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(Clara), las nanas (Lorenza), aunque también éstas descubren el<br />
velo de las trampas de Perico en casa del escribano.<br />
Lizardi se detiene en los intentos del chino (que Perico trajo<br />
de una isla, cuyo nombre queda en el misterio, donde naufragó<br />
de regreso a su patria bajo el engaño de que él, Don Pedro<br />
Sarmiento, era un noble de Guadalajara) por tener un affaire<br />
forzado con Anita, esto es, por violarla, así como el duelo que se<br />
desató. El Periquillo Sarniento paga los platos rotos porque el<br />
capellán lo increpa llamándole desvergonzado, estafador, alcahuete<br />
(1990b: 296). Y no es nada despreciable que Periquillo<br />
confiese que intentó violar a Luisa cuando ésta ya estaba bien<br />
casada. Luisa, con quien había engañado al escribano Chanfaina<br />
y cohabitado. Perico recibe arañazos y estrujones que lo<br />
desmechan.<br />
Asimismo, Pedro Sarmiento opina que, para que funcionen,<br />
los matrimonios deben ser la unión de mujeres jóvenes y<br />
de hombres de mayor edad, y lo ejemplifica con su última boda.<br />
Por otro lado, al final del último tomo, al frente de una tienda<br />
para después mudarse como administrador de la hacienda que<br />
termina heredando como propietario, asienta que los que viven<br />
bajo un mismo techo deben casarse. A su casa había llegado Don<br />
Antonio, el único preso, por razones injustas, que lo había tratado<br />
con amistad. Viejo y a punto de morir llega a la tienda que<br />
regentea Pedro, acompañado de su hija. Sarmiento la pide en<br />
matrimonio, ella acepta; después se muda a la hacienda de San<br />
Agustín de las Cuevas y pormenoriza su boda: el amo de aquella<br />
tierra de cultivo y animales domésticos fue su padrino. Ofició la<br />
misa su confesor y amigo, también redimido, Pelayo. Total, la fiesta<br />
se realizó en la casa modesta de una “pastora de la Arcadia”<br />
(1990b: 384). Digresión que revela su animadversión al lujo festivo<br />
en un país hundido en la miseria.<br />
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