democracia - Ediciones Universitarias
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agobiada o meditabunda o<br />
irascible. Y, al tú estarlo, lo<br />
estoy yo también. A continuación,<br />
según el caso,<br />
buscaré consolarte, te dejaré<br />
en paz o huiré de ti.<br />
Puedo equivocarme, por<br />
supuesto —las neuronas<br />
espejo no son infalibles—, y creer que estás enojada cuando<br />
estás triste o triste cuando sólo sientes vergüenza. Leer a los<br />
otros, es decir, leer sus cuerpos para tratar de leer sus mentes, es una<br />
actividad que se aprende y refina con el tiempo tras observar<br />
a cientos o miles de personas o, minuciosamente, a una —a ti.<br />
Cuando nos hallamos frente a una ficción, cuando la leemos, la<br />
miramos o la escuchamos, ocurre un fenómeno análogo —para<br />
el cerebro, lo sabemos, las imágenes mentales son siempre equivalentes.<br />
Abro una novela, distingo las huellas que el autor ha dejado,<br />
las completo con los patrones que extraigo de mi memoria<br />
y descubro, de pronto, a un personaje —a alguien como yo.<br />
Después, lo mismo: observo ciertos ademanes, ciertas muecas,<br />
ciertas posturas; mis neuronas espejo se activan; repito exactamente<br />
esos mismos ademanes, muecas y posturas en mi mente<br />
como si me pertenecieran y, al hacerlo, por fin sé lo que le<br />
pasa —el personaje está agobiado o meditabundo o irascible.<br />
Y, al estarlo, lo estoy yo también. A continuación, según el caso,<br />
tendré el impulso de consolarlo, de dejarlo en paz o de huir de<br />
él —aun si, en este caso, no pueda hacer nada de eso y deba<br />
conformarme con proseguir el camino trazado por el escritor.<br />
Puedo equivocarme, por supuesto —las neuronas espejo no son<br />
infalibles—, y creer que el personaje está enojado cuando estás<br />
triste o triste cuando sólo siente vergüenza. Leer una novela, es<br />
decir, convertir ciertos signos en un personaje, y el personaje<br />
en una persona, es una actividad que se aprende y refina con el<br />
tiempo tras leer cientos o miles de novelas o, enloquecidamente,<br />
una misma —ésta.<br />
Entre muchas otras cosas —guardianes de la memoria, transmisores<br />
de ideas y patrones, breviarios del futuro—, la ficción<br />
también funciona como una máquina de emociones. Adentrarse<br />
en una película, una teleserie, una radionovela, una pieza de teatro<br />
o un relato es como subirse en una montaña rusa emocional:<br />
saltamos de un personaje a otro y, a veces en contra de nuestra<br />
voluntad, sufrimos, amamos, gozamos, nos enaltecemos, nos<br />
paralizamos o nos derrumbamos con cada uno de ellos —hay<br />
temperamentos que no toleran este frenesí.<br />
La ficción nos inocula, de pronto, el síndrome de personalidad<br />
múltiple: me estremezco, casi simultáneamente, como<br />
aquel, como aquel y como aquel,<br />
uno tras otro, sin parar. No<br />
sólo soy Emma Bovary,<br />
si-no que me aburro, me<br />
frustro, me desconcierto<br />
y me abandono como<br />
Aunque me horrorice decirlo,<br />
“pensar positivamente”<br />
ayuda, en efecto, a ser<br />
positivo. Y maldecir y echar<br />
pestes por cualquier cosa, a<br />
todas horas, a ser infeliz.<br />
Emma Bovary. Y, apenas<br />
unos segundos —unas páginas—<br />
más tarde, sufro,<br />
desconfío y me enfurezco<br />
con Charles, su marido.<br />
Madame Bovary c’est moi,<br />
sin duda, pero Pierre Bovary<br />
c’est moi aussi.<br />
Una novela es un campo de pruebas emocional: si Platón ordenó<br />
expulsar a los poetas de su República, era para evitarles a<br />
los ciudadanos este torbellino interior que terminaría por distraerlos<br />
de sus ordenadas labores cotidianas. Platón no entendía<br />
—o, perversamente, lo entendía muy bien— que las emociones<br />
provocadas por la ficción (o la poesía) nos enseñan a ser auténticamente<br />
humanos. Los regímenes totalitarios empeñados en<br />
sancionar y regular la ficción, como la Unión Soviética o la<br />
China de Mao, estaban empecinadas en convertir a sus súbditos<br />
en criaturas fáciles de modelar, manejables, previsibles, a través<br />
de novelas, cuentos y poemas que exaltasen sólo aquellas emociones<br />
adecuadas para sus fines —en primer sitio, ese elenco de<br />
emociones primarias, tan fáciles de instrumentalizar, como el<br />
patriotismo, el miedo al otro o la fidelidad.<br />
En sentido contrario, ahora podemos comprender por qué<br />
los artistas han defendido con tanto énfasis la autonomía de la<br />
ficción. Si tantos de ellos han estado dispuestos a arriesgar sus<br />
vidas por una novela o un relato (o un poema), es porque en<br />
las novelas y en los relatos (y en los poemas) se cifra una de la<br />
mayores conquistas de nuestra especie: la posibilidad de experimentar<br />
en carne propia, sin ningún límite, todas las variedades<br />
de la experiencia humana. La libertad de la ficción es siempre la<br />
medida de nuestra libertad individual.<br />
Ibero 41