Semana de Orientación Profesional Semana de Orientación

Carta
del director
Ángel Bizcarrondo
Director del Centro de Estudios Garrigues
La percepción del futuro en tiempos de crisis se caracteriza,
no tanto por la incertidumbre, como por la desconfianza.
Durante el dilatado período de crecimiento económico
que la precedió desconocíamos lo que nos depararía el porvenir,
igual que ahora, pero vivíamos en la creencia generalizada de
una prosperidad sin límite que proyectaba un estado de ánimo
eufórico sobre el futuro, con la expectativa de una inagotable
fuente de crecimiento, que además se mantendría de modo
inexorable prácticamente con independencia de nuestra voluntad
y nuestro esfuerzo.
La aparición de la crisis nos ha despertado de este sueño
y nos ha devuelto de forma abrupta a la realidad. Aunque nadie
puede anticipar ahora con precisión su duración y sus efectos,
es posible augurar un período de mayores dificultades en el que
se precisará, entre otras condiciones, una mejor preparación en
todos los órdenes para hacer frente a nuevos retos.
Entre las múltiples, y frecuentemente contradictorias,
interpretaciones sobre la situación económica actual existen
algunas coincidencias y probablemente la que suscite mayor
grado de adhesión es la tesis que sostiene que la formación,
la innovación y la investigación son claves fundamentales para
abordar el futuro en mejores condiciones.
España se encuentra, según datos de 2006, en el grupo de
economías europeas que destina un menor porcentaje del PIB
al gasto en educación 4,8%, que se sitúa un punto porcentual
por debajo de la media de la UE-27; 5,8% del PIB y ambas muy
alejadas del 7,9% de Estados Unidos.
Podrían encontrarse, sin duda, múltiples explicaciones a esta
situación, desde nuestro atraso histórico a otras dificultadas
más actuales, pero lo que resulta más llamativo de ese desfase,
y del de la mayoría de nuestros socios europeos, respecto
de los países anglosajones con una mayor proporción de
recursos destinados al desarrollo del sistema educativo es la
muy destacada participación del gasto privado, es decir, de la
contribución de los particulares a su propia formación. El gasto
privado en educación representó en España, durante al año 2006,
el 0,5% PIB y en la UE-27 el 0,7%, frente al 1,4% de Gran Bretaña
y el 2,4% de Estados Unidos.
Este comportamiento diferencial obedece, más allá de la
distinta visión del estado entre el ámbito anglosajón y el europeo
continental, a una actitud muy arraigada en el mundo anglosajón
consistente en considerar la formación como inversión rentable,
tanto para la sociedad como para los particulares. Los resultados
en la práctica avalan esta concepción.
Un sistema educativo de calidad exige recursos y, por
tanto, requiere una adecuada financiación que ha de contar,
especialmente en la educación superior, con el esfuerzo de
los particulares, que son sus principales beneficiarios. Aunque
sean de difícil cuantificación resultan patentes las ventajas en
términos de oportunidades económicas y de carrera profesional
para quienes cursan un máster de posgrado y ello es, si cabe,
más evidente en tiempos como los actuales.
No sería justo ignorar, al reconocer las limitaciones de
nuestro sistema educativo, el esfuerzo realizado por el Estado
en los últimos años en el marco del llamado proceso de Bolonia,
especialmente en el impulso de la formación de posgrado y
en las facilidades de financiación para quienes sean admitidos
a cursar un máster oficial, a través de los préstamos ICO que
pueden alcanzar para un programa de 60 créditos, el importe de
14.400 euros, sin interés, con un plazo de devolución de trece
años. Éste es, sin duda, un buen momento para aprovechar la
oportunidad de ganar el futuro.
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