Fenómenos fundamentales de la existencia ... - cristobal holzapfel

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23.01.2015 Views

Eugen Fink Fenómenos fundamentales de la existencia humana /extracto/ piedra, la planta o el animal. La piedra se desintegra, la vida vegetal o animal “se extingue”. Pero con la muerte el hombre se “retira” de la comunidad de los vivos. Este “retiro” es el problema difícil y oscuro. Habitualmente este problema se nos escabulle demasiado rápido ya que se concibe el retiro de acuerdo el esquema usual de un movimiento fenoménico, por ejemplo, al modo de la traslación, como tránsito desde el reino de lo visible a un reino espiritual, invisible. Se trata de que, decididamente, el retiro sea radicalmente pensado como realmente se nos da cuando los congéneres mueren – precisamente como un retiro desde la esfera total de la “presencia” sin más, y no meramente como una partida a otro reino. Llamamos al retiro de los mortales el partir. El muerto es “el que ha partido”. Entre los vivientes y los que han partido reina la mayor separación. Desde la tumba no hay camino de regreso. El partir es irrevocable. De la muerte no se puede volver como de un viaje a un lejano país. Y, sin embrago, los muertos les importan a los vivos, llenan la existencia de los vivos. Los vivos no se comportan sólo en relación a sí mismos y unos con otros, sino también en relación a los que han partido, los ancestros, los antepasados que hace mucho fueron, que tuvieron su arriba en la luz y que ahora duermen bajo tierra. La vida comunitaria de los vivos está de modo diverso caracterizada y determinada por el culto a los muertos. La memoria de los que han partido y la propia expectativa de lo que sigue tras la muerte atraviesan de mil formas la creencia en el más allá. Con imágenes visionarias de una fantasía mitológica adornan los hombres la dimensión vacía que la muerta ha abierto – pero ellos desfiguran el vacío, lo pueblan con dioses y demonios, con juicios finales, con “cielos” e “infiernos”, establecen relaciones terrenales en la tierra de nadie tras la laguna Estigia. El hombre, por decirlo así, casi no es capaz de prescindir de las cosas terrenales, no es capaz de soportar el gran y silente vacío al que se fue el difunto. Una y otra vez intenta pensar y representarse a los que han partido como unos vivientes en otro lugar; les deja en el sepulcro alimento para el camino, sus cosas favoritas, cántaro, ungüentos, alhaja, y otros. Con una obstinación notable vuelve a cubrir siempre el vacío abierto por el difunto y a tapar con representaciones de situaciones del reino de los vivos. Si tiene un valor religioso, que ningún ojo ha visto y ningún oído escuchado, lo que Dios ha deparado para quienes lo aman, entonces tiene valor filosófico el que el reino apartado del “sub-mundo” no permita ser adornado con imágenes del mundo sobre la faz de la tierra, el que tenga que ser sostenido en su vacío inquietante, antes de que uno pueda experimentar sus genuinos misterios. 80

Eugen Fink Fenómenos fundamentales de la existencia humana /extracto/ En esta aproximación general del problema hay que contar con una objeción que deberíamos aclarar brevemente primero. Puede, por ejemplo, manifestarse la sospecha de que la pregunta estaría ya quizás planteada de una manera inadecuada, en la medida en que habría comenzado con el caso-modelo de la “muerte ajena”. ¿Acaso se ha resuelto ya el que la muerte ajena, esto es, la muerte de los otros congéneres, tenga una primacía metódica en el análisis de la muerte ¿No tendría que comenzarse más bien por la interna certeza de muerte que, cada vez, cada cual lleva consigo Pero preguntamos, por la contraparte, ¿qué clase de diferencia es, en general, aquella que se hace con los términos “muerte ajena” y “muerte propia” El hecho de que la diferencia es significativa, no puede ser negado; sólo que es difícil decir cómo con precisión debe determinarse. Sobre todo hay que guardarse de la interpretación corriente de esta diferencia. La muerte ajena no es la muerte externa, “objetiva”, que es un acontecimiento biológico, un hecho constatado – y nada más. Y la muerte propia no tampoco es la específica “muerte humana” vivenciada, experimentada desde dentro. La diferencia entre “muerte ajena” y “muerte propia” no se puede forzar al esquema rígido de “acontecimiento” y “vivencia” – de perspectiva inescencial y esencial sobre la muerte. No se puede decir con razón que la muerte ajena sea de menor rango que la muerte propia en su capacidad de abrirse para la esencia de la muerte. Aquí se halla el ya mencionado peligro de un “solipsismo” en la filosofía de la muerte. La muerte del otro tiene irrecusablemente una estructura distinta que la propia. Queremos, por de pronto, concebir la diferencia de un modo completamente ingenuo, a saber, como entendemos cotidianamente esta diferencia y nos las arreglamos con ella. La muerte aparece dentro de la sociedad humana como “caso de muerte”. Cualquiera muere, un extraño que no nos importa. No somos especialmente tocados por ello, presentamos el pésame que es usual en la sociedad civilizada. La muerte de otro es así un “acontecimiento”, una vicisitud en nuestro entorno social; el médico constata el momento de la irrupción de la muerte, diagnostica la causa, extiende un certificado de defunción. En el contexto temporal de la rutina diaria de los vivos se ha generado un caso de muerte a tal y tal hora; un congénere ha muerto. El tiempo de los vivos continúa, la muerte se convierte en ese lapso de tiempo en un acontecimiento que se puede datar. Para nosotros, que vivimos y sobrevivimos, la muerte ajena es una vicisitud que tiene su lugar y su posición temporal. Después de la muerte de otro el tiempo continúa, como es completamente natural; el mundo no se detiene; los parientes organizan los preparativos para el entierro y ya se disputan quizás la herencia. En el 81

Eugen Fink<br />

Fenómenos <strong>fundamentales</strong> <strong>de</strong> <strong>la</strong> <strong>existencia</strong> humana /extracto/<br />

En esta aproximación general <strong>de</strong>l problema hay que contar con una objeción que<br />

<strong>de</strong>beríamos ac<strong>la</strong>rar brevemente primero. Pue<strong>de</strong>, por ejemplo, manifestarse <strong>la</strong> sospecha<br />

<strong>de</strong> que <strong>la</strong> pregunta estaría ya quizás p<strong>la</strong>nteada <strong>de</strong> una manera ina<strong>de</strong>cuada, en <strong>la</strong> medida<br />

en que habría comenzado con el caso-mo<strong>de</strong>lo <strong>de</strong> <strong>la</strong> “muerte ajena”. ¿Acaso se ha<br />

resuelto ya el que <strong>la</strong> muerte ajena, esto es, <strong>la</strong> muerte <strong>de</strong> los otros congéneres, tenga una<br />

primacía metódica en el análisis <strong>de</strong> <strong>la</strong> muerte ¿No tendría que comenzarse más bien<br />

por <strong>la</strong> interna certeza <strong>de</strong> muerte que, cada vez, cada cual lleva consigo Pero<br />

preguntamos, por <strong>la</strong> contraparte, ¿qué c<strong>la</strong>se <strong>de</strong> diferencia es, en general, aquel<strong>la</strong> que se<br />

hace con los términos “muerte ajena” y “muerte propia” El hecho <strong>de</strong> que <strong>la</strong> diferencia<br />

es significativa, no pue<strong>de</strong> ser negado; sólo que es difícil <strong>de</strong>cir cómo con precisión <strong>de</strong>be<br />

<strong>de</strong>terminarse. Sobre todo hay que guardarse <strong>de</strong> <strong>la</strong> interpretación corriente <strong>de</strong> esta<br />

diferencia. La muerte ajena no es <strong>la</strong> muerte externa, “objetiva”, que es un<br />

acontecimiento biológico, un hecho constatado – y nada más. Y <strong>la</strong> muerte propia no<br />

tampoco es <strong>la</strong> específica “muerte humana” vivenciada, experimentada <strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>de</strong>ntro. La<br />

diferencia entre “muerte ajena” y “muerte propia” no se pue<strong>de</strong> forzar al esquema rígido<br />

<strong>de</strong> “acontecimiento” y “vivencia” – <strong>de</strong> perspectiva inescencial y esencial sobre <strong>la</strong><br />

muerte. No se pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cir con razón que <strong>la</strong> muerte ajena sea <strong>de</strong> menor rango que <strong>la</strong><br />

muerte propia en su capacidad <strong>de</strong> abrirse para <strong>la</strong> esencia <strong>de</strong> <strong>la</strong> muerte. Aquí se hal<strong>la</strong> el<br />

ya mencionado peligro <strong>de</strong> un “solipsismo” en <strong>la</strong> filosofía <strong>de</strong> <strong>la</strong> muerte. La muerte <strong>de</strong>l<br />

otro tiene irrecusablemente una estructura distinta que <strong>la</strong> propia.<br />

Queremos, por <strong>de</strong> pronto, concebir <strong>la</strong> diferencia <strong>de</strong> un modo completamente<br />

ingenuo, a saber, como enten<strong>de</strong>mos cotidianamente esta diferencia y nos <strong>la</strong>s arreg<strong>la</strong>mos<br />

con el<strong>la</strong>. La muerte aparece <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> <strong>la</strong> sociedad humana como “caso <strong>de</strong> muerte”.<br />

Cualquiera muere, un extraño que no nos importa. No somos especialmente tocados por<br />

ello, presentamos el pésame que es usual en <strong>la</strong> sociedad civilizada. La muerte <strong>de</strong> otro es<br />

así un “acontecimiento”, una vicisitud en nuestro entorno social; el médico constata el<br />

momento <strong>de</strong> <strong>la</strong> irrupción <strong>de</strong> <strong>la</strong> muerte, diagnostica <strong>la</strong> causa, extien<strong>de</strong> un certificado <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>función. En el contexto temporal <strong>de</strong> <strong>la</strong> rutina diaria <strong>de</strong> los vivos se ha generado un<br />

caso <strong>de</strong> muerte a tal y tal hora; un congénere ha muerto. El tiempo <strong>de</strong> los vivos<br />

continúa, <strong>la</strong> muerte se convierte en ese <strong>la</strong>pso <strong>de</strong> tiempo en un acontecimiento que se<br />

pue<strong>de</strong> datar. Para nosotros, que vivimos y sobrevivimos, <strong>la</strong> muerte ajena es una<br />

vicisitud que tiene su lugar y su posición temporal. Después <strong>de</strong> <strong>la</strong> muerte <strong>de</strong> otro el<br />

tiempo continúa, como es completamente natural; el mundo no se <strong>de</strong>tiene; los parientes<br />

organizan los preparativos para el entierro y ya se disputan quizás <strong>la</strong> herencia. En el<br />

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