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MÉRIDA SEMANA SANTA 2015<br />

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tanto por la Semana Santa. Esos buenos cofrades<br />

que pusieron al servicio de las Hermandades lo<br />

único que tenían: su Fe y sus ganas de trabajar.<br />

Sí esos que me mostraron y nos mostraron<br />

cómo se trabajaba en las hermandades, como se<br />

puede llevar una vida de entrega a tu imagen<br />

titular. De ellos aprendimos muchos. Me vienen a<br />

la memoria, mirando a ese gran balcón de cada<br />

Lunes Santo, Emilio y Victoria, que ya gozan de<br />

la mirada directa del Santísimo Cristo de las<br />

Injurias, Berto y Luisa, que disfrutan de los ojos<br />

abiertos, de Vida, del Santísimo Cristo de los<br />

Remedios. Agustín y Lali Jiménez, que peinan la<br />

larga melena del Nazareno, Pepe Rodríguez, que<br />

ya conoce el rostro de la Esperanza, Federico, que<br />

seguirá en diatribas con Don Pedro teniendo a<br />

Heliodoro mediando en la disputa. El bueno de<br />

Vicente Ramos, convocándolos puntualmente en<br />

Asamblea, Pepe Díaz y Felipe Díaz fundando<br />

cofradías, Patro y María Teresa buscando ángeles<br />

para seguir bordando mantos celestiales, Paco<br />

Pulido organizando su coro. Don Juanito y Don<br />

César con su santita, Tino Gijón haciendo<br />

capillitas y otros tantos, muchos que se me quedan<br />

en el tintero o que no conocí porque forman parte<br />

de otros tiempos pero que dedicaron su vida a las<br />

Hermandades.<br />

Todos hicieron posible, con su trabajo, lo que<br />

hoy tenemos entre manos, nos enseñaron a ser<br />

cofrades sin aditivos, cristianos de pura cepa. Por<br />

ello, señor alcalde, déjeme que reivindique en este<br />

pregón un rinconcito, un monumento donde se<br />

recuerde a aquellos que hicieron, hacen y harán<br />

posible, la Semana Santa de Mérida.<br />

DE LA SOLEDAD A LA ESPERANZA<br />

Amanece en Mérida el Viernes Santo con ese<br />

sabor intenso que tiene la jornada. La madrugada<br />

ha sido larga, se ha descendido al Cristo del<br />

Calvario entre cantos gregorianos.<br />

Esa mañana, la Rambla se convierte en torrente<br />

de capas verdes y negras, María pasea por las<br />

calles en este día de dolor, de sensaciones encontradas.<br />

Nos muestra el sacrificio del hijo de sus<br />

entrañas que, la noche antes, en un impresionante<br />

barco de caoba, ha sido descendido de la cruz por<br />

los Santos Varones ante el llanto desgarrado de<br />

otra María, la Magdalena. María de las Tres<br />

necesidades, unas escaleras, un sepulcro, un<br />

sudario y nos llega a Mérida atravesando el Arco<br />

de Trajano, curiosamente el mismo sitio por<br />

donde, pocos días antes, lo habíamos aclamado<br />

como rey en un pollino.<br />

Dicen, decimos, que la Virgen de las Angustias<br />

es la más fotogénica de nuestra Semana Santa<br />

pero, también, la del mensaje más grande, la del<br />

grito más desgarrador, ese grito que solo una<br />

madre que ha perdido a su hijo puede lanzar.<br />

Y se afana en limpiarlo.<br />

La sangre coagulada se funde con los salivazos.<br />

En las mejillas, restos del vinagre y la hiel,<br />

y en el pecho, agua de vida.<br />

Mientras le va quitando espinas,<br />

piensa en aquella infancia en Belén,<br />

las travesuras en la carpintería,<br />

su primera silla<br />

Mientras besa sus manos,<br />

piensa cuando lo bañaba en el río,<br />

cuando jugaba con José,<br />

cuando lo acurrucaba por el frío.<br />

Así transcurre su paseo,<br />

entre recuerdos y más recuerdos,<br />

mostrando el fruto de su vientre,<br />

frío, inmóvil e inerte.<br />

Tus manos, un lamento,<br />

tu llanto, una plegaria.<br />

Eres tú Angustias<br />

El camino a la Esperanza.<br />

A las tres en punto de la tarde callan tambores<br />

y cornetas. El palio verde nos vaticina que lo<br />

mejor está por venir. Cuando entra ese joyero de<br />

plata en el atrio de Santa Eulalia, como agua entre<br />

las manos, la Semana Santa comienza a irse. El<br />

tintineo de sus varales nos recuerda, nos martillea,<br />

que nunca hay que perder la esperanza.<br />

Y nos invade una extraña nostalgia.<br />

Conscientes de que todo se acaba. El cansancio<br />

hace mella y la tristeza plomiza del ambiente<br />

nos recuerda que “todo se ha consumado”. Vagamos<br />

buscando la calle Calvario. Caminamos. Nos<br />

encontramos con nazarenos de diferentes hermandades<br />

que caminan en la misma dirección,<br />

con sus varas y estandartes.<br />

¡Ay! Las varas. ¿Qué sería para muchos una<br />

cofradía sin varas? Parece que, en ocasiones

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