Descarga - Colegio de Historia P9 - UNAM

El acaparamiento de las mercancías y su distribución sufrió un serio revés. Es
fácil ver que ello desembocó en una viva rivalidad de intereses mercantiles, misma
que se manifestó en la polémica que se mantuvo en torno a las reformas
borbónicas, tanto las ya puestas en práctica como las que se veían en perspectiva
futura. Muy en particular, el Consulado de México se opuso reiteradamente a la
prosecución de los cambios, alegando que los ya realizados habían resultado
perjudiciales. Hay que recordar: ese gremio había sufrido —el 3 de octubre de
1776— el cese de la concesión del cobro de las alcabalas, recaudación que se
encargó de nuevo al gobierno virreinal.
En contraposición, otros comerciantes —beneficiados por el nuevo
régimen— abogaban en su favor, sumando sus voces a las de algunos funcionarios,
entre los que destacó el segundo conde de Revillagigedo, virrey de Nueva España
entre 1789 y 1794.
En la defensa de su predominio oligárquico, los almaceneros hicieron algo
más que discutir. Procuraron inmiscuirse más directamente en la extracción y
acuñación de la plata, con el fin de conservar el control de los circuitos de
circulación de ésta. A través de nuevos mecanismos de financiamiento
mantuvieron la liquidez de sus grandes caudales. Aunque disminuyeron algo su
participación directa en el comercio externo, siguieron teniendo un papel
preponderante en los giros internos, cuyos canales manejaban en buena medida
merced a sus comisionistas y otros agentes asociados. Es por ello que el consulado
capitalino pudo sobreponerse a los intentos de la Corona por eliminar su influencia
A la larga, las necesidades de financiamiento impidieron a muchos de estos nuevos comerciantes
operar por cuenta propia. Por este motivo un buen número de ellos se vio obligado a convertirse en socio
subordinado de los almaceneros: vid. Pérez Herrero, op. cit., t. II, p. 311-312.