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Drets humans al carrer, cuentos infantiles sobre derechos humanos

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drets <strong>humans</strong> <strong>al</strong> <strong>carrer</strong>. Cuentos <strong>infantiles</strong> <strong>sobre</strong> <strong>derechos</strong> <strong>humanos</strong><br />

Y Magín continuaba su camino. Para no pensar en lobos ni en monstruos ni en<br />

nada que le diera miedo, Magín iba contando los pasos que daba> “356, 357, 358…1625,<br />

1626…”. Y justo <strong>al</strong> decir 9268 llegó a la ciudad. A la entrada de la ciudad había un cartel<br />

que decía “Ciudad”. Por eso supo que había llegado. Por suerte ya se había hecho de día<br />

y así pudo ver el cartel.<br />

Pero aún no había dado veinte pasos por la ciudad cuando un policía enorme, con<br />

gorra, porra y gafas de sol se plantó delante de él con las piernas abiertas, impidiéndole el<br />

paso. Magín se paró, le miró las botas (negras y feas, muy feas), el uniforme gris oscuro<br />

(¡qué color más aburrido, el gris!), el cinturón (¡con porra y pistola!) y a la cara… bueno,<br />

lo que se podía ver, porque las gafas oscuras no dejaban ver gran cosa (quizás sea ciego,<br />

pobrecillo, un policía ciego> ¿cómo perseguirá a los ladrones|).<br />

—¿Dónde va usted|<br />

A Magín nunca le habían hablado de usted y pensó que se dirigía a otra persona, así<br />

que se giró y miró hacia atrás. No había nadie, ¡qué raro!<br />

—Sí, usted y no mire a ver si se puede escapar. ¡Tengo diez compañeros que lo vigilan!<br />

¡A ver, papeles!- y <strong>al</strong> pronunciar la p<strong>al</strong>abra papeles parecía que se le hiciera la boca<br />

agua.<br />

“Menos m<strong>al</strong> que he cogido la libreta” pensó Magín “Quizá sea <strong>al</strong>go así como un<br />

policía de los deberes… o quizá es que quiere aprender a multiplicar…como lleva pistola,<br />

igu<strong>al</strong> no le hace f<strong>al</strong>ta saber multiplicar…” Y así que Magín empezó a abrir la mochila,<br />

siete policías s<strong>al</strong>taron <strong>sobre</strong> él, le cogieron de los brazos, del cuello, de las piernas, de la<br />

cintura, de los pies y hasta del dedo gordo de la mano, gritando><br />

—¡Cuidado, un código siete-tres-dos, protocolo b! ¡Es un ileg<strong>al</strong> y puede ir armado!<br />

Aquella fue la primera vez que oyó la p<strong>al</strong>abra “ileg<strong>al</strong>” y la primera que oyó la p<strong>al</strong>abra<br />

“papeles”, pronunciada como si fuera una p<strong>al</strong>abra-cuchillo o una p<strong>al</strong>abra-porra o una<br />

p<strong>al</strong>abra-pistola. Magín se desmayó del susto y todo se apagó> la luz del sol que empezaba<br />

a c<strong>al</strong>entar, el b<strong>al</strong>cón de los pisos de la acera de enfrente y, por suerte, las siete gorras, las<br />

siete porras y los catorce brazos de los policías grises.<br />

Se despertó en una s<strong>al</strong>a de color gris, sentado en una silla de hierro, fría, con una<br />

mesa también de hierro y fría. Delante de él, un policía. Al fondo de la s<strong>al</strong>a un enorme<br />

espejo. A la izquierda, una puerta de hierro. Se dio cuenta de que su silla estaba pegada<br />

<strong>al</strong> suelo.<br />

—Veamos, usted tiene el número 823\2008...

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