Bajate un capítulo en pdf - Rolling Stone
Bajate un capítulo en pdf - Rolling Stone Bajate un capítulo en pdf - Rolling Stone
- Page 2 and 3: PIAZZOLLA EL MAL ENTENDIDO
- Page 4 and 5: Fischerman, Diego Piazzolla el mal
- Page 6 and 7: 10 PIAZZOLLA. EL MAL ENTENDIDO DIEG
- Page 8 and 9: 14 PIAZZOLLA. EL MAL ENTENDIDO DIEG
- Page 10 and 11: 18 PIAZZOLLA. EL MAL ENTENDIDO DIEG
PIAZZOLLA<br />
EL MAL ENTENDIDO
DIEGO FISCHERMAN<br />
ABEL GILBERT<br />
PIAZZOLLA<br />
EL MAL ENTENDIDO<br />
Un estudio cultural
Fischerman, Diego<br />
Piazzolla el mal <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dido / Diego Fischerman y<br />
Abel Gilbert. - 1a ed. - Bu<strong>en</strong>os Aires : Edhasa, 2009.<br />
408 p. ; 22,5x15,5 cm. - (Otras obras)<br />
ISBN 978-987-628-063-1<br />
1. Astor Piazzolla.Biografía. I. Gilbert, Abel<br />
CDD 927<br />
Índice<br />
Introducción ........................................................................................... 9<br />
Primera edición: julio 2009<br />
Diseño de tapa: Juan Balaguer y Cristina Cermeño<br />
Fotografía de tapa: © Tony Valdez<br />
© Diego Fischerman y Abel Gilbert, 2009<br />
© Edhasa, 2009<br />
Córdoba 744 2º C, Bu<strong>en</strong>os Aires<br />
info@edhasa.com.ar<br />
http://www.edhasa.net<br />
Avda. Diagonal, 519-521. 08029 Barcelona<br />
E-mail: info@edhasa.es<br />
http://www.edhasa.com<br />
ISBN: 978-987-628-063-1<br />
I. 1921-1936 (Mar del Plata-Nueva York) ........................................ 21<br />
II. 1938-1953 (Bu<strong>en</strong>os Aires)............................................................. 43<br />
III. 1954-1955 (París)..........................................................................107<br />
IV. 1955-1958 (Bu<strong>en</strong>os Aires).............................................................133<br />
V. 1959-1967 (Nueva York-Bu<strong>en</strong>os Aires) .........................................163<br />
VI. 1968 (Bu<strong>en</strong>os Aires)......................................................................263<br />
VII. 1969-1973 (Bu<strong>en</strong>os Aires).............................................................289<br />
VIII. 1974 (Milán-Roma) ......................................................................327<br />
IX. 1975-1978 (Bu<strong>en</strong>os Aires-París) ....................................................343<br />
X. 1979-1989 (París-Nueva York-París-Bu<strong>en</strong>os Aires) ........................357<br />
Recapitulación y final..............................................................................373<br />
Agradecimi<strong>en</strong>tos......................................................................................385<br />
Discografía ..............................................................................................387<br />
Discografías complem<strong>en</strong>tarias .................................................................393<br />
Bibliografía..............................................................................................397<br />
Quedan rigurosam<strong>en</strong>te prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del<br />
Copyright, bajo las sanciones establecidas <strong>en</strong> las leyes, la reproducción parcial o total<br />
de esta obra por cualquier medio o procedimi<strong>en</strong>to, compr<strong>en</strong>didos la reprografía<br />
y el tratami<strong>en</strong>to informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante<br />
alquiler o préstamo público.<br />
Queda hecho el depósito que establece la ley 11.723<br />
Impreso por Cosmos Print<br />
Impreso <strong>en</strong> Arg<strong>en</strong>tina
Introducción<br />
El nombre Astor no existía. Mar del Plata, ap<strong>en</strong>as <strong>un</strong> puerto de pescadores y,<br />
a <strong>un</strong>a cierta distancia, <strong>un</strong>as pocas manzanas aristocráticas y <strong>un</strong> balneario de<br />
madera, casi tampoco. En 1921, Vic<strong>en</strong>te Piazzolla, aquel que más tarde sería<br />
conocido como Nonino, bautizó a su hijo con <strong>un</strong> nombre inv<strong>en</strong>tado. Quiso<br />
hom<strong>en</strong>ajear a <strong>un</strong> amigo italiano que así se hacía llamar. Lo que no sabía era<br />
que ese nombre prov<strong>en</strong>ía de la abreviatura con la que, simplem<strong>en</strong>te por capricho,<br />
el amigo había reemplazado al original Astorre. Tal vez fue <strong>un</strong> primer<br />
mal<strong>en</strong>t<strong>en</strong>dido, sin valor premonitorio, pero, como otros, afort<strong>un</strong>ado. Astor,<br />
al fin y al cabo, sonaba mejor que Astorre. Y, a<strong>un</strong>que nadie pudiera saberlo <strong>en</strong><br />
ese caserío de inmigrantes a <strong>un</strong>as cuadras del mar, estaba bi<strong>en</strong> que ese hijo que<br />
cambiaría para siempre el sonido de otra ciudad, Bu<strong>en</strong>os Aires, inaugurara <strong>un</strong><br />
nombre.<br />
Las fu<strong>en</strong>tes musicales de ese que fue bautizado como Astor Pantaleón<br />
Piazzolla fueron, <strong>en</strong> gran medida, las que más se propagaron por la cultura<br />
“culta” porteña, <strong>en</strong>tre 1940 y 1980: la tradición del tango, el modernismo ya<br />
<strong>un</strong> poco anticuado de principios del siglo XX, los nacionalismos estéticos, el<br />
descubrimi<strong>en</strong>to de Johann Sebastian Bach y del barroco, la <strong>en</strong>tronización de la<br />
fuga como la forma de las formas, el jazz comercial, las comedias musicales norteamericanas,<br />
el cool jazz y, más tarde, el jazz rock y el rock progresivo, el culto<br />
a los Swingle Singers y al Modern Jazz Quartet, las músicas de Hollywood<br />
e, incluso, la canción italiana à la San Remo.<br />
Piazzolla no era <strong>un</strong> experto <strong>en</strong> ning<strong>un</strong>a de estas músicas. Ni siquiera <strong>en</strong><br />
la música clásica * , cuya aura de prestigio siempre reclamó y alrededor de la<br />
*<br />
A pesar de su escaso rigor, la d<strong>en</strong>ominación “música clásica” es clara, para el mercado y<br />
para los lectores. Si bi<strong>en</strong> los autores establec<strong>en</strong>, d<strong>en</strong>tro de lo que habitualm<strong>en</strong>te se id<strong>en</strong>tifica<br />
con ella, difer<strong>en</strong>cias relevantes –no es lo mismo, ni <strong>en</strong> su trabajo lingüístico ni <strong>en</strong> su valor simbólico,<br />
<strong>un</strong>a ópera cómica de Cimarosa que el Concerto Op. 24 de Anton Webern–, y elig<strong>en</strong> hablar,<br />
como posible definición de <strong>un</strong> campo más preciso, de <strong>un</strong>a “música artística de tradición
10<br />
PIAZZOLLA. EL MAL ENTENDIDO<br />
DIEGO FISCHERMAN Y ABEL GILBERT 11<br />
cual él y sus seguidores construyeron varios de los mitos que aún hoy circulan.<br />
Sin embargo, posiblem<strong>en</strong>te, haya sido lo parcial de esos conocimi<strong>en</strong>tos lo<br />
que lo salvó de la copia. Los materiales de lo que Piazzolla llamó la revolución<br />
del tango fueron los de su época. La mirada sobre esos materiales fue tan propia<br />
e inconf<strong>un</strong>dible, que terminó cerrando cualquier posibilidad de continuación<br />
por la misma vía. Los caminos <strong>en</strong>contrados por Piazzolla fueron tan suyos<br />
que se hizo muy difícil seguirlos sin que la música sonara a <strong>un</strong>a mera<br />
réplica desmejorada de su estilo.<br />
El mal<strong>en</strong>t<strong>en</strong>dido es <strong>un</strong>o de los motores más poderosos de la cultura.<br />
Unos marinos escuchaban <strong>un</strong>as canciones <strong>en</strong> algún puerto –<strong>un</strong>a isla griega,<br />
Cartago, Sicilia– , creían recordarlas, las reinv<strong>en</strong>taban, las <strong>en</strong>señaban a sus hijos,<br />
éstos a los suyos y los últimos a sus nietos, cada <strong>un</strong>o le agregaba o le sacaba,<br />
olvidaba y rell<strong>en</strong>aba, y otros marinos, de otras partes, escuchaban estas<br />
canciones, las recordaban, ya lejos, y las transformaban. El tango mismo no<br />
ti<strong>en</strong>e <strong>un</strong>a historia demasiado difer<strong>en</strong>te. Entre muchas teorías posibles, la que<br />
parece más verosímil habla, precisam<strong>en</strong>te, de <strong>un</strong>a cad<strong>en</strong>a de infidelidades que<br />
nace <strong>en</strong> piezas de salón mal tocadas o, por lo m<strong>en</strong>os, tocadas de manera distinta<br />
de lo que fijaba la partitura. Piezas de salón que, a su vez, ya acarreaban<br />
<strong>un</strong> mal<strong>en</strong>t<strong>en</strong>dido de orig<strong>en</strong>.<br />
Se llamaban habaneras y, supuestam<strong>en</strong>te, guardaban alg<strong>un</strong>a clase de relación<br />
con el folklore * afrocaribeño. Sin embargo, esa lejana raíz ya había sido<br />
transformada por autores españoles a qui<strong>en</strong>es sólo interesaba el posible exotismo<br />
del nombre “habanera” y cierto pie rítmico al que superpusieron las formas<br />
europeas de moda <strong>en</strong> el repertorio pianístico doméstico: el rondó –<strong>un</strong>a<br />
sección recurr<strong>en</strong>te intercalada con secciones nuevas– o la vieja estructura de<br />
dos partes, cada <strong>un</strong>a de ellas repetida dos veces, pres<strong>en</strong>te <strong>en</strong> danzas populares<br />
europea y escrita”, se ha decidido, siempre y cuando no sea es<strong>en</strong>cial cierto grado de detalle <strong>en</strong><br />
la delimitación de ese campo, mant<strong>en</strong>er el viejo rótulo de “clásica”. Ni “erudita” ni “académica”<br />
implican verdaderas revisiones de ese concepto –ap<strong>en</strong>as <strong>un</strong> cambio de palabras– y claram<strong>en</strong>te<br />
no alcanzan para dar cu<strong>en</strong>ta de los par<strong>en</strong>tescos o de las difer<strong>en</strong>cias que pueda haber <strong>en</strong>tre<br />
la erudita Björk y qui<strong>en</strong> fue su amigo, el académico Stockhaus<strong>en</strong>.<br />
*<br />
La palabra “folklore” se ha castellanizado como “folclore”. Sin embargo, la conv<strong>en</strong>ción<br />
internacional, fijada <strong>en</strong> gran medida por la bibliografía anglosajona y la industria del disco, utiliza<br />
la grafía original. En la Arg<strong>en</strong>tina, por otra parte, a la música de tradición rural, que tuvo<br />
<strong>un</strong>a gran explosión de consumo urbano <strong>en</strong> los mismos años <strong>en</strong> que Piazzolla com<strong>en</strong>zaba su carrera,<br />
se la llamó también folklore, con “k”. Y, por otra parte, la escritura españolizada g<strong>en</strong>eraría<br />
contradiccones con el término folk –que nadie pret<strong>en</strong>de escribir con “c”–. Por lo tanto, aquí<br />
se elige la escritura original que, además, remite inequívocam<strong>en</strong>te a su etimología, “saber del<br />
pueblo”.<br />
y común <strong>en</strong> las estilizaciones escritas a partir del r<strong>en</strong>acimi<strong>en</strong>to y el barroco.<br />
En la armonía y las inflexiones melódicas quedó muy poco de lo afrocaribeño<br />
y las partituras de esas habaneras, que tocaban las niñas <strong>en</strong> los salones de<br />
España, llegaron a otros salones, de muy difer<strong>en</strong>te prosapia, <strong>en</strong> <strong>un</strong> puerto austral,<br />
<strong>en</strong> el otro extremo del océano Atlántico. Un puerto del que otro español<br />
había pregonado sus bu<strong>en</strong>os aires y <strong>en</strong> el que los peores músicos imaginables<br />
–los que eran empleados por los prostíbulos y por salones de baile de “las orillas”<br />
de la ciudad– leían de esas partituras lo que podían y como podían. Y<br />
donde además, con prácticas apr<strong>en</strong>didas <strong>en</strong> los teatros de zarzuela, improvisaban<br />
y se tomaban libertades con respecto a lo escrito. Incid<strong>en</strong>talm<strong>en</strong>te, el instrum<strong>en</strong>to<br />
que terminaría si<strong>en</strong>do característico de esa nueva música –<strong>un</strong> instrum<strong>en</strong>to<br />
absurdo, cuya digitación desobedece toda lógica– también llegaría<br />
a ese puerto por azar y, por azar, sería apr<strong>en</strong>dido, tocado e incorporado a la<br />
práctica cotidiana de la música. Además, allí, <strong>en</strong> el tango, <strong>en</strong> ese l<strong>en</strong>guaje cuyo<br />
nombre parece derivar de África y antes había designado los bailes de los<br />
negros –con <strong>un</strong>a música que, sin embargo, nada t<strong>en</strong>ía que ver con la que luego<br />
también se llamó “tango”–, ese instrum<strong>en</strong>to inv<strong>en</strong>tado por Heinrich Band<br />
alrededor de 1846 <strong>en</strong>contró, por primera y hasta ahora única vez, <strong>un</strong>a escuela<br />
y <strong>un</strong> estilo. Si hay instrum<strong>en</strong>tos fuertem<strong>en</strong>te id<strong>en</strong>tificados con determinadas<br />
músicas –la guitarra y el flam<strong>en</strong>co, las gaitas y los folklores escoceses o gallegos,<br />
los bronces y el jazz, la guitarra eléctrica y el rock–, <strong>en</strong> el caso del<br />
bandoneón esa id<strong>en</strong>tificación llega a la simbiosis. Los estilos del bandoneón<br />
son los estilos del tango. Es casi imposible no escuchar <strong>un</strong> gesto de tango <strong>en</strong><br />
cualquier música tocada por <strong>un</strong> bandoneón. Y es casi imposible imaginarse<br />
<strong>un</strong> tango sin bandoneón –o su evocación y su nostalgia– * .<br />
Más allá de las anécdotas ligadas a los comi<strong>en</strong>zos del género, a fines del<br />
siglo XIX y <strong>en</strong> las riberas del Río de la Plata (posiblem<strong>en</strong>te <strong>en</strong> ambas), <strong>en</strong> ese<br />
orig<strong>en</strong> puede rastrearse <strong>un</strong>a de las características es<strong>en</strong>ciales del tango y, <strong>en</strong> particular,<br />
<strong>un</strong>o de los elem<strong>en</strong>tos primordiales de Piazzolla: el doble juego <strong>en</strong>tre<br />
escritura e interpretación. El tango es, desde sus comi<strong>en</strong>zos, <strong>un</strong>a música escri-<br />
*<br />
El bandoneón se ha incorporado también a los grupos populares del noroeste arg<strong>en</strong>tino,<br />
<strong>en</strong> particular <strong>en</strong> Santiago del Estero y Salta, y a los repertorios de tradición rural. No obstante,<br />
allí no se han desarrollado estilos y escuelas de ejecución tan característicos como <strong>en</strong> el<br />
tango, a pesar del surgimi<strong>en</strong>to de músicos como Dino Saluzzi. El caso de este bandoneonista<br />
salteño, que <strong>en</strong> sus comi<strong>en</strong>zos tocó folklore rural –y que <strong>en</strong> la década de 1970 participó <strong>en</strong> dos<br />
discos del grupo Los Chalchaleros–, es, sin embargo, atípico ya que, antes de convertirse <strong>en</strong><br />
<strong>un</strong>a figura internacional de las músicas satélites del jazz, desarrolló su carrera <strong>en</strong> Bu<strong>en</strong>os Aires<br />
y como músico de tango, <strong>en</strong> orquestas como la de Alfredo Gobbi.
12<br />
PIAZZOLLA. EL MAL ENTENDIDO<br />
DIEGO FISCHERMAN Y ABEL GILBERT 13<br />
ta. Y el tango es, también, <strong>un</strong>a música <strong>en</strong> que la escritura, por error o por decisión,<br />
se transgrede. La obra de Piazzolla está escrita. No podría concebirse<br />
sin esa escritura. Y la obra de Piazzolla se construye <strong>en</strong> t<strong>en</strong>sión con lo escrito.<br />
N<strong>un</strong>ca lo que su<strong>en</strong>a es exactam<strong>en</strong>te lo que está <strong>en</strong> la partitura. Secciones <strong>en</strong>teras<br />
aparec<strong>en</strong> agregadas por la práctica, por la acumulación de interpretaciones,<br />
a lo pautado. Ritmos escritos de <strong>un</strong>a manera deb<strong>en</strong> sonar de otra. Los<br />
músicos de Piazzolla lo sabían y se lo transmitían de boca <strong>en</strong> boca. Pero, además,<br />
está el bandoneón. Y la manera de tocarlo de Piazzolla. Para él no hay<br />
notas que comi<strong>en</strong>c<strong>en</strong> sobre los ac<strong>en</strong>tos. Todo sonido, a<strong>un</strong> el más breve, es,<br />
siempre, sincopado. No importa cómo esté escrito. Piazzolla convierte <strong>en</strong> <strong>un</strong><br />
elem<strong>en</strong>to es<strong>en</strong>cial, material, indivisible de la propia música, <strong>un</strong>a interpretación<br />
absolutam<strong>en</strong>te personal del rubato característico del tango, de ese atrasarse<br />
<strong>en</strong> el tiempo y después recuperarlo <strong>en</strong> <strong>un</strong> rapto de aceleración (el tiempo<br />
robado del que habla la palabra rubato) que Aníbal Troilo, Pedro Laur<strong>en</strong>z<br />
y Ciriaco Ortiz, <strong>en</strong>tre muchos otros, también habían hecho propio.<br />
Hay <strong>un</strong>a anécdota, que Piazzolla contaba y que explica su estilo, también,<br />
como <strong>un</strong> cierto mal<strong>en</strong>t<strong>en</strong>dido. El bandoneonista había conocido a<br />
Gardel <strong>en</strong> Nueva York, cuando era <strong>un</strong> niño, poco después de que sus padres<br />
abandonaran Mar del Plata <strong>en</strong> busca de mejor suerte. En efecto, trabajó como<br />
extra <strong>en</strong> la película El día que me quieras. Según la ley<strong>en</strong>da, cuando Gardel<br />
escuchó al pequeño Astor tocar tangos le dijo, con <strong>un</strong> tono que podría adivinarse<br />
parecido al de sus diálogos cinematográficos, que tocaba como “<strong>un</strong> gallego”.<br />
Gardel bi<strong>en</strong> pudo haber int<strong>en</strong>tado explicarle algo acerca de “la roña”<br />
del género, es decir, del rubato. Y es posible que Piazzolla haya respondido a<br />
esa crítica como sólo podía hacerlo algui<strong>en</strong> educado <strong>en</strong> Nueva York: agregando<br />
síncopas. En definitiva, la traducción de Piazzolla al señalami<strong>en</strong>to de<br />
Gardel fue <strong>un</strong>a traducción contaminada por la idea del swing que campeaba<br />
<strong>en</strong> el jazz. O, mejor, <strong>en</strong> toda <strong>un</strong>a ciudad donde, a pesar de la crisis financiera<br />
y la miseria, se vivía con la idea del swing.<br />
El compositor y pianista Gerardo Gandini, integrante del último sexteto<br />
del bandoneonista, dice: “La música de Piazzolla es Piazzolla tocándola” * . Y es<br />
cierto. En su música, <strong>en</strong> sus estilos, resulta tan importante lo que está escrito<br />
como aquello que la práctica hizo con lo repres<strong>en</strong>tado <strong>en</strong> el p<strong>en</strong>tagrama. Su<br />
estilo de interpretación no es <strong>un</strong> agregado a la música. No es <strong>un</strong> detalle de terminación.<br />
Es la propia música.<br />
*<br />
Todas las citas pert<strong>en</strong>ec<strong>en</strong> a <strong>en</strong>trevistas personales con los autores, salvo <strong>en</strong> los casos <strong>en</strong><br />
los que se indique otra fu<strong>en</strong>te.<br />
Las partituras de la obra de Piazzolla, incluso de sus piezas más alejadas<br />
de la tradición del tango, revelan la recurr<strong>en</strong>cia a <strong>un</strong>os pocos elem<strong>en</strong>tos: <strong>un</strong>a<br />
armonía ubicable g<strong>en</strong>éticam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> los comi<strong>en</strong>zos del siglo XX, compases<br />
aditivos utilizados con cierta regularidad –<strong>en</strong> particular el que deriva de la<br />
ac<strong>en</strong>tuación <strong>en</strong>fatizada del pie rítmico de milonga–, alg<strong>un</strong>as escalas id<strong>en</strong>tificables<br />
con el estilo temprano de Alberto Ginastera y con Igor Stravinsky, el<br />
uso de ostinatos, <strong>un</strong> manejo fluido –a<strong>un</strong>que incompleto– del contrap<strong>un</strong>to escolástico,<br />
la influ<strong>en</strong>cia de George Gershwin y del proyecto de Leonard Bernstein<br />
<strong>en</strong> West Side Story y su conflu<strong>en</strong>cia de lo “alto” y lo “bajo”. Un análisis<br />
que se circ<strong>un</strong>scribiera a lo escrito resultaría decepcionante. Allí se <strong>en</strong>contraría<br />
<strong>un</strong> conj<strong>un</strong>to de materiales bastante previsibles y ya sumam<strong>en</strong>te conservadores<br />
<strong>en</strong> los mediados de la década de 1950. Sin embargo, la obra de Piazzolla está<br />
lejos de sonar de esa manera.<br />
En las que podrían llamarse sus composiciones de tesis –composiciones<br />
siempre ligadas a la interpretación de <strong>un</strong> grupo particular, desde la orquesta<br />
de 1946 o el Octeto hasta el último Quinteto o el Sexteto– hay algo pot<strong>en</strong>te,<br />
original, inquietante, que las partituras no muestran. Si el tango es <strong>un</strong>a música<br />
que se cifra <strong>en</strong> la distancia <strong>en</strong>tre lo escrito y lo que su<strong>en</strong>a, la obra de<br />
Piazzolla lo es <strong>en</strong> extremo. Su música es <strong>un</strong>a música constituida <strong>en</strong> el resto de<br />
texto, <strong>en</strong> aquello que se resiste al análisis tradicional, <strong>en</strong> <strong>un</strong> espacio determinado<br />
por la interpretación y que sólo puede ser abordado <strong>en</strong> la medida <strong>en</strong> que<br />
ese resto de texto pueda des<strong>en</strong>trañarse. Es <strong>un</strong>a música, además, construida muchas<br />
veces sobre combinaciones originales y únicas de elem<strong>en</strong>tos que no eran<br />
ni originales ni únicos. Elem<strong>en</strong>tos que fueron, <strong>en</strong> muchos casos, traspolados<br />
desde l<strong>en</strong>guajes <strong>en</strong> los que resultaban conv<strong>en</strong>cionales a otros donde aportaban<br />
<strong>un</strong>a cualidad de novedad y sorpresa. Dicho de otra manera, la refer<strong>en</strong>cia bartokiana<br />
y el espíritu casi jazzístico –con su ac<strong>en</strong>tuación siempre <strong>en</strong> el aire– de<br />
“Tango para <strong>un</strong>a ciudad” 1 pued<strong>en</strong> no haber sido nuevos ni para el jazz ni para<br />
la música clásica pero f<strong>un</strong>cionaban con <strong>un</strong>a perturbadora modernidad <strong>en</strong><br />
el contexto de esa música original, que terminaba de adquirir su forma <strong>en</strong> el<br />
sonido particular –<strong>en</strong> la interpretación– del bandoneón de Piazzolla, el piano<br />
de Osvaldo Manzi, el contrabajo de Kicho Díaz, la guitarra eléctrica de Oscar<br />
López Ruiz y el violín de Antonio Agri.<br />
Piazzolla no era ni <strong>un</strong> músico de jazz ni <strong>un</strong> músico clásico. Tampoco era<br />
<strong>un</strong> músico de cine, campo <strong>en</strong> el que su relativa eficacia v<strong>en</strong>ía del oficio apr<strong>en</strong>dido<br />
ni más ni m<strong>en</strong>os que mirando películas. Y su relación con el tango estaba<br />
signada por la distancia de orig<strong>en</strong>. Pero es precisam<strong>en</strong>te allí donde nace su<br />
estilo. En esas lejanías, <strong>en</strong> esos saberes parciales, <strong>en</strong> esas lecciones indulg<strong>en</strong>tes
14<br />
PIAZZOLLA. EL MAL ENTENDIDO<br />
DIEGO FISCHERMAN Y ABEL GILBERT 15<br />
de Ginastera, que no le pedía lo mismo que más tarde les exigiría a otros porque<br />
era “<strong>un</strong> músico de tango” pero, sin embargo, buscaba “educarlo”; <strong>en</strong> ese<br />
incompleto adiestrami<strong>en</strong>to de contrap<strong>un</strong>to recibido de mano de <strong>un</strong>a vieja<br />
maestra que terminó aconsejándole dedicarse al tango, <strong>en</strong> ese jazz escuchado<br />
de costado, espiando desde la puerta del Cotton Club o, más tarde, <strong>en</strong> 1959<br />
–<strong>un</strong>o de los grandes mom<strong>en</strong>tos del género, con discos como Kind of Blue de<br />
Miles Davis, Ah Um de Charlie Mingus o Giant Steps de John Coltrane–,<br />
prestándole at<strong>en</strong>ción, <strong>en</strong> lugar de a cualquiera de ellos, al conservador Oscar<br />
Peterson, a qui<strong>en</strong> dedicó <strong>un</strong> tema. Piazzolla parece haber estado siempre <strong>en</strong> el<br />
mom<strong>en</strong>to justo y <strong>en</strong> el lugar correcto, pero a <strong>un</strong>os metros de distancia, lo que,<br />
evid<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te, le dio <strong>un</strong>a perspectiva personal. Su música, <strong>en</strong> todo caso, es el<br />
resultado de <strong>un</strong>a combinación improbable de compon<strong>en</strong>tes infrecu<strong>en</strong>tes. Y es<br />
el producto de <strong>un</strong>a ciudad, Bu<strong>en</strong>os Aires, a la que él, marplat<strong>en</strong>se crecido y<br />
educado s<strong>en</strong>tim<strong>en</strong>talm<strong>en</strong>te <strong>en</strong> Nueva York, de donde trajo algo más que recuerdos<br />
adolesc<strong>en</strong>tes, supo interpretar como nadie. Una ciudad fragm<strong>en</strong>tada,<br />
donde la <strong>en</strong>deblez de la historia se comp<strong>en</strong>saba con la altisonancia de las declaraciones<br />
y donde el provincianismo, el atraso tecnológico, la pequeñez del<br />
mercado y el aislami<strong>en</strong>to de los c<strong>en</strong>tros de irradiación cultural del mom<strong>en</strong>to<br />
se daban la mano con <strong>un</strong>a industria editorial que modificó los hábitos de lectura<br />
no sólo locales sino de Latinoamérica y España, con focos de avanzada<br />
como el Instituto Di Tella, y con alg<strong>un</strong>os creadores que tuvieron <strong>un</strong>a inm<strong>en</strong>sa<br />
influ<strong>en</strong>cia <strong>en</strong> todo el m<strong>un</strong>do.<br />
Piazzolla, lejos de la posibilidad –y del deseo– de g<strong>en</strong>erar <strong>un</strong> movimi<strong>en</strong>to<br />
colectivo –como el bop había sido para el jazz–, se parece, <strong>en</strong> ese s<strong>en</strong>tido,<br />
mucho más a Jorge Luis Borges que lo que podría suponerse. Ambos instituyeron<br />
sistemas de lectura, inv<strong>en</strong>taron sus g<strong>en</strong>ealogías y crearon a partir de recortes<br />
arbitrarios. Ambos g<strong>en</strong>eraron estilos únicos e irrepetibles (a<strong>un</strong>que imitables)<br />
a partir de <strong>en</strong>ciclopedias parciales y lecturas sesgadas. Uno, Borges, se declaró<br />
conservador y fue, sin embargo, revolucionario. El otro, Piazzolla, a<strong>un</strong>que declarara<br />
la revolución, también la logró desde <strong>un</strong> programa conservador –y desde<br />
la resist<strong>en</strong>cia a los rumbos que había tomado la música clásica a partir de<br />
1950–. Su secreto, como el de Borges, fue el desplazami<strong>en</strong>to. Ning<strong>un</strong>a de sus<br />
fu<strong>en</strong>tes musicales significaba ya <strong>un</strong>a revolución, <strong>en</strong> el mom<strong>en</strong>to <strong>en</strong> que Piazzolla<br />
volvió de París <strong>en</strong> 1955. Pero alg<strong>un</strong>os de sus elem<strong>en</strong>tos exteriores, combinados<br />
<strong>en</strong>tre sí y aplicados sobre materiales prov<strong>en</strong>i<strong>en</strong>tes de la tradición del<br />
tango, sonaron nuevos y sorpr<strong>en</strong>d<strong>en</strong>tes. Un conservador que se jactaba de ser<br />
revolucionario había logrado, <strong>en</strong> todo caso, <strong>un</strong>a suerte de revolución paradójica.<br />
Una música que, m<strong>en</strong>ospreciada por la academia y rechazada por el mo-<br />
rib<strong>un</strong>do <strong>un</strong>iverso del tango, terminó convirtiéndose <strong>en</strong> el único sonido posible<br />
de esa Bu<strong>en</strong>os Aires contradictoria donde <strong>en</strong> pl<strong>en</strong>a década de 1960 <strong>un</strong>a<br />
revista, Primera Plana, salió a disputarle a la Iglesia la formación del gusto culto<br />
de la clase media y donde <strong>un</strong>a dictadura militar decidió tratar de restaurar<br />
el estado original de las cosas. Ese ser nacional que la modernidad ponía <strong>en</strong><br />
peligro, al que el cine retrató incansablem<strong>en</strong>te con familias <strong>en</strong> las que, de manera<br />
invariable, había por lo m<strong>en</strong>os <strong>un</strong> militar y <strong>un</strong> sacerdote y que, curiosam<strong>en</strong>te,<br />
terminó musicalizada, también, con el sonido de Piazzolla y el de sus<br />
epígonos.<br />
Bu<strong>en</strong>os Aires reproducía a los grandes c<strong>en</strong>tros culturales –París, Nueva<br />
York– o, mejor, a las noticias llegadas desde allí a saltos, sin continuidad, incompletas<br />
y muchas veces idealizadas, pero <strong>en</strong> otra escala. Lo que <strong>en</strong> esas ciudades<br />
eran movimi<strong>en</strong>tos, apoyados por <strong>un</strong>a industria cultural (a<strong>un</strong> el arte no<br />
comercial y más alejado de la industria del <strong>en</strong>tret<strong>en</strong>imi<strong>en</strong>to contaba con <strong>un</strong>a<br />
cierta red de sellos discográficos, galerías de exposiciones, clubes o salas de<br />
conciertos y revistas especializadas), <strong>en</strong> Bu<strong>en</strong>os Aires eran grupos minúsculos,<br />
ocupando sin hablarse distintos sectores de <strong>un</strong> mismo bar y sost<strong>en</strong>idos, hasta<br />
cierto p<strong>un</strong>to, por empr<strong>en</strong>dimi<strong>en</strong>tos de fans que subsistían hasta que sus responsables<br />
caían <strong>en</strong> bancarrota.<br />
El propio tango, que durante <strong>un</strong>as dos décadas había llegado a convertirse<br />
<strong>en</strong> <strong>un</strong>a industria más o m<strong>en</strong>os floreci<strong>en</strong>te, era <strong>un</strong> campo mucho más quebrado<br />
y heterogéneo que lo que pintan las visiones idealizadas. Ya desde sus<br />
comi<strong>en</strong>zos, <strong>en</strong> que las partituras llegaban con facilidad adonde el baile estaba<br />
prohibido, es notable <strong>un</strong>a serie de líneas divisorias que atraviesan ese paisaje<br />
supuestam<strong>en</strong>te cristalino de tradición nacional –o ciudadana– que más tarde<br />
se construyó con el tango. La primera falsedad es la que se refiere a la clandestinidad<br />
y la circulación emin<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te prostibularia <strong>en</strong> los comi<strong>en</strong>zos del siglo<br />
XX. Las primeras grabaciones fonográficas de tangos, realizadas <strong>en</strong> 1907 * ,<br />
muestran que, para ese <strong>en</strong>tonces, ésta ya era <strong>un</strong>a música firmem<strong>en</strong>te asociada<br />
a usos lícitos y hasta ceremoniales. Que la casa Gath y Chaves <strong>en</strong>viara a Gobbi<br />
y su mujer a París, <strong>en</strong> ese mismo año, para coordinar el registro de tangos a<br />
cargo de la Banda Republicana de esa ciudad, o que, <strong>en</strong> 1909, la Banda de la<br />
Policía de Bu<strong>en</strong>os Aires, dirigida por A. Rivara, grabara “El purrete”, de José<br />
Luis Roncallo, habla, <strong>en</strong> todo caso, de <strong>un</strong>a aceptación social bastante mayor<br />
que la que la ley<strong>en</strong>da les confiere a esos años de f<strong>un</strong>dación. Es posible que <strong>en</strong><br />
*<br />
No es <strong>un</strong> dato m<strong>en</strong>or el hecho de que la primera grabación de jazz, el “Livery Stable<br />
Blues” de la Dixieland “Jass” Band, haya visto la luz más de diez años después, <strong>en</strong> 1918.
16<br />
PIAZZOLLA. EL MAL ENTENDIDO<br />
DIEGO FISCHERMAN Y ABEL GILBERT 17<br />
el noveci<strong>en</strong>tos el tango se bailara <strong>en</strong> burdeles pero todo parece indicar que,<br />
para ese <strong>en</strong>tonces, ya se bailaba también <strong>en</strong> otras partes. Y si bi<strong>en</strong> era cierto<br />
que las niñas bi<strong>en</strong> no lo bailaban –por lo m<strong>en</strong>os <strong>en</strong> público, como muestra la<br />
historia contada por Edgardo Cozarinsky 2 , donde Ricardo Güiraldes se lo <strong>en</strong>señaba<br />
<strong>en</strong> secreto a Victoria Ocampo–, sí lo tocaban al piano. Entre 1910 y<br />
1920 hubo <strong>un</strong>a verdadera explosión <strong>en</strong> la publicación de partituras con reducciones<br />
para piano de los tangos más populares, y eran precisam<strong>en</strong>te las jóv<strong>en</strong>es<br />
damas de la sociedad porteña qui<strong>en</strong>es las ejecutaban <strong>en</strong> los salones. El<br />
baile, por otra parte, si es que efectivam<strong>en</strong>te había t<strong>en</strong>ido algo del erotismo<br />
que Europa descubrió <strong>en</strong> él por la vía de Rodolfo Val<strong>en</strong>tino, lo fue perdi<strong>en</strong>do<br />
a lo largo de sus décadas de espl<strong>en</strong>dor, convirtiéndose <strong>en</strong> <strong>un</strong>a danza estereotipada,<br />
“alisada”, <strong>en</strong> los términos de los propios bailarines, de salas bi<strong>en</strong> iluminadas<br />
y clubes familiares, con novios oficiales y matrimonios bi<strong>en</strong> constituidos,<br />
hasta que <strong>un</strong>a nueva mistificación vino a rescatarlo del olvido, a partir de<br />
la década de 1990. Una cosa era el baile, <strong>en</strong> todo caso, y otra el desarrollo musical.<br />
Además de las rivalidades –que con frecu<strong>en</strong>cia llegaban a los <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tami<strong>en</strong>tos<br />
físicos– <strong>en</strong>tre los hinchas de <strong>un</strong>a orquesta o <strong>un</strong> cantante <strong>en</strong> particular<br />
y los de otros–, el m<strong>un</strong>do del tango mostraba ásperas difer<strong>en</strong>cias <strong>en</strong>tre qui<strong>en</strong>es<br />
bailaban y qui<strong>en</strong>es no lo hacían; <strong>en</strong>tre qui<strong>en</strong>es valoraban el lado recio, cany<strong>en</strong>gue,<br />
y los que destacaban las sutilezas y los arreglos. Como mucho más tarde<br />
sucedería <strong>en</strong> el pop y el rock, estaban los que <strong>en</strong> el tango <strong>en</strong>contraban, sobre<br />
todo, <strong>un</strong> gesto, <strong>un</strong>a determinada manifestación de algo relacionado con la<br />
id<strong>en</strong>tidad, algo asimilable al barrio o la ciudad, o a ciertas costumbres de <strong>un</strong><br />
pasado convertido <strong>en</strong> ley<strong>en</strong>da, y qui<strong>en</strong>es buscaban allí –a<strong>un</strong>que esa búsqueda<br />
rara vez fuera formulada con precisión y careciera de <strong>un</strong>a teoría que la sust<strong>en</strong>tara–<br />
<strong>un</strong>a música “para escuchar”, <strong>un</strong> l<strong>en</strong>guaje de <strong>un</strong>a cierta abstracción.<br />
Las adhesiones o los rechazos t<strong>en</strong>ían que ver, <strong>en</strong> alg<strong>un</strong>os casos, con cuestiones<br />
puram<strong>en</strong>te musicales –o ligadas a la coreografía– como las maneras de<br />
ac<strong>en</strong>tuar los tiempos fuertes, la regularidad de esos ac<strong>en</strong>tos, las maneras del rubato<br />
o la complejidad de los arreglos, que podían <strong>en</strong> alg<strong>un</strong>os casos conf<strong>un</strong>dir<br />
a los bailarines. Y había también cuestiones ideológicas, alg<strong>un</strong>as más vagas, relacionadas<br />
con la mayor o m<strong>en</strong>or reciedumbre que mostraran la orquesta o el<br />
cantante, y otras más directas, relacionadas con aquello que era explicitado <strong>en</strong><br />
la letra. Por <strong>un</strong> lado, el tango, que a<strong>un</strong>que más no fuera como elem<strong>en</strong>to melodramático<br />
había llegado a m<strong>en</strong>cionar la Primera Guerra M<strong>un</strong>dial <strong>en</strong><br />
“Sil<strong>en</strong>cio”, de Gardel y Le Pera, <strong>en</strong> g<strong>en</strong>eral se había ido separando del int<strong>en</strong>to<br />
de registro de la realidad más o m<strong>en</strong>os cotidiana. Hubo, por supuesto, tan-<br />
gos sociales, como “Pan”, de Celedonio Flores, o “Al pie de la Santa Cruz” y<br />
“Se vi<strong>en</strong>e la maroma”, ambos de Mario Batistella y Manuel Romero, pero temas<br />
que fueron c<strong>en</strong>trales <strong>en</strong> la vida de Bu<strong>en</strong>os Aires, como la Guerra Civil española,<br />
la Seg<strong>un</strong>da Guerra M<strong>un</strong>dial, el peronismo, las migraciones internas,<br />
las vacaciones <strong>en</strong> la costa atlántica o los cambios <strong>en</strong> las relaciones sociales a<br />
partir de la Ley de Propiedad Horizontal 3 , no fueron recogidos por casi ningún<br />
tango de esas épocas. Podría decirse que el tango fijó su época <strong>en</strong> la de la<br />
muerte de Gardel, como si allí hubiera muerto, también, algo de su capacidad<br />
evolutiva o, por lo m<strong>en</strong>os, de la supuesta repres<strong>en</strong>tatividad urbana de sus<br />
letras. Si bi<strong>en</strong> toda la canción popular de las décadas de 1930 a 1950 fue, por<br />
naturaleza, nostálgica, el tango, aún hoy, para su público, basa <strong>un</strong>a supuesta<br />
legitimidad <strong>en</strong> la manera <strong>en</strong> que refleja a la ciudad de Bu<strong>en</strong>os Aires.<br />
En ese s<strong>en</strong>tido, resulta interesante analizar la letra, escrita por el autor<br />
teatral Ivo Pelay, del tango “Rascacielos”, con música de Francisco Canaro,<br />
que fue estr<strong>en</strong>ado como parte de <strong>un</strong>a revista musical <strong>en</strong> j<strong>un</strong>io de 1935. Allí<br />
aparece, por ejemplo, <strong>un</strong>a valoración de las transformaciones urbanas que más<br />
tarde desaparecería por completo del género.<br />
Mi Bu<strong>en</strong>os Aires / suelo porteño! / Cómo has cambiado / tus casas<br />
y calles / por otras de <strong>en</strong>sueño! / Con diagonales / y rascacielos / vas<br />
ya vestido / hoy de largo / lo mismo que yo!”, celebra, para rubricar:<br />
“Mi Bu<strong>en</strong>os Aires / crisol de razas! / De los que llegan / dulce esperanza.<br />
/ Tu aspecto cambia / pero no cambiarán / tu corazón jamás!<br />
/ Ciudad adorada..! / Hay <strong>en</strong> tu <strong>en</strong>traña / v<strong>en</strong>as de acero / que serp<strong>en</strong>tean<br />
/ gritando: Progreso!...<br />
En las décadas sigui<strong>en</strong>tes, el tango prefirió, <strong>en</strong> cambio, <strong>un</strong>a imaginería no demasiado<br />
difer<strong>en</strong>te de la que había empleado Esteban Echeverría <strong>en</strong> El matadero,<br />
<strong>en</strong>1840, cuando describía las aguas de la crecida buscando su cauce <strong>en</strong>tre<br />
los terrapl<strong>en</strong>es del sur. El canto al progreso –no sólo a los rascacielos sino<br />
también a la diversidad de la inmigración– de Canaro y Pelay bi<strong>en</strong> puede contrastarse,<br />
por otra parte, con esa imag<strong>en</strong> de Julio Sosa agredi<strong>en</strong>do a <strong>un</strong> grupo<br />
de jóv<strong>en</strong>es que bailan twist, <strong>en</strong> la película Bu<strong>en</strong>as noches, Bu<strong>en</strong>os Aires, dirigida<br />
por Hugo del Carril <strong>en</strong> 1963 (y a la que este libro volverá más de <strong>un</strong>a vez)<br />
o con “Che exist<strong>en</strong>cialista”, ese extraño manifiesto cantado por Alberto<br />
Echagüe j<strong>un</strong>to a la orquesta de Juan D’Ari<strong>en</strong>zo, <strong>en</strong> 1954: “En esta tierra que<br />
es tierra de varones, / hecha con lanzas de gauchos leg<strong>en</strong>darios, / nos han salido<br />
<strong>un</strong>a porción de otarios, / que yo no sé por qué usan pantalones”, empie-
18<br />
PIAZZOLLA. EL MAL ENTENDIDO<br />
DIEGO FISCHERMAN Y ABEL GILBERT 19<br />
za el tango. Allí, el cantante, que <strong>en</strong> realidad se llamaba Juan de Dios Osvaldo<br />
Rodríguez, interpreta con su habitual tono p<strong>en</strong>d<strong>en</strong>ciero la letra de Rodolfo<br />
Martincho a la que había puesto música otro de los cantores de D’Ari<strong>en</strong>zo,<br />
Mario Landi (<strong>en</strong> realidad Mario Villa), que a aquellos gauchos oponía esos<br />
que “llevan el pelo largo y despeinado, / el saco de <strong>un</strong> color y otro el talonpa,<br />
/ hablan de “ti” y de “tú” los pobres gansos, / y al agua y al jabón le ti<strong>en</strong><strong>en</strong><br />
bronca”, para precisar, <strong>en</strong> el estribillo: “Che exist<strong>en</strong>cialista, / no te hagas el artista,<br />
/ mejor cachá <strong>un</strong> pico y <strong>un</strong>a pala, / andá y yugala, flor de vagón. / Che<br />
exist<strong>en</strong>cialista, / mejor cambiá de pista. / Andá a ‘Paúl’ 4 y pelate, / alargá el<br />
saco y bañate, che cartón”. Entre ese m<strong>un</strong>do y el de las orquestaciones de<br />
Arg<strong>en</strong>tino Galván para la orquesta de Aníbal Troilo o el virtuosismo de las de<br />
Miguel Caló, con Osmar Maderna como pianista y arreglador, o la dirigida<br />
por Enrique Mario Francini y Armando Pontier, había muy poco <strong>en</strong> común.<br />
Como nada t<strong>en</strong>ía que ver Echagüe con Alberto Marino u Oscar Serpa o, más<br />
tarde, con las infinitas sutilezas del jov<strong>en</strong> Roberto Goy<strong>en</strong>eche. No había demasiado<br />
<strong>en</strong> común <strong>en</strong>tre D’Ari<strong>en</strong>zo y su sobreactuación del reinado del compás<br />
y Osvaldo Pugliese, cuyo estilo, juzgado por muchos bailarines como “viol<strong>en</strong>to”,<br />
era considerado por otros “imposible de seguir” debido a sus fr<strong>en</strong>os y<br />
acelerami<strong>en</strong>tos rep<strong>en</strong>tinos. Y, desde el p<strong>un</strong>to de vista del mercado, tampoco<br />
eran lo mismo los cantantes más populares, ídolos de la radio y de las revistas<br />
fem<strong>en</strong>inas, o las orquestas preferidas por los bailarines, que otras como la de<br />
Salgán, que n<strong>un</strong>ca tuvo <strong>un</strong> gran éxito, jamás fue demasiado popular y se reveló<br />
insost<strong>en</strong>ible económicam<strong>en</strong>te para su director.<br />
En los finales de la década de 1940 pero, sobre todo, <strong>en</strong> los comi<strong>en</strong>zos<br />
de la sigui<strong>en</strong>te, el delicado equilibrio que sost<strong>en</strong>ía al tango como negocio com<strong>en</strong>zó<br />
a romperse de manera acelerada. Los que buscaban allí “<strong>un</strong>a música”<br />
<strong>en</strong>contraban cada vez m<strong>en</strong>os para escuchar. Los que valoraban <strong>un</strong>a cierta poética<br />
se topaban con <strong>un</strong>a letrística anticuada y cada vez más alejada de la ciudad<br />
real. Sobre todo las g<strong>en</strong>eraciones más jóv<strong>en</strong>es t<strong>en</strong>ían bastante pocas posibilidades<br />
de id<strong>en</strong>tificarse con ese m<strong>un</strong>do de malevos, terrapl<strong>en</strong>es, in<strong>un</strong>daciones, farolitos,<br />
madres j<strong>un</strong>to al piletón y relaciones s<strong>en</strong>tim<strong>en</strong>tales más cercanas a los folletines<br />
del siglo XIX (con tuberculosis incluida) que a las que podían t<strong>en</strong>er<br />
lugar <strong>en</strong> <strong>un</strong>a ciudad <strong>en</strong> la que hacía tiempo que ya muchos vivían <strong>en</strong> casas de<br />
departam<strong>en</strong>tos 5 . Pero, sobre todo, los bailarines más jóv<strong>en</strong>es empezaron a elegir<br />
otras danzas. Es ese <strong>un</strong>iverso dividido y agonizante, del que por <strong>un</strong> lado se<br />
reclamaba la repres<strong>en</strong>tatividad de <strong>un</strong>a cierta id<strong>en</strong>tidad cultural pero que, por<br />
otro, perdía público de manera acelerada, el que harta a Piazzolla y lo lleva a<br />
int<strong>en</strong>tar convertirse <strong>en</strong> “músico clásico” <strong>en</strong> París (igual que Gershwin <strong>en</strong><br />
Rhapsody in Blue, la biografía cinematográfica de 1945, personificada por<br />
Robert Alda y dirigida por Irving Rapper, a la que también se volverá más de<br />
<strong>un</strong>a vez). Ése es el m<strong>un</strong>do al que viol<strong>en</strong>ta con su orquesta de 1946 y con sus<br />
arreglos con trinos y pizzicatos. Ése es el m<strong>un</strong>do que se burla muchas veces de<br />
él, como cuando esa dama, <strong>en</strong> <strong>un</strong> baile, durante <strong>un</strong>a actuación con el cantante<br />
Francisco Fior<strong>en</strong>tino, com<strong>en</strong>zó a danzar <strong>en</strong> p<strong>un</strong>tas de pie y con los brazos<br />
<strong>en</strong> alto como para dejar <strong>en</strong> claro que eso no era tango sino “música clásica”.<br />
Y ése el m<strong>un</strong>do al que regresa desde París, a mediados de la década de 1950,<br />
con su idea de modernizar –y sofisticar y convertir <strong>en</strong> música “de escucha”–<br />
el tango pero, también, con su necesidad de confrontación, de poner <strong>en</strong> evid<strong>en</strong>cia<br />
la ignorancia y el conservadurismo del medio y, hasta cierto p<strong>un</strong>to, de<br />
v<strong>en</strong>ganza. Ése es el <strong>un</strong>iverso con el que Piazzolla decide interactuar. Podría haberse<br />
considerado <strong>un</strong> músico de jazz que buceaba <strong>en</strong> el tango o <strong>un</strong> compositor<br />
clásico que abrevaba <strong>en</strong> esas fu<strong>en</strong>tes –y la música tal vez no hubiera sido<br />
otra–, pero fuera porque no quiso, <strong>en</strong> el primer caso, o porque no lo logró,<br />
<strong>en</strong> el seg<strong>un</strong>do, se definió a sí mismo como <strong>un</strong> músico de “nuevo tango”.<br />
“Que sea tango y también música”, decía <strong>en</strong> <strong>un</strong>a discutible oposición<br />
que, no obstante, reflejaba <strong>un</strong>a int<strong>en</strong>ción estética de clara raigambre gershwiniana<br />
y <strong>en</strong> la que, sobre todo, era el tango el que aportaba no sólo los materiales<br />
sino el andamiaje, sus formas de circulación y su nombre. Ése es el ambi<strong>en</strong>te<br />
que, <strong>en</strong> <strong>un</strong> determinado mom<strong>en</strong>to y casi con <strong>un</strong>animidad, anatemiza a<br />
Piazzolla y lo convierte ya no <strong>en</strong> <strong>un</strong> músico impopular (como Salgán, Osmar<br />
Maderna o incluso Eduardo Rovira) sino <strong>en</strong> <strong>un</strong> traidor, <strong>en</strong> <strong>un</strong> apóstata. En el<br />
<strong>en</strong>emigo. El m<strong>un</strong>do del tango era, para ese <strong>en</strong>tonces, como esas estrellas cuya<br />
luz sobrevive miles de siglos su propia materia; ya no producía casi nada pero,<br />
todavía durante varias décadas más, se proclamaría como repres<strong>en</strong>tativo de<br />
la sociedad porteña. Para ese <strong>un</strong>iverso, Piazzolla fue “el mal”. Ent<strong>en</strong>derlo es,<br />
además de acercarse a <strong>un</strong>a de las músicas más trasc<strong>en</strong>d<strong>en</strong>tes del siglo XX, <strong>en</strong>t<strong>en</strong>der<br />
<strong>un</strong>a sociedad contradictoria, moderna y provinciana a la vez, conservadora<br />
e inm<strong>en</strong>sam<strong>en</strong>te ávida de cambios, ampulosa <strong>en</strong> sus declaraciones y<br />
desmesurada <strong>en</strong> sus visiones de sí misma, que, al mismo tiempo, lo ahijó y lo<br />
cond<strong>en</strong>ó, lo bastardeó y lo convirtió <strong>en</strong> <strong>un</strong>o de “sus orgullos”, lo paseó por intermedio<br />
de su cancillería y sus embajadas y, mi<strong>en</strong>tras supuestam<strong>en</strong>te lo reprobaba,<br />
le dio privilegios y preb<strong>en</strong>das que ni Troilo ni Juan Carlos Paz ni<br />
Mauricio Kagel ni Horacio Salgán ni Eduardo Falú ni Atahualpa Yupanqui<br />
tuvieron jamás. Y además, para <strong>en</strong>t<strong>en</strong>der a algui<strong>en</strong> como él, que reclamó su<br />
valor desde campos múltiples, que peleó con alg<strong>un</strong>as armas de la música clásica<br />
<strong>en</strong> el m<strong>un</strong>do del tango y con las de la música popular para hacerse <strong>un</strong> lu-
20<br />
PIAZZOLLA. EL MAL ENTENDIDO<br />
gar d<strong>en</strong>tro de la academia, que se comparó con Gershwin, Carlos Chávez y<br />
Heitor Villa-Lobos y que f<strong>un</strong>dó <strong>en</strong> su escucha de grupos de jazz alg<strong>un</strong>as de<br />
sus mejores ideas; para acercarse a qui<strong>en</strong> desde su música t<strong>en</strong>dió <strong>un</strong>a red tan<br />
compleja de refer<strong>en</strong>cias, es necesario hacerlo recorri<strong>en</strong>do, precisam<strong>en</strong>te, ese<br />
<strong>en</strong>tramado. Buscando otras fu<strong>en</strong>tes de verdad <strong>en</strong> lo que ha descartado el discurso<br />
consagratorio, tratando de reconstruir su discoteca, sus fu<strong>en</strong>tes explícitas<br />
y ocultas, con sus subrayados y omisiones, y los diálogos que Piazzolla <strong>en</strong>tabló<br />
con su tiempo. La Arg<strong>en</strong>tina es <strong>un</strong> país donde la música casi no concitó<br />
los debates de los intelectuales y donde los escasos com<strong>en</strong>tarios críticos fueron<br />
–y muchas veces son– realizados por melómanos sin <strong>un</strong>a formación distinta<br />
de la de su propio gusto. Un país <strong>en</strong> el que la Sociedad de Autores destruyó<br />
sus archivos anteriores a 1980 porque “ocupaban mucho lugar” y donde<br />
las cifras de las v<strong>en</strong>tas discográficas anteriores a 2000 sólo pued<strong>en</strong> <strong>en</strong>contrarse<br />
<strong>en</strong> las actas de las compañías, que, créase o no, son secretas. Allí donde la<br />
Historia oficial repite siempre la misma historia, basada <strong>en</strong> poco más que algún<br />
relato de primera mano no siempre fiable, la verdad debe buscarse, como<br />
si se tratara de <strong>un</strong> trabajo detectivesco, <strong>en</strong> lo no dicho. En los retazos y <strong>en</strong> los<br />
márg<strong>en</strong>es.<br />
I<br />
1921-1936<br />
(Mar del Plata-Nueva York)<br />
Notas<br />
1<br />
Incluido <strong>en</strong> el disco del mismo nombre, editado por CBS Columbia <strong>en</strong> 1963, y publicado<br />
<strong>en</strong> CD como parte de la Edición crítica de Sony-BMG, <strong>en</strong> 2005.<br />
2<br />
Edgardo Cozarinsky, Milongas, Bu<strong>en</strong>os Aires, Edhasa, 2007.<br />
3<br />
Esta ley, promulgada <strong>en</strong> 1949, permitió el fraccionami<strong>en</strong>to de los grandes edificios de<br />
alquiler y la v<strong>en</strong>ta de las <strong>un</strong>idades a los propios inquilinos. Como los alquileres estaban congelados,<br />
por efecto de la Ley de Alquileres que <strong>en</strong> ese mismo año se había prorrogado, muchos<br />
propietarios v<strong>en</strong>dieron departam<strong>en</strong>tos a precios muy bajos y <strong>en</strong> cuotas. El efecto fue que, <strong>en</strong>tre<br />
1949 y 1952, <strong>un</strong>a gran cantidad de ex inquilinos, de clase media y media baja, pasó a ser<br />
propietaria de departam<strong>en</strong>tos regidos por la nueva Ley de Propiedad Horizontal.<br />
4<br />
“Paúl” era el nombre de <strong>un</strong>a veterinaria y peluquería para perros famosa <strong>en</strong> esa época.<br />
“Talonpa” es el “vesre” (revés) de pantalón, y “vagón” provi<strong>en</strong>e de vago.<br />
5<br />
Varios poemas publicados por Baldomero Fernández Mor<strong>en</strong>o antes de la década de<br />
1950 dan cu<strong>en</strong>ta de esos cambios <strong>en</strong> las relaciones sociales y <strong>en</strong> el paisaje ciudadano. En<br />
“Departam<strong>en</strong>to”, por ejemplo, escribe: “Éste es, amigos, mi departam<strong>en</strong>to: / tres piezas, dep<strong>en</strong>d<strong>en</strong>cias<br />
y pileta. / T<strong>en</strong>dremos que vivir a la jineta / yo, la mujer y el hijo turbul<strong>en</strong>to. / Casi no<br />
se ve el sol, no se oye el vi<strong>en</strong>to, / no hay donde cultivar <strong>un</strong>a violeta; / los pasos quedos y la voz<br />
discreta, / no se <strong>en</strong>oje <strong>un</strong> vecino soñoli<strong>en</strong>to. / Diez pisos se alzan sobre mi cabeza; / sobre mi<br />
actividad o mi flaqueza / gravita, hierro y piedra, <strong>un</strong> m<strong>un</strong>do <strong>en</strong>tero. / Nadie sabrá mi risa ni<br />
mi llanto... / ¡cuán grande deberá de ser mi canto / para ll<strong>en</strong>ar de luz este agujero!”.