Excerpta N° 7 - Facultad de Ciencias Sociales - Universidad de Chile

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23.01.2015 Views

asta. La cuestión crucial es qué hace él con ese saber, qué aporta, suma, cuestiona, reformula o reinventa. La erudición filosófica puede ser el sustrato o la base para una reflexión genuina; pero no pueden confundirse. El copamiento de la filosofía por la erudición marca los períodos intelectuales más infértiles. Ya no constituye siquiera una leve irreverencia el afirmar que los calificativos de Nietzsche mantienen su lozanía y se aplican perfectamente a la práctica institucional de la filosofía; acaso podrían agregarse otros: sectarismos de escuela, confusionismo ideológico, mediocridad, impostura, atomización temática, cultivo repetitivo y acrítico del pasado, intereses anacrónicos, ignorancia del saber científico. Sin duda, a la filosofía institucionalizada cabe analizarla, igualmente, en términos de sociología y psicología social de grupos, así como en términos de grupo profesional: autoprotección, status, tendencia a la uniformidad, desarrollo de una jerga peculiar, sobrevivencia en el seno de instituciones universitarias, etc. En este sentido, hay una clara diferencia entre la figura solitaria del pensador tradicional y los profesores de filosofía estructurados en grupos formales. Disquisiciones de esta naturaleza son las que inclinan a diferenciar tajantemente al filósofo respecto del profesor de filosofía. Sólo que, siendo personajes distintos, pueden estar, eventualmente, en el mismo sujeto. Se puede pensar y no enseñar. Se puede pensar y enseñar. Y, por supuesto, se enseña pero no necesariamente se piensa. No es un azar que pensadores significativos hayan renunciado a enseñar. El académico gris y sombrío está lejos, irremediablemente, del filósofo que Nietzsche perfila. Por supuesto, no hay por qué creer que Nietzsche deba ser la unidad absoluta de medida, el criterio único de identificación. Sin embargo, sus elaboraciones sobre el filósofo nuevo, el espíritu libre, no están en contradicción con lo que unánimemente se considera un pensador de vuelo, de esos que hacen 'nidos en las alturas' y se atreven con los abismos, que desafían a su tiempo y provocan interrogantes vertiginosas a sus semejantes, esos que emiten luz propia y alumbran con su ejemplo. Ahora bien, el espíritu libre no es sólo el hombre de grandes ideas cl cerebro audaz de pensamientos profundos, el gran intelectual. Nietzsche le exige que sea creador de nuevos valores, que transite con ellos a la convivencia práctica con sus semejantes, que asuma vitalmente el pluralismo y el antidogmatismo, su nomadismo y su escepticismo. ¿Quéduda cabe Las virtudes intelectuales suponen una ética de la convivencia. Y no es la ética de la verdad. Es la ética del pluralismo.

Estamos a una gran distancia del intelectual moderno y del de nuestros días. Ya no se trata solamente de la producción de ideas, de su manejo y entrecruzamiento. Se trata, más bien, de un estilo de vida. Otra vez, es un punto de desviación respecto del iluminismo y la ilustración tradicional. El texto siguiente, de Más allá del bien y del mal, lo expresa manifiestamente: "... poder mirar con muchos ojos y conciencias, desde la altura hacia toda la lejanía, desde la profundidad hacia toda altura, desde el rincón hacia toda amplitud. Pero todas estas cosas son únicamente condiciones previas de su tarea : esta misma quiere algo distinto, exige que él cree valores...". Este espíritu libre no es todavía. Sin duda, es en este horizonte que hay que entender la afirmación nietzscheana de que sus lectores no habían nacido todavía. "Permanecer dueños de nuestras cuatro virtudes: el valor, la lucidez, la simpatía, la soledad..." (Más allá del bien y del mal). Comentario: Retengamos una de ellas: la soledad. Quien esté familiarizado con la vida de Nietzsche podría, eventualmente, creer que estamos aquí frente a la transformación de un rasgo biográfico en principio universal, una generalización acaso lícita en términos personales, pero no en términos genéricos. Nietzsche llevó una vida conmovedoramente dura, rodeado de enfermedad y soledad. Quizá esta implacable experiencia personal pudo confundirle. Sin embargo, no era alguien intelectualmente ingenuo. Muy por el contrario, vio en su soledad un signo de algo más que personal. En Aurora, escribe: "Aprendí a soportar la soledad, a 'comprender' la soledad; y hoy señalaría yo, como uno de los signos esenciales de un espíritu libre el preferir correr solo, volar solo y hasta arrastrarse solo, cuando se tienen las piernas tullidas...". Es necesario profundizar en ello. Recordemos la secuencia nietzscheana de pasión-opiniónconvicción. Para un espíritu libre, es preciso evitar la cristalización de las opiniones en convicciones mediante el cambio continuo. Pero, no lo olvidemos: para un espíritu libre. El cambio continuo tiene sentido para quien se propone pensar sistemática, metódica y permanentemente. Sin embargo, no parece un modelo posible de conducta para el género humano. Es posible, claro, pero con la consecuencia de caer en la condición esteparia, neutralizado el sujeto respecto de sus relaciones con los otros; como sabemos, todas las relaciones con los otros son, fundamentalmente, afectivas. Los demás nos afectan y son, a su vez, afectados por nosotros. Desafectarse (dejar de tener afectos) es equivalente a renunciar a las relaciones con los otros. De ahí el drama de tratar de ser un pensador entre los otros; el intelectual o el académico, no están en el drama porque han constituido una subcultura en la que los otros son como él, es decir: intelectuales. Por supuesto, este grupo

asta. La cuestión crucial es qué hace él con ese saber, qué aporta, suma, cuestiona,<br />

reformula o reinventa. La erudición filosófica pue<strong>de</strong> ser el sustrato o la base para una<br />

reflexión genuina; pero no pue<strong>de</strong>n confundirse. El copamiento <strong>de</strong> la filosofía por la<br />

erudición marca los períodos intelectuales más infértiles.<br />

Ya no constituye siquiera una leve irreverencia el afirmar que los calificativos <strong>de</strong><br />

Nietzsche mantienen su lozanía y se aplican perfectamente a la práctica institucional <strong>de</strong> la<br />

filosofía; acaso podrían agregarse otros: sectarismos <strong>de</strong> escuela, confusionismo<br />

i<strong>de</strong>ológico, mediocridad, impostura, atomización temática, cultivo repetitivo y acrítico <strong>de</strong>l<br />

pasado, intereses anacrónicos, ignorancia <strong>de</strong>l saber científico. Sin duda, a la filosofía<br />

institucionalizada cabe analizarla, igualmente, en términos <strong>de</strong> sociología y psicología<br />

social <strong>de</strong> grupos, así como en términos <strong>de</strong> grupo profesional: autoprotección, status,<br />

ten<strong>de</strong>ncia a la uniformidad, <strong>de</strong>sarrollo <strong>de</strong> una jerga peculiar, sobrevivencia en el seno <strong>de</strong><br />

instituciones universitarias, etc.<br />

En este sentido, hay una clara diferencia entre la figura solitaria <strong>de</strong>l pensador tradicional y<br />

los profesores <strong>de</strong> filosofía estructurados en grupos formales. Disquisiciones <strong>de</strong> esta<br />

naturaleza son las que inclinan a diferenciar tajantemente al filósofo respecto <strong>de</strong>l profesor<br />

<strong>de</strong> filosofía. Sólo que, siendo personajes distintos, pue<strong>de</strong>n estar, eventualmente, en el<br />

mismo sujeto. Se pue<strong>de</strong> pensar y no enseñar. Se pue<strong>de</strong> pensar y enseñar. Y, por supuesto,<br />

se enseña pero no necesariamente se piensa. No es un azar que pensadores significativos<br />

hayan renunciado a enseñar.<br />

El académico gris y sombrío está lejos, irremediablemente, <strong>de</strong>l filósofo que Nietzsche<br />

perfila. Por supuesto, no hay por qué creer que Nietzsche <strong>de</strong>ba ser la unidad absoluta <strong>de</strong><br />

medida, el criterio único <strong>de</strong> i<strong>de</strong>ntificación. Sin embargo, sus elaboraciones sobre el<br />

filósofo nuevo, el espíritu libre, no están en contradicción con lo que unánimemente se<br />

consi<strong>de</strong>ra un pensador <strong>de</strong> vuelo, <strong>de</strong> esos que hacen 'nidos en las alturas' y se atreven con<br />

los abismos, que <strong>de</strong>safían a su tiempo y provocan interrogantes vertiginosas a sus<br />

semejantes, esos que emiten luz propia y alumbran con su ejemplo.<br />

Ahora bien, el espíritu libre no es sólo el hombre <strong>de</strong> gran<strong>de</strong>s i<strong>de</strong>as cl cerebro audaz <strong>de</strong><br />

pensamientos profundos, el gran intelectual. Nietzsche le exige que sea creador <strong>de</strong> nuevos<br />

valores, que transite con ellos a la convivencia práctica con sus semejantes, que asuma<br />

vitalmente el pluralismo y el antidogmatismo, su nomadismo y su escepticismo. ¿Quéduda<br />

cabe Las virtu<strong>de</strong>s intelectuales suponen una ética <strong>de</strong> la convivencia. Y no es la ética <strong>de</strong> la<br />

verdad. Es la ética <strong>de</strong>l pluralismo.

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