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Patricia de la Torre A.<br />

Desde la neurobiología, se manifiesta que «cada uno de los tres sistemas encefálicos tiene especial<br />

inteligencia, subjetividad, sentido de tiempo y espacio, memoria y función motora, entre otras,<br />

capaces de operar de manera independiente» (Pérez, 2013: 1). Esto se debe a que, desde el punto<br />

de vista de la teoría sistémica, cada uno de estos sistemas del cerebro humano se ha diferenciado<br />

respecto a su propio entorno, con el objetivo de reproducir sus propios componentes, es decir, de<br />

conservar su unidad. Consecuentemente, cada sistema es autorreferente, pues su reproducción y<br />

supervivencia dependen de su diferenciación con el entorno (Luhmann, 1998: 33). La conservación<br />

de su unidad depende de las relaciones selectivas entre sus componentes (Maturana, 1985: 3).<br />

En términos de relación, tanto los tres sistemas encefálicos como los tres cerebros estatales<br />

actúan de manera cerrada y abierta. En el primer caso, como el requisito para conservar su unidad<br />

y permitir la reproducción de sus componentes; y en el segundo caso, para entablar sus relaciones<br />

con el entorno. En este sentido, la dificultad para comprender la complejidad del cerebro político<br />

ecuatoriano nos aproxima a un estudio de las relaciones entre los elementos de cada uno de ellos:<br />

inca, colonial y republicano.<br />

En la analogía sobre el desarrollo de las capas del cerebro humano, la incorporación de nuevas<br />

estructuras no implicó la desaparición o anulación de las antiguas, más bien respondió a un proceso<br />

de jerarquización entre ellas. Del mismo modo, el cerebro político del Ecuador, a lo largo de los<br />

siglos, experimentó la incorporación de nuevas estructuras políticas, sobre los cimientos de antiguas<br />

formas de administración y control. En la actualidad, cada una de ellas posee relativa autonomía,<br />

pero todas se unifican bajo el mismo denominativo de «Estado ecuatoriano».<br />

Cada uno actúa como esquema lógico de regulación, tiene la capacidad de entablar relaciones<br />

consigo mismo y puede diferenciar esas relaciones frente a las de su entorno. Este proceso de diferenciación<br />

parte de un principio selectivo fundado en la complejidad. Así, el cerebro inca, el cerebro<br />

colonial y el cerebro republicano son diferentes y se relacionan entre sí; pero cada uno guarda su<br />

propia especificidad, de acuerdo a la evolución del tiempo y sus contextos. Este cerebro político no<br />

es más que la compleja interacción de los tres sistemas neurales anteriormente descritos.<br />

El discernimiento de esta complejidad, propia de los sistemas, se fundamenta en la identificación<br />

de la contingencia para la toma de decisiones y la comparación, valoración y elección entre<br />

opciones alternativas. En este proceso, las decisiones se adoptan y se convierten en rutinas, pues<br />

los motivos dados se repiten. En esta línea, los sistemas organizacionales son sistemas sociales<br />

constituidos por decisiones, que atan decisiones mutuas; esta matriz es la cultura política. Por ello,<br />

las instituciones y las organizaciones adquieren características particulares que, posteriormente,<br />

incidirán en el comportamiento de sus miembros.<br />

Las relaciones selectivas entre los elementos de un sistema, los procesos organizacionales, los<br />

acuerdos contractuales institucionales, la «habituación y legitimación» (Berger y Luckmann, 2005:<br />

72) confluyen en el proceso de formación del cerebro político ecuatoriano (Estado); entendido este<br />

como un sistema que alberga a otros sistemas, estructuras, elementos y funciones, que forman una<br />

red compleja de comunicación, como el lenguaje, mecanismo fundamental de interacción.<br />

Giddens (1993: 127), por ejemplo, establece que las relaciones micro-sociales se presentan<br />

como las situaciones de interacción cara a cara; a diferencia de las relaciones macro-sociales,<br />

que responden a estructuras de gran tamaño, como el sistema político o el orden económico. Las<br />

primeras se articulan entre sí construyendo redes de significados, que paulatinamente se proyectan<br />

en estructuras macro-sociales, vale decir, en instituciones y organizaciones, las que a su vez dan<br />

paso a la reproducción de las relaciones sociales, cultura política. La conexión es íntima, pues<br />

responde a un proceso de complementariedad y retroalimentación:<br />

El análisis a gran escala es esencial para comprender la base institucional de la vida cotidiana […] a su vez, los estudios a<br />

pequeña escala son necesarios para esclarecer cuáles son las pautas institucionales generales (Giddens 1993: 127-128).<br />

A continuación, se elabora una detallada descripción de cada uno de los cimientos de estos cerebros<br />

políticos y las características organizacionales de cada uno de ellos. La primera parte describe<br />

el cerebro inca y el cerebro colonial, que como se verá, denotan cierta línea de continuidad temporal<br />

en lo referente a la organización geográfica, político-administrativa y de relaciones de poder.<br />

Los cambios en las conductas y cosmovisiones se presentan como procesos de larga data, pues<br />

estos sobreviven a los gobiernos y coyunturas políticas. La segunda parte es una revisión del cerebro<br />

republicano del siglo XIX, especialmente, en lo que se refiere a la sociedad y el Estado; aspectos<br />

que son vistos a través de las categorías: público-central, privado-local y anomia.

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