Descarga - Colegio de Historia P9 - UNAM

productos importados necesarios, incluso las autoridades españolas se veían
obligadas a tolerar la introducción ilegal de mercancías. 19
Un tercer mecanismo de enriquecimiento de los grandes comerciantes
capitalinos lo constituía el crédito. Aunque en la Nueva España no hubiera
instituciones bancarias propiamente dichas, los medios de financiamiento privado
no eran en modo alguno desconocidos. La Iglesia católica, por medio de préstamos
garantizados sobre bienes raíces, y de las capellanías y fundaciones piadosas, era
una fuente importante de crédito. También lo eran los grandes comerciantes, que
practicaban la usura. Contaban para ello con un importante recurso extra: como su
gremio, el Consulado de la Ciudad de México, tenía la concesión de cobro de las
alcabalas
—impuestos al tráfico interno de mercaderías— establecidas por el
gobierno español, los miembros de la corporación podían utilizar los fondos
reunidos por este concepto como hipoteca de garantía de depósitos recibidos por
aquéllas: el gremio de mercaderes hacía las veces de una corporación bancaria. 20
Pero las funciones básicas y originales del Consulado —institución de origen
medieval y mediterráneo— eran la de tribunal de litigios mercantiles y la de cuerpo
representativo de los comerciantes. Su núcleo estaba constituido por un pequeño
grupo de funcionarios: el prior, los dos cónsules, algunos consejeros o conciliarios,
el síndico, el secretario y el tesorero. 21
El Consulado de la Ciudad de México había
sido fundado en 1592 y se había convertido en una de las corporaciones más
prestigiosas e influyentes de la sociedad colonial, tanto por la riqueza de sus
principales miembros, como por las atribuciones que tenía —ya mencionamos el
cobro de las alcabalas— y su participación en importantes obras públicas. Aunque
19 Javier Ortiz de la Tabla, Comercio exterior de Veracruz, p. 2.
20 Pérez Herrero, op. cit., t. II, p. 322.
21 Humberto Tandrón, El comercio de Nueva España y la controversia sobre la libertad de
comercio, p. 20.