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Drets humans al carrer, cuentos infantiles sobre derechos humanos

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Iyara en el mágico mundo de las mariposas amarillas<br />

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entendía el idioma o porque me producían miedo o rabia decidía volar antes de escuchar<br />

el fin<strong>al</strong>. Aun así, decidí registrar en la memoria aquellas que entendí. T<strong>al</strong> vez, un día,<br />

cuando sea suficientemente grande, podré contarlas <strong>al</strong> mundo con la música del viento y<br />

el canto de las montañas. O t<strong>al</strong> vez serán escritas en la historia de este nuevo encuentro,<br />

ese que según dicen los expertos nos hace seres de un mundo multiétnico y pluricultur<strong>al</strong>.<br />

Así, un día, en un parque de una antigua ciudad conocida en la historia de It<strong>al</strong>ia<br />

como Felsina (hoy Bolonia) descubrí un grupo de mujeres que reían y lloraban mientras<br />

trataban de desempolvar cada migaja de recuerdo escondido en el más recóndito cajón<br />

de sus armarios. Eran recuerdos de su infancia, de cuando tenían más o menos nuestra<br />

edad, unos ocho, nueve, diez, once o doce años.<br />

Una de ellas contaba la historia de su vida mientras las otras mujeres, con vestidos<br />

muy largos y grandes pañuelos de colores intensos con bordados delicados que adornaban<br />

sus cabezas, la escuchaban atentas y compartían unos dulces con olor a canela<br />

y perfume de coco. ¡Eran hermosas esas mujeres de vestidos colorados! La mujer de la<br />

historia decía venir de un país muy lejano, de otro continente, de un país hermoso que<br />

estaba rodeado por dos mares y con nombre de mujer> Colombia. Se decía hija de una<br />

sencilla mujer que había luchado y trabajado sola para poder criarla y educarla. No había<br />

conocido a su padre y por ello había soportado en la escuela la burla de sus compañeritas<br />

que le gritaban siempre> “¡No tienes papá, no seas mentirosa!”. Ciertamente, continuaba<br />

la mujer, en ese entonces era muy pequeña para entender muchas cosas. Recordaba<br />

su adolescencia de niña trabajadora a los 14 años, escapándose de casa a los once por<br />

primera vez y a los quince por segunda. Sin embargo, ella sostenía que había nacido<br />

libre pero yo nunca entendí cómo una niña que no había tenido un padre, en su edad de<br />

mujer, se reconocía un ser libre.<br />

Otra mujer que hablaba el mismo idioma que la anterior, empezó otra historia. Contaba,<br />

como si hubiese sido ayer, la historia del día de su cumpleaños, de su octavo cumpleaños.<br />

¿Quieren saber qué le había sucedido a esta niña el día que cumplió ocho años|<br />

“Sucedió en un día norm<strong>al</strong>, un día de clase, en ese entonces cursaba tercero de la<br />

escuela element<strong>al</strong>…—continuaba así su historia mientras yo la escuchaba con gran interés<br />

apoyada en una flor de ese c<strong>al</strong>uroso parque—. Para mí desde siempre, desde muy<br />

pequeña, el cumpleaños ha sido una fecha muy importante, un motivo de fiesta. El hecho<br />

de que mi madre me hubiese obligado a ir a la escuela me disgustaba porque yo insistía<br />

en que era un día de fiesta y más teniendo en cuenta que yo creía que <strong>al</strong> tener ocho

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