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Drets humans al carrer, cuentos infantiles sobre derechos humanos

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LE LIEU<br />

201<br />

Cuando ya no les quedó ni una sola piedra por destruir, todos empezaron a darse<br />

cuenta de lo que habían hecho. Se miraban unos a otros desconsolados, no podía ser<br />

que hubieran llegado hasta ese punto. Ya no tendrían ningún lugar donde poder <strong>sobre</strong>vivir<br />

ni nada con qué hacerlo, pues habían eliminado a todos los anim<strong>al</strong>es y habían destruido<br />

todos los árboles que podían ofrecerles <strong>al</strong>go de comida. Poco a poco todos aquellos<br />

pequeños seres fueron desapareciendo, pues o bien morían de hambre o sed o bien lo<br />

hacían de desesperación. Si bien sé, aquel lugar no volvió a recrearse nunca pero dicen<br />

que del cuerpo del jefe de la tribu nació la flor más hermosa nunca vista y que fue en<br />

señ<strong>al</strong> de perdón hacia los “Grays”.<br />

—¡Vaya! —dijo Edward <strong>al</strong>ucinado por la historia que acababa de contarle su abuelo.<br />

—¿Qué te ha parecido, Edward| — preguntó su abuelo.<br />

—Abuelo, ¡creo que es el cuento más chulo que me has contado nunca! Aunque no<br />

entendí muy bien porque los “Grays” actuaron así — dijo Edward, quien ya empezaba a<br />

bostezar de sueño.<br />

—Verás cariño, ellos... —. De repente <strong>al</strong>guien abrió la puerta de golpe y entró en la<br />

habitación interrumpiendo <strong>al</strong> abuelo de Edward.<br />

—Ya están aquí —dijo aquella persona.<br />

—¿Tan pronto| —preguntó el abuelo.<br />

—Sí, debemos darnos prisa —contestó de nuevo.<br />

El anciano cargó a su nieto en brazos y siguieron <strong>al</strong> hombre que poco antes había<br />

interrumpido la explicación de su cuento. Los tres se dirigieron a una especie de sótano<br />

situado bajo la vieja casa.<br />

—¿Dónde vamos abuelo| —preguntó Edward medio adormilado.<br />

—Al refugio de los “Grays” —contestó el viejo ingeniándoselas para no asustar a su<br />

nieto.<br />

Una vez <strong>al</strong>lí, Edward se sentó en una de las sillas viejas que había y esperó paciente<br />

la explicación de su abuelo.<br />

—Edward, ¿recuerdas la historia que acabo de contarte| Bien, pues <strong>al</strong>go parecido ha<br />

sucedido— explicó el anciano.<br />

—¿Ha explotado un volcán| —preguntó Edward.<br />

—Digamos que más o menos, y ahora Hitler, el jefe de la tribu, dice que debemos<br />

quedarnos aquí y esperar a que todo pase—. De repente, unas fuertes sacudidas empeza-

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