Fenómenos fundamentales de la existencia ... - cristobal holzapfel

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23.01.2015 Views

Eugen Fink Fenómenos fundamentales de la existencia humana /extracto/ de la tierra elemental, se deja quebrar y aniquilar, se ofrenda. Este sentimiento existencial de cara a la muerte está expresado en la “novena Elegía del Duino”: “Tierra, tú amada, yo quiero. Oh créeme, ya no son necesarias/ tus primaveras para que me conquistes: una,/ ay, una sola ya es demasiado para la sangre./ Estoy, sin nombre y desde lejos, decidido por ti./ Siempre tuviste la razón y tu más santa ocurrencia/ ha sido la muerte amistosa…” 20 La mortalidad del hombre es concebida y afirmada aquí como una determinación insoslayable. En toda la consideración de la muerte habida hasta aquí tuvo este momento la dirección. La certidumbre de la muerte es la certidumbre inextirpable, la más íntima de nuestro ser. La muerte es el poder absoluto, que dispone de nosotros. Ella nos pone el límite, finiquita nuestra existencia. Mientras podemos ocasionar y anticipar, planificar y ordenar muchas cosas, se sustrae la muerte a la arremetida estratégica. Ella viene, cuando quiere, viene como el ladrón en la noche. A cada momento es posible que ella asalte. En el entorno de su vida puede el hombre disponer de algo, tiene poder de disposición sobre cosas y procesos – pero no tiene poder de disposición sobre la muerte, él está entregado a ella. La muerte aparece como el señor infinito sobre los vivientes, que tiemblan ante ella. Pero esto vale en un sentido muy determinado. El hombre no puede mantener a distancia a la muerte, no puede escapar a ella, no puede ocultarse ni esconderse de ella. A cada cual lo alcanza – precisamente con una “seguridad mortal”. Pero el hombre tiene la potencia notable, tremenda, el poder de disponer en cierto modo sobre la muerte. Ella no es, pues, sólo un acaecimiento natural, que una vez se presenta de modo final con la inviolabilidad de una ley natural. Nuestra situación es aprehendida muy concisamente cuando se dice que estamos ciertos de la muerte, pero que la hora de su llegada es siempre incierta. La muerte, para nosotros, no es siempre un acaecimiento que “ciegamente” nos golpea. El hombre tiene la terrible potencia de poder matar. Como “matador” dispone sobre la muerte, que de cualquier otro modo es indisponible. No puede detener la muerte cuando viene, pero puede llamarla antes y obligarla a comparecer, como si ella viniera de suyo. En la mortalidad del hombre está incluida la capacidad de matar. El hombre no está únicamente consagrado, en sí mismo, a la muerte, él puede también consagrar a la muerte a sí mismo o a otros congéneres, él tiene la posibilidad del suicidio y del golpe mortal. Para ver el carácter elemental de estas posibilidades existenciales es necesario, por de pronto, poner a raya toda 20 R.M. Rilke: SW I, 720[en español la traducción de Otto Dörr Zegers “Las Elegías del Duino”,Pág,147; Ed. Universitaria, Santiago de Chile, julio de 2001] 116

Eugen Fink Fenómenos fundamentales de la existencia humana /extracto/ “valoración moral”. Matar es un modo propio fundamental del trato con la muerte. Se podrá decir quizás, que también los animales “matan”; cazan y se devoran recíprocamente. Pero en eso se muestra que nosotros no tenemos las categorías perfeccionadas necesarias para el comportamiento de los animales, categorías que pudieran surgir a partir de una comprensión explícita. El “antropomorfismo” ingenuo oscurece tanto el ser de los animales, como también el ser del hombre. Animales, que se eliminan entre sí, que pelean entre sí, que cazan y se devoran entre sí, no viven por ello en una apertura a la muerte como tal. Pero al matar humano le pertenece la comprensión de la muerte, le pertenece la anticipación planificadora. También hablábamos de que el hombre “mata” otros seres vivos no-humanos, de que consume plantas, faena animales, etc. Pero eso no es en sentido riguroso un matar, es más bien un entenderse con lo que ocasiona el morir de otros seres vivos que no están abiertos para la muerte. En sentido propio, bajo el morir entendemos terminológicamente la extinción de la vida en el hombre abierto a la muerte. Lo fructífero del matar descansa, pues, en que un congénere lleva a otro a la cercanía de la muerte, le abre el más extremo peligro y amenaza, y lo empuja luego activamente a la aniquilación. En el matar, se entiende por parte del matador que la víctima no podría seguir viviendo – y por parte de la víctima se sabe, de un modo espantoso, que se acortará anticipadamente su tiempo de vida sólo a través del poder humano, no a través de la potencia insoslayable de la naturaleza. La muerte que nos trae la naturaleza estamos dispuestos a asimilarla, a reconocer su fatalidad; al contrario, no queremos asumir de ningún modo la muerte de mano humana, nos resistimos con toda energía y con el anhelo de vida más salvaje contra tales amenazas de muerte y buscamos desesperadamente una escapatoria. Para el asesinado la muerte viene de la libertad ajena; contra eso se rebela su propia libertad y autoafirmación. Un caso particularmente difícil de interpretar es el suicidio – quizás, un acto de la más elevada liberad como en el sabio estoico, o un acto de desesperación, cuando la existencia se ha vuelto insoportable. El suicidio es la posibilidad contraria más aguda y extrema de la “auto-conservación”. Ésta no es en el hombre –como en el animal– un impulso ciego instintivo que regula todos los comportamientos. El hombre está – normalmente – interesado con máxima intensidad en su perdurar. Y este interés incluye que él conoce y prevé peligros, los evita, los esquiva, tanto como puede. Si él, por ejemplo, se confiara en llevar adelante su conservación tan sólo por medio de la alimentación (al menos en nuestras regiones) en tanto encuentra alimentos en la naturaleza, vale decir, manteniéndose en el “nivel de colector”, así esto sería un lento 117

Eugen Fink<br />

Fenómenos <strong>fundamentales</strong> <strong>de</strong> <strong>la</strong> <strong>existencia</strong> humana /extracto/<br />

<strong>de</strong> <strong>la</strong> tierra elemental, se <strong>de</strong>ja quebrar y aniqui<strong>la</strong>r, se ofrenda. Este sentimiento<br />

<strong>existencia</strong>l <strong>de</strong> cara a <strong>la</strong> muerte está expresado en <strong>la</strong> “novena Elegía <strong>de</strong>l Duino”: “Tierra,<br />

tú amada, yo quiero. Oh créeme, ya no son necesarias/ tus primaveras para que me<br />

conquistes: una,/ ay, una so<strong>la</strong> ya es <strong>de</strong>masiado para <strong>la</strong> sangre./ Estoy, sin nombre y<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> lejos, <strong>de</strong>cidido por ti./ Siempre tuviste <strong>la</strong> razón y tu más santa ocurrencia/ ha sido<br />

<strong>la</strong> muerte amistosa…” 20 La mortalidad <strong>de</strong>l hombre es concebida y afirmada aquí como<br />

una <strong>de</strong>terminación insos<strong>la</strong>yable. En toda <strong>la</strong> consi<strong>de</strong>ración <strong>de</strong> <strong>la</strong> muerte habida hasta aquí<br />

tuvo este momento <strong>la</strong> dirección. La certidumbre <strong>de</strong> <strong>la</strong> muerte es <strong>la</strong> certidumbre<br />

inextirpable, <strong>la</strong> más íntima <strong>de</strong> nuestro ser. La muerte es el po<strong>de</strong>r absoluto, que dispone<br />

<strong>de</strong> nosotros. El<strong>la</strong> nos pone el límite, finiquita nuestra <strong>existencia</strong>. Mientras po<strong>de</strong>mos<br />

ocasionar y anticipar, p<strong>la</strong>nificar y or<strong>de</strong>nar muchas cosas, se sustrae <strong>la</strong> muerte a <strong>la</strong><br />

arremetida estratégica. El<strong>la</strong> viene, cuando quiere, viene como el <strong>la</strong>drón en <strong>la</strong> noche. A<br />

cada momento es posible que el<strong>la</strong> asalte. En el entorno <strong>de</strong> su vida pue<strong>de</strong> el hombre<br />

disponer <strong>de</strong> algo, tiene po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> disposición sobre cosas y procesos – pero no tiene<br />

po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> disposición sobre <strong>la</strong> muerte, él está entregado a el<strong>la</strong>. La muerte aparece como<br />

el señor infinito sobre los vivientes, que tiemb<strong>la</strong>n ante el<strong>la</strong>. Pero esto vale en un sentido<br />

muy <strong>de</strong>terminado. El hombre no pue<strong>de</strong> mantener a distancia a <strong>la</strong> muerte, no pue<strong>de</strong><br />

escapar a el<strong>la</strong>, no pue<strong>de</strong> ocultarse ni escon<strong>de</strong>rse <strong>de</strong> el<strong>la</strong>. A cada cual lo alcanza –<br />

precisamente con una “seguridad mortal”.<br />

Pero el hombre tiene <strong>la</strong> potencia notable, tremenda, el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> disponer en<br />

cierto modo sobre <strong>la</strong> muerte. El<strong>la</strong> no es, pues, sólo un acaecimiento natural, que una vez<br />

se presenta <strong>de</strong> modo final con <strong>la</strong> invio<strong>la</strong>bilidad <strong>de</strong> una ley natural. Nuestra situación es<br />

aprehendida muy concisamente cuando se dice que estamos ciertos <strong>de</strong> <strong>la</strong> muerte, pero<br />

que <strong>la</strong> hora <strong>de</strong> su llegada es siempre incierta. La muerte, para nosotros, no es siempre un<br />

acaecimiento que “ciegamente” nos golpea. El hombre tiene <strong>la</strong> terrible potencia <strong>de</strong><br />

po<strong>de</strong>r matar. Como “matador” dispone sobre <strong>la</strong> muerte, que <strong>de</strong> cualquier otro modo es<br />

indisponible. No pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>tener <strong>la</strong> muerte cuando viene, pero pue<strong>de</strong> l<strong>la</strong>mar<strong>la</strong> antes y<br />

obligar<strong>la</strong> a comparecer, como si el<strong>la</strong> viniera <strong>de</strong> suyo. En <strong>la</strong> mortalidad <strong>de</strong>l hombre está<br />

incluida <strong>la</strong> capacidad <strong>de</strong> matar. El hombre no está únicamente consagrado, en sí mismo,<br />

a <strong>la</strong> muerte, él pue<strong>de</strong> también consagrar a <strong>la</strong> muerte a sí mismo o a otros congéneres, él<br />

tiene <strong>la</strong> posibilidad <strong>de</strong>l suicidio y <strong>de</strong>l golpe mortal. Para ver el carácter elemental <strong>de</strong><br />

estas posibilida<strong>de</strong>s <strong>existencia</strong>les es necesario, por <strong>de</strong> pronto, poner a raya toda<br />

20 R.M. Rilke: SW I, 720[en español <strong>la</strong> traducción <strong>de</strong> Otto Dörr Zegers “Las Elegías <strong>de</strong>l Duino”,Pág,147;<br />

Ed. Universitaria, Santiago <strong>de</strong> Chile, julio <strong>de</strong> 2001]<br />

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