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Drets humans al carrer, cuentos infantiles sobre derechos humanos

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drets <strong>humans</strong> <strong>al</strong> <strong>carrer</strong>. Cuentos <strong>infantiles</strong> <strong>sobre</strong> <strong>derechos</strong> <strong>humanos</strong><br />

Su ayudante, un cab<strong>al</strong>lito de mar muy apuesto, le dijo><br />

—Pero señoría, se ha hecho lo que usted ordenó.<br />

—¿Yo| ¿Qué yo ordené apagar todas las luces|<br />

—No, eso no, pero mandó encarcelar a la luna.<br />

—¿La luna| —Neptuno se puso a hacer memoria y después de tres mareas cayó en la<br />

cuenta— ¿La luna| ¿Esa señorita tan pálida que se pasa las noches mirando por la ventana|<br />

—Esa es —dijo el cab<strong>al</strong>lito, que, en el fondo, estaba enamorado de ella—. Es su luz<br />

la que ilumina nuestras noches.<br />

¿Os habéis fijado en que esa frase es una declaración de amor|<br />

Pues Neptuno no la pilló. Sólo quería leer su periódico y el botín de los ahogados.<br />

¡Ay, los pecios! ¡Cómo molan los pecios!<br />

—Que me la traigan aquí ahora mismo.<br />

Una enorme b<strong>al</strong>lena azul se presentó ante Neptuno. Levantó su boca y <strong>al</strong>lí apareció<br />

prisionera la luna. Estaban bajo la única luz de una luciérnaga que guardaba un cangrejo<br />

en una bombilla.<br />

Era hermosa.<br />

—Eres hermosa —le dijo Neptuno.<br />

Estaba pálida.<br />

—Estás pálida —le dijo Neptuno.<br />

La luna c<strong>al</strong>laba.<br />

—¿Por qué no hablas|<br />

No dijo nada.<br />

—¿Sabes que las nubes te acusan de que no las dejas dormir, y que por eso están<br />

envejeciendo| ¿Y de que te ríes de ellas|<br />

No dijo nada. La luna no dijo nada.<br />

—¿Cómo, no dices nada| ¡Otros treinta días <strong>al</strong> c<strong>al</strong>abozo por desacato!<br />

La luna no dijo nada. Es cierto. Nada, ni una p<strong>al</strong>abra. Se limitó a abrir sus ojos cerrados<br />

por la injusticia. La caverna de Neptuno se vistió de una luz de plata. Relumbraron en<br />

el fondo los viejos tesoros de los g<strong>al</strong>eones hundidos, el cuerno del narv<strong>al</strong>, las escamas de<br />

las sirenas… Fue un instante solo. Pero Neptuno se vio por un momento, gordo y viejo,<br />

sucio, feo, él, el Juez Supremo del Reino de la Mar. Y lloró. Lloró mares todo el dolor que<br />

tenía dentro en su viejo corazón, los gritos de los ahogados, los cantos de las sirenas, el<br />

ulular de las b<strong>al</strong>lenas arponeadas, los quejidos del iceberg <strong>al</strong> deshacerse.

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