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Gorditas a la carta - Universo Romance, el Portal

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NAT MÉNDEZ<br />

<strong>Gorditas</strong> a <strong>la</strong> <strong>carta</strong><br />

Editora Digital


NAT MÉNDEZ<br />

<strong>Gorditas</strong> a <strong>la</strong> <strong>carta</strong><br />

CAPÍTULO 1<br />

Si <strong>la</strong>s miradas mataran… y <strong>el</strong> pasado<br />

pudiéramos <strong>el</strong>iminarlo de un soplido…<br />

Elena caminaba a paso ligero por <strong>la</strong> avenida. Era hora punta y<br />

todos salían de trabajar. Giró repentinamente para dirigirse a <strong>la</strong><br />

panadería. Si. Una barra de pan para hacerse esa noche un bocadillo<br />

para <strong>la</strong> cena. Y lo que sobrara, como siempre, se lo daría a <strong>la</strong> vecina,<br />

que una vez a <strong>la</strong> semana hacía torrijas y le rega<strong>la</strong>ba un p<strong>la</strong>tito con<br />

ilusión.<br />

Entró en <strong>la</strong> tienda y pidió <strong>la</strong> tanda. Casi le tocaba a <strong>el</strong><strong>la</strong>, cuando<br />

entró una mujer con dos niños. Al ver<strong>la</strong> chilló con alegría.<br />

—Elena!!!!!!!<br />

—Ho<strong>la</strong> C<strong>la</strong>ra —se sobresaltó <strong>la</strong> susodicha alegrándose de <strong>la</strong><br />

visión— Dios mío, hace años que no te veía.<br />

C<strong>la</strong>ra era una compañera de escue<strong>la</strong>, hacía mas de cuatro o cinco<br />

años que no coincidían.<br />

—¡Qué bien te veo Elena! —<strong>la</strong> miró de arriba abajo— Estas gordita<br />

pero preciosa.<br />

¡Ya empezamos! pensó Elena mirando a <strong>la</strong> casi esqu<strong>el</strong>ética C<strong>la</strong>ra.<br />

Había sido <strong>la</strong> Top-fashion de <strong>la</strong> c<strong>la</strong>se. Y siempre iba a <strong>la</strong> moda d<strong>el</strong><br />

momento. Asistía regu<strong>la</strong>rmente al gimnasio: en él habían coincidido<br />

ocho años atrás durante un tiempo. Luego perdieron contacto. Elena<br />

cambió de trabajo, su marido se fugó con <strong>la</strong> d<strong>el</strong>gada mujer de <strong>la</strong><br />

limpieza y tras una depresión de órdago, zanjó su vida sentimental y<br />

decidió empezar una nueva vida sin pareja.<br />

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<strong>Gorditas</strong> a <strong>la</strong> <strong>carta</strong><br />

—Tú estás tan bien como siempre —dijo cumplidamente Elena,<br />

mientras se volvía para pedir una barra de pan— Una de medio por<br />

favor—. Habló a <strong>la</strong> dependienta— o mejor una chapata — corrigió.<br />

—Se diría que has dejado <strong>la</strong> dieta. —rió C<strong>la</strong>ra benévo<strong>la</strong>mente.<br />

Elena sintió que le empezaban a rechinar los dientes. Cambió de<br />

tema antes de que saliera de su boca una frase ofensiva.<br />

—¿Son tus hijos —miró hacia los dos niños.<br />

—Si. Rubén de tres años y Saúl, de once.<br />

—¡Qué guapos! —sonrió Elena acariciando <strong>la</strong> cabecita d<strong>el</strong> pequeño.<br />

—¿Y tú ¿No tienes hijos<br />

—No, todavía no.<br />

—Pues se te va a pasar <strong>el</strong> arroz. Tenemos <strong>la</strong> misma edad Elena.<br />

Dile a tu marido que le de caña al asunto —rió de su propio chiste.<br />

—No estoy casada —mencionó mientras pagaba <strong>el</strong> pan y cogía <strong>la</strong><br />

barra para irse lo antes posible.<br />

Finalmente C<strong>la</strong>ra le había amargado <strong>el</strong> día con los dos comentarios<br />

c<strong>la</strong>ves: “gordita pero preciosa “, y “se te va a pasar <strong>el</strong> arroz”. Apenas<br />

se despidió rápidamente, con <strong>la</strong> vista nub<strong>la</strong>da por agua sentimental.<br />

¿Por qué <strong>la</strong> gente tenía tan ma<strong>la</strong> leche Se preguntó mientras se<br />

ponía <strong>la</strong>s gafas de sol y retenía un puchero. ¿Es que no tiene<br />

sensibilidad<br />

Era septiembre, hacía menos de un mes que había cumplido<br />

treinta y ocho años. Estaba soltera y so<strong>la</strong>. Tenía muchos amigos y<br />

amigas. Su vida era estable y f<strong>el</strong>iz, pero no tenía hijos ni marido.<br />

Vivía al día y pesaba veinte kilos más de lo que los cánones actuales<br />

establecían.<br />

Y todo iba bien. Pero de vez en cuando se encontraba con<br />

personas como C<strong>la</strong>ra que le hacían acordarse de lo que no tenía y <strong>la</strong><br />

me<strong>la</strong>ncolía se cernía sobre <strong>el</strong><strong>la</strong> durante días. Entonces lloraba, y<br />

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<strong>Gorditas</strong> a <strong>la</strong> <strong>carta</strong><br />

quería cambiar todo su mundo. Preguntándose cuando podría<br />

escuchar esos comentarios sin que le dolieran.<br />

Elena llenó <strong>la</strong> basura de bombones, choco<strong>la</strong>tinas y pastas dulces. Y<br />

por… “taitantas vez” inició una dieta. Con un té y una tostada en <strong>el</strong><br />

estómago, se fue al parque a dar a <strong>la</strong>s palomas <strong>el</strong> pan que guardaba<br />

para <strong>la</strong>s torrijas y luego se fue al cine a ver una p<strong>el</strong>ícu<strong>la</strong> romántica.<br />

De regreso se compró una revista de alimentación natural y vio un<br />

anuncio de talleres alimenticios de fin de semana.<br />

Dos horas después ya había reservado p<strong>la</strong>za.<br />

Cinco horas más tarde hacía <strong>la</strong>s maletas.<br />

Y con dieciocho horas más, estaba de camino a una casa rural, en<br />

no se sabe donde, para compartir cuarto con no se sabe quien, donde<br />

le impartirían un curso de cocina Light energética un profesor<br />

seguramente extremadamente d<strong>el</strong>gado.<br />

—¿Y qué tal <strong>el</strong> seminario de alimentación equilibrada —preguntó<br />

Marisa a Elena <strong>el</strong> lunes siguiente mientras se tomaban <strong>el</strong> primer café<br />

de <strong>la</strong> mañana.<br />

—Largo —susurró Elena después d<strong>el</strong> primer sorbo.<br />

—Este miércoles mi Paco tiene una cena de empresa. —continuó<br />

Marisa con mirada inquieta y voz casual— Lo mejor es que van <strong>la</strong>s<br />

esposas —<strong>la</strong>nzó una risita tonta.<br />

—Qué bien —dijo Elena mecánicamente.<br />

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<strong>Gorditas</strong> a <strong>la</strong> <strong>carta</strong><br />

—Y su compañero Pablo no tiene pareja y me ha dicho Paco que si<br />

te apeteciera acompañarnos sería estupendo. Así seríamos cuatro. —<br />

finalizó rápidamente.<br />

—Es decir, que es una invitación con segundas. —carraspeó<br />

Elena— Una cita a ciegas.<br />

—Más o menos. —se disculpó Marisa— Pero te prometo que no es<br />

como <strong>el</strong> último. Éste es normal…. Quiero decir —corrigió rápido— que<br />

es un soltero muy agradable. Dentista como mi marido. De nuestra<br />

edad. ¡Y hasta es guapo! —miró ilusionada a su compañera de<br />

trabajo— Yo lo he visto un par de veces y me ha hecho reír. Es bueno<br />

con los niños y muy trabajador.<br />

—¿Y por qué no consigue pareja que le acompañe a una cena de<br />

empresa —indagó mientras pensaba si añadir o no azúcar al café<br />

que era terriblemente amargo y malísimo.<br />

—Ya te he dicho. Es muy trabajador. No tiene tiempo para buscar<br />

pareja. Es un buenazo. Estoy segura que te lo pasarás<br />

estupendamente.<br />

—C<strong>la</strong>ro. ¿A que hora es —puso finalmente dos sobrecitos de<br />

azúcar para poderse tomar <strong>el</strong> líquido oscuro.<br />

—A <strong>la</strong>s ocho. Te recogemos a <strong>la</strong>s siete y media porque es mejor<br />

estar temprano.<br />

—Bien. —Elena miró de reojo <strong>la</strong> puerta de entrada.<br />

Marisa siguió su mirada y apuró <strong>el</strong> café.<br />

—La jefa llega tarde hoy. ¿Nos tomamos otro<br />

—Prefiero trabajar —dijo definitivamente Elena yendo a su mesa al<br />

<strong>la</strong>do de <strong>la</strong> ventana.<br />

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<strong>Gorditas</strong> a <strong>la</strong> <strong>carta</strong><br />

Embutirse en un vestido estrecho para parecer mas esb<strong>el</strong>ta fue un<br />

error. Lo único que consiguió fue deshacer <strong>la</strong>s costuras y darse<br />

cuenta de que no podía estar tres o cuatro horas conteniendo <strong>la</strong><br />

respiración y aguantando barriga.<br />

Resopló, mientras <strong>la</strong> faena de quitarse por <strong>la</strong> cabeza <strong>el</strong> estrecho y<br />

<strong>el</strong>egante disfraz, se convertía en una titánica tarea.<br />

Con <strong>la</strong>s medias puestas y en sujetador negro, fue al armario a<br />

revolver <strong>el</strong> vestuario.<br />

Un vestido negro de gran escote y mayor vu<strong>el</strong>o, fue <strong>el</strong> escogido.<br />

La verdad era que ese traje era <strong>el</strong> más usado de <strong>la</strong> historia. No sabría<br />

que hacer si hubiera alguna vez una segunda cita.<br />

Se lo puso con conformidad y con un aire de desastre en su<br />

mente. Como si todo fuera una p<strong>el</strong>ícu<strong>la</strong> que se repetía una y otra<br />

vez: <strong>el</strong> mismo vestido, una cita a ciegas, una cena aburrida o como<br />

mucho una ilusión que pronto se rompe. Y por consiguiente, ya no<br />

hay una segunda cita. Fin de <strong>la</strong> historia.<br />

Cuatro años usando esa te<strong>la</strong> <strong>el</strong>egantemente simple. A un mínimo<br />

de 5 citas anuales propiciadas por su amiga Marisa, más otras dos<br />

p<strong>la</strong>neadas por Luisa, y una que otra hecha por su amigo Beto.<br />

—Aquí estoy de nuevo —dijo mirándose al espejo. Aun sin<br />

maquil<strong>la</strong>je tenía unas facciones muy agradables. Su madre siempre le<br />

decía que era guapa. Ojos grandes y de un color mi<strong>el</strong> c<strong>la</strong>ro que a<br />

veces resultaban de un amarillo imposible. Nariz pequeña y recta y<br />

boca grande de <strong>la</strong>bios generosos. Dientes b<strong>la</strong>ncos y ligeramente<br />

grandes.<br />

Sus grandes pechos formaban un valle prometedor semi-cubiertos<br />

por <strong>la</strong> te<strong>la</strong> negra. Bajo los senos, una cinta de terciop<strong>el</strong>o que se ataba<br />

a <strong>la</strong> espalda. Desde ahí, <strong>la</strong> te<strong>la</strong> caía sin forma, cubriendo su cuerpo<br />

hasta debajo de <strong>la</strong>s rodil<strong>la</strong>s. Sus veinte kilos de excedencia, ocultos<br />

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<strong>Gorditas</strong> a <strong>la</strong> <strong>carta</strong><br />

bajo un vestido de otra época. Siglo y medio atrás, se hubiera<br />

encontrado en su época ideal.<br />

Se animó para cambiar su semb<strong>la</strong>nte tristón. Se hizo un recogido<br />

sencillo en <strong>la</strong> nuca y se pintó los <strong>la</strong>bios de un rojo intenso para<br />

contrastar con <strong>el</strong> vestido.<br />

Se enfundó unos zapatos de tacón rojos y un bolso a juego d<strong>el</strong><br />

tamaño justo para meter <strong>la</strong>s l<strong>la</strong>ves y un pinta<strong>la</strong>bios y regresó al<br />

espejo.<br />

—Ya no puedo hacer más. El resto corre por tu cuenta Diosito —Se<br />

dijo mientras oía <strong>el</strong> timbre d<strong>el</strong> interfono.<br />

Paco no dijo ni “mu”. Pero Marisa frunció <strong>el</strong> ceño cuando reconoció<br />

<strong>el</strong> vestido.<br />

—Por Dios, Elena, ¿cuando vas a cambiar tu vestuario Pon un<br />

poco de tu parte.<br />

—Marisa, sabes que me hice una promesa. No compro otro traje<br />

de noche hasta que tenga <strong>la</strong> garantía de una segunda cita. —contestó<br />

entre dientes.<br />

El trayecto en coche fue corto y en un pesado silencio solo roto por<br />

Paco que, en aras de <strong>la</strong> paz, intervino y comenzó a hab<strong>la</strong>r de <strong>la</strong> cita<br />

de Elena.<br />

—Tiene cuarenta y cuatro años. Es Escorpio. Dentista como yo.<br />

Especialista en niños. Un nuevo socio de <strong>la</strong> empresa. Soltero. Un tipo<br />

agradable. No conoce a mucha gente en <strong>la</strong> ciudad. Acaba de llegar.<br />

Después de una descripción tan ha<strong>la</strong>güeña se preguntó que le<br />

habrían dicho al dentista perfecto sobre <strong>el</strong><strong>la</strong>.<br />

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<strong>Gorditas</strong> a <strong>la</strong> <strong>carta</strong><br />

No indagó. Si <strong>la</strong> cita seguía en pie era una buena señal.<br />

—Tienes una dentadura casi perfecta —le dijo <strong>el</strong> dentista<br />

perfecto— cuando sonríes se pueden observar los colmillos de un<br />

tamaño algo exagerados. Tienes boca de vampiresa. —rió <strong>el</strong> mismo<br />

su propio chiste— Si fueras actriz te contratarían para hacer ese<br />

pap<strong>el</strong> y lo bordarías. —hizo un gesto vampírico, amenazante mientras<br />

siseaba— Aunque tu madre debería haberte llevado a un dentista y<br />

que corrigieran con aparatos esos dos colmillos para que no se vieran<br />

tan perversos.<br />

—Vaya, nunca me habían dicho que parecía una vampiresa. —<br />

Elena tomó un poco de vino mientras miraba a lo lejos un lugar<br />

donde esconderse. Menuda mierda de cita. El tipo no sabía hab<strong>la</strong>r de<br />

otra cosa que no fuera su profesión y su única obsesión era<br />

convencer<strong>la</strong> de que, aún a su edad, unos aparatos dentales podrían<br />

corregir esas pequeñas imperfecciones.<br />

—Tener colmillos aviesos no convierten a una mujer en vampiresa,<br />

—dijo <strong>el</strong> estúpido innecesariamente— tienes cara de buena.<br />

—Disculpadme, voy al tocador —dijo Elena mientras se levantaba<br />

sosteniendo <strong>la</strong> respiración.<br />

—Te acompaño. —se apresuró Marisa a seguir<strong>la</strong>.<br />

Todavía no habían llegado al <strong>la</strong>vabo de señoras cuando Elena ya<br />

estaba despotricando.<br />

—Es un tipo horrible. Acaba de insultarme y no se ha dado ni<br />

cuenta.<br />

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<strong>Gorditas</strong> a <strong>la</strong> <strong>carta</strong><br />

—¡Tranqui<strong>la</strong> Elena. Tranqui<strong>la</strong>! —Atravesaron <strong>la</strong>s puertas y se<br />

sentaron en ambas sil<strong>la</strong>s de terciop<strong>el</strong>o rojo que se hal<strong>la</strong>ban al frente<br />

d<strong>el</strong> gran espejo que abarcaba todo <strong>el</strong> tocador.<br />

—No me lo puedo creer —decía Elena mientras abría <strong>la</strong> boca y se<br />

miraba los colmillos en <strong>el</strong> espejo— ¿No encontrasteis un gilipol<strong>la</strong>s<br />

más grande<br />

—Lo siento. La verdad es que <strong>el</strong> tipo es algo pedante. Pero creo<br />

que es muy tímido y le falta práctica en los diálogos con <strong>la</strong>s mujeres.<br />

—Puedes apostar a que si. —sacó <strong>la</strong> barra de <strong>la</strong>bios y <strong>la</strong> abrió—<br />

¿Nadie le ha dicho a este neandertal que no se liga a una mujer<br />

resaltando sus defectos Lleva toda <strong>la</strong> noche hab<strong>la</strong>ndo de <strong>la</strong>s<br />

maravil<strong>la</strong>s de su profesión y <strong>la</strong> otra media de <strong>la</strong>s exc<strong>el</strong>encias de una<br />

prótesis dental que quiere meter en mi boca. No me he sentido peor<br />

en mucho tiempo.<br />

—Está nervioso. Pero es muy guapo. —intentó meter baza Marisa.<br />

—Por favorrrrrrrrrrrrr! —canturreó Elena— No es normal. Es joven,<br />

supuestamente heterosexual, y lo único que quiere meterme en <strong>la</strong><br />

boca en un aparato dental. Esta cita es un desastre.<br />

—La cena ha estado bien. Las croquetas d<strong>el</strong> aperitivo estaban<br />

d<strong>el</strong>iciosas.<br />

Elena miró con cara de ma<strong>la</strong>s pulgas a su compañera de trabajo.<br />

—Esta es <strong>la</strong> última cita que me preparas. Voy a volver a esa mesa,<br />

me voy a comportar, y dentro de… —miró su r<strong>el</strong>oj— media hora, vas<br />

a encontrar una excusa para que nos <strong>la</strong>rguemos, porque sino, <strong>la</strong><br />

encontraré yo. —se pintó los <strong>la</strong>bios agresivamente— Y que conste<br />

que no me voy ahora porque soy educada y no quiero hacerte quedar<br />

mal. Tu marido trabaja con ese asno.<br />

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<strong>Gorditas</strong> a <strong>la</strong> <strong>carta</strong><br />

El cabreo le duró días.<br />

Días que usó para renovar proyectos y…. Tirar toda su ropa vieja.<br />

En realidad tiró prácticamente toda su ropa de más de un año. Leyó<br />

alguna vez que eso era un modo de dejar c<strong>la</strong>ro al universo que tenía<br />

una evidente intención de cambiar su vida.<br />

Cambió los muebles de sitio, cosa difícil en un pisito de dos<br />

habitaciones, y se deshizo de libros, y adornos varios.<br />

La consecuencia fue un saneamiento de espacio y un ataque de<br />

compras d<strong>el</strong> todo necesario para tener que ponerse sobre sus curvas.<br />

La tarde d<strong>el</strong> martes, cuando salió d<strong>el</strong> trabajo cerca de <strong>la</strong>s cinco, se<br />

convirtió en carrera con <strong>el</strong> f<strong>el</strong>iz final de <strong>la</strong> tienda de tal<strong>la</strong>s grandes d<strong>el</strong><br />

centro. Sería <strong>la</strong> segunda vez que compraba allí. Por lo general iba a<br />

grandes almacenes, pero en un arranque de aceptación literal de su<br />

estado, decidió ir donde seguro podría encontrar trajes de su medida.<br />

La tienda constaba de dos p<strong>la</strong>ntas. La de abajo tenía ropa<br />

deportiva, ropa interior y demás suplementos. La de arriba, trajes y<br />

piezas variadas. Era un comercio muy completo. Atendido por un mini<br />

ejercito de dependientas minis.<br />

¿Quién diablos aconsejaría a los dueños de <strong>la</strong> tienda para contratar<br />

a mujeres de tal<strong>la</strong> infantil para un mercado de tal<strong>la</strong>s grandes<br />

Definitivamente <strong>el</strong> mundo era un absurdo.<br />

Empezó por <strong>la</strong> ropa interior. Y luego, con ya una docena de piezas<br />

cómodas, más que sexys, subió a <strong>la</strong>s alturas para agrandar su<br />

guardarropa en algo más que dos tejanos y varios jerseys de<br />

invierno.<br />

La mujer que corrió a atender<strong>la</strong> era amable y tenía ganas de<br />

comp<strong>la</strong>cer<strong>la</strong>. Con paciencia le proporcionó su tal<strong>la</strong> en varias piezas:<br />

tops, faldas, y pantalones. Elena pasó a los probadores mientras <strong>la</strong><br />

dependienta se ocupaba de otra clienta.<br />

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<strong>Gorditas</strong> a <strong>la</strong> <strong>carta</strong><br />

Tras s<strong>el</strong>eccionar unas cuantas piezas. Elena salió de cuarto y se<br />

dirigió al mostrador, satisfecha con lo decidido. Fue inevitable que se<br />

fijara en <strong>el</strong> único hombre de toda <strong>la</strong> p<strong>la</strong>nta. Parecía un Dios griego.<br />

Moreno. Mejor dicho, morenísimo. Con una pi<strong>el</strong> también morena y<br />

unos ojos azules vivaces bordeados por unas pestañas d<strong>el</strong> <strong>la</strong>rgo d<strong>el</strong><br />

Missisipi y una sonrisa “profident” de infarto. Oyó campanil<strong>la</strong>s y<br />

parpadeó mientras sonrió burlona por lo adecuado d<strong>el</strong> sonido en un<br />

momento de d<strong>el</strong>eite mágico. Las campanil<strong>la</strong>s venían de <strong>la</strong> caja<br />

registradora que tenía al <strong>la</strong>do. Otra clienta pagaba sus compras.<br />

Eso pareció despertar<strong>la</strong>. Volvió a mirar al hombre que se inclinaba<br />

para besar en los <strong>la</strong>bios a una mujer de dimensiones considerables.<br />

Elena abrió <strong>la</strong> boca algo sorprendida. No era habitual ver a un adonis<br />

de metro ochenta y que parecía recién salido d<strong>el</strong> cuento de hadas de<br />

turno, besarse con una mujer de metro sesenta, si llegaba, y tal<strong>la</strong> 54.<br />

Él se inclinó y <strong>la</strong> mujer miró hacia arriba para encontrarse a medio<br />

camino. El beso fue sonoro en <strong>el</strong> silencio d<strong>el</strong> local. Elena desvió <strong>la</strong><br />

mirada hacia sus alrededores para percatarse de que no era <strong>la</strong> única<br />

que contemp<strong>la</strong>ba <strong>la</strong> misma p<strong>el</strong>ícu<strong>la</strong>.<br />

—Te espero en <strong>el</strong> café de enfrente, amor —dijo una voz varonil<br />

que completó <strong>el</strong> cuadro irreal.<br />

—Tardaré un ratito —ronroneó <strong>la</strong> gatita d<strong>el</strong> bombón.<br />

—Bien, si cargas mucho mándame una l<strong>la</strong>mada perdida y te ayudo<br />

con <strong>la</strong>s bolsas.<br />

Joder pensó Elena. Esa frase es <strong>la</strong> que, definitivamente, hace de <strong>la</strong><br />

escena algo imposible. Seguro que había una cámara escondida.<br />

Miró de nuevo alrededor mientras <strong>el</strong> caballero andante se <strong>la</strong>rgaba.<br />

Suspiró volviendo al presente para decirle a <strong>la</strong> dependienta que le<br />

cobrara.<br />

La mujer d<strong>el</strong> bombón se giró, caminando hacia <strong>el</strong> mostrador donde<br />

<strong>el</strong><strong>la</strong> se encontraba. Lucía una sonrisa de oreja a oreja y otra<br />

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<strong>Gorditas</strong> a <strong>la</strong> <strong>carta</strong><br />

dentadura de anuncio dentífrico. De verdad parecía f<strong>el</strong>iz. Sus ojos<br />

bril<strong>la</strong>ban, su rostro resp<strong>la</strong>ndecía y rezumaba satisfacción por todos<br />

sus poros.<br />

Un “nosequé” de envidia se coló por sus fosas nasales. Una envidia<br />

sana, se entiende. Elena no pudo menos que corresponder a esa<br />

sonrisa, que sin ser para <strong>el</strong><strong>la</strong> en particu<strong>la</strong>r, <strong>la</strong> hizo sentirse cómplice<br />

absoluta de su escena de gloria.<br />

—Ho<strong>la</strong> —dijo <strong>la</strong> susodicha llegando hasta Elena y <strong>la</strong> dependienta,<br />

que sonrió con gesto estudiado de: “estoy aquí para atenderle y mi<br />

sonrisa será mas sincera cuando vea <strong>el</strong> mondo de lo que se lleva<br />

porque tengo comisión”.<br />

Elena contestó otro “Ho<strong>la</strong>” apenas susurrante, mientras miraba<br />

emb<strong>el</strong>esada <strong>el</strong> rubio teñido de <strong>la</strong> recién llegada, que enmarcaba un<br />

rostro de duende y una expresión de “secreto” que hacía que<br />

cualquier mirada que <strong>la</strong>nzara pareciera que era una conspiración.<br />

—¡Qué b<strong>el</strong>lezas te llevas! —canturreó mirando <strong>la</strong>s piezas de Elena.<br />

Elena podía haberse cal<strong>la</strong>do y sonreir simplemente. Pero una<br />

corriente de aire invisible le dio en <strong>la</strong> nuca y <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras acudieron a<br />

sus <strong>la</strong>bios como un torrente sin control.<br />

—Estoy haciéndome un guardarropa nuevo. —explicó a <strong>la</strong><br />

desconocida con <strong>la</strong> misma voz entusiasmada de su compañera.<br />

—Oh! —exc<strong>la</strong>mó <strong>la</strong> aludida— yo también he venido con esa<br />

intención. ¿Me ayudarías —imploró con <strong>la</strong> mirada fija en Elena,<br />

apenas unos centímetros por debajo, pues casi eran de <strong>la</strong> misma<br />

altura— Por favor. Tienes un gusto maravilloso. Y bien sabe Dios que<br />

yo convino de forma horrenda. Mi madre no me perdonaría que fuera<br />

a visitar<strong>la</strong> con ropa de mal gusto. Solo un ratito. Unos consejillos.<br />

—Bueno… —comenzó a hab<strong>la</strong>r Elena siendo interrumpida por <strong>la</strong><br />

dependienta, muy al loro de <strong>la</strong> situación.<br />

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<strong>Gorditas</strong> a <strong>la</strong> <strong>carta</strong><br />

—Señora, yo estoy aquí para ayudar<strong>la</strong> y aconsejar<strong>la</strong> en todas sus<br />

compras —dijo solemne <strong>la</strong> comercial.<br />

—Verá señorita —<strong>la</strong> miró atentamente <strong>la</strong> recién llegada— ¿qué<br />

tal<strong>la</strong> usa usted<br />

—La ….treinta y ocho ….. y a veces <strong>la</strong> cuarenta…. De vez en<br />

cuando…. —contestó insegura <strong>la</strong> mujer.<br />

—C<strong>la</strong>ro. No se ofenda señorita, le agradezco su interés, pero no<br />

me interesa <strong>la</strong> opinión de alguien que no usa una tal<strong>la</strong> simi<strong>la</strong>r a <strong>la</strong><br />

mía y además su apreciación puede verse afectada por <strong>el</strong> hecho de<br />

que está usted aquí haciendo su trabajo. En cambio <strong>el</strong><strong>la</strong> no tiene<br />

ningún interés adicional en que yo compre una pieza u otra y su<br />

opinión puede serme de mucha utilidad pues tenemos mucho en<br />

común — sonrió inocentemente a Elena— Por favor, dime que si.<br />

—Bien. Será divertido. —se oyó Elena decir ignorando <strong>el</strong> gesto<br />

adusto de <strong>la</strong> dependienta.<br />

—Ok. Guarde <strong>la</strong>s piezas de <strong>la</strong> señorita mientras me ayuda a<br />

s<strong>el</strong>eccionar mis ropas. —le dijo a <strong>la</strong> dependienta mientras arrastraba<br />

a Elena hacia los colgadores de piezas multicolores.<br />

Durante más de una hora, Carol, como se l<strong>la</strong>maba <strong>la</strong> clienta<br />

potencial, se probó docenas de prendas. Desfiló cual mod<strong>el</strong>o de<br />

pasare<strong>la</strong>, con poses afectadas incluidas. Riendo, alborotando,<br />

disfrutando. La dependienta se contagió de su alegría y corría arriba y<br />

abajo con <strong>la</strong>s prendas, ayudando a Elena a proveer material para <strong>el</strong><br />

espectáculo. Cuando Carol sugirió piezas sexys, <strong>la</strong> dependienta fue<br />

rauda al piso de abajo para traer un montón de conjuntos de<br />

sujetador y bragas que también se probó <strong>la</strong> mod<strong>el</strong>o en ciernes.<br />

Elena se lo pasó en grande. Incluso se olvidó de su vergüenza<br />

ajena al ver a Carol desfi<strong>la</strong>r en ropa interior. Era tan segura,<br />

caminando con sus grandes curvas y exc<strong>el</strong>sas carnes. Pocas veces<br />

una gordita luciría tan bien, b<strong>el</strong><strong>la</strong> y sexy. Pensó Elena.<br />

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<strong>Gorditas</strong> a <strong>la</strong> <strong>carta</strong><br />

Finalmente y a cinco minutos de cerrar, con <strong>el</strong> semb<strong>la</strong>nte contento<br />

de <strong>la</strong> dependienta, añadida <strong>la</strong> f<strong>el</strong>icidad de Carol con su vestuario<br />

nuevo y a <strong>la</strong> contagiada Elena, fueron a caja a pagar.<br />

La cantidad de cuatro cifras no hicieron pestañear a Carol, que con<br />

una sonrisa permanente, pidió a <strong>la</strong> comercial que añadiera <strong>la</strong>s piezas<br />

de Elena a <strong>la</strong> factura. Tras <strong>el</strong> escarceo de Elena para impedir que le<br />

pagara su ropa, venció <strong>el</strong> entusiasmo de Carol, que, además, mandó<br />

un mensaje a su enamorado para que viniera a hacer de cargador de<br />

paquetes.<br />

—Y vienes a cenar con nosotros, —informó Carol mientras le daba<br />

<strong>la</strong>s bolsas a su pa<strong>la</strong>dín— faltaría mas. Después de lo que me has<br />

ayudado. Mira amorcito, esta es Elena. Elena este hombretón es<br />

Carlos, mi marido.<br />

Elena fue a darle <strong>la</strong> mano, pero como <strong>el</strong> aludido <strong>la</strong>s tenía ocupadas<br />

con tropecientas mil bolsas, Carlos le dio dos sonoros besos en <strong>la</strong>s<br />

mejil<strong>la</strong>s acompañados de su inevitable sonrisa “profident”.<br />

Es más guapo de cerca pensó Elena. Y le pasó por <strong>la</strong> cabeza que,<br />

<strong>el</strong> hecho de que estuviera tan pendiente de su “mujercita” podía<br />

deberse a que ésta, era <strong>la</strong> que pagaba <strong>la</strong>s cuentas. Ohhhhhhhh! Se<br />

riñó Elena mentalmente. Que ma<strong>la</strong> soy. Por qué pensar que un<br />

hombre no estaría con una mujer como <strong>el</strong><strong>la</strong>…. O como Carol, por<br />

amor. Ohhhhhhhhh, si es que recordando a su ex, era fácil asociar <strong>el</strong><br />

interés vil<strong>la</strong>no. Frunció <strong>el</strong> ceño al recordar a su exmarido y sus<br />

hirientes comentarios. De hecho, <strong>la</strong>s últimas pa<strong>la</strong>bras como marido<br />

que dijo fueron: “quiero <strong>el</strong> divorcio. Yo creo que ya he cargado<br />

bastante con <strong>la</strong> vaca. Ahora quiero una f<strong>la</strong>ca”.<br />

—He reservado una mesa en “La forca d<strong>el</strong> diablo”. —informaba<br />

Carlos metiendo los paquetes en <strong>el</strong> portamaletas d<strong>el</strong> Mercedes todo<br />

terereno.<br />

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<strong>Gorditas</strong> a <strong>la</strong> <strong>carta</strong><br />

Abrió <strong>la</strong> puerta caballerosamente para que entraran <strong>la</strong>s dos. Su<br />

esposa de<strong>la</strong>nte y Elena detrás.<br />

Elena tuvo <strong>la</strong> sensación de que se había perdido algo. Como si<br />

estuviera en una p<strong>el</strong>ícu<strong>la</strong> de extra.<br />

Mientras Carol explicaba entre risas <strong>el</strong> pase de mod<strong>el</strong>os de un rato<br />

antes, y Carlos hacía comentarios invasores medio en broma, Elena<br />

se sintió muy cómoda, aunque con pocas ganas de hab<strong>la</strong>r. Asentía<br />

con monosí<strong>la</strong>bos a <strong>la</strong>s explicaciones de Carol y fingía que seguía con<br />

<strong>el</strong> mismo entusiasmo d<strong>el</strong> inicio. La verdad es que empezaba a decaer.<br />

Como si todo hubiera sido un sueño que tenía fecha de caducidad<br />

pronta.<br />

En un abrir y cerrar de ojos, estaban en <strong>el</strong> restaurante. Carlos, con<br />

ambas mujeres cogidas de cada uno de sus brazos, entraba en <strong>el</strong><br />

salón como si fuera un rey con su capa.<br />

Elena lo miró y pestañeó al percatarse de una verdad como un<br />

templo; ese hombre estaba orgulloso de llevar<strong>la</strong>s d<strong>el</strong> brazo.<br />

—¡Qué me aspen! —susurró casi atragantándose Elena— O es <strong>el</strong><br />

mejor actor d<strong>el</strong> mundo. O…. me pido uno igual por Navidad.<br />

—¿Decías algo Elena —le preguntó Carlos inclinándose hacia <strong>el</strong><strong>la</strong>,<br />

como si <strong>la</strong> diferencia de altura hubiera impedido que escuchara <strong>la</strong>s<br />

pa<strong>la</strong>bras que había dicho en voz baja una Elena casi en estado de<br />

flipe.<br />

—Oh! Que este restaurante es precioso. —disimuló<br />

correspondiendo a su exquisito gesto educado.<br />

—A Carol y a mi nos encanta. Hacen unos pimientos asados<br />

d<strong>el</strong>iciosos.<br />

—Siiiiiiiiiiiii —casi saltó Carol— y unos espárragos trigueros<br />

f<strong>la</strong>mbeados con salsa de arándanos y queso brie que te catapultan<br />

directamente al ci<strong>el</strong>o.<br />

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<strong>Gorditas</strong> a <strong>la</strong> <strong>carta</strong><br />

—Que tal si cenamos para que pueda subir al ci<strong>el</strong>o también <strong>el</strong><strong>la</strong> —<br />

rió Carlos mientras <strong>la</strong>s guiaba hacia <strong>la</strong> mesa que <strong>el</strong> metre les indicara.<br />

Elena flotó hacia <strong>la</strong> mesa. Había empezado siendo un día de lo<br />

más normal. Ahora caminaba hacia un “ci<strong>el</strong>o” culinario. ¿Se podía<br />

pedir mas para un Martes cualquiera<br />

Cárol y Carlos resultaron ser encantadores en más de un sentido.<br />

Lejos de ser Carlos un cazafortunas o gigoló, era un inversor<br />

multimillonario, tal como lo definió Cárol.<br />

Elena vio rotos todos sus esquemas. Dejó de juzgar y se <strong>la</strong>nzó a<br />

una amistad tan rápida como apabul<strong>la</strong>nte.<br />

Y una cosa llevó a otra. Tras dos semanas de conocerse y tratarse,<br />

convinieron en que eran almas geme<strong>la</strong>s y que <strong>el</strong> universo había<br />

confabu<strong>la</strong>do para que coincidieran y pudieran consolidar su amistad.<br />

Mientras tomaban un té en <strong>el</strong> último piso d<strong>el</strong> Corte Inglés, Elena y<br />

Cárol hab<strong>la</strong>ban de sus cosas en común.<br />

—Pues insisto en que ese trabajo no explota todas tus<br />

posibilidades.<br />

—Bueno, soy una especie de secretaria y re<strong>la</strong>ciones públicas. Mi<br />

creatividad queda un poco mermada por <strong>la</strong>s limitaciones económicas<br />

de <strong>la</strong> empresa, pues es una compañía pequeña y familiar, pero me<br />

tratan bien y es un trabajo cómodo.<br />

—Ohhhhhhhhhhhh, Elena. La pa<strong>la</strong>bra “cómodo” es mortal por<br />

necesidad. Dios me libre de <strong>la</strong> comodidad.<br />

—Pues <strong>la</strong> verdad, Carol, desde que mi marido me dejó, he tratado<br />

de construir una vida tranqui<strong>la</strong> y sin sobresaltos. Y lo he conseguido.<br />

Mi vida es algo monótona, pero estable.<br />

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<strong>Gorditas</strong> a <strong>la</strong> <strong>carta</strong><br />

—Y aburrida —dijo Carol haciendo un mohín con <strong>la</strong> boca— No te<br />

gustaría tener un empleo más... —hizo aspavientos con <strong>la</strong>s manos—<br />

más... no sé... más tú.<br />

—Jajajaj, se admiten sugerencias —bromeó Elena. Luego, ya seria,<br />

chasqueó <strong>la</strong> lengua— Verás. Tener un empleo fijo hoy en día es un<br />

lujo. Arriesgarse a cambiar de trabajo a mi edad es una temeridad.<br />

—Ni que fueras una vieja.<br />

—Laboralmente hab<strong>la</strong>ndo, no soy un crack, ni tengo una super<br />

carrera, y mi currículo es de lo más normal.<br />

—Verás, no estoy hab<strong>la</strong>ndo por hab<strong>la</strong>r. Ahora que te conozco sé<br />

que lo que estoy pensando es una buena idea. Estoy por montar un<br />

negocio. Yo viajo mucho por <strong>el</strong> trabajo de Carlos y necesito a alguien<br />

de absoluta confianza. Pensaba contratar un abogado o administrador<br />

y buscar un par de personas válidas, pero, he hab<strong>la</strong>do con Carlos y<br />

está de acuerdo conmigo. Deseamos proponerte que te asocies con<br />

nosotros en esta nueva empresa.<br />

—Me dejas sorprendida —dijo Elena con un ataque de ansiedad<br />

que pudo disimu<strong>la</strong>r a duras penas— Estoy... pues no sé que decirte.<br />

—Te explico y luego tú lo consultas con <strong>la</strong> almohada.<br />

Elena escuchó con atención e ilusión.<br />

—Hace menos de tres meses recibí una herencia inesperada de un<br />

tío abu<strong>el</strong>o soltero. Ni sabía que lo tenía, así que fue d<strong>el</strong> todo una<br />

noticia que trajo un aire de novedad a mi vida. Este patrimonio, de<br />

más de seiscientos mil euros, viene a dar vida a una idea que me<br />

ronda desde hace años. La verdad es que Carlos hace tiempo que me<br />

dice que me ponga a <strong>el</strong>lo, pero por alguna razón siempre encontraba<br />

excusas o no tenía ganas. Cuando llegué a Barc<strong>el</strong>ona, hace<br />

aproximadamente un mes, fui a varias fiestas, y me re<strong>la</strong>cioné con un<br />

montón de gente que tiene problemas para encontrar pareja. Todos<br />

son solteros y solteras de éxito o profesionales tímidos o con falta de<br />

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<strong>Gorditas</strong> a <strong>la</strong> <strong>carta</strong><br />

tiempo y ganas de ocuparse de sus vidas sentimentales. —hizo una<br />

pausa— Una agencia matrimonial era mi idea inicial, pero ya <strong>la</strong>s hay.<br />

—sonrió con picardía— Pero me siento muy identificada con <strong>la</strong>s<br />

gorditas que por baja autoestima se esconden tras un vestuario<br />

ancho, y que tienen miedo de no ser amadas como una mujer<br />

d<strong>el</strong>gada. Así que mi intención es crear una agencia dedicada<br />

mayormente o prioritariamente a encontrar pareja a mujeres de<br />

tal<strong>la</strong>s grandes.<br />

—Me dejas... me parece.... es un poco....<br />

—Si, ya lo sé. Puede parecer una locura. Pero te asombrarías de <strong>la</strong><br />

cantidad de hombres que se sienten atraídos por mujeres gorditas.<br />

Todo <strong>el</strong> mundo está demasiado influenciado por <strong>la</strong> publicidad que hay<br />

sobre <strong>el</strong> peso perfecto y <strong>la</strong>s medidas perfectas. Actualmente <strong>la</strong> falta<br />

de seguridad en sí mismas de <strong>la</strong>s mujeres con sobrepeso <strong>la</strong>s aleja de<br />

<strong>la</strong> f<strong>el</strong>icidad y de los hombres que, aunque <strong>la</strong>s encuentren atractivas,<br />

se decantan por otras opciones por que son más accesibles o más<br />

fáciles de abordar. Las gordas su<strong>el</strong>en ser muy rec<strong>el</strong>osas y protegen<br />

su ego con <strong>el</strong> típico y prudente ofrecimiento de amistad, y los<br />

hombres, cómodos, aceptan ese estado y se lían con <strong>la</strong>s otras que<br />

dejan c<strong>la</strong>ro que buscan pareja, y no un amigo.<br />

—Si, eso es verdad. Mis amigas gordas tienen muy buenos amigos<br />

varones, pero todos se acaban liando con sus amigas.<br />

—¿Y crees que es porque <strong>el</strong><strong>la</strong>s no son atractivas —casi se enfadó<br />

Carol —Noooooooo, amiga, es porque dejan pasar su oportunidad por<br />

miedo a ser rechazadas por ser gordas.<br />

—¿Y como puede cambiar eso una agencia matrimonial para<br />

gordas —torció <strong>el</strong> gesto Elena.<br />

—Fácil. Es evidente. —explicó Carol— El problema que tenemos <strong>la</strong>s<br />

mujeres gorditas es que creemos que no somos lo suficientemente<br />

deseables, hermosas, o digamos, suculentas —rió <strong>la</strong> última pa<strong>la</strong>bra—<br />

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<strong>Gorditas</strong> a <strong>la</strong> <strong>carta</strong><br />

para los hombres, que pensamos <strong>la</strong>s prefieren de tal<strong>la</strong>s, que se<br />

su<strong>el</strong>en l<strong>la</strong>mar “normales” —hizo <strong>el</strong> gesto de comil<strong>la</strong>s con <strong>la</strong>s dos<br />

manos— Si en <strong>la</strong> agencia tenemos clientas gorditas y los hombres <strong>la</strong>s<br />

escogen y desean citas con <strong>el</strong><strong>la</strong>s, es porque están dejando patentes<br />

sus preferencias. Están escogiendo <strong>la</strong> opción libremente y cuando<br />

<strong>el</strong><strong>la</strong>s acuden a <strong>la</strong> cita, lo hacen seguras, con <strong>la</strong> autoestima bien alta,<br />

pues esos hombres <strong>la</strong>s prefieren a <strong>el</strong><strong>la</strong>s.<br />

—Bueno. Visto así, suena estupendo.<br />

—Solo requiere una buena campaña de publicidad. Tener una<br />

buena cantidad de clientas y los clientes llegarán solos.<br />

—¿Y si no obtiene <strong>el</strong> éxito que esperas<br />

—Eso es imposible —rió— El éxito es seguro. ¿Sabes que cantidad<br />

de gordas y gordos hay en <strong>el</strong> país<br />

—No —contestó curiosa Elena.<br />

—Ni yo tampoco. Eso es algo que tengo que estudiar con más<br />

detalle —dijo seria Carol mientras tomaba un sorbo <strong>la</strong>rgo de su té.<br />

—¡Eres increíble! —rió escandalosamente Elena mirándo<strong>la</strong><br />

sorprendida.<br />

—Si. Lo soy —sonrió coqueta— o eso me dice mi marido.<br />

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