Fenómenos fundamentales de la existencia ... - cristobal holzapfel
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Eugen Fink Fenómenos fundamentales de la existencia humana /extracto/ concibiendo la tendencia vital misma que produce instituciones como un fenómeno originario. Antes de la familia como orden jurídico moral, está la familia elemental, el lazo amoroso junto a sus retoños. La familia así determinada, todavía más acá de toda constitución jurídica, más acá de todos los tabúes y de todas las “bendiciones”, más acá de todas las interpretaciones religiosas o ideológicas, la simple “familia natural”, respecto de la cual no se puede reclamar una figura normativa “monogámica” ni una “poligámica”, no es, sin embargo, un “estado natural” en cualquier sentido biologicista – ella es la situación existencial del hombre en el género. La existencia humana está esencialmente quebrada en ambos retazos, en hombre y mujer, y realiza en la cima vital la unión integradora. La niñez es casi a-sexuada, no es natural en un sentido objetivo – pero las tormentas todavía callan. Y en la senectud retorna de nuevo a la quietud, la quietud de la llama vital extinta, que anhela todavía por un tiempo conservar su luz evanescente. Pero en el tiempo de la más elevada plenitud vital, de la más robusta fuerza vital y al mismo tiempo de la individualidad más cultivada, va a parar el hombre en el encantamiento de Eros – y con ello en el círculo encantado de una experiencia que deja resplandecer una vecindad enigmática de la plenitud vital con la muerte y de la individualidad con el fondo vital impersonal. Eros es definido muy estrechamente cuando es entendido sólo como una relación de dos humanos. Respecto de este malentendido, son los propios amantes, por lo general, los culpables. En la exaltación de sus corazones se refieren siempre sólo a la persona amada, procuran fundirse con ella, persiguen una intimidad inconcebible – y no ven la dificultad que hay en ello, que si cada uno se niega a sí mismo y sólo quiere disiparse en el otro, precisamente se retiran el soporte de manera recíproca. Pero esta insensatez de los amantes es una sabiduría vital. En ellos y a través de ellos actúa un poder existencial más hondo. Todo amor pertenece, sin que lo sepa expresamente, a los hijos. El sentido existencial de esta frase no es fácil de aprehender y expresar. Porque se presentan aquí siempre ya banalidades cotidianas, perogrulladas, de la eterna motivación humana erótica. Como juncos en el pantano, así crecen las perogrulladas en el pantano de la inercia del pensamiento. Lo simple y elevado se oscurece muy a menudo en lo trivial. Es del todo evidente que en el impulso erótico humano se hace manifiesta una tendencia natural a tener hijo. La “naturaleza”, dícese, utiliza las conmociones más espirituales del corazón humano como vehículo para imponer sus objetivos, en este caso la conservación de la especie. Los amantes son instrumentos de una finalidad natural; sus sentimientos, es más, también su placer, son meras 212
Eugen Fink Fenómenos fundamentales de la existencia humana /extracto/ circunstancias concomitantes, mera atracción y seducción de una naturaleza sagaz, cuyos ardides el hombre no descubre tan fácilmente. De este modo y similarmente se pronuncia el raciocino más que astuto. Se considera “iniciado” en los fines de la naturaleza – se practica una más o menos cínica desilusión y una dilucidación racional de Eros. Se utiliza un concepto de “naturaleza” que se orienta según la biología y que equipara hombre y animal, no atendiendo en absoluto a la diversidad de su modo de ser. Es un hecho manifiesto a la luz del día que en el reino animal y en el reino humano, la mezcla de lo masculino y lo femenino ocasiona progenie. Nadie objetará esto. Pero, ¿siquiera se comprende con ello el contenido humano de la ocupación reproductiva ¿Se lo concibe siquiera como un genuino problema De ninguna manera. Lo que Eros es como fenómeno fundamental de la existencia [Existenz] humana no puede ser abordado nunca por una indagación biológico-médica. El amor humano es esencialmente amor a los hijos. Esto no quiere decir ahora que los amantes unidos eróticamente, por decirlo así, voluntaria y deliberadamente pretendan [tener] testigos vivientes de su unión, monumentos de su intimidad, que quieran hijos comunes para ver resurgir su propia fusión, como quien dice, objetivamente, en un ser vivo. No se trata para nada de semejantes finalidades. La pulsión es más abismal que cualquier finalidad. Ella no se dirige a los hijos precisamente propios, impele oscura y enigmáticamente a través de todos los individuos futuros, a través de los hijos y de los hijos de los hijos y nietos más lejanos; ella es un impulso de “ser-siempre”, de “permanencia”, un deseo sin fin de una reiteración siempre renovada de la vida, de un ciclo en el anillo del retorno sin fin. En el amor de hombre y mujer palpita el anhelo de inmortalidad. Pero no es un deseo de ser como los dioses que no conocen la muerte, que se encuentran siempre en un presente incesante. El hombre no está transpuesto en el tiempo como en un elemento extraño; es el ser más temporal; estamos en casa aquí en el reino del desvanecerse, del ir y venir ininterrumpido; sabemos con el más seguro saber que podemos poseer, que pertenecemos a la muerte, que vamos a su encuentro a dondequiera que dirijamos nuestros pasos. Somos los mortales. La mortalidad es nuestra porción; ella nos distingue, somos los únicos en el universo que mueren, que se comportan como consagrados a la muerte. Pero somos también los únicos seres en el universo que aman – que se comportan a partir de la fractura de su ser, con respecto a una fuente inagotable y con ello rompen por momentos su separación y singularización, y, por decirlo así, se vuelven a sumergir en el flujo creador. 213
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Fenómenos <strong>fundamentales</strong> <strong>de</strong> <strong>la</strong> <strong>existencia</strong> humana /extracto/<br />
circunstancias concomitantes, mera atracción y seducción <strong>de</strong> una naturaleza sagaz,<br />
cuyos ardi<strong>de</strong>s el hombre no <strong>de</strong>scubre tan fácilmente. De este modo y simi<strong>la</strong>rmente se<br />
pronuncia el raciocino más que astuto. Se consi<strong>de</strong>ra “iniciado” en los fines <strong>de</strong> <strong>la</strong><br />
naturaleza – se practica una más o menos cínica <strong>de</strong>silusión y una dilucidación racional<br />
<strong>de</strong> Eros. Se utiliza un concepto <strong>de</strong> “naturaleza” que se orienta según <strong>la</strong> biología y que<br />
equipara hombre y animal, no atendiendo en absoluto a <strong>la</strong> diversidad <strong>de</strong> su modo <strong>de</strong> ser.<br />
Es un hecho manifiesto a <strong>la</strong> luz <strong>de</strong>l día que en el reino animal y en el reino humano, <strong>la</strong><br />
mezc<strong>la</strong> <strong>de</strong> lo masculino y lo femenino ocasiona progenie. Nadie objetará esto. Pero,<br />
¿siquiera se compren<strong>de</strong> con ello el contenido humano <strong>de</strong> <strong>la</strong> ocupación reproductiva ¿Se<br />
lo concibe siquiera como un genuino problema De ninguna manera.<br />
Lo que Eros es como fenómeno fundamental <strong>de</strong> <strong>la</strong> <strong>existencia</strong> [Existenz] humana<br />
no pue<strong>de</strong> ser abordado nunca por una indagación biológico-médica. El amor humano es<br />
esencialmente amor a los hijos. Esto no quiere <strong>de</strong>cir ahora que los amantes unidos<br />
eróticamente, por <strong>de</strong>cirlo así, voluntaria y <strong>de</strong>liberadamente pretendan [tener] testigos<br />
vivientes <strong>de</strong> su unión, monumentos <strong>de</strong> su intimidad, que quieran hijos comunes para ver<br />
resurgir su propia fusión, como quien dice, objetivamente, en un ser vivo. No se trata<br />
para nada <strong>de</strong> semejantes finalida<strong>de</strong>s. La pulsión es más abismal que cualquier finalidad.<br />
El<strong>la</strong> no se dirige a los hijos precisamente propios, impele oscura y enigmáticamente a<br />
través <strong>de</strong> todos los individuos futuros, a través <strong>de</strong> los hijos y <strong>de</strong> los hijos <strong>de</strong> los hijos y<br />
nietos más lejanos; el<strong>la</strong> es un impulso <strong>de</strong> “ser-siempre”, <strong>de</strong> “permanencia”, un <strong>de</strong>seo sin<br />
fin <strong>de</strong> una reiteración siempre renovada <strong>de</strong> <strong>la</strong> vida, <strong>de</strong> un ciclo en el anillo <strong>de</strong>l retorno<br />
sin fin. En el amor <strong>de</strong> hombre y mujer palpita el anhelo <strong>de</strong> inmortalidad. Pero no es un<br />
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un presente incesante. El hombre no está transpuesto en el tiempo como en un elemento<br />
extraño; es el ser más temporal; estamos en casa aquí en el reino <strong>de</strong>l <strong>de</strong>svanecerse, <strong>de</strong>l ir<br />
y venir ininterrumpido; sabemos con el más seguro saber que po<strong>de</strong>mos poseer, que<br />
pertenecemos a <strong>la</strong> muerte, que vamos a su encuentro a don<strong>de</strong>quiera que dirijamos<br />
nuestros pasos. Somos los mortales. La mortalidad es nuestra porción; el<strong>la</strong> nos<br />
distingue, somos los únicos en el universo que mueren, que se comportan como<br />
consagrados a <strong>la</strong> muerte. Pero somos también los únicos seres en el universo que aman<br />
– que se comportan a partir <strong>de</strong> <strong>la</strong> fractura <strong>de</strong> su ser, con respecto a una fuente inagotable<br />
y con ello rompen por momentos su separación y singu<strong>la</strong>rización, y, por <strong>de</strong>cirlo así, se<br />
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