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sadas por parte de los indios, los negros, los lobos, los mulatos,<br />
porque era un “cucharero” blanco (en aquel entonces los amantes<br />
de lo ajeno robaban los cubiertos, en especial las cucharas<br />
porque tenían mayor cantidad de plata). No fue sentenciado.<br />
Entre rejas conoció a un usual escribano, Chanfaina, quien, viendo<br />
la buena letra de Perico, lo emplea como su amanuense.<br />
Tareas que cumple con “puntualidad, tesón y eficacia” (1990a:<br />
411), esto dice que gracias a sus habilidades, sale de la cárcel.<br />
El Coronel predica al escribano Periquillo que en los procesos<br />
jurídicos debe privar la verdad para que el juicio sea justo.<br />
Le muestra la sabiduría ordenadora de las leyes contra la justicia<br />
de compadres. Por ejemplo, a su ahijado lo recrimina con<br />
estas palabras: No señor, le dijo el Coronel, la obligación de un<br />
defensor es examinar si el cuerpo del delito está correctamente<br />
justificado. Un pelo en la sopa es que El Periquillo le pone los<br />
cuernos con su esposa Luisa. Posteriormente, se encuentra con<br />
esta esposa de Chanfaina, casada con otro. Ella se mofa de que<br />
su anterior marido lo hubiera sacado de su casa a bofetadas. Intenta<br />
violarla, pero Sancho Martín, su nuevo esposo, le clava un<br />
puñal en las costillas y Perico es internado por enésima vez en<br />
el hospital.<br />
Pese al ejemplo excepcional citado, el<br />
texto detalla que las acciones y las palabras<br />
de los escribanos no coinciden, como<br />
en el caso del licenciado Casalla, uno entre<br />
muchos fraudulentos de la justicia. Perico<br />
se enteró de que un “amigo”, preso por<br />
ocho meses en el Morro de La Habana, tenía<br />
una hermana de no malos bigotes (Luisa).<br />
El escribano deshonesto la favoreció,<br />
soltándole de la cuerda con más facilidad<br />
55<br />
Después de mendigo,<br />
Periquillo trabaja como<br />
escribiente del subdelegado<br />
de Tixtla, quien<br />
también era un hombre<br />
corrupto y ladrón.<br />
En general, los escribanos<br />
hacían caso omiso<br />
de las leyes o las manipulaban<br />
a su antojo por<br />
unas cuantas monedas.