Antiteologismo, Bakunin - Folletos Libertad
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Mijail <strong>Bakunin</strong><br />
<strong>Antiteologismo</strong> 7<br />
quistados, sometidos, reducidos a la esclavitud, bajo cualquier forma y cualquier denominación<br />
que sea. La esclavitud es, pues, una consecuencia necesaria de la existencia<br />
misma del Estado.<br />
La esclavitud puede cambiar de forma y de nombre, el fondo queda siempre el<br />
mismo. Ese fondo se deja expresar con estas palabras: ser esclavo es estar forzado a<br />
trabajar para otro, como ser amo es vivir del trabajo ajeno. En la Antigüedad, como<br />
hoy en Asia, en África y como en una parte de América aún, los esclavos se llamaban<br />
simplemente esclavos. En la Edad Media tomaron el nombre de siervos, hoy<br />
se les llama asalariados. La posición de estos últimos es mucho más digna y menos<br />
dura que la de los esclavos, pero no son forzados menos por el hambre y por las instituciones<br />
políticas y sociales a mantener, por un trabajo muy duro, la desocupación<br />
absoluta o relativa de otro. Por consiguiente, son esclavos. Y en general, ningún Estado,<br />
ni antiguo ni moderno, ha podido ni podrá jamás pasarse sin el trabajo forzado<br />
de las masas, sea asalariadas, sea esclavas, como fundamento principal y absolutamente<br />
necesario del ocio de la libertad y de la civilización de la clase política: de los<br />
ciudadanos. Bajo este aspecto, los Estados Unidos de América del Norte no constituyen<br />
una excepción.<br />
Tales son las condiciones interiores que se derivan necesariamente para el Estado<br />
de su posición exterior, es decir de su hostilidad natural, permanente e inevitable<br />
hacia todos los demás Estados. Veamos ahora las condiciones que se derivan directamente,<br />
para los ciudadanos, del libre contrato por el cual se constituyen en Estado.<br />
El Estado no sólo tiene la misión de garantizar la seguridad de sus miembros contra<br />
todos los ataques que vengan del exterior, debe también defenderlos interiormente<br />
a uno contra otros y a cada uno contra sí mismo. Porque el Estado, y esto constituye<br />
su rasgo característico y fundamental, todo Estado, como toda teología, supone<br />
al hombre esencialmente malvado y malo. En el que examinamos ahora, también,<br />
hemos visto, que no comienza más que con la conclusión del contrato social y no es<br />
por consiguiente más que el producto de ese contrato, su contenido mismo. No es el<br />
producto de la libertad. Al contrario, en tanto que los hombres permanecen aislados<br />
en su individualidad absoluta, disfrutando de toda su libertad natural, y a la que no<br />
reconocen otros límites que los de hecho, no de derecho, no siguen más que una sola<br />
ley, la ley de su natural egoísmo: se ofenden, se maltratan y se roban mutuamente,<br />
se degüellan, se devoran y recíprocamente, cada cual, en la medida de su inteligencia,<br />
de su engaño y de sus fuerzas materiales, como lo hacen hoy, según hemos observado,<br />
los Estados. Por tanto la libertad humana no produce el bien sino el mal, el<br />
hombre es malo por naturaleza. ¿Cómo se ha vuelto malo La explicación corresponde<br />
a la teología. El hecho es que el Estado, al nacer, lo encuentra ya malo y se<br />
encarga de hacerlo bueno, es decir, de transformar el hombre natural en ciudadano.<br />
¡No, mil veces no! Primero, para esperar algunos siglos todavía sería necesario tener<br />
la paciencia... cediendo a un viejo hábito, íbamos a decir «la paciencia de los alemanes»,<br />
pero nos hemos detenido, reflexionando que en el ejercicio de esa virtud<br />
han sobrepasado hoy otros pueblos a los alemanes. Y además, suponiendo que tuviésemos<br />
la posibilidad y la paciencia para esperar, ¿qué sería una sociedad que no nos<br />
presentara más que la traducción en la práctica o la aplicación de una ciencia, aunque<br />
esa ciencia fuera la más completa del mundo: una miseria. Imaginaos un universo<br />
que no contuviera nada más que lo que el espíritu humano ha percibido hasta<br />
aquí, reconocido y comprendido, ¿no sería una mísera pequeñez al lado del universo<br />
que existe<br />
Estamos llenos de respeto hacia la ciencia y la consideramos como uno de los más<br />
preciosos tesoros, como una de las glorias más puras de la humanidad. Por ella se<br />
distingue el hombre del animal, hoy su hermano menor, antes su antepasado, y deviene<br />
capaz de ser libre. Por lo tanto es necesario reconocer también los límites de la<br />
ciencia y recordarle que no es todo, que no es más que una parte y que el todo es la<br />
vida: la vida universal de los mundos, o, para no perdernos en lo desconocido y en lo<br />
indefinido: la de nuestro sistema solar o la de nuestro globo terrestre sólo, o bien,<br />
restringiéndonos aún más, el mundo humano, el movimiento, el desenvolvimiento,<br />
la vida de la humana sociedad sobre la Tierra. Todo esto es infinitamente más amplio,<br />
más extenso, más profundo y más rico que la ciencia, y no será nunca agotado<br />
por ella.<br />
La vida, tomada en su sentido universal, no es la aplicación de tal o cual teoría humana<br />
o divina -es una creación, hubiéramos dicho de buena gana si no temiésemos<br />
dar lugar a un malentendido con esa palabra-; y comparando los pueblos creadores<br />
de su propia historia a artistas, preguntaríamos si los grandes poetas han esperado<br />
alguna vez que la ciencia descubriese las leyes de la creación poética para crear sus<br />
obras maestras. ¿No han hecho Esquilo y Sófocles sus magníficas tragedias mucho<br />
antes de que Aristóteles hubiese calcado sobre sus obras mismas la primera estética<br />
Shakespeare, ¿se ha dejado inspirar en alguna ocasión por una teoría ¿Y<br />
Beethoven, no amplió las bases del contrapunto por la creación de sus sinfonías ¿Y<br />
qué sería una obra de arte producida según los preceptos de la más bella estética del<br />
mundo Una vez más, una cosa miserable. ¡Pero los pueblos que crean su historia no<br />
son, probablemente, ricos en instinto, ni menos poderosos creadores, ni más dependientes<br />
de los señores sabios que los artistas!<br />
Si vacilamos en hacer uso de esta palabra: creación, es porque tememos que se<br />
asocie a ella un sentido que nos es imposible admitir. Quien dice creación parece<br />
decir creador, y nosotros rechazamos la existencia de un creador único, tanto para el<br />
mundo humano como para el mundo físico, pues ambos no son sino uno solo a nuestros<br />
ojos. Al hablar de los pueblos creadores de su propia historia, tenemos la con-