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MÉRIDA SEMANA SANTA 2015<br />
95<br />
tanto por la Semana Santa. Esos buenos cofrades<br />
que pusieron al servicio de las Hermandades lo<br />
único que tenían: su Fe y sus ganas de trabajar.<br />
Sí esos que me mostraron y nos mostraron<br />
cómo se trabajaba en las hermandades, como se<br />
puede llevar una vida de entrega a tu imagen<br />
titular. De ellos aprendimos muchos. Me vienen a<br />
la memoria, mirando a ese gran balcón de cada<br />
Lunes Santo, Emilio y Victoria, que ya gozan de<br />
la mirada directa del Santísimo Cristo de las<br />
Injurias, Berto y Luisa, que disfrutan de los ojos<br />
abiertos, de Vida, del Santísimo Cristo de los<br />
Remedios. Agustín y Lali Jiménez, que peinan la<br />
larga melena del Nazareno, Pepe Rodríguez, que<br />
ya conoce el rostro de la Esperanza, Federico, que<br />
seguirá en diatribas con Don Pedro teniendo a<br />
Heliodoro mediando en la disputa. El bueno de<br />
Vicente Ramos, convocándolos puntualmente en<br />
Asamblea, Pepe Díaz y Felipe Díaz fundando<br />
cofradías, Patro y María Teresa buscando ángeles<br />
para seguir bordando mantos celestiales, Paco<br />
Pulido organizando su coro. Don Juanito y Don<br />
César con su santita, Tino Gijón haciendo<br />
capillitas y otros tantos, muchos que se me quedan<br />
en el tintero o que no conocí porque forman parte<br />
de otros tiempos pero que dedicaron su vida a las<br />
Hermandades.<br />
Todos hicieron posible, con su trabajo, lo que<br />
hoy tenemos entre manos, nos enseñaron a ser<br />
cofrades sin aditivos, cristianos de pura cepa. Por<br />
ello, señor alcalde, déjeme que reivindique en este<br />
pregón un rinconcito, un monumento donde se<br />
recuerde a aquellos que hicieron, hacen y harán<br />
posible, la Semana Santa de Mérida.<br />
DE LA SOLEDAD A LA ESPERANZA<br />
Amanece en Mérida el Viernes Santo con ese<br />
sabor intenso que tiene la jornada. La madrugada<br />
ha sido larga, se ha descendido al Cristo del<br />
Calvario entre cantos gregorianos.<br />
Esa mañana, la Rambla se convierte en torrente<br />
de capas verdes y negras, María pasea por las<br />
calles en este día de dolor, de sensaciones encontradas.<br />
Nos muestra el sacrificio del hijo de sus<br />
entrañas que, la noche antes, en un impresionante<br />
barco de caoba, ha sido descendido de la cruz por<br />
los Santos Varones ante el llanto desgarrado de<br />
otra María, la Magdalena. María de las Tres<br />
necesidades, unas escaleras, un sepulcro, un<br />
sudario y nos llega a Mérida atravesando el Arco<br />
de Trajano, curiosamente el mismo sitio por<br />
donde, pocos días antes, lo habíamos aclamado<br />
como rey en un pollino.<br />
Dicen, decimos, que la Virgen de las Angustias<br />
es la más fotogénica de nuestra Semana Santa<br />
pero, también, la del mensaje más grande, la del<br />
grito más desgarrador, ese grito que solo una<br />
madre que ha perdido a su hijo puede lanzar.<br />
Y se afana en limpiarlo.<br />
La sangre coagulada se funde con los salivazos.<br />
En las mejillas, restos del vinagre y la hiel,<br />
y en el pecho, agua de vida.<br />
Mientras le va quitando espinas,<br />
piensa en aquella infancia en Belén,<br />
las travesuras en la carpintería,<br />
su primera silla<br />
Mientras besa sus manos,<br />
piensa cuando lo bañaba en el río,<br />
cuando jugaba con José,<br />
cuando lo acurrucaba por el frío.<br />
Así transcurre su paseo,<br />
entre recuerdos y más recuerdos,<br />
mostrando el fruto de su vientre,<br />
frío, inmóvil e inerte.<br />
Tus manos, un lamento,<br />
tu llanto, una plegaria.<br />
Eres tú Angustias<br />
El camino a la Esperanza.<br />
A las tres en punto de la tarde callan tambores<br />
y cornetas. El palio verde nos vaticina que lo<br />
mejor está por venir. Cuando entra ese joyero de<br />
plata en el atrio de Santa Eulalia, como agua entre<br />
las manos, la Semana Santa comienza a irse. El<br />
tintineo de sus varales nos recuerda, nos martillea,<br />
que nunca hay que perder la esperanza.<br />
Y nos invade una extraña nostalgia.<br />
Conscientes de que todo se acaba. El cansancio<br />
hace mella y la tristeza plomiza del ambiente<br />
nos recuerda que “todo se ha consumado”. Vagamos<br />
buscando la calle Calvario. Caminamos. Nos<br />
encontramos con nazarenos de diferentes hermandades<br />
que caminan en la misma dirección,<br />
con sus varas y estandartes.<br />
¡Ay! Las varas. ¿Qué sería para muchos una<br />
cofradía sin varas? Parece que, en ocasiones