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Drets humans al carrer, cuentos infantiles sobre derechos humanos

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Esa presumida de la luna<br />

61<br />

Pero Neptuno era cobarde y no dejó que nadie viera sus lágrimas.<br />

Pasaron treinta días. Y nada dijo la luna cuando Neptuno le repitió la acusación.<br />

Pero esta última vez, la noche del día vigésimo noveno las nubes volvieron a arremolinarse<br />

a la puerta del juzgado de Neptuno. Y cuando Pulpo, el ujier, <strong>al</strong> dejarlas<br />

pasar, dijo aquello de><br />

—Orden, orden. Por favor, por favor, esténse quietas y no remuevan el fondo, que<br />

se forma fango, o tendré que embotellarlas.<br />

Una nube, seguramente g<strong>al</strong>lega, le dijo><br />

—Anda, cuitadiño, si con ista obscuridade non distingues as maos dos pes.<br />

Pulpo no es muy listo así que tampoco entendió el chiste, pero el tono, sí. Y c<strong>al</strong>ló.<br />

Las nubes, en la enorme caverna, no paraban quietas.<br />

—Señoría —gritó una nube de Nubia— como la más, no sé, auténtica, hablaré<br />

en nombre de todas. Las nubes estamos negras. No hay seguridad por la noche en los<br />

cielos. No nos vemos, nos chocamos unas con otras, y una no sabe si es cirro o cúmulo.<br />

Esto es el fin de la nubosidad. Por eso, hemos venido a levantar los cargos contra la<br />

luna.<br />

—O sea —dijo Neptuno—, que reconocéis que los cargos eran f<strong>al</strong>sos.<br />

—F<strong>al</strong>sos… no —dubiteó la nube nubia de Nubia— bueno… t<strong>al</strong> vez <strong>al</strong>go nublados<br />

sí. Pedimos tan poco, señoría, un rayito de luna por las noches… Allá en el Nilo…<br />

—Traed a la luna.<br />

Y cuando la b<strong>al</strong>lena azul abrió su boca, <strong>al</strong>lí estaba la luna, inmóvil y muda.<br />

—Luna, lunita… —le imploró Neptuno— habla para que pueda indultarte. —Es<br />

que un juez no puede cambiar su sentencia una vez pronunciada.<br />

Pero la luna no dijo nada. La más pequeña de las nubes, del tamaño de una mota<br />

de <strong>al</strong>godón, se acercó hasta la luna y le dijo><br />

—Perdónanos. Porque no te escuchamos cuando debías hablar, ahora que te necesitamos<br />

no quieres hablarnos..<br />

La luna, entonces, <strong>al</strong> sentir las cosquillitas de la nube más pequeña del cielo, sonrió.<br />

La caverna entera se volvió de plata, una plata purísima que hizo que Neptuno<br />

pareciera un dios y que el fondo de la caverna, cubierto de nubes, pareciera el cielo <strong>al</strong><br />

que van, bienaventurados, los ahogados.<br />

—Luna, luna…<br />

Pero la luna no dijo nada.

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