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Reflexiones sobre anarquismo<br />
y medios<br />
Ileana Carolina Hernández Herrera<br />
No soy anarquista, no lo fui y no sé si algún día lo<br />
sea, pero me veo en la necesidad de escribir esto<br />
después de leer las notas maniqueístas de medios reconocidos.<br />
Durante las últimas manifestaciones, los medios<br />
han tenido no sólo la libertad de llamarle “anarquista”<br />
a todo lo que les parezca políticamente incorrecto, sino<br />
que también han dramatizado la situación de tal forma<br />
que los mismos periodistas rodean a los “encapuchados”<br />
en los contingentes para obtener la nota que, supongo,<br />
está esperando su editorial: un disturbio o una represión<br />
a los manifestantes.<br />
Qué contrastante es el esfuerzo que hacen los medios<br />
por representar la violencia, comparado con un Estado<br />
que quiere vender la idea de estabilidad y paz. De la representación<br />
de la violencia, pasamos a la violencia de la<br />
representación: los encabezados, las connotaciones del lenguaje<br />
utilizado, las distinciones maniqueístas de lo “bueno”<br />
y lo “malo” nos enseñan que los medios son (o pretenden<br />
ser) ordenadores y jueces del caos. ¿Qué representa este<br />
contraste, que por un lado muestra la catástrofe política y el<br />
descontento, y en otros discursos apunta a una estabilidad<br />
y felicidad colectiva ¿Acaso quieren exorcizar el “mal” a<br />
través de su espectacularización<br />
• • •<br />
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• • •<br />
Hoy en día las protestas son varias y los motivos para<br />
protestar son muchos más. Mientras tanto, la denominación<br />
“anarquista” está jugando el papel de un chivo<br />
expiatorio. Me explico: el “anarquista”, por definición,<br />
hace explícito su deseo en contra del orden establecido. El<br />
orden, el Estado, el sistema y toda la red de significados<br />
que son respaldados por los medios masivos y la opinión<br />
pública (y por consiguiente, por los consumidores de<br />
éstos) crean un proceso de linchamiento contra quien,<br />
al parecer, es el opositor más marginal (en este caso, los<br />
anarcos, “encapuchados”, “tirapiedras”). A pesar de que<br />
el deseo de un mundo nuevo y el rechazo al sistema no<br />
sea exclusivo de los anarquistas, el linchamiento se dirige<br />
hacia ellos por haber hecho explícito tal deseo. Así<br />
funciona el chivo expiatorio del que habla René Girard,<br />
cuando se hace una distinción entre “ellos” (los anómicos)<br />
y “nosotros” (los pertenecientes al orden, al nomos, al<br />
establishment). El chivo expiatorio es aquél que, a pesar<br />
de que muchos simpaticemos con él, se vuelve el ejemplo,<br />
según los linchadores, de lo que “nadie quiere ser”. No<br />
hace falta investigar mucho para saber que este proceso se<br />
refleja en los medios y en su comunicación abstracta: sin<br />
necesidad de explicación, de investigación o descripción,<br />
un periodista escribe “anarquista” y sus lectores saben a lo<br />
que se refiere (a pesar de que, de hecho, ningún anarquista<br />
estuviese implicado en su nota).