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(1990a: 299). Fernández de Lizardi detalla el lenguaje de los tahúres,<br />
las trampas, prácticas definitorias de los garitos y escucha<br />
la abundancia de juramentos, las blasfemias y las obscenidades<br />
a que eran propensos los desdichados negros y sus mezclas. Periquillo<br />
trampea al mulato Aguilucho de manera tan obvia que<br />
se desata la trifulca y el mulato le deja los dientes flojos y las<br />
narices rotas. Otro ejemplo: en los garitos quitan a un payo su<br />
dinero, que le dan a Periquillo Sarniento, después de una “tarea<br />
de trancazos” (1990a: 315), de costillas rotas y de partirle la cabeza<br />
a la víctima.<br />
Don Pedro Sarmiento escribe que únicamente sobreviven<br />
en y del juego los tramposos y ladrones. De los últimos la gente<br />
se previene; del jugador, no, aunque también merece cárcel. El<br />
juego engancha o aliena el alma. Por ejemplo, en un episodio,<br />
tras las rejas conoció a Aguilita, quien incluso empeña sus pantalones<br />
por jugar al monte.<br />
3.6 El clero<br />
Al clero le toca otra reprimenda, la cual abrió el agujero del<br />
ostracismo y de la discriminación, en donde El Pensador fue a<br />
caer en 1822 con motivo de su excomunión. Lizardi, el jansenista<br />
mexicano, narra que bajo la influencia de un<br />
En El Periquillo<br />
Sarniento también<br />
se critica al clero.<br />
Lizardi sentencia<br />
a través de Don<br />
Pedro que para el<br />
sacerdocio se necesita<br />
vocación, capacidad<br />
de celibato,<br />
sabiduría y virtud.<br />
tal Martín, “un bicho menos maleta que Juan<br />
Largo” (1990a: 153), más enamorado que Cupido,<br />
más jugador que Birján, bailador, tonto<br />
y zángano de colmena, entra a estudiar para<br />
sacerdote. Martín no tenía la más mínima vocación,<br />
pero sus padres lo encajonaron en el<br />
seminario. Con temple acomodaticio, Martín<br />
aconsejó al Periquillo que cerrara los ojos y<br />
emprendiera su misma profesión, la mejor<br />
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