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Patricia de la Torre A.<br />

El aparecimiento y auge de la banca privada constituyó la máxima expresión de ausencia de<br />

regulación por parte del Estado ecuatoriano sobre los intereses privados. Pues fue a finales del siglo<br />

XIX que estas empresas se anclaron a las estructuras económicas y políticas del país, para en el<br />

siglo XX dar rienda suelta al predominio de sus intereses desde el Estado.<br />

3.3. La anomia<br />

Ahora bien, la coexistencia de los tres cerebros políticos: inca, colonial y republicano; el enfrentamiento<br />

de lo tradicional con lo moderno; la no aceptación de la obediencia y aplicación a la ley<br />

del Estado; la ratificación de la vigencia de una ley natural con bases privadas y locales crearon un<br />

ambiente caótico, disperso, que no solo resistió a los intentos de regulación por parte del gobierno<br />

central, sino que engendró una cultura reformista y opuesta a la vigencia de la regulación y control<br />

del Estado nacional: la anomia.<br />

La anomia, en el cerebro político del Ecuador, se presenta como la comunicación entre los tres<br />

cerebros que conviven al interior del Estado ecuatoriano y con sus redes microscópicas sociales.<br />

Este lenguaje que funge como el mecanismo fundamental de interacción da cuenta de que cada uno<br />

de los tres subsistemas estatales funciona de manera cerrada con el propósito de autoconservarse,<br />

con base en una lógica propia; por ejemplo, las formas de organización comunitarias indígenas<br />

frente a la apropiación indiscriminada de grandes extensiones comunales por parte de los terratenientes,<br />

ambas estructuras apelan al derecho legítimo configurado y garantizado en la formación de<br />

su propio sistema y entorno históricos. Sin embargo, en la comunicación intersistémica —abierta—,<br />

se presenta un diálogo no sintonizado entre estos tres cerebros estatales, precisamente, porque su<br />

cualidad conservadora de componentes ejerce una resistencia mayor. Así, los rasgos observables<br />

de la anomia, tanto a nivel estructural como individual y grupal, se contrapusieron a las acciones<br />

concretas del proceso de construcción del Estado nacional y, con él, los pactos políticos expresados<br />

en las cartas constitucionales que no son sino la ley a ser obedecida.<br />

Los proyectos políticos centralistas presentes en la etapa formativa del Estado ecuatoriano<br />

tuvieron su correlato histórico en las prácticas sociales que se institucionalizaron en un entorno<br />

carente de normas nacionales. Este anti-orden se desplegó como una amenaza constante al sistema<br />

político, mediante la toma efectiva del poder y las pretensiones de cada fracción política. Como cita<br />

Waldmann (2003: 18-20), las condiciones de existencia de los primeros Estados latinoamericanos no<br />

favorecieron a un ambiente de orden y legalidad.<br />

Entre las principales prácticas que se institucionalizaron en este entorno, cabe resaltar: los intereses<br />

privados por sobre los intereses públicos; los altos niveles de exclusión social y política; la<br />

desobediencia civil de las formas legales e institucionales; la interiorización de la noción de autonomía<br />

local; la resistencia a la centralización; y el poder político-administrativo en el control de los<br />

recursos materiales, a través de formas totalitarias, como la encomienda o la hacienda.<br />

La institucionalidad vigente en el sistema republicano tuvo fuertes raíces incaicas y coloniales<br />

que, frente al proceso de formación del Estado, no hicieron sino mostrar diversas fases de resistencia<br />

al cambio. El desconocimiento de los Jefes de Estado y, por ende, de los proyectos políticos<br />

que habían puesto en marcha, fue el resultado del clima de desintegración social provocado por las<br />

tendencias centrífugas económicas, políticas y sociales a la hora de la fundación de la República.<br />

Varios años de ausencia de ley y orden, en las estructuras del poder político y administrativo,<br />

recrearon entornos de desorden generalizado e inestabilidad política; por citar algunos momentos:<br />

las frecuentes demandas de autonomía, la sucesión de gobiernos mediante extraños acuerdos políticos,<br />

golpes de Estado, rebeliones internas, guerras con países vecinos y varios proyectos constitucionales<br />

en curso, dieron como resultado una cultura política conflictiva, caótica, crítica.<br />

Este panorama puede ser calificado de crónicamente caótico, en donde el orden es relativo, no<br />

sujeto a leyes nacionales y con elementos propios de interrelación social. Así, para el cerebro político<br />

nacional republicano, esta situación es sinónimo de desorden. Para las comunidades indígenas,<br />

sus propios códigos no son caóticos, es el Estado republicano quien debería ser parte de su lógica.<br />

A su vez el sistema colonial, que corría la suerte de ser un nexo entre ambos subsistemas, impone<br />

el suyo propio apelando a una adaptación de lo nacional a lo local. El mantenimiento de un sistema<br />

de esta naturaleza da gracias a la anomia que equivale a desorden.<br />

Pero es singular decir que el desorden tiene una lógica interna que mantiene en orden las<br />

condiciones mínimas para la coexistencia de estos tres cerebros políticos, con diferentes grados<br />

de desarrollo. Desorden que apela al alto nivel de complejidad, no solo por el orden constituyéndose<br />

en la vida del cerebro político nacional, sino simultáneamente en el mismo desorden. El orden

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