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Fernández de Lizardi<br />
condenaba que unos<br />
pocos tuvieran demasiado<br />
mientras que<br />
muchísimos tuvieran<br />
tan poco. Si la distribución<br />
de la riqueza<br />
fuera equitativa, los<br />
ciudadanos vivirían<br />
con comodidad y<br />
ello repercutiría en el<br />
bien de la nación.<br />
un homicidio gratuito. Con pistola cargada<br />
no la dispara. El inglés, conmovido, lo abraza<br />
y nace entre ambos un asomo de amistad.<br />
La moraleja infaltable es que si todos procedemos<br />
de un mis mo ascendente —“todos<br />
somos hijos de un padre y componemos<br />
una misma familia” (1990b: 219)—, por qué<br />
se comete la imbecilidad de la discriminación<br />
esclavista: “es una estupidez despreciar al<br />
negro por negro, una crueldad comprarlo y<br />
venderlo y una tiranía matarlo” (1990b: 219).<br />
¿Qué clase de libertad es la de obrar al antojo<br />
propio sin respeto ni subordinación al primer precepto del<br />
Decálogo<br />
Fernández de Lizardi aspiraba a que se instaurara una clase<br />
media culta, bien alimentada, que no insultara el lustre que debe<br />
tener la convivencia; con una alimentación fuera de medida y con<br />
servicios de tal gala que enfermaran de vagancia a los pudientes.<br />
Con una influencia inesperada de uno de los padres de la Economía,<br />
Adam Smith (¿la obtuvo mediante los jansenistas), califica<br />
de aberración social que una minoría de familias conserven su<br />
fastuosidad a costa de infinitos sumergidos en la desdicha y oscuridad.<br />
La mejor distribución de las riquezas podría lograr que los<br />
ciudadanos, sin excepción, vivieran con desahogo y comodidad.<br />
La minería no era una solución para el país, y esto porque no<br />
sólo el enclave donde se encuentra un socavón padece cambios,<br />
sino porque los metales no se comen. En los poblados cerca de<br />
las minas de plata los precios de los bienes primarios y secundarios<br />
crecen exponencialmente; enerva la industria y el “cabrío”<br />
(1990b: 197). También despierta la codicia de los extranjeros.<br />
Esta alusión insinúa, de paso, que los mares estaban infestados<br />
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