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Drets humans al carrer, cuentos infantiles sobre derechos humanos

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drets <strong>humans</strong> <strong>al</strong> <strong>carrer</strong>. Cuentos <strong>infantiles</strong> <strong>sobre</strong> <strong>derechos</strong> <strong>humanos</strong><br />

nécora que se había quedado dormida y ¡plin! empujó suavísimamente la cancela.<br />

—¡Uy! Perdone, señoría —dijo, <strong>al</strong> descubrir que el señor juez se estaba quitando<br />

<strong>al</strong>gas de sus orejas.<br />

—Nada, nada. Es que se me forman unos tapones… —se disculpó Neptuno, el presidente<br />

del tribun<strong>al</strong>, mientras se limpiaba disimuladamente el cerumen con un pañuelo<br />

de cor<strong>al</strong>es.<br />

—¿Las hago pasar|<br />

—Un momento. ¿Qué tenemos hoy|<br />

—Han venido las nubes, señoría.<br />

—¿Nubes| Pero si no son de este reino. —Y es que Neptuno, sólo tiene jurisdicción<br />

como juez en el Reino de la Mar. Vamos que sólo puede juzgar los asuntos que pasan en<br />

agua s<strong>al</strong>ada, exceptuando los que se cometen dentro del agua de las aceitunas, que los<br />

juzga Mercurio.<br />

—¡Qué fastidio, tendré que consultar el código! ¿Y no hay ninguna pelea entre sirenas,<br />

o <strong>al</strong>gún choque entre cach<strong>al</strong>otes| Ahora, Pulpo, que a mí los que me chiflan son los<br />

ahogados.<br />

—¿Me permite su señoría preguntar el porqué|<br />

—Ni te imaginas las cosas que llevan en los bolsillos… En re<strong>al</strong>idad por eso se ahogan,<br />

exceso de peso. —Y le cucó un ojo-. No se lo digas a nadie, pero me chifla leer los<br />

sesesmeseses (SSMSS) que tienen archivados en sus móviles. La verdad, Pulpo, la vida<br />

en seco tiene que ser un asco…<br />

—Es lo que yo le digo a mi señora, señoría. ¿Veranear en el acantilado, tan cerca de<br />

los <strong>humanos</strong>| ¿Para qué, para reírnos de lo m<strong>al</strong> que nadan|<br />

En ese momento se oyó el clamor de las nubes pugnando por entrar todas a la vez<br />

en la gran caverna submarina donde impartía justicia el viejo Neptuno, el juez de la mar.<br />

—Orden, orden —gritó Pulpo, mientras con sus ocho brazos iba distribuyendo por<br />

la enorme s<strong>al</strong>a a todas las nubes y <strong>al</strong>gunos vientos que venían de testigos-. Por favor, por<br />

favor, esténse quietas y no remuevan el fondo, que se forma fango, o tendré que embotellarlas.<br />

Esta amenaza c<strong>al</strong>mó a las nubes.<br />

—¿Qué sucede|<br />

Una nube de la mar de Norte, grande, lechosa y panzuda, rugió><br />

—No nos deja dormir.

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