza, como<br />

si fuera una d<strong>el</strong>icadísima pieza de porc<strong>el</strong>ana de<br />

<strong>la</strong> que se dispusiera a beber, para posar un beso<br />

en <strong>la</strong> mejil<strong>la</strong>.<br />

El living mide más de once metros de <strong>la</strong>rgo y<br />

está formado por tres espacios, divididos por columnas.<br />

El espacio d<strong>el</strong> centro está ocupado por<br />

dos sillones, una mesa baja, un cuadro de Carlos<br />

Alonso. El espacio de <strong>la</strong> izquierda es un comedor<br />

cuyo techo dorado se diluye en paredes<br />

color verde inglés. En <strong>el</strong> espacio de <strong>la</strong> derecha,<br />

que da a <strong>la</strong> calle, una de <strong>la</strong>s paredes está ocupada<br />

por un tapiz antiguo y <strong>la</strong> otra por una biblioteca<br />

b<strong>la</strong>nca en <strong>la</strong> que hay un t<strong>el</strong>evisor y estantes<br />

apenas pob<strong>la</strong>dos. Ramón Ortega seña<strong>la</strong> una<br />

puerta discreta que se abre a su estudio, pintado<br />

de anaranjado rojizo, donde hay un piano y un<br />

retrato d<strong>el</strong> dueño de casa pintado al óleo.<br />

rollingstone.com.ar | <strong>Rolling</strong> <strong>Stone</strong> | 95


Palito Ortega<br />

1 2<br />

5<br />

4<br />

3<br />

7 6<br />

CANCION LLEVAME LEJOS De niño,<br />

en los campeonatos infantiles Evita<br />

(1). Retrato d<strong>el</strong> ídolo adolescente (2)<br />

en <strong>la</strong> época de El Club d<strong>el</strong> C<strong>la</strong>n (3).<br />

Con Libertad Lamarque (4) y como<br />

Elvis en México (5). En su paso por <strong>la</strong><br />

secretaría de Desarrollo Social (6) y<br />

<strong>la</strong> candidatura a vicepresidente (7).<br />

–¿Luis Méndez no viene? –pregunta.<br />

–No sé. ¿Iba a venir?<br />

Sin dar respuesta, empieza a contar <strong>el</strong> parto de<br />

Rosario, <strong>la</strong> última de sus hijas, que nació en 1985<br />

en Miami, ciudad a <strong>la</strong> que se mudaron ese año<br />

con sus cinco hijos nacidos y su mujer, Evang<strong>el</strong>ina<br />

Sa<strong>la</strong>zar, embarazada de siete meses.<br />

–Evang<strong>el</strong>ina fue con contracciones, pero <strong>la</strong><br />

chica no estaba para nacer, y <strong>el</strong> obstetra estaba<br />

empecinado. Le decía a <strong>la</strong> enfermera que se le<br />

tirara arriba de <strong>la</strong> panza. Le estaban por hacer<br />

una cesárea y justo nació.<br />

Cuando menciona a Evang<strong>el</strong>ina Sa<strong>la</strong>zar,<br />

Ramón Ortega no dice “mi mujer” ni “mi esposa”.<br />

Dice “Evang<strong>el</strong>ina” o “<strong>la</strong> madre”, y hab<strong>la</strong> de<br />

<strong>el</strong><strong>la</strong> como un compañero de batal<strong>la</strong> hab<strong>la</strong> de otro<br />

que le salvó <strong>el</strong> p<strong>el</strong>lejo: con respeto, con reverente<br />

admiración. Cinco minutos después de <strong>la</strong>s cuatro<br />

y media de <strong>la</strong> tarde se escucha <strong>el</strong> timbre. Ortega<br />

parece contento:<br />

–Ahí llegó Luis.<br />

Y Luis Méndez llega.<br />

–¿Vamos al living?<br />

Primero esta <strong>la</strong> leyenda. ahi esta<br />

Ramón Bautista, segundo hijo de los Ortega,<br />

alumno humilde que recibe, todos<br />

los años, <strong>el</strong> guardapolvo y los zapatos de<br />

<strong>la</strong> Fundación Eva Perón. Aún no sabe que<br />

quiere ser cantante, pero canta mientras<br />

lustra zapatos, reparte ejemp<strong>la</strong>res d<strong>el</strong> periódico<br />

La Gaceta caminando kilómetros entre <strong>la</strong>s colonias<br />

que rodean <strong>el</strong> ingenio o limpia <strong>la</strong>s lápidas<br />

d<strong>el</strong> cementerio.<br />

–Agarrabas <strong>la</strong> cruz, le pasabas lija, <strong>la</strong><br />

pintabas.<br />

Está sentado en <strong>el</strong> sofá de tres cuerpos d<strong>el</strong> espacio<br />

central de <strong>la</strong> sa<strong>la</strong>. Aquí y allá hay muebles<br />

enchapados en raíces exquisitas. Luis Méndez, en<br />

<strong>el</strong> sofá de enfrente, escucha en silencio.<br />

–Mi padre se levantaba para hacerme <strong>el</strong> mate<br />

cocido. A mi mamá no <strong>la</strong> recuerdo mucho. Yo no<br />

gozaba de <strong>la</strong> simpatía de mi vieja, porque, si venía<br />

mi viejo y no estaba <strong>la</strong> comida, yo le decía: “Lo<br />

hacés esperar en vez de prepararle <strong>la</strong> comida”. Y<br />

se armaban unos despioles terribles. Mi padre<br />

fue un enamorado trágico. Un hombre que estuvo<br />

profundamente enamorado de <strong>la</strong> señora Nélida<br />

Tomasa Rosario Saavedra de Ortega, y <strong>el</strong><strong>la</strong><br />

no. Entonces eso no tiene arreglo.<br />

–¿Cuántos años tenías cuando tu mamá se<br />

fue?<br />

–Cuando se fue definitivamente, 10. Ellos tuvieron<br />

dos o tres reconciliaciones y <strong>la</strong> última fue<br />

<strong>la</strong> vencida. Por unos parientes supimos que se<br />

había ido a Buenos Aires. Dejó a mi hermana<br />

más chica, Rosario, con 2 años.<br />

Vivían en una casa de un solo cuarto, donde<br />

dormían todos. No era raro, entonces, que en <strong>el</strong><br />

pueblo se rieran cuando empezó a decir, a los<br />

12, que quería ser artista y que se iría a Buenos<br />

Aires, a tratar.<br />

–Me cargaban. “Eh, artista, te vas a morir de<br />

hambre”. Un día mi viejo me dijo: “Así que usted<br />

se quiere ir a Buenos Aires. Se lo dijo a todo <strong>el</strong><br />

pueblo, menos a mí”. A los pocos días viene y me<br />

dice: “Si usted <strong>el</strong> día de mañana llega a ser uno<br />

de estos muchachos que no tienen futuro, yo no<br />

quiero que usted me haga sentir culpable de ese<br />

destino ni con <strong>la</strong> mirada. Lo voy a dejar ir. Pero<br />

fotos: GENTILEZA PALITO ORTEGA<br />

96 | <strong>Rolling</strong> <strong>Stone</strong> | Agosto de 2013


usted sabe cómo quiero que se porte”. Ahí junté<br />

en una valijita prestada un pantalón y un par de<br />

zapatil<strong>la</strong>s, y saqué <strong>el</strong> pasaje.<br />

–¿Te acordás d<strong>el</strong> día en que te fuiste?<br />

–Sí. Lo veo como un gran cuadro de comedia<br />

musical. Me acuerdo de <strong>la</strong> caminata hasta <strong>la</strong> parada<br />

d<strong>el</strong> ómnibus que me iba a llevar a Tucumán,<br />

donde iba a tomar <strong>el</strong> tren. Las casitas, esa cosa de<br />

<strong>la</strong> gente que cuchichea.<br />

–Perdón, manda a decir <strong>la</strong> señora si quieren<br />

algo para tomar.<br />

La chica de modos suaves, de uniforme b<strong>la</strong>nco,<br />

escucha los pedidos –Luis Méndez, café; Ramón<br />

Ortega, café con leche y algo para comer– y se va.<br />

Poco después vu<strong>el</strong>ve con <strong>la</strong>s bebidas y galletitas,<br />

que Ortega parte por <strong>la</strong> mitad y moja en <strong>el</strong> café.<br />

–Estas me <strong>la</strong>s hace una señora que viene una<br />

vez por semana. No puedo comer cualquier cosa<br />

porque soy diabético. Yo digo que a mí no me <strong>la</strong><br />

contaron, <strong>la</strong> viví. A mí me reprochaban porque<br />

no les cantaba a mis orígenes. Yo pienso al revés.<br />

Tengo que cantarle a <strong>la</strong> esperanza de los que <strong>la</strong><br />

están perdiendo. ¿Qué van a aprender <strong>el</strong>los cantándoles<br />

a <strong>la</strong> pobreza, al hambre, a <strong>la</strong> injusticia?<br />

Ellos <strong>la</strong> viven, <strong>la</strong> conocen.<br />

Llegó a Buenos Aires un día de marzo o abril<br />

de 1956, con 15 años, y pasó su primera noche<br />

durmiendo en <strong>el</strong> parque d<strong>el</strong> Retiro. Por <strong>la</strong> mañana<br />

tomó un tranvía con cualquier destino y se<br />

bajó en una obra en construcción. No lo contrataron<br />

pero le sugirieron que intentara en <strong>la</strong> sede<br />

d<strong>el</strong> Partido Demócrata, de Rodríguez Peña y Tucumán.<br />

Allí lo tomaron con un trato que le pareció<br />

justo: hacer <strong>la</strong> limpieza a cambio de un sitio<br />

para dormir. Le dieron <strong>el</strong> sótano. Pocos días después<br />

consiguió trabajo en <strong>el</strong> bar de un griego, en<br />

Corrientes y Uriburu.<br />

–A <strong>la</strong> noche comía algo y bajaba al sótano. El<br />

griego estaba esperando a que yo bajara para cerrar<br />

<strong>la</strong> tapa.<br />

–¿Te encerraba?<br />

–Sí, le ponía traba. Pero siempre pensé que <strong>la</strong>s<br />

cosas que pasaban tenían que pasar para que pasaran<br />

otras. Un día pasé por <strong>la</strong> calle Pasteur y vi un<br />

cart<strong>el</strong> que decía “Se necesita cadete”, en una casa<br />

que se l<strong>la</strong>maba Supermetal. Empecé a trabajar ahí.<br />

Me fui a vivir a una pensión. Los compañeros de<br />

Supermetal me festejaron <strong>el</strong> primer cumpleaños<br />

de mi vida. Y después pasó lo de Boris.<br />

Boris era <strong>el</strong> mejor vendedor de Supermetal y<br />

un día colocó un preservativo inf<strong>la</strong>do en <strong>la</strong> cartera<br />

de una de <strong>la</strong>s empleadas. Cuando <strong>la</strong> mujer fue<br />

al baño, <strong>el</strong> preservativo saltó y <strong>el</strong><strong>la</strong> quedó sumida<br />

en un ataque de nervios. El dueño concluyó que <strong>el</strong><br />

culpable había sido Ramón Ortega, <strong>el</strong> nuevo.<br />

–Me dijo “Está suspendido quince días”. Y yo lo<br />

miro a Boris, y Boris mudo. Menos mal. Me jodía<br />

<strong>la</strong> vida si decía que había sido él. Todavía estaría<br />

trabajando en Supermetal. Cuando salgo, entra <strong>el</strong><br />

cafetero. Lo espero y cuando sale le digo: “¿Qué<br />

tengo que hacer para vender café?”. Fui donde me<br />

dijo, me dieron un saquito, termos y no paré de<br />

vender café. Y ahí empecé en <strong>la</strong> radio.<br />

La radio era LV3, radio B<strong>el</strong>grano, y llegó hasta<br />

allí como llegaba, por entonces, a todos <strong>la</strong>dos: sin<br />

rumbo en <strong>la</strong> ciudad desconocida.<br />

–Vi una fi<strong>la</strong> de gente en <strong>la</strong> puerta. Llegó un<br />

auto y bajó Virginia Luque. Me dije: “De acá no<br />

me mueven más”. Me convertí en <strong>el</strong> cafetero de<br />

<strong>la</strong> radio. Y ahí conocí a <strong>la</strong> gente de <strong>la</strong> orquesta de<br />

un tipo que se l<strong>la</strong>maba Carlinhos y me ofrecieron<br />

irme de gira con <strong>el</strong>los, como plomo.<br />

Durante tres años, a partir de 1957, viajó por<br />

todo <strong>el</strong> país, durmiendo –porque no había cuarto<br />

para todos– en <strong>la</strong> recepción con los serenos;<br />

acarreando a músicos borrachos que, a cambio,<br />

le enseñaban acordes de guitarra.<br />

–Cuando fuimos a Mendoza decidí quedarme<br />

ahí. Conseguí trabajo en un cabaret. Tenía<br />

18 años y era amigo de todas <strong>la</strong>s chicas. Tocaba<br />

<strong>la</strong> batería y <strong>la</strong> guitarra, y cantaba canciones<br />

de Luis Aguilé.<br />

Desde Mendoza viajó a Chile, conoció a una trapecista<br />

y se fue, con <strong>el</strong><strong>la</strong> y con un circo, tocando <strong>la</strong><br />

batería mientras <strong>la</strong> muchacha se ba<strong>la</strong>nceaba allá<br />

en lo alto. No da detalles de esa r<strong>el</strong>ación –ni de<br />

ninguna otra: jamás emplea <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra “novia”–,<br />

pero, de regreso en Santiago, formó una banda<br />

que l<strong>la</strong>mó The Lyons y se buscó un seudónimo:<br />

Nery N<strong>el</strong>son, por Ricky N<strong>el</strong>son, uno de los primeros<br />

grandes ídolos d<strong>el</strong> rock & roll.<br />

–Nos presentamos para tocar en radio Minería<br />

y nos aceptaron. Un día me dicen: “El director<br />

artístico lo quiere ver”. Voy, me dice: “Mire,<br />

tengo dos hijas y me piden que <strong>el</strong> sábado lo invite<br />

a almorzar”. A<strong>nota</strong> <strong>la</strong> dirección, me <strong>la</strong> da. Yo<br />

guardé esa dirección como si Jesús me hubiera<br />

autografiado <strong>la</strong> Biblia. Llega <strong>el</strong> sábado, voy a <strong>la</strong><br />

casa. Toco timbre. No me abrían. Me estaba por<br />

ir y aparece <strong>el</strong> director. Y me dice: “Le tengo que<br />

pedir disculpas porque hubo un error. Mis hijas<br />

creían que usted era Ricky N<strong>el</strong>son”. C<strong>la</strong>ro, se habrán<br />

asomado a <strong>la</strong> miril<strong>la</strong> y vieron un morochito.<br />

“Ah, bueno, entiendo, señor”, le dije, esperando<br />

que me dieran un vaso de agua. Y como <strong>el</strong> tipo<br />

no decía nada, dije: “Bueno, señor, le agradezco<br />

mucho igual”, y me fui. El tipo no veía <strong>la</strong> hora<br />

de cerrar <strong>la</strong> puerta y <strong>la</strong>rgar <strong>la</strong> carcajada. Ese fue<br />

uno de los tantos días en los que me juré cosas.<br />

Me juré que iba a volver a Chile y que me iba a<br />

pasar todo exactamente al revés. Seis años después<br />

volví a radio Minería, y los carabineros me<br />

tuvieron que sacar entre una multitud.<br />

Regresó a Mendoza y consiguió tocar, una vez<br />

por semana, en <strong>el</strong> auditorio de LV10, Radio de<br />

Cuyo. Como le pagaban poco fue a ver al director,<br />

Rinaldi, para pedirle aumento. El hombre le dijo:<br />

“Pibe, ¿quién te creés que sos, Billy Cafaro?”<br />

–Y ese fue otro de los días en los que me juré<br />

grabo 45 discos. “No<br />

habia uno que vendiera<br />

menos qu<strong>el</strong> anterior.<br />

era una locura”, dice.<br />

cosas. Me juré que ese señor me iba a contratar<br />

y me iba a pagar diez veces más de lo que le<br />

podía pagar a Billy Cafaro. Y seis años después<br />

volví a Mendoza, contratado por LV10, Radio de<br />

Cuyo, y me pagaron una fortuna. A veces pienso<br />

en todas <strong>la</strong>s cosas que tuvieron que pasar, y<br />

en ese inventario lo pongo a Boris, a <strong>la</strong>s chicas<br />

d<strong>el</strong> cabaret, a...<br />

Un preservativo que conecta con unos termos<br />

de café que conectan con una orquesta que conecta<br />

con un cabaret que conecta con cientos de<br />

miles de discos vendidos. Como si no hubiera estrategia.<br />

Como si su máximo talento hubiese sido<br />

jurarse para después volver. Son <strong>la</strong>s ocho y media<br />

de <strong>la</strong> noche y Luis Méndez sugiere:<br />

–¿Te parece que dejemos acá? Seguimos <strong>la</strong><br />

próxima.<br />

Siempre es igual: a lo <strong>la</strong>rgo de una, dos,<br />

tres horas, Ortega cuenta –con detalle– <strong>la</strong><br />

manera en que evitó hacer <strong>el</strong> Servicio Militar<br />

Obligatorio (fingiendo que le dolía una<br />

antigua lesión en <strong>el</strong> tobillo); <strong>la</strong> manera en <strong>la</strong><br />

que devino técnico mecánico de <strong>la</strong>s cocinas Volcán<br />

y <strong>el</strong> examen que rindió en casa de una vecina<br />

bajo <strong>la</strong> supervisión de un porteño pícaro. Siempre<br />

es igual: anécdotas, anécdotas. Detrás de esa<br />

hidra impenetrable, en alguna parte, está él.<br />

E<br />

n <strong>el</strong> departamento de ramon ortega<br />

suena un piano. Son <strong>la</strong>s cuatro<br />

de <strong>la</strong> tarde de otro día luminoso, todavía<br />

febrero, y <strong>la</strong> chica de modos<br />

suaves y uniforme b<strong>la</strong>nco abre <strong>la</strong> puerta y dice:<br />

–Ya le aviso al señor.<br />

Después desaparece. Se escucha un cuchicheo,<br />

<strong>el</strong> piano cesa y Ramón Ortega, jeans ajustados,<br />

zapatil<strong>la</strong>s de moños rebosantes, aparece, silbando.<br />

Se sienta en <strong>el</strong> mismo sillón, en <strong>la</strong> misma sa<strong>la</strong><br />

y, apenas se sienta, tocan <strong>el</strong> timbre. Es Luis Méndez,<br />

que sube, saluda, se sienta en <strong>la</strong> misma esquina<br />

d<strong>el</strong> mismo sillón. Quince minutos más tarde,<br />

<strong>la</strong> misma chica pregunta:<br />

–¿Les puedo ofrecer algo para tomar?<br />

En 1962 Ortega estaba de vu<strong>el</strong>ta en Buenos<br />

Aires y, a poco de llegar, se topó con Dino Ramos,<br />

un integrante de <strong>la</strong> orquesta de Carlinhos, que<br />

le contó que en <strong>la</strong> discográfica RCA estaban tomando<br />

pruebas. Compusieron juntos una canción<br />

–“Sacate <strong>la</strong> careta”– y fueron a probar suerte.<br />

–Nos recibió Ricardo Mejías, <strong>el</strong> director artístico,<br />

y le gustó <strong>la</strong> canción. Me dijo: “Los sábados<br />

tomo pruebas en <strong>el</strong> estudio, ¿por qué no viene?”.<br />

El día de su cumpleaños, 8 de marzo de 1962,<br />

bajo una lluvia intensa, Ramón Ortega llegó al estudio<br />

de <strong>la</strong> RCA mojado de <strong>la</strong> cabeza a los pies. Le<br />

hicieron cantar tres canciones y, cuando terminó,<br />

Mejías le dijo: “Dese por artista de RCA”.<br />

–Salí y me dieron ganas de pegar un grito que<br />

lo escucharan hasta en mi pueblo.<br />

Mejías lo bautizó Palito –porque lo vio muy<br />

f<strong>la</strong>co– y ese año grabó su primer simple. Al<br />

poco tiempo compuso “Deja<strong>la</strong> deja<strong>la</strong>” y siguieron<br />

“Bienvenido amor”, “Despeinada” (que escribió<br />

con Chico Novarro), “Media novia”.<br />

–No había un solo disco que vos dijeras “A este<br />

le va peor que al anterior”. Era una locura, y todo<br />

rollingstone.com.ar | <strong>Rolling</strong> <strong>Stone</strong> | 97


Palito Ortega<br />

pasaba muy rápido. Los que estábamos dando<br />

vu<strong>el</strong>tas, Sandro, Favio, yo, tocábamos en tres, cuatro<br />

clubes por noche. Para llegar al escenario teníamos<br />

detectado <strong>el</strong> patio de <strong>la</strong> vecina. De ahí<br />

poníamos una escalerita para saltar a <strong>la</strong> parte de<br />

atrás d<strong>el</strong> club y llegar al escenario, porque, si pasabas<br />

entre <strong>la</strong> gente, subías hecho un inf<strong>el</strong>iz, todo<br />

despeinado, <strong>la</strong> ropa arrancada.<br />

En noviembre de 1962 Canal 13 empezó a emitir<br />

El Club d<strong>el</strong> C<strong>la</strong>n, un programa que llegó a tener<br />

55 puntos de rating, en <strong>el</strong> que Violeta Rivas cantaba<br />

temas de Rita Pavone; Chico Novarro se ponía<br />

tropical con “El orangután”; Johnny Tedesco versionaba<br />

a Elvis. La lista seguía con Lalo Fransen,<br />

Raúl Lavié y, c<strong>la</strong>ro, Palito Ortega, que, mientras<br />

tanto, vivía en una pensión de Lavalle y Maipú.<br />

–Empezaron a llegar cartas de admiradoras.<br />

Dos, tres. Las guardaba un mes entero, sin leer<strong>la</strong>s,<br />

para tener <strong>la</strong> sensación de que me llegaban<br />

muchas. Casi que <strong>la</strong>s rezaba. “Palito, lo escucho<br />

todos los sábados”, “Palito, mándeme una foto”.<br />

Hasta que abro una y decía “Querido hijo”. Remitente,<br />

Nélida Saavedra de Ortega, Berazategui.<br />

Sigo leyendo: “Mis vecinas se ríen de mí cuando<br />

les digo que <strong>el</strong> que está cantando es mi hijo”.<br />

Me dije: “Algo hay que hacer”. No fui a buscar<strong>la</strong>,<br />

mandé a una persona. El<strong>la</strong> estaba viviendo con un<br />

señor que ponía como condición estar en <strong>el</strong> encuentro<br />

y yo dije: “No, con <strong>el</strong><strong>la</strong> y con nadie más”.<br />

Y en ese ínterin ocurre <strong>el</strong> hecho mas desgraciado<br />

de <strong>la</strong> historia.<br />

El hecho más desgraciado de <strong>la</strong> historia fue<br />

que Rosario, su hermana de 11 años, iba al colegio<br />

cuando, al cruzar <strong>la</strong> calle, <strong>la</strong> atrop<strong>el</strong>ló un<br />

auto y <strong>la</strong> mató.<br />

–No llegué a tiempo para ver<strong>la</strong>. Murió un viernes<br />

y yo llegué <strong>el</strong> domingo. En ese momento los<br />

músicos íbamos a clubes de tres o cuatro ciudades<br />

por noche. Murieron muchos colegas así, en<br />

<strong>la</strong> ruta. Yo me recostaba en <strong>el</strong> asiento, buscaba<br />

una estr<strong>el</strong><strong>la</strong>, confiaba en que era mi hermana y<br />

decía: “No me puede pasar nada malo”.<br />

Se acoda sobre <strong>la</strong>s rodil<strong>la</strong>s, revu<strong>el</strong>ve <strong>el</strong> café.<br />

–Con mi vieja, al final, me encontré en un bar.<br />

Fue una conversación difícil. Después le alquilé<br />

un departamento en Núñez. Mi viejo se murió a<br />

fines de los 90, a los 97 años, en una casita que<br />

se había hecho en Tucumán. Nunca quiso venir.<br />

Y mi mamá murió después. Yo los puse juntos,<br />

en <strong>la</strong> misma bóveda.<br />

La pensión de Lavalle y Maipú fue un sitio que<br />

tuvo que abandonar pronto: cuando <strong>la</strong>s vecinas<br />

supieron que vivía ahí, empezaron a llenar <strong>la</strong> ventana<br />

con cartas de todo tipo, de modo que él entendió<br />

que dormir en pensiones ya no era compatible<br />

con todo lo demás, que era mucho. Entre<br />

1964 y 1966 sacó siete discos (uno de <strong>el</strong>los, En<br />

Nashville, con producción de Chet Atkins, productor<br />

y guitarrista de Elvis Presley), fue galán<br />

de fotonov<strong>el</strong>as. En 1964 ya había participado en<br />

<strong>la</strong> p<strong>el</strong>ícu<strong>la</strong> El Club d<strong>el</strong> C<strong>la</strong>n, dirigida por Enrique<br />

Carreras, y salía en <strong>la</strong> portada de revistas como<br />

Radio<strong>la</strong>ndia o Antena con esa expresión reconcentrada<br />

y prolija que lo había transformado en<br />

un Buster Keaton musical. Durante una producción<br />

de fotos para Radio<strong>la</strong>ndia conoció a una<br />

actriz joven, Marta González, con <strong>la</strong> que empezó<br />

un romance d<strong>el</strong> que habló <strong>el</strong> país. Poco después<br />

viajó a México, a grabar un disco (Internacional),<br />

y desde allí emprendió una gira por Nueva<br />

York, París y Roma, donde <strong>la</strong> discográfica había<br />

organizado una agenda profusa que consistía en<br />

presentarle a otras estr<strong>el</strong><strong>la</strong>s de <strong>la</strong> casa, como Pat<br />

Boom o Paul Anka.<br />

–Cuando lo fui a ver a Paul Anka le conté que yo<br />

había empezado cantando canciones de él. El tipo<br />

quería grabar un disco en español y me pidió si le<br />

podía mandar una canción. Esa noche me acordé<br />

como nunca d<strong>el</strong> ingenio Mercedes. Miraba los<br />

rascaci<strong>el</strong>os de Nueva York y pensaba: “¿Sabrá <strong>la</strong><br />

gente dónde ando yo ahora? ¿Qué será de <strong>la</strong> casita<br />

donde nací?”.<br />

Durante <strong>la</strong> gira pasó por Los Ang<strong>el</strong>es, España,<br />

Roma, París y, al regresar, <strong>la</strong> RCA decidió que, en<br />

vez de vo<strong>la</strong>r directo a Buenos Aires, pasara una<br />

noche en Montevideo.<br />

–Me llevan a un hot<strong>el</strong>, y me esperaba toda <strong>la</strong><br />

cúpu<strong>la</strong> directiva de <strong>la</strong> RCA. Ahí mismo <strong>el</strong> director<br />

se pone de pie y dice: “Tenemos algo para nuestra<br />

estr<strong>el</strong><strong>la</strong>”. Y saca un cheque de regalías, más un<br />

ad<strong>el</strong>anto, y dice: “Este ad<strong>el</strong>anto es por <strong>el</strong> nuevo<br />

“Yo creo que sandro fue<br />

mas sabio que mi viejo”,<br />

reflexiona emanu<strong>el</strong>. “se<br />

cuido dexponerse.”<br />

contrato que vamos a firmar esta noche”. Y yo le<br />

digo por lo bajo: “Pero señor, no hab<strong>la</strong>mos nada<br />

d<strong>el</strong> contrato nuevo”. Y me dice: “No te preocupes,<br />

te subimos <strong>la</strong>s regalías”. Y yo dije: “Bueno, está<br />

bien”. Y firmé por tres años más.<br />

Al día siguiente, en Buenos Aires, <strong>la</strong> discográfica<br />

había montado un desembarco en Normandía:<br />

lo esperaba en <strong>el</strong> aeroparque una multitud<br />

y <strong>la</strong>s cámaras de Canal 9 transmitieron en directo<br />

su regreso triunfal.<br />

–Antonio Carrizo estaba transmitiendo y decía:<br />

“Así llega <strong>la</strong> estr<strong>el</strong><strong>la</strong> de su gira triunfal”. Después<br />

hablé con Marta. Le dije: “Yo no me puedo casar<br />

porque tengo un panorama enorme afuera, me<br />

piden que vu<strong>el</strong>va a México, a España, y va a ser<br />

un sufrimiento para vos y para mí”.<br />

–¿Y?<br />

–Y… todo lo que te puedas imaginar de una<br />

situación así.<br />

Por esos años puso su propia productora<br />

–Chango–, y haciendo fotonov<strong>el</strong>as conoció a un<br />

actor d<strong>el</strong> género, Oscar Sanders, que terminó siendo<br />

su mano derecha.<br />

–Venía alguien y decía: “Quiero llevarte a tal<br />

<strong>la</strong>do”. Y yo decía: “Encantado”. Pero sabía que no<br />

me convenía. Entonces iba Oscar y sabía que tenía<br />

que decir que no. Siempre tenés que tener a alguien<br />

que diga que no. El artista nunca puede<br />

decir que no.<br />

Semanas más tarde, cuando se le consulte a Luis<br />

Méndez acerca de <strong>la</strong> posibilidad de tener una entrevista<br />

con Ortega a so<strong>la</strong>s, responderá por mail:<br />

“Él quiere que siempre esté presente en <strong>la</strong>s entrevistas.<br />

No es una preferencia mía, pero tu pedido<br />

nos resulta un poco extraño. Igual, te imaginás que<br />

yo sigo <strong>la</strong>s directivas de Ramón, únicamente”.<br />

Palito tuvo <strong>la</strong> suerte o <strong>la</strong> desgracia de<br />

surgir a <strong>la</strong> consideración popu<strong>la</strong>r dentro<br />

de El Club d<strong>el</strong> C<strong>la</strong>n –dice <strong>el</strong> periodista y<br />

crítico C<strong>la</strong>udio Kleiman–, que representa<br />

una época pre-rock de <strong>la</strong> música argentina.<br />

Pero dentro de El Club d<strong>el</strong> C<strong>la</strong>n<br />

era lo más aceptable. Él y Johnny Tedesco eran<br />

<strong>la</strong>s figuras más rockeras, y Palito le agrega a eso<br />

su calidad de compositor. Era bueno.<br />

La carrera musical de Ortega es un camino<br />

p<strong>la</strong>gado de hits como “Estar enamorado”, “Decí<br />

por qué no querés”, y panzers de alegría blindada<br />

como “La f<strong>el</strong>icidad” y “Yo tengo fe”. Pero es,<br />

también, <strong>el</strong> autor de “Canción d<strong>el</strong> jacarandá” (que<br />

compuso en 1965 con María Elena Walsh), “Sabor<br />

a nada” o “Lo mismo que a usted”, temas versionados<br />

por los mejores ba<strong>la</strong>distas d<strong>el</strong> continente,<br />

desde Vicentico hasta Lucho Gatica.<br />

No parece un hombre candido, pero si<br />

alguien empeñado en conservar aqu<strong>el</strong> clima<br />

b<strong>la</strong>nco que teñía <strong>la</strong> época en que <strong>la</strong>s amas<br />

de casa escuchaban discos d<strong>el</strong> Festival de<br />

San Remo mientras pasaban <strong>la</strong>s páginas de<br />

<strong>la</strong> fotonov<strong>el</strong>a semanal. Su vida, tal como <strong>la</strong> cuenta,<br />

parece <strong>el</strong> guion de una p<strong>el</strong>ícu<strong>la</strong> protagonizada<br />

por un muchacho de buen corazón en un mundo<br />

de buenos contra malos. Fue <strong>el</strong> novio que todas<br />

<strong>la</strong>s madres quisieron para sus hijas y se ganó <strong>el</strong><br />

cariño cerrado de íconos mayores de <strong>la</strong> cultura<br />

popu<strong>la</strong>r: Libertad Lamarque, que regresó al cine<br />

en 1972 para que él <strong>la</strong> dirigiera en La sonrisa de<br />

mamá; Luis Sandrini, que se puso bajo su dirección<br />

en 1979 para hacer Vivir con alegría (y que,<br />

un año después, volvió a actuar en Qué linda es<br />

mi familia, sólo para morir en <strong>el</strong> set, con Ortega<br />

desesperado, frotándole <strong>el</strong> pecho con alcohol); e<br />

Irineo Leguisamo, a quien conoció en 1963, que<br />

lo adoptó como un hijo y que, al morir, lo nombró<br />

heredero universal. Ortega le hizo honor a<br />

esa confianza: <strong>la</strong> ropa, <strong>la</strong>s medal<strong>la</strong>s de Leguisamo<br />

están resguardadas, y los secretos que se llevó<br />

a <strong>la</strong> tumba –era amigo de Gard<strong>el</strong>, que le contaba<br />

cosas–, también. Cuando se le pregunta si lo<br />

extraña, responde: “Pienso mucho en él”. La discreción<br />

es su manifiesto, su dec<strong>la</strong>ración, su patria<br />

y su bandera.<br />

E<br />

n 1965 ya tenia cierta fortuna,<br />

que administraba con prudencia.<br />

Hacía negocios comprando y vendiendo<br />

propiedades y era un galán insta<strong>la</strong>do<br />

cuando filmó Mi primera novia, con dirección<br />

de Enrique Carreras. Él quería que <strong>la</strong> actriz protagónica<br />

fuera Marilina Ross, pero <strong>el</strong> director impuso<br />

a una rubia ang<strong>el</strong>ical que actuaba en un t<strong>el</strong>eteatro<br />

arrasador: El amor tiene cara de mujer.<br />

98 | <strong>Rolling</strong> <strong>Stone</strong> | Agosto de 2013


LA VOZ Palito en La Rural<br />

en 1972, durante una<br />

seguidil<strong>la</strong> de dos shows a<br />

los que asistieron más de<br />

40 mil personas.<br />

FOTO: GENTILEZA PALITO ORTEGA<br />

–Era Evang<strong>el</strong>ina. Yo no le daba bolil<strong>la</strong> porque<br />

quería otra actriz. Pero un día <strong>la</strong> miré y me dije:<br />

“Esta puede ser <strong>la</strong> madre de mis hijos”.<br />

El<strong>la</strong>, hija de una familia de c<strong>la</strong>se media conservadora,<br />

llegaba todos los días al set a bordo d<strong>el</strong><br />

auto de su padre, un ebanista, y se retiraba de <strong>la</strong><br />

misma forma. Hasta que un día él propuso llevar<strong>la</strong><br />

a <strong>la</strong> filmación.<br />

–La paso a buscar, agarro por Libertador y me<br />

meto en un edificio donde uno de los departamentos<br />

era mío. Le digo al portero: “Abra <strong>el</strong> piso catorce”.<br />

Entramos y <strong>el</strong> portero me dice: “Señor, ya<br />

está casi vendido”. Le digo: “Ya no se vende, porque<br />

me voy a casar con esta señorita y voy a vivir<br />

acá”. El<strong>la</strong> se puso toda colorada.<br />

–¿Pero eran novios?<br />

–No. La dec<strong>la</strong>ración fue esa.<br />

–¿Ese día se pusieron de novios?<br />

–No. Jugábamos. Estábamos filmando y yo le<br />

decía: “C<strong>la</strong>ro, vos volvés a <strong>la</strong> hora que querés y de<br />

los chicos siempre me encargo yo”.<br />

No queda c<strong>la</strong>ro cuánto tiempo flirtearon de<br />

ese modo pero, en 1966, Ortega estaba en Ecuador<br />

cuando supo que <strong>el</strong><strong>la</strong> había ganado <strong>el</strong> premio<br />

como mejor actriz en <strong>el</strong> Festival de San Sebastián,<br />

por <strong>la</strong> p<strong>el</strong>ícu<strong>la</strong> D<strong>el</strong> brazo y por <strong>la</strong> calle.<br />

–La l<strong>la</strong>mé y le dije: “Ahora te agrandás y se va<br />

todo al diablo”. Y me dice: “No. Aquí terminó mi<br />

carrera”. Yo, f<strong>el</strong>iz de <strong>la</strong> vida. Quería una mujer<br />

que estuviera con mis hijos, tenía sed de familia.<br />

Y <strong>el</strong><strong>la</strong> se entregó <strong>completa</strong>mente.<br />

Su casamiento con Evang<strong>el</strong>ina Sa<strong>la</strong>zar, en<br />

marzo de 1967, fue una apoteosis transmitida<br />

por Canal 9 desde <strong>la</strong> abadía de San Benito. Apenas<br />

diez años después de haber llegado a <strong>la</strong> ciudad<br />

con una valija de cartón, Ramón Ortega se<br />

transformaba en muy marido de toda esa mujer<br />

bajo los f<strong>la</strong>shes de más de cien fotógrafos. Ese<br />

día Pipo Mancera logró con su programa Sábados<br />

circu<strong>la</strong>res un rating de sesenta puntos que<br />

jamás volvió a repetirse. Dos años más tarde,<br />

<strong>el</strong> 19 de febrero de 1969, nació Martín, <strong>el</strong> primer<br />

hijo.<br />

–Y esa misma mañana murió <strong>el</strong> padre de Evang<strong>el</strong>ina.<br />

Martín nació a mediodía y <strong>el</strong> padre murió<br />

a <strong>la</strong>s ocho. No le dijimos nada, pero <strong>el</strong><strong>la</strong> presintió.<br />

Tuvo una gran valentía y se concentró en tener <strong>el</strong><br />

hijo. Tuvo al hijo y después se desahogó.<br />

Un día después d<strong>el</strong> nacimiento, Pipo Mancera<br />

entraba a <strong>la</strong> habitación donde, con <strong>el</strong> p<strong>el</strong>o recogido<br />

en una torzada suntuosa, esperaba Evang<strong>el</strong>ina<br />

Sa<strong>la</strong>zar con su bebé.<br />

–¿Cómo le va, señora Ortega? ¿Cada cuánto<br />

está comiendo <strong>el</strong> bebé?<br />

–Cuatro veces al día.<br />

Nadie hubiera pensado que esa mujer de 21<br />

años era otra cosa que una madre arrobada. Que<br />

era, además, una mujer estrenando orfandad.<br />

(A veces, en casa de los Ortega, se escucha <strong>la</strong><br />

voz de Evang<strong>el</strong>ina Sa<strong>la</strong>zar llegando desde alguna<br />

parte. Cuando se le pregunta a Luis Méndez<br />

si se puede hab<strong>la</strong>r con <strong>el</strong><strong>la</strong>, tuerce <strong>la</strong> boca, como<br />

si esa fuera <strong>la</strong> peor idea d<strong>el</strong> mundo.)<br />

Perdon, manda a decir <strong>la</strong> señora si les<br />

puedo ofrecer algo de tomar.<br />

La chica d<strong>el</strong> uniforme b<strong>la</strong>nco pregunta,<br />

espera <strong>la</strong> respuesta –café, café– y se va.<br />

–¿Cómo era <strong>la</strong> r<strong>el</strong>ación con tus<br />

hermanos?<br />

–Curiosa, yo me vine cuando <strong>el</strong>los eran muy<br />

chiquitos. Uno empezó a grabar un disco y yo<br />

no quería que entraran en <strong>el</strong> mundo de <strong>la</strong> música<br />

por ser mis hermanos. Quería que estudiaran.<br />

Dos murieron. Mi hermano Luis iba a visitar<br />

a mi padre a Tucumán, en auto. Era intendente<br />

de José C. Paz. Tuvo un accidente. Y con Raúl, <strong>el</strong><br />

que quedó, tengo buena r<strong>el</strong>ación.<br />

–¿Vive acá?<br />

–No. En San Migu<strong>el</strong>.<br />

–¿Hace algo r<strong>el</strong>acionado con <strong>la</strong> música?<br />

–No. Se dedica al comercio.<br />

Su hermano Raúl debutó como cantante en<br />

1965 con <strong>el</strong> nombre de Freddy Tadeo. Ramón Ortega<br />

se casó en 1967 con Evang<strong>el</strong>ina Sa<strong>la</strong>zar, que<br />

entre 1966 y 1967 interpretó a <strong>la</strong> maestra Jacinta<br />

Pichimahuida en <strong>la</strong> t<strong>el</strong>evisión; en 1968 su hermano<br />

se casó con Cristina Lemercier, que, mientras<br />

Evang<strong>el</strong>ina se casaba, hacía de Jacinta Pichimahuida<br />

en <strong>la</strong> t<strong>el</strong>evisión. Lemercier estaba divorcia-<br />

rollingstone.com.ar | <strong>Rolling</strong> <strong>Stone</strong> | 99


Palito Ortega<br />

da de Raúl Ortega desde 1991 cuando, <strong>el</strong> 27 de<br />

diciembre de 1996, se suicidó.<br />

Aunque <strong>la</strong> gente piense otra cosa, mi<br />

mamá tiene mucho carácter.<br />

Julieta Ortega, actriz, segunda hija de<br />

Ramón Ortega, está sentada en un bar de<br />

Palermo, puntual, después de despertarse<br />

muy temprano para mandar al colegio a su hijo<br />

Benito, cuyo padre es <strong>el</strong> músico Iván Noble.<br />

–El<strong>la</strong> maneja todo. No sé si no es una bril<strong>la</strong>nte<br />

estrategia de su parte dejar que <strong>la</strong> gente diga:<br />

“Mirá, siempre detrás de su marido”. Mi mamá<br />

es <strong>la</strong> mujer que mi papá necesita, y mi papá es<br />

<strong>el</strong> hombre que mi mamá necesita; son alianzas,<br />

acuerdos. Ver<strong>la</strong> como <strong>la</strong> mujer sometida es una<br />

idea equivocada.<br />

–¿Y tu padre?<br />

–Cuando vienen invitados se pone muy conversador,<br />

pero <strong>la</strong> intimidad le cuesta. Yo siempre<br />

me sentí muy querida por él. Yo tendría unos 7<br />

años, y estaba a upa de él, y enfrente había una<br />

nenita hermosa, con <strong>el</strong> padre. No sé qué habrá<br />

percibido mi papá, pero me dijo en <strong>el</strong> oído: “Mi<br />

negrita es <strong>la</strong> más linda de todas”. Me dio todo lo<br />

que me tenía que dar. Es una de <strong>la</strong>s personas más<br />

generosas que conozco. Y mi mamá... ¿Pero por<br />

que no hablás con mi mamá?<br />

–¿El<strong>la</strong> querría?<br />

–No tendría ningún problema. Olvidate. Le<br />

mando un mensaje y lo hacen.<br />

Una hora más tarde llega un mensaje de Julieta<br />

Ortega que dice: “Hablé con mamá y dice que no<br />

tiene problema. Hablá con Luis Méndez”.<br />

Los ortega tuvieron seis hijos. martin<br />

es musicalizador. Sebastián Ortega es productor<br />

t<strong>el</strong>evisivo. Julieta es actriz. Emanu<strong>el</strong><br />

es cantante. Luis es director de cine y Rosario<br />

también se dedica a <strong>la</strong> música. En <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> de<br />

su casa, Ramón Ortega moja una galletita en <strong>el</strong><br />

café con leche.<br />

–Con <strong>la</strong> madre jamás hemos hab<strong>la</strong>do acerca de<br />

cómo tenía que ser <strong>la</strong> educación, pero sí decíamos<br />

que en una edad hay que soltarles <strong>la</strong> mano. Sólo<br />

intervenir si los vemos al borde d<strong>el</strong> precipicio.<br />

–¿No te dio temor verlos al borde?<br />

–No. Esa libertad que tuvieron <strong>la</strong> usaron incluso<br />

para experimentar.<br />

De esa pareja (que <strong>el</strong>igió como mod<strong>el</strong>o <strong>la</strong> más<br />

tradicional de <strong>la</strong>s familias: matrimonio hasta que<br />

<strong>la</strong> muerte los separe, <strong>la</strong> dama en casa y <strong>el</strong> hombre<br />

a trabajar), salieron seis personas de profesiones<br />

volátiles por cuya sangre parece correr cualquier<br />

cosa menos tradición. Sólo por poner un ejemplo,<br />

Luis Ortega, director de p<strong>el</strong>ícu<strong>la</strong>s tan ajenas al<br />

mainstream como Caja negra o Monobloc, le dijo<br />

en 2008 a Rol l i n g St o n e : “A los 15 años llegué<br />

a Buenos Aires y descubrí <strong>la</strong>s drogas, <strong>la</strong> gran ciudad<br />

y <strong>el</strong> cine. En esa época tomaba de todo: anfetaminas,<br />

cocaína, free base con bicarbonato. Pero<br />

<strong>la</strong> droga que más me impactó fue <strong>el</strong> LSD”.<br />

–¿Te imaginás sin Evang<strong>el</strong>ina?<br />

Hay un silencio breve, una mirada esquiva,<br />

como si evaluara <strong>la</strong> posibilidad de no contestar<br />

o de hacer algo temible.<br />

–Lo veo casi un absurdo. Porque ya tenemos<br />

un entendimiento. El compañerismo, <strong>la</strong><br />

comprensión.<br />

–¿Qué <strong>la</strong> saca de quicio de vos?<br />

–Mi parsimonia. Su<strong>el</strong>o ser de <strong>la</strong>rgos silencios.<br />

Se sobresalta cuando entro en una habitación porque<br />

dice que nunca me escucha.<br />

–¿Es paciente, suave?<br />

–Pse. Tiene su carácter. No te creas.<br />

“Ramón es una persona terriblemente cal<strong>la</strong>da<br />

–decía Evang<strong>el</strong>ina Sa<strong>la</strong>zar en una entrevista<br />

emitida por Crónica TV–. Cuando éramos más<br />

jóvenes [...] con su trabajo y los chicos todo eso<br />

se disimu<strong>la</strong>ba un poco más. Entonces ahora hay<br />

que traerlo un poco a <strong>la</strong> conversación.”<br />

E<br />

s<br />

buen compositor –dice c<strong>la</strong>udio<br />

Kleiman–, pero me parece que<br />

lo mejor que hizo es de los 60. En<br />

los 70 se prendió en <strong>la</strong> época más<br />

olvidable. Hay una cultura argentina d<strong>el</strong> espectáculo<br />

de derecha. No eran de derecha, pero se<br />

prendieron en <strong>la</strong> onda de los milicos. Olmedo,<br />

por ejemplo. Tipos talentosos que cayeron bajo<br />

esa onda ideológica medio extraña. Y ahí Palito<br />

empezó a componer cosas muy reaccionarias.<br />

“Caradura”, “Tirate al río”… Ahora, escuchando<br />

<strong>el</strong> último disco, que me pareció muy buen disco,<br />

me parece que él también se identifica más con<br />

esa producción de los 60.<br />

E<br />

ntre<br />

originales, recopi<strong>la</strong>ciones<br />

y etcéteras, lleva editados cuarenta y<br />

cinco discos desde que, en 1962, salió<br />

su primer single. La producción cinematográfica<br />

no fue menor: treinta y una p<strong>el</strong>ícu<strong>la</strong>s,<br />

nueve dirigidas por él. Su debut como director fue<br />

en 1976, a poco de comenzada <strong>la</strong> dictadura, con<br />

Dos locos en <strong>el</strong> aire, protagonizada por él mismo<br />

y Carlitos Balá, que transcurre en una base militar.<br />

La historia de amor está a cargo de Ortega y<br />

Evang<strong>el</strong>ina Sa<strong>la</strong>zar, y los chistes –b<strong>la</strong>ncos: dirigir<br />

<strong>el</strong> tránsito aéreo desde una grúa con un silbato– a<br />

cargo de Balá, todo en medio de una militaria jocosa<br />

y bonachona. Su segunda p<strong>el</strong>ícu<strong>la</strong> como director,<br />

Brigada en acción, protagonizada por él<br />

mismo, Carlitos Balá y Juan Carlos Altavista, fue<br />

estrenada en junio de 1977 y comienza con Ortega,<br />

un policía de <strong>la</strong> Federal, persiguiendo a unos<br />

d<strong>el</strong>incuentes en un Falcon. Esas escenas aparecen<br />

alternadas con otras en <strong>la</strong>s que se muestra una visita<br />

al Museo Policial de Buenos Aires durante <strong>la</strong><br />

que un hombre dice que <strong>el</strong> trabajo de <strong>la</strong> policía<br />

SEGUN CHARLY: “Tiene<br />

una gran capacidad<br />

de amor. Hoy es un<br />

hermano d<strong>el</strong> alma”.<br />

consiste en resguardar <strong>la</strong> tranquilidad de sus semejantes.<br />

Hacia <strong>el</strong> final, un colega es abatido y,<br />

mientras Ortega y Altavista se alejan en un Falcon<br />

b<strong>la</strong>nco, se escucha una canción: “Pobres los que<br />

matan simplemente por matar. Esos <strong>el</strong>igieron <strong>el</strong><br />

camino d<strong>el</strong> dolor. Pobre de esa gente que olvidó su<br />

r<strong>el</strong>igión, esos que a <strong>la</strong> vida no le dan ningún valor.<br />

Los que confundieron <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra libertad”. En <strong>la</strong><br />

última escena, Altavista, Balá y Ortega bai<strong>la</strong>n tomados<br />

por los hombros y un cart<strong>el</strong> sobreimpreso<br />

dice: “Dedicamos esta p<strong>el</strong>ícu<strong>la</strong> a aqu<strong>el</strong>los que,<br />

arriesgando sus vidas, luchan permanentemente<br />

en defensa de <strong>la</strong> justicia”.<br />

–Dos locos en <strong>el</strong> aire fue hecha a destiempo.<br />

Pero en esa época lo pasé como <strong>el</strong> noventa por<br />

ciento de los argentinos. Miles de personas iban<br />

a un estadio a ver un Mundial con los generales<br />

ahí, y no había una chif<strong>la</strong>tina, una puteada. Creo<br />

que nos equivocamos mucho. Uno después se da<br />

cuenta de que tendría que haber tomado más partido.<br />

El hecho de que un alto porcentaje d<strong>el</strong> pueblo<br />

argentino no lo haya hecho no justifica que<br />

vos no lo hayas hecho.<br />

En 1976 editó <strong>el</strong> disco Por siempre Palito; en<br />

1978, Me gusta ser como soy; en 1979, Autorretrato.<br />

En 1981 <strong>el</strong> destino se puso en marcha otra vez<br />

y apuntó al corazón d<strong>el</strong> desastre.<br />

–Yo iba a cargar nafta, y en <strong>la</strong> estación de servicio<br />

me encontré con <strong>el</strong> hijo de un amigo...<br />

Con esa manera de contarlo todo como si los<br />

contratos millonarios no fueran más que acuerdos<br />

entre almaceneros, dice que <strong>el</strong> hijo d<strong>el</strong> amigo iba<br />

a reunirse en Brasil con Edwin Peristein, uno de<br />

los abogados de Frank Sinatra, para venderle caballos<br />

de polo, y que él le dijo: “Decile que lo quiero<br />

traer”. El 11 de febrero de 1981, en un hot<strong>el</strong> de<br />

Nevada, se firmó, entre Chango Producciones y<br />

Sinatra, un contrato por seis presentaciones –cuatro<br />

en <strong>el</strong> Sheraton, dos en <strong>el</strong> Luna Park– a cambio<br />

de un cachet de dos millones de dó<strong>la</strong>res. El desembarco,<br />

que sería en agosto, tuvo su polémica. La<br />

revista Humor organizó un festival en Obras Sanitarias,<br />

en repudio a <strong>la</strong> presencia de Sinatra, que<br />

duró tres días. Estuvieron Migu<strong>el</strong> Cantilo, Víctor<br />

Heredia, Juan Carlos Baglietto, Fito Páez. Sinatra,<br />

de todos modos, vino y, por esos días, <strong>el</strong> dó<strong>la</strong>r<br />

pegó un brinco atroz: de dos pesos pasó a ocho.<br />

Las entradas, cuyo costo original equivalía a cien<br />

dó<strong>la</strong>res, terminaron vendiéndose a menos de veinte<br />

como consecuencia de <strong>la</strong> devaluación. Pero Sinatra<br />

cantó, Ortega honró <strong>el</strong> contrato, y una semana<br />

más tarde no tenía nada (ni casa ni auto ni<br />

derechos de autor), salvo una deuda de dos millones<br />

doscientos mil dó<strong>la</strong>res.<br />

–Pero yo dije: “Voy a salir a cantar hasta que<br />

pueda pagar todo”. Y agarré <strong>la</strong> guitarra y salí a<br />

cantar.<br />

–¿Y mientras Sinatra cantaba no estabas pensando<br />

en lo que ibas a perder?<br />

–No. Disfruté mucho de los shows.<br />

Durante casi cuatro años, Ortega salió a cantar<br />

allí donde estuvieran dispuestos a pagarle.<br />

Fue entonces cuando conoció a Amalia Lacroze<br />

de Fortabat, <strong>la</strong> poderosa empresaria argentina, con<br />

quien tuvo una r<strong>el</strong>ación de <strong>la</strong> que se dijo mucho. El<br />

libro Amalita, de Marina Abiuso y Soledad Vallejos<br />

(Sudamericana, 2013), aborda <strong>el</strong> vínculo entre<br />

100 | <strong>Rolling</strong> <strong>Stone</strong> | Agosto de 2013


1 2 3<br />

6<br />

AMIGOS Y AVENTURAS Junto a Chet Atkins (1),<br />

guitarrista de Elvis, que produjo <strong>el</strong> primer disco<br />

de Palito en Nashville. Con Sinatra (2) en 1981. La<br />

dedicatoria dice: "Para Palito, los mejores deseos".<br />

P<strong>el</strong>é y Palito (3), en 1963. Con Sandro (4) y Monzón<br />

(5); y abrazado a Gr<strong>el</strong>a y Troilo (6), grandes valores.<br />

4<br />

5<br />

FOTOS: GENTILEZA PALITO ORTEGA<br />

ambos: “El<strong>la</strong> le daba una prioridad absoluta: si<br />

estaba reunida, se excusaba para atenderlo. [...]<br />

Amalita lo ayudó en todos los sentidos posibles”.<br />

Él dice que, en efecto, Amalita lo ayudó porque<br />

dizque admiraba su estirpe de guerrero y que era<br />

una mujer con un carácter tremendo que, en efecto,<br />

con él se suavizaba.<br />

–En 1984 terminé de pagar lo último. Sentí que,<br />

si no cambiaba de aire, me iba a hacer muy mal.<br />

Así que me fui a Miami. Sinatra sabía lo que había<br />

pasado y en <strong>el</strong> abrazo de despedida me dijo: “Cuando<br />

vayas a los Estados Unidos y necesites una garantía,<br />

no dejes de l<strong>la</strong>marme”.<br />

–¿Tu familia qué dijo?<br />

–Yo ya lo había decidido.<br />

Llegaron a Miami en agosto de 1985 sin saber<br />

inglés, sin casa, sin trabajo.<br />

–L<strong>la</strong>mé a los abogados de Sinatra. A <strong>la</strong> semana<br />

me recibía <strong>el</strong> presidente de T<strong>el</strong>emundo, una<br />

cadena hispana, para preguntarme qué quería<br />

hacer. Empecé a producir programas para <strong>el</strong>los<br />

y me fue muy bien. Atrás de todo eso estaba <strong>la</strong><br />

mano de Sinatra.<br />

–¿Volviste a verlo?<br />

–Jamás. Pero allá no fue fácil. Los chicos venían<br />

todos los días llorando d<strong>el</strong> colegio. Nadie les<br />

hab<strong>la</strong>ba. Y con <strong>la</strong> madre les decíamos: “Se <strong>la</strong> tienen<br />

que bancar”.<br />

La noticia no fue traumatica, porque a<br />

mí, a los 7 años, Estados Unidos me parecía<br />

Disney<strong>la</strong>ndia.<br />

Emanu<strong>el</strong>, <strong>el</strong> cuarto hijo de Ramón Ortega,<br />

vive en Estados Unidos y está de paso<br />

por Buenos Aires para presentar su último disco.<br />

En un bar cercano al Jardín Botánico dice que<br />

pensó que en Estados Unidos se iba a encontrar<br />

con <strong>el</strong> Ratón Mickey.<br />

–Recién de grande me enteré de que dormíamos<br />

en una casa que estaba embargada. Un padre<br />

así te <strong>la</strong> pone brava: uno no se puede permitir ser<br />

mucho menos. Mi papá nunca le tuvo miedo a<br />

que uno se golpee. A mi mamá le cuesta un poco<br />

más, pero también es dura.<br />

–¿Por ejemplo?<br />

–Cuando yo me iba llorando al colegio, en<br />

Miami, una vez me tiré al piso y me agarré llorando<br />

a <strong>la</strong> pierna de mi mamá y empecé: “No voy,<br />

no entiendo nada, nadie me hab<strong>la</strong>”. Mi mamá me<br />

levantó d<strong>el</strong> brazo y me dijo: “Vos vas a ir al colegio.<br />

Este es <strong>el</strong> país donde estás viviendo ahora”.<br />

Cuando tiene que poner <strong>el</strong> pecho, lo pone.<br />

E<br />

n <strong>el</strong> libro palito ortega, d<strong>el</strong><br />

ocaso artístico al éxito político<br />

(Letra Buena, 1992), su autor, <strong>el</strong><br />

periodista Hernán López Echagüe,<br />

escribe: “Ortega [...] no es más que una<br />

artera invención política que se ajusta perfectamente<br />

al anh<strong>el</strong>ado proyecto neoconservador<br />

d<strong>el</strong> presidente Menem [...] Se trata de <strong>la</strong> constitución<br />

de <strong>la</strong> l<strong>la</strong>mada Liga de Ganadores, [...]<br />

conformada por hombres cuyos rasgos más distintivos<br />

son <strong>la</strong> sumisión y <strong>el</strong> plácido acatamiento<br />

a todos y cada uno de los postu<strong>la</strong>dos d<strong>el</strong> gobierno<br />

nacional”. Ortega, en cambio, dice que<br />

no conoció a Menem hasta después de decidir<br />

su postu<strong>la</strong>ción a gobernador por su provincia.<br />

Cuenta que estaba en Miami cuando su amigo<br />

Juan Alberto Mateyko le dijo, como quien dice<br />

vamos al cine: “Vamos a <strong>la</strong> asunción de Menem”.<br />

Así fue como se encontró en <strong>la</strong> Casa Rosada y,<br />

jura, se vio venir.<br />

–Me vi venir con <strong>la</strong> banda.<br />

En ese momento, <strong>el</strong> candidato que reunía en<br />

Tucumán más d<strong>el</strong> 60 por ciento de <strong>la</strong> intención<br />

de voto era Antonio Domingo Bussi, gobernador<br />

de facto de <strong>la</strong> provincia durante <strong>la</strong> dictadura,<br />

un militar d<strong>el</strong> a<strong>la</strong> dura d<strong>el</strong> Ejército apodado<br />

“El Carnicero”.<br />

–Terminé presentándome porque influyó<br />

mucho <strong>el</strong> hecho de que Bussi fuera <strong>el</strong> opositor.<br />

Me parecía bochornoso que, dos por tres, cuando<br />

salía un comentario sobre un operativo contra<br />

los subversivos en tal o cual campo, salían él<br />

rollingstone.com.ar | <strong>Rolling</strong> <strong>Stone</strong> | 101


Palito Ortega<br />

SWEET HOME En su<br />

propiedad de Luján,<br />

donde García grabó<br />

Kill Gil y luego pasó<br />

una temporada en<br />

rehabilitación.<br />

y <strong>el</strong> Malevo Ferreyra a p<strong>el</strong>earse entre <strong>el</strong>los a ver<br />

quién había sido <strong>el</strong> jefe d<strong>el</strong> operativo.<br />

En 1991 Ortega ganó <strong>la</strong> gobernación y <strong>la</strong> familia<br />

dejó Miami para regresar a Tucumán. Pero<br />

no volvieron todos. Julieta se quedó estudiando<br />

actuación en Los Ang<strong>el</strong>es; Martín, trabajando<br />

en Miami; Sebastián, cursando administración<br />

de empresas y Emanu<strong>el</strong> se quedó para terminar<br />

allá <strong>el</strong> colegio secundario.<br />

Yo dije: “otra vez, no”, y <strong>el</strong>los respetaron<br />

ese sentimiento –dice Emanu<strong>el</strong>–.<br />

Igual, a los cuatro meses me vine. Yo<br />

tenía 13 años, arito, <strong>el</strong> p<strong>el</strong>o <strong>la</strong>rgo. Acá<br />

me miraban como si me hubiera bajado<br />

de una nave espacial. Un día le fui a<br />

decir a <strong>la</strong> profesora de matemáticas: “Le vengo a<br />

pedir que me tenga paciencia porque vengo de<br />

afuera”. Y me dijo: “Mirá, si vos creés que vas a<br />

tener algún privilegio, estás muy equivocado”.<br />

–¿Tus padres qué decían de esas cosas?<br />

–No sabían. Estaban tan enajenados en su<br />

universo que no había hueco para contarles. Yo<br />

no les reprocho nada, pero cambiaría algunas<br />

cosas. Yo a los 15 firmé un contrato con <strong>la</strong> Sony<br />

para grabar un disco en Los Áng<strong>el</strong>es y <strong>el</strong>los me<br />

dijeron “está bien”. Y <strong>la</strong>s consecuencias de toda<br />

esa exposición me hicieron mal. Pero fueron<br />

unos padres muy estimu<strong>la</strong>ntes.<br />

El mandato de ramon ortega termino<br />

en 1995 y fue, después, secretario de Desarrollo<br />

Social d<strong>el</strong> gobierno de Carlos Menem,<br />

senador y candidato a vicepresidente con<br />

Eduardo Duhalde en 1999. Entre una cosa y<br />

<strong>la</strong> otra compuso canciones que nunca grabó; compró<br />

ciento cincuenta hectáreas cerca de Luján y<br />

montó, allí, casa y estudio; hizo un breve paso por<br />

Miami para estudiar economía regional; compuso<br />

en 2002, junto a Chico Novarro, <strong>el</strong> tema d<strong>el</strong><br />

programa El sodero de mi vida, que le valió un<br />

Martín Fierro, e hizo apariciones breves en Los<br />

Roldán y en Graduados. En 2007 grabó un disco,<br />

doscientos ejemp<strong>la</strong>res sólo para los amigos, l<strong>la</strong>mado<br />

Canciones para mí. Y en 2008 llegó <strong>el</strong> huracán<br />

García.<br />

La primera vez que Charly García y Palito Ortega<br />

se encontraron fue en 1977, en Tribunales. Ortega<br />

le había hecho juicio a raíz de unas dec<strong>la</strong>raciones<br />

de García sobre una p<strong>el</strong>ícu<strong>la</strong> suya (hay, en<br />

verdad, una pequeña saga de Ortega versus otros:<br />

en 1969 le hizo juicio a <strong>la</strong> editorial Galerna por<br />

<strong>la</strong> publicación de una biografía, l<strong>la</strong>mada Indagación<br />

de un ídolo, escrita por Carlos U<strong>la</strong>novsky, y<br />

<strong>el</strong> libro fue sacado de circu<strong>la</strong>ción y quemado por<br />

decisión judicial; en 2010 le hizo juicio a Chiche<br />

G<strong>el</strong>blung, por considerar que él y su mujer habían<br />

sido difamados en su programa, y lo ganó). García<br />

y Ortega no volvieron a hab<strong>la</strong>rse hasta que,<br />

en 2005, Luis Ortega los reunió en una cena. Esa<br />

noche, Ortega le ofreció a García su estudio de<br />

Luján. García aceptó, grabó Kill Gil, y tres años<br />

más tarde estaba internado en <strong>la</strong> clínica psiquiátrica<br />

Dharma bajo <strong>la</strong> intervención de un juzgado<br />

civil. Allí lo fue a visitar Ortega, varias veces,<br />

hasta que un día sintió un impulso irrefrenable<br />

y llegó al lugar en <strong>el</strong> exacto momento en que <strong>la</strong><br />

jueza estaba por disponer <strong>el</strong> tras<strong>la</strong>do de García a<br />

un instituto de rehabilitación. Entonces Ortega<br />

ofreció su casa de Luján. La jueza puso severas<br />

condiciones de ais<strong>la</strong>miento y <strong>la</strong> quinta quedó vedada<br />

no solo a <strong>la</strong> familia sino, también, a los músicos<br />

que iban a grabar. Durante seis meses, esos<br />

dos hombres compartieron un calvario privado<br />

d<strong>el</strong> que se saben algunas cosas. Pocas.<br />

–Fue duro para él. No para mí. Había días en<br />

que él estaba con una depresión muy grande y<br />

tenía ganas de hab<strong>la</strong>r hasta <strong>la</strong>s cuatro de <strong>la</strong> mañana.<br />

O nos íbamos a dormir a <strong>la</strong>s tres, y a <strong>la</strong>s<br />

cuatro y media me golpeaba <strong>la</strong> puerta y decía:<br />

“Vamos al estudio, quiero grabar”. Me dolía lo<br />

que le estaba pasando. Pero <strong>el</strong> que tenía <strong>el</strong> dolor<br />

era él. Yo puse <strong>el</strong> hombro, que lo ponés por cualquier<br />

amigo.<br />

–¿Alguien hizo algo así por vos?<br />

–Y, es probable. Yo, en Mendoza, cuando<br />

era Nery N<strong>el</strong>son, tenía un amigo que era locutor<br />

y hab<strong>la</strong>ba de mí en <strong>la</strong> [Cont. en pág. 120]<br />

102 | <strong>Rolling</strong> <strong>Stone</strong> | Agosto de 2013


palito ortega<br />

[Viene de pág. 96] radio. Me buscaba shows<br />

desinteresadamente.<br />

–Una cosa es hab<strong>la</strong>r de Nery N<strong>el</strong>son en <strong>la</strong><br />

radio y otra llevarte a una persona siete meses<br />

a tu casa.<br />

–Bueno, pero cada uno hace de acuerdo a su<br />

posibilidad.<br />

Se queda en silencio. Palmea <strong>el</strong> apoyabrazos<br />

d<strong>el</strong> sillón. La mano baja y sube despacio, como<br />

si rebotara en una nube.<br />

–¿Seguimos <strong>la</strong> próxima? –pregunta Luis<br />

Méndez.<br />

un dia, ya de noche, esta sentado en un salon,<br />

poco antes de subir a tocar en una fiesta privada<br />

en <strong>el</strong> Tattersal. Usa camisa b<strong>la</strong>nca, pantalones negros.<br />

Dice que uno de sus hijos, que atraviesa un<br />

momento complejo, estaba con un músico amigo<br />

–en idénticas condiciones de dolor– y lo l<strong>la</strong>mó por<br />

t<strong>el</strong>éfono cuando él ya salía de su casa.<br />

–Me preguntaron si podía pasar a conversar un<br />

rato y les dije: “No, muchachos, me tengo que ir<br />

a trabajar”. Pero les dije: “Tienen que serenarse.<br />

Ahora su dolor pesa tanto. Tienen que lograr que<br />

mañana pese cien gramos menos. Y después cien<br />

gramos menos. Tienen que llegar al kilo”.<br />

–¿Vos a quién recurrís cuando te pasa algo?<br />

Se queda quieto, pétreo, como si estuviera conteniendo<br />

un impulso temible.<br />

–A mi padre. Pienso qué hubiera hecho él.<br />

<strong>el</strong> jueves 16 de mayo de 2013, a ultima hora de<br />

<strong>la</strong> tarde, Charly García recibe un mail con algunas<br />

preguntas acerca de Ramón Ortega. Al día siguiente,<br />

a <strong>la</strong>s once de <strong>la</strong> mañana, llegan sus respuestas:<br />

dos páginas de Word. Eso –esa rapidez, esa generosidad–<br />

debe de querer decir alguna cosa.<br />

–¿Podrías contar alguna situación de <strong>la</strong> que<br />

hayas sido testigo que dibuje su manera de ser?<br />

–En <strong>la</strong> quinta de Luján había policías en <strong>la</strong><br />

puerta y/o una cierta vigi<strong>la</strong>ncia discreta [...] Un<br />

día vino Mecha [su pareja], pero <strong>la</strong> enfermera a<br />

mi cargo <strong>la</strong> botoneó con <strong>la</strong> vigi<strong>la</strong>ncia, porque ya<br />

no era horario de visitas, entonces se tenía que<br />

ir. Palito <strong>la</strong> llevó en su camioneta, pero después<br />

de un rato apareció con Mecha. La había hecho<br />

pasar acurrucándo<strong>la</strong> en <strong>el</strong> asiento de atrás de <strong>la</strong><br />

camioneta. Sabía que a mí me importaba y que<br />

me hacía f<strong>el</strong>iz.<br />

–¿Tenías algún preconcepto acerca de él que<br />

ahora haya desaparecido?<br />

–Empecemos por <strong>el</strong> gran favor que me hizo al<br />

interesarse por mi caso y evitar una internación<br />

aún peor que <strong>la</strong> d<strong>el</strong> lugar donde yo estaba. En <strong>la</strong><br />

clínica me habló como un hombre, con una gran<br />

capacidad de amor. Un día le dije en un abrazo:<br />

“Palito, demasiado dolor”. Y él estrechó <strong>el</strong> abrazo<br />

y me dijo algo así como: “Ya va a pasar este momento”.<br />

[...] Desde que lo vi en El Club d<strong>el</strong> C<strong>la</strong>n lo<br />

acompañaba con una cacero<strong>la</strong> haciendo de batería,<br />

pero a <strong>la</strong> vez desconfiaba de <strong>la</strong>s m<strong>el</strong>odías tan<br />

fáciles y <strong>la</strong>s letras cotidianas. Yo era un hippie (paz<br />

y amor, canciones provocativas, anticomerciales).<br />

Hoy es un hermano d<strong>el</strong> alma. ¿Por qué se embarcó<br />

en una tarea tan difícil y tediosa como fue sacarme<br />

de los loqueros? No lo sé. Pienso que fue<br />

porque se dio cuenta de que podíamos ser amigos,<br />

y evidentemente valoraba mi trabajo artístico.<br />

Pero siempre estaré en deuda [...].<br />

–¿Qué pa<strong>la</strong>bra lo define mejor?<br />

–“¡He hey!”. O algunas de <strong>la</strong>s creaciones cacofónicas<br />

que solía disparar entre estrofa y verso.<br />

luis mendez esta de pie en <strong>la</strong> puerta de calle<br />

de <strong>la</strong> casa de Ortega y hace gestos agitando <strong>la</strong>s<br />

manos.<br />

–Dale, así no los hacemos bajar dos veces.<br />

Es 7 de marzo, cinco de <strong>la</strong> tarde. Méndez lleva<br />

un paquete y, apenas Ortega abre <strong>la</strong> puerta, vistiendo<br />

una chomba oscura, jeans tremendamente<br />

azules, se lo da.<br />

–F<strong>el</strong>iz cumpleaños. Es mañana, pero...<br />

–Uh, gracias, Luisito.<br />

Ortega abre <strong>el</strong> paquete y saca una biografía de<br />

Gard<strong>el</strong>.<br />

–Uh, muchas gracias.<br />

Llevará ese libro por todos los ambientes de <strong>la</strong><br />

casa por los que se mueva esa tarde: <strong>el</strong> estudio, <strong>la</strong><br />

sa<strong>la</strong>, <strong>la</strong> terraza, como un niño que atesora algo que<br />

no quiere perder.<br />

–Vengan, vamos arriba.<br />

Una escalera b<strong>la</strong>nca lleva a <strong>la</strong> terraza repleta de<br />

jazmines. Los regadores funcionan con un siseo<br />

tranquilo y su hija Rosario, sentada en una reposera<br />

bajo <strong>la</strong> luz suave de <strong>la</strong> tarde, hab<strong>la</strong> por t<strong>el</strong>éfono.<br />

–La verdad es que no tengo miedo de perder<br />

cosas. Ya me pasó. Y tengo <strong>la</strong> fuerza para volver a<br />

juntarlo. Mi f<strong>el</strong>icidad no depende de una cosa, de<br />

un lugar, de una persona.<br />

–¿Nada te puede aniqui<strong>la</strong>r?<br />

Se queda cal<strong>la</strong>do y mira, otra vez, como si estuviera<br />

evaluando opciones p<strong>el</strong>igrosas.<br />

–Bueno, <strong>la</strong> vida es frágil. Yo no he superado<br />

nunca lo de mi hermana. Me entristece mucho <strong>la</strong><br />

idea de no haber podido vivir<strong>la</strong>. A veces me imagino<br />

cuántos hijos tendría hoy, cuántos sobrinos<br />

tendría de <strong>el</strong><strong>la</strong>.<br />

Un nene rubio, de 2 años, entra en <strong>la</strong> terraza<br />

corriendo y Ortega reacciona como si hubiera llegado<br />

un magnífico regalo inesperado.<br />

–¡Eyyy, papucho! ¿Qué pacha, qué pacha?<br />

¡Eyyy, eyyy!<br />

Se levanta, se agacha, lo besa. El nene salta, lo<br />

abraza, lo besa. Es hijo de una amiga de Rosario,<br />

una chica muy joven que viajará esta noche<br />

a su pueblo de origen y que no quería irse sin<br />

saludar.<br />

–¿Hab<strong>la</strong>mos antes de que me vaya? –pregunta<br />

<strong>la</strong> chica.<br />

–¿Podés esperar un ratito?.<br />

–Sí, c<strong>la</strong>ro –dice <strong>la</strong> chica, y desaparece por <strong>la</strong>s<br />

escaleras.<br />

–Esta chica quedó embarazada –dice Ortega–.<br />

El chico se borró y todas <strong>la</strong>s amigas de <strong>el</strong><strong>la</strong> se hicieron<br />

solidarias.<br />

Una hora más tarde, ya noche cerrada, <strong>la</strong> chica<br />

vu<strong>el</strong>ve para despedirse. El nene abraza, besa, y<br />

Ortega hace lo mismo. Después, se van.<br />

–El nene te quiere mucho.<br />

–Sí. Es mi ahijado.<br />

La discreción. Marca de fábrica, dec<strong>la</strong>ración,<br />

bandera.<br />

en un starbucks de barrio norte, rosario ortega,<br />

que canta desde hace un tiempo con Charly<br />

García, dice que recuerda <strong>la</strong>s navidades de Miami<br />

como navidades de cuento.<br />

–Montón de regalos, árbol gigante. Yo abría<br />

los regalos y siempre eran unas muñecas divinas,<br />

y nos quedábamos con mi mamá peinando <strong>la</strong>s<br />

muñecas hasta que yo me cansaba y me iba y se<br />

quedaba <strong>el</strong><strong>la</strong>, peinando. El<strong>la</strong> es protectora, pero<br />

no es cuida. Igual me parece que se pasaron un<br />

poco con <strong>el</strong> dejar hacer lo que quieras. En <strong>el</strong> colegio<br />

yo era muy vaga, y nadie me decía nada. Yo<br />

diría que hay que poner más límites.<br />

–¿Qué sabés de <strong>la</strong> vida de tu padre?<br />

–Poco. Mi viejo es muy para adentro. Y mi vieja<br />

nada que ver. Es mucho más eufórica. Es ordenadora<br />

compulsiva. En mi casa hay bolsas que<br />

dicen: “Sábanas en desuso pero en buen estado”.<br />

Su perchero es impecable. Por estación, por color.<br />

A mi papá le tira ropa, se compra algo horrible y<br />

viene mi mamá y se lo tira. Mi papá se viste muy<br />

gracioso. Un traje b<strong>la</strong>nco y l<strong>la</strong>ntas Nike gigantes.<br />

Yo no admiro lo obvio de él. Admiro <strong>la</strong>s cosas que<br />

nadie conoce.<br />

–¿Y cuáles son esas cosas?<br />

–Eso queda para mí.<br />

La discreción. Marca de fábrica, dec<strong>la</strong>ración,<br />

bandera.<br />

son <strong>la</strong>s cuatro de <strong>la</strong> tarde d<strong>el</strong> 13 de marzo.<br />

En quince minutos este día empezará a quedar<br />

en <strong>la</strong> historia pero ahora parece, simplemente,<br />

otro día azul de comienzos d<strong>el</strong> fin d<strong>el</strong> verano. La<br />

chica de modos suaves, de uniforme b<strong>la</strong>nco, abre<br />

<strong>la</strong> puerta y dice:<br />

–Pase, por favor. El señor ya viene. ¿Le sirvo<br />

agua?<br />

–No, gracias. En <strong>la</strong> casa no hay mascotas,<br />

¿verdad?<br />

–No, pero no sabría decirle si hubo porque yo<br />

soy nueva. Permiso.<br />

La chica desaparece y, dos minutos después,<br />

vu<strong>el</strong>ve.<br />

–Manda decir <strong>la</strong> señora que tenían dos gatos,<br />

pero que los llevaron al campo porque destrozaban<br />

todo.<br />

La chica se va. Apenas después, desde <strong>la</strong> cocina,<br />

se escucha <strong>la</strong> voz de Evang<strong>el</strong>ina Sa<strong>la</strong>zar que<br />

grita, con entusiasmo:<br />

–¡Argentino!<br />

La voz de Ortega, en tono azorado, pregunta:<br />

–¿Argentino?<br />

Y <strong>el</strong><strong>la</strong>, otra vez:<br />

–¡Argentino, argentino!<br />

Siguen ap<strong>la</strong>usos, hurras. Un segundo después,<br />

Ramón Ortega aparece en <strong>el</strong> living –suéter oscuro,<br />

jean, <strong>la</strong>s zapatil<strong>la</strong>s– y dice, sin euforias:<br />

–Habemus Papa.<br />

–¿Bergoglio?<br />

–Sí. Morite.<br />

Son <strong>la</strong>s cuatro y cuarto de <strong>la</strong> tarde y un cardenal<br />

en Roma acaba de anunciar que <strong>el</strong> nuevo Papa<br />

es <strong>el</strong> argentino Jorge Bergoglio, hasta entonces<br />

arzobispo de Buenos Aires. Ortega se sienta en<br />

<strong>el</strong> sofá, frente al t<strong>el</strong>evisor. Lo enciende y aparece<br />

Bergoglio, <strong>la</strong> p<strong>la</strong>za que aturde. Ortega es católico<br />

profundo: reza, va a misa, lleva a misa a<br />

120 | <strong>Rolling</strong> <strong>Stone</strong> | Agosto de 2013


sus nietos. Este es, para él, un momento de importancia<br />

radical. Sin embargo, ahí está: mirando<br />

<strong>la</strong> asunción d<strong>el</strong> Papa junto a alguien a quien<br />

apenas conoce.<br />

–¿No querés ir a verlo con tu familia?<br />

–No, por favor, no te preocupes. Estoy muy<br />

bien.<br />

Desde <strong>la</strong> cocina llegan los gritos de entusiasmo,<br />

<strong>la</strong> algarabía familiar, pero él se queda: permanece<br />

con <strong>el</strong> que está solo. Media hora más tarde<br />

tocan <strong>el</strong> timbre y, mientras Luis Méndez sube,<br />

Ortega dice:<br />

–Estaba hoy con Emanu<strong>el</strong> y le dije: o es italiano<br />

o puede ser Bergoglio. Yo tengo esas cosas.<br />

su ultimo disco de canciones ineditas era,<br />

hasta entrado este siglo, un álbum de 1988 l<strong>la</strong>mado<br />

Yo soy <strong>la</strong>tinoamericano. Desde entonces,<br />

aunque seguía componiendo, no había vu<strong>el</strong>to a<br />

grabar un disco original. En diciembre de 2010,<br />

después de treinta años sin tocar en vivo en Buenos<br />

Aires, se presentó en <strong>el</strong> Luna Park ante un<br />

público eufórico y con invitados como Charly<br />

García y Raúl Lavié. El diario C<strong>la</strong>rín dijo: “La<br />

vu<strong>el</strong>ta de Palito Ortega al Luna Park fue un viaje<br />

al pasado con <strong>la</strong> presencia de grandes compañeros<br />

de ruta. El público –muchas mujeres de más<br />

de 50 años– sintió que volvía a sus épocas doradas…”.<br />

Un año más tarde, en diciembre de 2011,<br />

volvió a presentarse en <strong>el</strong> teatro Gran Rex. “Con<br />

<strong>el</strong> paso d<strong>el</strong> tiempo, Palito se fue ganando <strong>el</strong> respeto<br />

de los artistas más jóvenes y, en especial, de<br />

aqu<strong>el</strong>los surgidos en <strong>el</strong> rock –publicó entonces <strong>la</strong><br />

revista El Guardián– [...]. En los últimos shows<br />

fue <strong>el</strong> ex Bersuit Gustavo Cordera quien subió al<br />

escenario [...]. Cordera reivindica que es «El rey,<br />

<strong>el</strong> indiscutible rey. El que ha dado mucha música<br />

y grandes himnos argentinos»”. Y en 2012, después<br />

de veinticinco años sin hacerlo, <strong>la</strong>nzó, en <strong>el</strong><br />

s<strong>el</strong>lo independiente Bueno Records, Por los caminos<br />

d<strong>el</strong> rey, un disco de temas nuevos grabado<br />

en Estados Unidos, principalmente en Nashville,<br />

en <strong>el</strong> que lo acompañaron los Memphis<br />

Boys, músicos originales de Elvis Presley.<br />

–Pasó mucho tiempo desde <strong>el</strong> último disco, sí,<br />

pero tal vez tenga que ver con lo que ha pasado<br />

con <strong>la</strong> industria en general. Antes era <strong>el</strong> entusiasmo<br />

de sacar un disco y tirarnos cifras por<br />

<strong>la</strong> cara entre Sandro, Favio y yo. Nos decíamos:<br />

“Este año con «Rosa, Rosa» te mato”. Y yo: “No,<br />

vos porque no escuchaste «Yo tengo fe»”. Todos<br />

pasábamos de los cuatrocientos mil discos vendidos.<br />

En un momento perdemos ese ímpetu. Te<br />

puede pasar que te entusiasmes con un proyecto,<br />

como yo me entusiasmé con este. Dije: “Bueno,<br />

estos músicos han tocado con los más grandes”.<br />

Está bien, me gusta <strong>la</strong> idea.<br />

Por los caminos d<strong>el</strong> rey tiene doce canciones<br />

que siguen cantándole al amor bajo todas sus<br />

formas, pero no únicamente: “Señales de <strong>la</strong> tierra”<br />

tiene un contenido ecológico; “Madre, si te<br />

dicen” hab<strong>la</strong> sobre los soldados muertos en Malvinas.<br />

En diciembre de 2012 Ortega presentó <strong>el</strong><br />

disco en <strong>el</strong> Luna Park, en un show en <strong>el</strong> que tocaron<br />

los Memphis Boys y en <strong>el</strong> que cantó cincuenta<br />

temas a lo <strong>la</strong>rgo de tres horas.<br />

–Ahora <strong>la</strong>s canciones no quedan más como<br />

quedaban <strong>la</strong>s canciones de los Beatles o de Sinatra.<br />

Se consume y se tira. Es un ritmo que<br />

asusta un poco, y no es <strong>el</strong> mundo que yo viví.<br />

Pero, además, una so<strong>la</strong> acción al día es suficiente,<br />

y una buena acción es, también, saber que<br />

hay mucha gente joven esperando, y hay que<br />

dejar ese espacio. Yo luché mucho para alcanzar<br />

lo que quise y lo alcancé. Yo quería tomarme<br />

un vinito con Dios y me lo tomé. No tengo<br />

esa deuda pendiente.<br />

Cuando termina de comer <strong>la</strong> galleta que ha<br />

mojado en <strong>el</strong> café pregunta:<br />

–¿Vamos a ver <strong>el</strong> taller?<br />

El taller está en <strong>la</strong> terraza y es, en realidad, <strong>la</strong><br />

cocina donde una mujer prepara, una vez por<br />

semana, alimentos aptos para su diabetes. Hay<br />

una mesa, una h<strong>el</strong>adera, varios cuadros: uno,<br />

todavía en esbozo, es un paisaje norteño; otro,<br />

un autorretrato. Hay, también, un Cristo crucificado<br />

bajo <strong>la</strong> noche oscura y un Elvis, en cruz<br />

sobre su guitarra.<br />

–La gloria en algún momento te crucifica.<br />

Cuando ya no podés salir de tu casa, cuando<br />

todo <strong>el</strong> mundo te endiosa y no tenés vida.<br />

Es de noche cuando Emamu<strong>el</strong> Ortega aparece<br />

con una taza de té.<br />

–Ey, Emanu<strong>el</strong>, le decía a Luis que hoy te dije:<br />

“O es italiano o es Bergoglio”. A veces tengo esas<br />

cosas yo...<br />

Pocos días más tarde, Luis Méndez l<strong>la</strong>ma para<br />

acordar detalles d<strong>el</strong> próximo encuentro, que será<br />

en <strong>la</strong> quinta de Luján, y propone una fecha para<br />

<strong>la</strong> entrevista con Evang<strong>el</strong>ina Sa<strong>la</strong>zar: un viernes<br />

a <strong>la</strong>s seis de <strong>la</strong> tarde.<br />

–yo creo que estuvo apartado de <strong>la</strong> musica<br />

muchos años –dice <strong>el</strong> crítico C<strong>la</strong>udio Kleiman–<br />

y su reencuentro fue hace poco. Y esto coincide<br />

con <strong>el</strong> pap<strong>el</strong> muy positivo que jugó en <strong>la</strong> recuperación<br />

de Charly, y creo que también tienen<br />

mucho que ver los hijos, que son pio<strong>la</strong>s. Los músicos<br />

lo quieren y lo admiran. Me parece que hay<br />

un respeto. Y todos los que queremos a Charly<br />

le estamos agradecidos por lo que hizo. Porque<br />

fue un gesto de enorme humanidad.<br />

–Yo creo que Sandro fue más sabio que mi viejo<br />

–dice Emanu<strong>el</strong>–. Porque se cuidó de exponerse.<br />

Mi papá fue a buscar retos, pero tendría mucha<br />

más aprobación de sus colegas y d<strong>el</strong> público si se<br />

hubiera guardado más. Él sabe que no es dueño<br />

de una voz privilegiada, que no es un compositor<br />

que va a dejar obras maestras, pero para <strong>la</strong> música<br />

tiene un don. Muchos tienen talento, pero no<br />

vas a encontrar a muchos con un don de hacer<br />

canciones que penetren tanto. Es mucho mejor<br />

compositor de lo que <strong>la</strong> gente cree. Pero es muy<br />

pragmático. Entendió enseguida por dónde iba<br />

lo suyo, y le dio por ese <strong>la</strong>do.<br />

en <strong>la</strong>s primeras semanas de abril, luis mendez<br />

l<strong>la</strong>ma para suspender <strong>el</strong> encuentro con Evang<strong>el</strong>ina<br />

Sa<strong>la</strong>zar porque, dice, está enferma. Dos<br />

semanas después, sin embargo, l<strong>la</strong>ma para suspenderlo<br />

definitivamente.<br />

–¿Te puedo preguntar por qué?<br />

–No quiere, y yo creo que está bien, porque <strong>el</strong><br />

tema de <strong>la</strong> <strong>nota</strong> es <strong>el</strong> disco.<br />

–No sólo. Hemos hab<strong>la</strong>do de otras cosas. He hab<strong>la</strong>do<br />

con sus hijos.<br />

–Bueno, pero no quieren. Y a mí me parece<br />

bien.<br />

La última aparición ante los medios de Evang<strong>el</strong>ina<br />

Sa<strong>la</strong>zar data d<strong>el</strong> 16 de septiembre de 2012.<br />

Ese día su marido, recién llegado de Nashville,<br />

se sintió mal y manejó desde <strong>la</strong> quinta de Luján<br />

hasta <strong>la</strong> clínica Favaloro, en Buenos Aires, donde<br />

lo internaron con un diagnóstico de neumonía.<br />

En <strong>la</strong> puerta de <strong>la</strong> clínica, pedagógica y amable,<br />

Evang<strong>el</strong>ina Sa<strong>la</strong>zar agradeció <strong>el</strong> interés de todos<br />

y dijo que su marido estaba bien.<br />

son <strong>la</strong>s seis de <strong>la</strong> tarde d<strong>el</strong> jueves 18 de abril<br />

de 2013, en <strong>la</strong> quinta Mi Negrita, a un <strong>la</strong>do de<br />

<strong>la</strong> ruta número 47 que lleva al pueblo de Navarro,<br />

cerca de Luján. El aire es, todavía, un aire<br />

suave y líquido bajo <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o que parece un mar<br />

de luz. Desde <strong>la</strong>s ventanas d<strong>el</strong> primer piso d<strong>el</strong><br />

estudio de grabación se ve <strong>el</strong> césped, verde como<br />

una alfombra de píx<strong>el</strong>es. Ortega está sentado<br />

en un sofá, en <strong>el</strong> centro de una sa<strong>la</strong> empap<strong>el</strong>ada<br />

con partituras de sus canciones, portadas de<br />

sus discos. Hay, también, una cocina y tres habitaciones,<br />

para los músicos que se quedan a<br />

grabar, dispuestas con estética de jardín de infantes:<br />

camas con cobertores b<strong>la</strong>ncos, paredes<br />

verde past<strong>el</strong>. A lo lejos, se ve <strong>la</strong> capil<strong>la</strong>.<br />

–A Charly lo llevaba mucho a <strong>la</strong> capil<strong>la</strong>.<br />

–¿Es creyente?<br />

–Medio lo tenés que empujar. Yo le decía que<br />

tenía que hacer un recital para agradecerle a <strong>la</strong><br />

Virgen, frente a <strong>la</strong> Basílica, a <strong>la</strong>s seis de <strong>la</strong> mañana.<br />

Y me dijo: “Palito, a <strong>la</strong>s seis de <strong>la</strong> tarde. A<br />

<strong>la</strong>s seis de <strong>la</strong> mañana es muy temprano”.<br />

Se levanta d<strong>el</strong> sofá, se acoda en una pequeña<br />

barra.<br />

–Yo acá grabé una canción. Por Charly. Un día<br />

lo fui a ver a <strong>la</strong> clínica y lo vi muy mal. Se me<br />

aferró y me empezó a decir: “Demasiado dolor,<br />

demasiado dolor”. Me angustió tanto que vine y<br />

le dije al chico: “Grabame”. Prendí <strong>el</strong> piano y ahí<br />

nomás hice una canción que dice “Demasiado<br />

dolor”. Pero nunca <strong>la</strong> voy a dar a conocer.<br />

–¿Por qué?<br />

–Es algo muy íntimo.<br />

La tarde ya se va cuando baja <strong>la</strong>s escaleras,<br />

silbando entre una nube de mosquitos.<br />

Abajo, en <strong>el</strong> estudio, busca algo en su maletín,<br />

se acerca a un equipo y pone un CD. El sitio<br />

se llena d<strong>el</strong> sonido de un tec<strong>la</strong>do con reverberancias<br />

cóncavas y, sobre esos acordes oscuros,<br />

gregorianos, su voz, extrañamente grave, canta:<br />

“Demasiado dolor para un solo hombre, demasiado<br />

dolor. Se paró tu r<strong>el</strong>oj, y a <strong>la</strong> vez se apagó<br />

<strong>el</strong> faro que ayer te dejaba ver dónde estaba <strong>el</strong> camino.<br />

Qué deso<strong>la</strong>ción. Y no existen pastil<strong>la</strong>s para<br />

<strong>el</strong> olvido”. Cuando su voz se desvanece, <strong>el</strong> gemido<br />

nasal, tristísimo de Charly García, susurra:<br />

“I want you back”. Después, <strong>el</strong> estudio queda en<br />

silencio. Ortega, con movimientos lentos, abre<br />

<strong>el</strong> equipo, saca <strong>el</strong> CD, lo guarda, busca otro, lo<br />

pone y dice, animado:<br />

–También, c<strong>la</strong>ro, está <strong>la</strong> gran aventura de los<br />

idiomas.<br />

Y empieza a sonar “La f<strong>el</strong>icidad” en alemán.<br />

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