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el sadomasoquismo como práctica sexual ... - Cuadernos BDSM

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CUADERNOS DE <strong>BDSM</strong> ESPECIAL Nº 01<br />

precisarlo <strong>como</strong> un tributo. No necesito fingir que disfruto <strong>el</strong> servicio de un bottom si no<br />

lo hacen bien, ni tengo por que estar agradecida.<br />

Me gusta venirme antes de hacer una escena porque le quita <strong>el</strong> filo a mi hambre. Por esa<br />

misma razón no me gusta jugar cuando estoy trabada o borracha. Quiero estar en<br />

control. Necesito todos mis sentidos para adivinar las necesidades y los miedos de la<br />

sumisa, para sacarla de sí misma y volverla a traer. Durante la sesión, <strong>el</strong>la recibirá<br />

mucha más estimulación física que yo. Así que tomo lo que necesito. Su boca me<br />

alimenta con la energía que necesitaré para dominar y abusar de <strong>el</strong>la. Mientras me<br />

vengo comienzo a fantasear con la mujer que está de rodillas. La visualizo en cierta<br />

posición o en cierto rol. Esta fantasía es la semilla de la cual sale la escena. Cuando<br />

acaba de satisfacerme, le ordeno que se monte en mi cama y la amarro.<br />

Los sumisos tienden a ser ansiosos. Como hay escasez de dominantes, <strong>el</strong>los compensan<br />

jugando todo tipo de juegos psicológicos para sentirse miserables y excitados. También<br />

les gusta sentirse avaros y culpables y eso los pone ansiosos. Estar amarrados les da<br />

seguridad. Ella puede medir la intensidad de mi pasión por la tensión de mis nudos.<br />

También le pone fin a la especulación de mierda de que solo hago esto porque a <strong>el</strong>la le<br />

gusta. Me aseguro de que no haya manera de que pueda soltarse por sí sola. La<br />

inmovilidad se convierte en seguridad. Ella sabe que la deseo. Sabe que estoy a cargo.<br />

Estar amarrado es excitante y yo intensifico la excitación atormentándola, jugando con<br />

sus senos y clítoris, diciéndole cosas sucias. Cuando comienza a retorcerse, la revu<strong>el</strong>co<br />

un poco, llevándola hasta <strong>el</strong> borde d<strong>el</strong> dolor, ese borde que se derrite y se convierte en<br />

placer. Paso de p<strong>el</strong>lizcar sus pezones con mis dedos a usar un par de pinzas que los<br />

hacen arder y doler. Puede que ponga pinzas en sus senos o sobre su labia. Examinaré<br />

su coño para asegurarme que sigue mojada y le diré lo excitada que está —si es que<br />

todavía no lo sabe. En algún momento, siempre utilizo un látigo. A algunos sumisos les<br />

gusta ser golpeados hasta sacar morados. O puede que se excite con la sola imagen d<strong>el</strong><br />

látigo viniendo hacia <strong>el</strong>la, puede que quiera oír su sonido silbando en <strong>el</strong> aire o sentir <strong>el</strong><br />

mango mientras se mueve dentro de <strong>el</strong>la. El látigo es una exc<strong>el</strong>ente manera de lograr<br />

que una mujer este presente en <strong>el</strong> instante. No puede alejarse de él y no puede pensar en<br />

nada más.<br />

Si <strong>el</strong> dolor va más allá de una ligera in<strong>como</strong>didad, es probable que <strong>el</strong> sumiso se asuste.<br />

Comenzará a preguntarse, “¿por qué hago esto ¿Seré capaz de aguantarlo” Hay<br />

muchas maneras de ayudarla a pasar este punto. Puede que le pida que lo aguante por<br />

mí, porque necesito verla sufrir. O puede que le suministre un número fijo de golpes<br />

<strong>como</strong> castigo por alguna ofensa <strong>sexual</strong>. Puede que la convenza de que merece <strong>el</strong> dolor y<br />

lo debe tolerar porque es “solo” una esclava. El ritmo es esencial. Las sensaciones<br />

deben incrementarse gradualmente. La herramienta que se utiliza también puede ser<br />

importante. Algunas mujeres que no toleran ser flag<strong>el</strong>adas, tienen muy buena resistencia<br />

para otras cosas —tortura de pezones, cera caliente o humillación verbal.<br />

EL SADOMASOQUISMO COMO PRÁCTICA SEXUAL CONSENSUADA.<br />

LA EXPERIENCIA DE LAS LESBIANAS - Por Liliana Gómez Villa. Pag. 93

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